Pamela Caruncho Franco

Académica, profesora de Filosofía.
Doctora © en Estudios Interdisciplinares de Género.

Imagen: Movimiento Feminista . Disponible en Memoria Chilena, Biblioteca Nacional de Chile http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-84609.html . Accedido en 23/9/2018.


El feminismo en tanto teoría política implica reconocer una proliferación de objetos de reflexión, ha ocurrido con la vindicación de la ciudadanía como con la vindicación del propio sujeto. En ese análisis teórico el feminismo conlleva aceptar la existencia de una subjetividad compleja que nos obliga, no sólo a duplicar, sino a multiplicar los objetos tanto como las perspectivas del conocimiento científico y filosófico

La historia del feminismo no es solo la historia de un movimiento emancipatorio, es además la historia de la lucha en la propia Historia para otorgarles a las mujeres el derecho universal a ser ciudadanas en plenitud.

El trabajo feminista ha consistido en romper el derecho patriarcal para llegar al derecho político. Así, el axioma del trabajo feminista, como muy bien lo señala Amorós, consiste en conceptualizar, en tanto que conceptualizar es politizar.

En el libro Las vetas de la ilustración, Celia Amorós afirma que “la historia de la teoría feminista traza mapas y elabora los referentes conceptuales pero, sobre todo, la teoría feminista, nos empodera. Renunciar a ella es volver a la condena sisífica de edificar una y otra vez el muro de arena al que parece estar condenada la historia de las mujeres. La memoria feminista como memoria histórica es ya de suyo emancipatoria”.

Y esto en todos los ámbitos del quehacer humano. Siguiendo la misma línea conceptual, Henry Giroux nos dice “el feminismo ha sostenido, en clave de género, una pregunta fundamental frente al saber instituido: ¿Quién habla en esa teoría; bajo qué condiciones sociales, económicas y políticas formula ese discurso; para quién y cómo ese conocimiento circula y es usado en el marco de relaciones asimétricas de poder?”.

La teoría feminista avanza simultáneamente creando nuevas categorías teóricas e instrumentos metodológicos en su intento de explicar cómo se han constituido, a lo largo de la historia y en las diversas culturas, diferencias jerárquicas entre varones y mujeres, y cómo se reproducen y transforman, generando siempre una disputa de poder.

Para Amelia Valcárcel no hay duda acerca de que se trata de una tradición política que tiene tres siglos de historia. Afirma que aunque está todavía lleno y preñado de novedad, el feminismo no es nuevo: “Apuntado su nacimiento en la filosofía barroca, teniendo sus obras fundacionales en la Ilustración, siendo un movimiento político de los más activos del siglo XIX y habiendo cambiado algunas de sus conquistas la completa faz social del siglo XX”.

Y tres siglos, al parecer, no significan mucho para la historia de la humanidad, considerando que solo se cuenta la parte que le corresponde a Occidente. Aun hoy, en pleno siglo XXI, nos encontramos con fervientes resistencias a un movimiento emancipatorio que, año tras año debe luchar contra los mismos fantasmas. La violencia estructural e invisible de un patriarcado que muta de acuerdo a los tiempos, no da tregua.

Ana de Miguel refuerza esta idea de lo que es o ha sido hasta ahora el feminismo cuando sostiene que “El feminismo es una teoría, es una militancia social y política y es una práctica cotidiana, una forma de entender y vivir la vida. Como práctica social y política la visión feminista de la realidad ha cristalizado históricamente en la formación de un movimiento feminista”.

El feminismo es político, de ello no cabe duda, es una permanente vigilancia de las relaciones de poder que aparecen en ámbitos tanto privados como públicos, tanto cotidianos como naturalizados bajo los ropajes ideológicos a los que se ha referido Celia Amorós. Estos ropajes han sido el amor, el cuidado, la complementariedad, y todo aquel espacio que ha sido representado una y mil veces en todas las disciplinas de la academia, la literatura, las bellas artes y las ciencias. Aquello que se ha representado como natural e íntimo, propio del sexo débil, irreductible a un espacio público, entre iguales.

Es Kate Millet con su obra Política Sexual quien, en la década del setenta, realiza un estudio sobre el vínculo entre la diferencia sexual y las relaciones de poder. Para Millet “el sexo es una categoría social impregnada de política”, es decir, el sexo tiene un cariz político que generalmente pasa desapercibido.

Lo personal es político fue entonces la consigna que reivindicaran las feministas radicales de la década del setenta, llamando principalmente a la tarea de revisar las categorías de lo privado y lo público, puesto que ambas han sufrido transformaciones históricas. Esta apelación llamaba también a visibilizar las relaciones de poder que se juegan en el espacio privado, abriendo así la posibilidad de politizar aquellas relaciones. Aquellas relaciones de poder quedan invisibilizadas en el espacio de lo privado, es imprescindible entonces renegociar sus límites, de lo contrario nos encontramos en la ceguera epistémica consistente en generar nuevos conceptos los cuales son inmunes a la razón, a la ética y, consecuentemente, a la política.

Ahora bien, sabemos que las relaciones de poder se juegan en un espacio entre iguales, y a las mujeres, se les ha intentado sistemáticamente relegar de ese lugar al espacio de las idénticas, como lo ha señalado Amorós, las mujeres son un objeto intercambiable porque no les han dejado devenir como individuo; y como consecuencia de ello, al ser idénticas, se les relega a la inmutabilidad, en otras palabras, no trascendentes en términos beauvorianos, quitándoles así una identidad única e intransferible.

Desde la Ilustración, pasando por el sufragismo, hasta los llamados feminismos posmodernos, el núcleo central y teórico de la defensa de los derechos de las mujeres, ha sido y será el reconocimiento de aptitudes y derechos extensibles indistintamente tanto a las mujeres como a los varones.

A partir de entonces, la teoría feminista ha tenido como característica constante la reivindicación de un estatus de igualdad como antesala de la autonomía individual. Esto no ha significado una negación de las obvias diferencias tanto biológicas como culturales que existen entre hombres y mujeres. Por el contrario, ha sido precisamente el reconocimiento de dicha diferencia lo que ha llevado a tantas teóricas del feminismo a analizar cómo la cultura, en sus diversas manifestaciones, ha exacerbado dichas diferencias casi siempre en perjuicio de las mujeres en lugar de haber respetado un desarrollo autónomo e igualitario de las capacidades individuales.

Es así como a finales de los años setenta los planteamientos del feminismo radical transitan hacia lo que se conocerá más adelante como feminismo de la diferencia, este a su vez mutará en el feminismo cultural y finalmente se conocerá como el feminismo posmoderno. En términos generales, y con las diferencias que se señalarán más adelante, el desarrollo a partir de los años 80, en relación con los estudios de las mujeres y el feminismo en sí como acción política, será revisado y defendido por diversas teóricas como Nancy Chodorow, Adriane Rich, Carol Gilligan, Joan Scott, Audry Lorde, Angela Davis, Patricia Hills Collins, Cherrie Moraga, Luce Irigaray, Iris Marion Young, Sheila Benhabib, Chantal Mouffe, Sandra Harding, Donna Haraway, Celia Amorós, Rosi Braidotti, Amelia Valcárcel, Judith Butler, Vandana Shiva, entre muchas otras.

Es el feminismo posmoderno el que representa la radicalización más extrema del feminismo, dado que la posmodernidad plantea la deconstrucción de las nociones generalizadoras y totalizantes. Algunas autoras sugieren que las mujeres no son un grupo homogéneo, ya que existe entre ellas una diversidad relevante, una diversidad que marca diferencias sustantivas tanto en la teoría como en la práctica. Aquí ingresan los grupos colectivos de mujeres negras, lesbianas, trans, inmigrantes, discapacitadas, chicanas, latinas, islámicas, árabes, asiáticas, entre otras.

Es necesario aclarar que la historia de los feminismos no contiene en su propio relato un discurso lineal, debido a que, desde sus orígenes como teoría y acción política, existieron puntos de tensión, no siempre congruentes, sino al contrario, más bien divergentes sobre determinados puntos en concreto. Así, se puede observar en cualquier manual que hable de la historia de los feminismos, momentos en donde existe un total desencuentro, nudos y fricciones, desde las ilustradas hasta los posfeminismos. Todo ello no ha impedido que los movimientos feministas hayan desarrollado un discurso que va de uno a muchos, demostrando que las coaliciones son posibles porque su fuerza se sostiene en la constatación de que la opresión siempre es la misma desde las diversas denuncias de los colectivos. Sin embargo, la lucha no ha sido fácil, tras veinte siglos de ausencia percibida culturalmente como natural.

Tal como lo dice Amorós la exigencia ha sido ir “del derecho patriarcal al derecho político”, ello ha significado romper con la permanente voluntad de invisibilización política hacia las mujeres, concebirlas como objetos, nunca como sujetos. Parafraseando a Amelia Valcárcel que las mujeres sean libres y lo sean completamente, aterra todavía las inercias milenarias de nuestra cultura patriarcal. Por todo lo anterior, es profundamente importante encontrar y seguir el hilo de Ariadna que nos permita expresar las posibilidades teoréticas y existenciales de las mujeres. Es cierto, en las últimas décadas la mayoría de las mujeres han salido valientemente de aquella minoría de edad a la cual han sido relegadas desde la ilustración. Se observa que, poco a poco, las cosas van cambiando.

Se constata que en poco más de tres décadas se han escrito libros de divulgación con la historia del feminismo, tesis doctorales, ensayos, manuales, artículos periodísticos en revistas especializadas y no, y variados textos. Todos han querido mostrar y develar el aporte de grandes e ilustres mujeres en su mayoría invisibilizadas. Y aquellos que se dedican a la investigación académica sobre esta temática específica, dan cuenta de una producción permanente en diferentes lugares del globo, y desde diversas disciplinas. En las universidades de, prácticamente todo el mundo, existe producción y discusión académica relativa a las cuestiones de género, al feminismo y a la sexualidad, se han creado seminarios permanentes, reuniones internacionales, institutos y centros especializados. Las diferencias pueden ser desde qué ideología se plantean estas cuestiones, pero eso es otra discusión.

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