8M: La ausencia de los encuentros transgeneracionales y los desafíos para las mujeres y feministas

Beatriz Yudich Barra Ortiz*
Fotografía: Gentileza de Brigada de Arte y Propaganda – Coordinadora Feminista 8M

Un ocho de marzo inolvidablemente masivo y la revuelta al mayo feminista

El primero de marzo asistí, junto a varias compañeras del Museo de las Mujeres, a una reunión de trabajadoras en el sindicato Petrox de Concepción. La convocatoria surgió desde la organización del marzo feminista y la CUT regional, y tenía como objetivo conocer las problemáticas de las trabajadoras de diversos contextos del Gran Concepción.

Ese día, trabajadoras públicas, de la salud, profesoras, participantes de la Coordinadora No + AFP y oriundas de una de las zonas de sacrificio de la región (Coronel) presentaron una breve contextualización y una síntesis de los principales nudos patriarcales que experimentan las mujeres en el ámbito del trabajo neoliberal y del territorio expoliado y contaminado por las empresas extractivistas.

En ese contexto, el encuentro constituyó un esfuerzo común para estar al tanto de las distintas condiciones de nuestras pares en estos sectores y, sobre la base de ese escenario, desarrollar diálogos colectivos que nos permitieran adherir a la huelga general feminista y a la marcha del ocho de marzo convocada en todo el mundo.

Cuando ingresamos al salón, alrededor de las 18.10 horas, nos dimos cuenta de que en el lugar se encontraban varias mujeres agrupadas en pequeños círculos; algunas conversaban, reían, mientras que otras esperaban que se iniciara la jornada. Se sentía y se respiraba ese clima de lucha y alegría –que no puede ser verbalizado– y cómo no, si hacía meses se venía proyectando, desde el movimiento, una gran movilización para este año. Ello configuró imaginarios y expectativas que indicaron  que esta sería una de las más importantes del movimiento de mujeres y feministas desde la llegada de la transición pactada.

En ese instante reflexioné respecto de la composición de la asamblea: casi la totalidad de las participantes eran adultas e incluso adultas mayores. De inmediato recordé el mayo feminista de 2018 que viví como estudiante feminista de postgrado en la Universidad de Concepción, e inevitablemente lo vinculé con este particular momento.

En el mayo feminista que me tocó sentir y vivir no solo existió un movimiento de estudiantas jóvenes que se tomó durante meses los edificios y que compartió intensamente entre mujeres para develar el orden androcéntrico de la institución-universidad y problematizar y rechazar cómo se entrelazan las violencias cotidianas en el patriarcado. En paralelo, se gestó una movilización invisible: la de profesoras, secretarias, trabajadoras a honorarios y estudiantes de postgrado que se manifestaron en modos de organización y temporalidades distintas, pero no por ello menos profundos e intensos.

Acorde a mis tiempos de estudiante y trabajadora precarizada, estuve pendiente durante todo el proceso de un hecho que nunca llegó, que siempre esperé y hasta soñé: nunca nos juntamos en un espacio “formal” de autoorganización feminista en un encuentro donde estuviéramos todas las mujeres y en el que, sin homogenizarnos y sin ocultar nuestras diferencias, conversáramos y accionáramos en conjunto. Lamentablemente, solo nos vimos las caras y conocimos parcialmente las demandas por sector, en espacios “formales” institucionales abiertos e impuestos por la rectoría de la Universidad de Concepción.

Ni jóvenes ni viejas tuvimos como prioridad colectiva el tan necesario encuentro transgeneracional, aunque, transversalmente, muchísimas asistimos al Encuentro Nacional de Mujeres Autoconvocadas en la Universidad del Bio-Bio, en junio de 2018, fecha que coincide con el pleno apogeo de las tomas feministas.

Estudiantas en sus asambleas, círculos y en el quehacer cotidiano de una ocupación de espacio; docentes en sus reuniones y asambleas; secretarias en sus reuniones y encuentros; así estuvimos separadas. ¿Qué motivos nos distancian? ¿Cuáles son las desconfianzas que tenemos? ¿En qué se diferencian nuestras subjetividades políticas feministas? Y, quizás, una de las preguntas más enigmáticas y, en lo personal, para la que más intento buscar respuestas: ¿Cómo construiremos una memoria e historia común si apenas nos conocemos y, menos, reflexionamos juntas?

La transmisión de la sabiduría feminista: la ausencia de los espacios de comunicación transgeneracionales

Desde que me hice militante del feminismo, he escuchado una y otra vez que, para las feministas adscritas a cualquier corriente, la memoria feminista debe ser una preocupación. Pero, en la lógica de Julieta Kirkwood, en estos tiempos de mujeres, ¿qué significa construir la memoria feminista en un contexto de masividad del movimiento de mujeres?

En mi opinión, este movimiento no le pertenece ni a las llamadas viejas, ni a las denominadas nuevas generaciones de feministas. Este movimiento ha sido tejido en conjunto por las diversas generaciones que hoy se movilizan a lo largo y ancho del país y en el resto del mundo; desde las que hemos trabajado desde hace años por la causa hasta las que recientemente se han sentido convocadas por los distintos planteamientos del feminismo, concibiéndolo como una herramienta política práctica cotidiana de emancipación y sublevación contra los mandatos de género patriarcales y coloniales.

Por eso, sin duda, uno de los horizontes que debemos perseguir –aunque a estas alturas resulte insuficiente por su elementalidad– es la acción continua de recuperación y puesta en acción del ideario del legado y la memoria de las mujeres, lo que tradicionalmente, desde los feminismos, hemos llamado “conocer nuestra genealogía”. Para acercarnos a ella y abrazarla, es menester comprender que las emociones y subjetividades de las mujeres en diversos contextos son esenciales para explorar y visibilizar los hilos desiguales y oblicuos de nuestra historia y memoria.

Otro de nuestros objetivos es indagar, tensionar y replantearse desde el trabajo organizacional de mujeres, es decir, desde los modos de militancias o activismo; los proyectos de vida; las ideas y programas políticos, al igual que las éticas de amor y amistad actuales feministas, observando y comprendiendo desde qué feminismos se cruzan, construyen y se tejen las subjetividades políticas que estamos fraguando, las ideologías que nos mueven, los saberes y las praxis en relación al territorio, la naturaleza, la vivencia de la maternidad, la muerte y el trabajo, para que, a partir del lugar en que nos situamos, nos miremos y hasta reivindiquemos el desorden, lo rebelde y lo desbordado de nuestra existencia y posición feminista en la sociedad capitalista y heteropatriarcal.

Otra perspectiva que exige mayor atención es la reflexividad y voluntad colectiva para cuestionar la consigna de que el feminismo es transversal. Sí, es transversal, porque prevalece un discurso que nos universaliza. Esto es posible en el momento en que se despolitiza y se desvincula de los sistemas de dominación y explotación. Los disensos y desencuentros entre los feminismos, e ineludiblemente entre feministas, será un activador de la reescritura de la memoria, y del abordaje de la incomodidad que nos genera habitar en esta sociedad y cultura patriarcal. Las resistimos o las transformamos en su totalidad, o ambas.  

Finalmente, un desafío urgente es potenciar, crear y cultivar espacios de comunicación orales, escritos, estéticos y artísticos permanentes y continuos entre mujeres de todas las edades, en los que se expresen, debatan, discutan, relaten y transmitan las sabidurías, experiencias y vivencias en el feminismo. Y por sobre todo, reflexionar sobre cómo han impactado estos planteamientos en nuestra vida individual y colectiva desde una mirada que se aleje del establecimiento de dicotomías entre lo viejo y lo nuevo, o las nuevas y viejas, debido a que estas posturas se ajustan a la construcción histórica patriarcal que nos niega y representa en clave androcéntrica y colonial.

Estos espacios de encuentro se deberían trabajar y proponer desde una impronta que tensione y desarraigue las construcciones discursivas esencialistas, idealistas y autocomplacientes del ser sujeta mujer y el ser feminista, sustituyéndola por una que abra posibilidades de pensar, crear y reinventar lo establecido y naturalizado desde la realidad material y también simbólica propia del mundo patriarcal.

La conciencia colectiva de las subjetividades políticas, la acción y el posicionamiento feminista ante la vida, las relaciones humanas alternativas a la familia y la heterosexualidad obligatoria y las formas y opciones de organización de las mujeres, son para Julieta Kirkwood la sabiduría feminista. Esta debe tener lugares de enunciación, para que así se transmita nuestra memoria basada en la epistemología feminista.

Esta es conciencia grupal, se moldea de manera horizontal y circula por medio del flujo comunicativo y performativo transgeneracional, siendo un aporte para que repensemos uno de los grandes problemas de nuestro movimiento, tal como lo señala Alejandra Castillo (2018): la ausencia de afiliación genealógica feminista, que nos muestra y representa normalizando que siempre empezamos de cero, siendo mujeres solas y sin historia. No me queda más que rechazar la fragmentación por generación, pues encaja a la perfección con la despolitización y atomización del movimiento, lo que a su vez deviene en falta de estrategia y de acción política y práctica para abolir el orden estructural.


*Antropóloga social feminista del Museo de las Mujeres_Chile, Concepción.


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