Crisis climática, crisis civilizatoria

Por Cristián Retamal*

Cambio climático: el problema

Los eventos de fenómenos climáticos extremos son observados hoy en distintos rincones del planeta. En lo que va de 2015 hemos presenciado lluvias intensas y aludes con consecuencias fatales en el norte de Chile; el ciclón Pam con vientos a velocidad sin precedente en las islas de Vanuatu en el Pacífico; emergencia hídrica en California, EE. UU.; y una ola de calor por sobre los 40°C en India, con más de dos mil muertos. Las modificaciones en el sistema climático tienen implicancias significativas en la forma como la civilización humana plantea su existencia. Las alteraciones en los patrones del clima conllevan eventos meteorológicos extremos con mayor frecuencia e intensidad en distintos rincones del globo, lo cual origina trastornos en los asentamientos humanos y en las dinámicas más básicas de la economía[1].

El Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC por su sigla en inglés) –establecido por Naciones Unidas en 1988 para proveer al mundo de una visión científica clara acerca del cambio climático– indica que existe una relación directa entre la temperatura del planeta y el nivel de concentraciones de gases de efecto invernadero (GEI) en la atmósfera. A mayores concentraciones de GEI, mayor es la temperatura promedio en el planeta, lo que ha sido confirmado por las observaciones paleoclimatológicas[2]. Similarmente, el IPCC señala que el GEI de mayor significación en la atmósfera es el CO2 o dióxido de carbono, y advierte también que las emisiones de este gas proveniente de la utilización de combustibles fósiles con fines energéticos corresponde en la actualidad a más del 70% de las emisiones de GEI totales.

Industrialización y capitalismo: catalizadores del problema

La ciencia del clima explica que existe en la Tierra un antes y un después en términos de concentraciones de GEI en la atmósfera, y que ese punto de inflexión se produce a partir de la Revolución industrial. A partir de dicho proceso de transformación originado en Inglaterra en la segunda mitad del siglo XVIII, que fue alimentado por el espíritu capitalista existente desde el Medioevo, se modificó vastamente el poder productivo de las sociedades y con ello comenzó un proceso de modificación de las dinámicas sociales y económicas sin precedente en la historia de la humanidad. La Revolución industrial originó un aumento excepcional en la productividad de las economías de las naciones al masificarse la utilización del carbón como fuente de energía, propiciando con ello una expansión colosal de las fronteras de la productividad y así un ensanchamiento de los deslindes de los sistemas socioeconómicos, convirtiéndose la expansión económica de las naciones en una de las aspiraciones fundamentales del nuevo régimen[3]. El crecimiento económico –y la tácita lógica capitalista que lo impele– pasó desde ese momento en la historia, y hasta nuestros días, a ser el más preponderante indicador de progreso y bienestar para las elites gobernantes. Sin embargo, la Revolución industrial y los procesos de industrialización en los distintos rincones del planeta no hubiesen sido posibles sin la disponibilidad y contenido energético de los combustibles fósiles. Primero el carbón, luego el petróleo y más recientemente el gas natural, han sido la base para construir nuestros actuales sistemas socioeconómicos. Prácticamente todas nuestras dinámicas en la vida moderna dependen total o parcialmente de la disponibilidad de alguno de estos combustibles fósiles, desde transportar y mantener nuestros alimentos refrigerados, hasta leer estas líneas ya sea en una pantalla o impresas en papel. Hoy, querámoslo o no, nuestra cotidianidad depende del uso de combustibles fósiles.

Pero sucede que la utilización de estas fuentes energéticas genera el grueso de las emisiones de CO2 a la atmósfera. Así, si bien la Tierra ha tenido históricamente ciclos de glaciación y su sistema climático puede verse afectado también por distintos factores que podrían estar incluso fuera del planeta[4], hoy la ciencia del clima advierte que un significativo catalizador de las actuales alteraciones en nuestro sistema climático se encuentra en las emisiones de GEI de origen antropogénico, y con ello, en los cimientos con que nuestros sistemas socioeconómicos han sido erigidos y obran. En otras palabras, la civilización humana y el modelo capitalista imperante desde hace cerca de doscientos años están incidiendo hoy de manera sustancial en el sistema climático de nuestro planeta Tierra.

Acuerdos internacionales multilaterales: ensayos de solución

Los cambios en las concentraciones de GEI y las alteraciones en el clima del planeta son temas que han sido sugeridos por la ciencia hace casi dos siglos, pero no fue hasta 1992 en la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro (o Cumbre de Río) que los Estados del mundo reconocieron la necesidad de acción global colectiva. Ese año tuvo lugar la Convención Marco de Naciones Unidas para el Cambio Climático (UNFCCC por su sigla en inglés), que pretende buscar caminos para enfrentar la problemática del cambio climático. UNFCCC propuso en 1997 el entonces esperanzador Protocolo de Kioto (PK) que reconoció la responsabilidad histórica de los países industrializados en el aumento de las concentraciones de GEI en la atmósfera y los exhortó a reducir sus niveles de emisión respecto al año base de 1990. Sin embargo, Kioto eximió de las obligaciones de reducción a países en vías de desarrollo, entre ellos China, India y otros con importante auge, dada su baja responsabilidad histórica de emisiones de GEI. Lo anterior, y dada la pujanza de la economía de estos países en el contexto geopolítico internacional de ese entonces, motivó la no ratificación del PK por parte de Estados Unidos, en ese momento el mayor emisor de GEI a nivel global. Así, y al revisar hoy los efectos del PK desde su entrada en vigencia, se observa que las emisiones de GEI totales han aumentado en el planeta. Esto se debe en gran medida a que las economías de países emergentes que no han tenido compromisos de reducción hasta ahora han venido aumentado significativamente sus emisiones de GEI, al punto que el mayor emisor global hoy ya no es Estados Unidos, sino China[5].

En la actualidad, en el proceso de UNFCCC se negocia un nuevo acuerdo que debe reemplazar al PK a contar de 2020, en el cual los 196 gobiernos miembros de UNFCCC, entre ellos Chile, adquirirán compromisos de reducción de emisiones de GEI. Esto para limitar el aumento de la temperatura del planeta en no más de 2°C, umbral a partir del cual la ciencia del clima estima que se originarían impactos devastadores en el planeta[6].

¿Qué podemos hacer frente al cambio climático?

Es un hecho que tras más de veinte años desde la Cumbre de Río, los esfuerzos conjuntos de los Estados en UNFCCC no han logrado plantear una solución integral al problema que origina el cambio climático. Gran parte de los instrumentos y mecanismos internacionales de solución sugeridos están basados en lógicas económicas de mercado capitalista que intentan condicionar el crecimiento global. Pero es enrevesado pretender abordar la problemática del cambio climático desde una perspectiva de gobernabilidad global, puesto que no existe una autoridad planetaria absoluta. Por otra parte, aspirar a implementar una regulación global que limite los sistemas capitalistas del mundo tiene tintes de quimera; es como pretender instaurar la paz en el planeta a partir de una normativa global. Como dice Murray Bookchin, “hablar sobre límites para el crecimiento a un sistema de mercado global capitalista tiene tan poco sentido como hablar de los límites de la guerra en una sociedad guerrera”[7]. Los acuerdos internacionales que los Estados puedan alcanzar importan como señales, pero su relevancia es exagerada en demasía. Las acciones más relevantes para enfrentar el cambio climático deben venir desde abajo hacia arriba, desarrollándose desde pequeñas comunidades a ciudades, provincias subnacionales, países y regiones. En la medida que las iniciativas de origen local sean reconocidas, articuladas e impulsadas para su proliferación por estructuras de poder de mayor jerarquía, y hayan ocurrido suficientes cambios a nivel de comunidades locales, recién entonces cualquier acuerdo de más alto nivel podrá ser decisivo, ya que cuando se trata de cambios fundamentales en la forma de hacer las cosas, la legislación suele ir a la siga de la política y la moral, en vez de guiarla. Lo relevante para enfrentar el cambio climático es pensar ambiciosamente respecto de qué clase de moral necesitamos para enfrentarnos a una situación en donde nuestros patrones de vida acrecientan la crisis. Esto en un contexto de crecimiento de la población humana constante, tremenda dependencia de la disponibilidad energética y un mundo intensamente interconectado. Debemos identificar cómo las distintas sociedades del planeta pueden actuar masivamente desde sus contextos morales particulares de una forma que sea amigable ambientalmente y que al mismo tiempo contribuya a dar un significado a sus vidas en un mundo que debe ser fundamentalmente distinto a aquel en donde los valores del sistema capitalista imperante han sido originados. En este sentido, es esencial ilustrar a nuestros pares respecto de que son nuestras actuales dinámicas y patrones de consumo los que sostienen un sistema capitalista que busca el crecimiento económico constante sin detenerse, originando así trastornos en nuestro clima, en nuestras comunidades y poniendo en jaque a la civilización humana. Solo sociedades conscientes podrán exigir a sus autoridades cambios en la forma de hacer las cosas[8].

Para superar la crisis climática, los sistemas más básicos de nuestra sociedad moderna deben ser repensados y rediseñados, relegando al pasado todas aquellas dinámicas que no son una contribución real a una mejor calidad de vida y al bienestar de la sociedad en su conjunto. Fundamentos económicos básicos del actual régimen capitalista como la competitividad y la eficiencia, deben ser replanteados considerando principios de cooperación, solidaridad y dignidad de la vida como ejes conductores de las dinámicas humanas. Las sociedades deben sostenerse en el trabajo conjunto y en la cooperación mutua para alcanzar objetivos colectivos, donde la competencia solo debe caber para determinar quién podría contribuir de mejor manera a un fin común.

* Ingeniero civil industrial de la Pontificia Universidad Católica de Chile, con especialización en ingeniería ambiental y estudios en sociología. Además es MSc de la VU University Amsterdam en Holanda. Centra su trabajo en las transformaciones y movilización de esfuerzos que el cambio climático conlleva.

[1] Entiendo aquí la economía en el sentido más fundamental planteado por Aristóteles en su Política, donde identificaba la oikonomia como el arte de la gestión del hogar que busca satisfacer las necesidades domésticas básicas.

[2] Paleoclimatología es la rama de la ciencia que estudia los cambios en el sistema climático del planeta Tierra a lo largo de su historia.

[3] Las sociedades preindustriales habían tenido históricamente acceso a suministros de energía limitados. En dichas sociedades la energía mecánica estuvo originada principalmente por el músculo animal y la energía térmica de la madera, lo cual establecía limitaciones a los niveles de productividad.

[4] Los ciclos del sol por ejemplo, y su actividad variable, son también considerados por algunos sectores de la ciencia como factores que podrían incidir en el aumento de la temperatura de la Tierra y las modificaciones en el sistema climático, pero en la actualidad no existe un entendimiento cabal de cómo ello ocurriría.

[5] De los 36 países desarrollados que se comprometieron a reducir emisiones en el primer período de cumplimiento del PK (2008-2012), solo ocho países tuvieron niveles de emisión mayores a los originalmente comprometidos. No obstante, las emisiones totales del grupo de países desarrollados con compromisos bajo el PK estuvo por debajo de lo convenido.

[6] Se estima que el aumento de temperatura desde la era preindustrial hasta nuestros días ha sido de 0,8°C aproximadamente.

[7] Bookchin, M. ([1990] 2012). Rehacer la sociedad, senderos hacia un futuro verde. Chile: LOM.

[8] En este sentido, la recientemente publicada encíclica papal Laudato Si apela a la moral de los fieles católicos para tomar conciencia de los impactos que sus acciones generan en el medio ambiente.

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