¿Y si todo el territorio fuera feminista?

Denisse Ortiz Lienqueo*
Fotografía: Gentileza de Brigada de Arte y Propaganda – Coordinadora Feminista 8M

Esa era la consigna para esta acción, que también llamamos “Pañuelazo abortista”, que consistía en vestir con pañuelos verdes los monumentos del eje central de la Alameda y en diferentes sectores de Santiago.

Nos juntamos el 8 de marzo cerca de las 5:30 am en Plaza Italia. Aunque cansadas por la intensa semana que tuvimos previa al 8M, estábamos felices y ansiosas por empezar a vestir de verde la ciudad. Mis compañeras tenían la misma felicidad y el brillo en los ojos que cuando nos juntamos, días antes en el GAM, a imaginar y planificar qué monumentos intervendríamos con pañuelos verdes para que esta ciudad fuera feminista –sí, ¡una ciudad feminista!– y que la mañana del 8 de marzo amaneciera invadida por estos pañuelos verdes, que simbolizan la lucha por el derecho a decidir sobre nuestras vidas, es decir, por un aborto libre, legal, seguro y gratuito para todas. Queríamos que los pañuelos cubrieran Santiago como una ola verde abortista, para poder olvidar, por un momento, que esta ciudad no nos glorifica ni nos honra con sus monumentos, que solo nos representa con forma de virgen, ninfa o sirena, como un ser sin voz, como un objeto. Y así ocurrió.

El Pañuelazo abortista a los monumentos, fue una acción simbólica que nos permitió imaginar y proyectar una ciudad en la que podremos caminar tranquilas y seguras, a cualquier hora del día o la noche, sin que nadie se sienta con derecho sobre nuestros cuerpos. Soñar con una ciudad en la que ganamos el mismo sueldo que nuestros compañeros varones por realizar el mismo trabajo. Una ciudad en la que se visibiliza el trabajo doméstico, que es realizado casi exclusivamente por mujeres, y en la que no existe la doble jornada laboral. Una en la que no mueran mujeres por abortos clandestinos bajo condiciones precarias. Finalmente, una ciudad que no nos violenta por el solo hecho de ser mujeres, lesbianas o disidentes.

Soñamos juntas, y cada pañuelo que colgábamos sobre una estatua representaba un triunfo que nos hacía saltar de alegría, porque nos acercaba cada vez más a este ideal. A medida que se sumaban pañuelos, nos apropiábamos cada vez más de esta ciudad.

Para esta acción armamos cuatro grupos: mientras nosotras colgábamos un pañuelo gigante al caballo de Botero frente al MAC, otras compañeras vestían a Condorito, en San Miguel. Paralelamente, había compañeras trepando el monumento a Andrés Bello, en el frontis de la Universidad de Chile, y el cuarto grupo se encargaba de vestir a Pedro Aguirre Cerda, en el paseo Bulnes. Actuamos coordinadas, para que esa mañana amaneciera con la mayor cantidad de pañuelos verdes distribuidos en diferentes puntos de Santiago. Fueron más de setenta pañuelos en total.

A eso de las 6:30, en el parque forestal, nuestro grupo se cruzó con el de otras compañeras que estaban cambiando los nombres de las calles por los de mujeres destacadas de la historia de Chile. Fue un maravilloso “crossover feminista”. ¡Estábamos transformando juntas la ciudad! Nos pusimos muy felices de verlas y saludarlas a lo lejos.

Recuerdo ese día y me lleno de emoción y agradecimiento hacia mis compañeras. Agradezco poder accionar con ellas, en un grupo en el que la confianza, el respeto y la calidez estuvieron presentes en cada momento y en abundancia. Va a quedar grabado en mi historia y en mi corazón todo lo vivido y compartido ese día y los días previos al 8M.

Yo no quería que terminara, estábamos apropiándonos de los espacios y ningún monumento nos resultaba muy alto ni inalcanzable. Ese día llegamos a todos los que nos propusimos y, al terminar la jornada, nos separamos con abrazos, alegría y cansancio. Más tarde nos volveríamos a encontrar, en la que resultó ser una marcha histórica de mujeres que salen a la calle a manifestarse, nuevamente apropiándose de ella.

El “Pañuelazo abortista” tiene un sentido especialmente importante para mí y mi historia familiar, y es que yo quería mucho a mi abuela, pasé mucho tiempo con ella durante mi infancia, era una mujer melancólica, que siempre me decía que su mamá la había abandonado a ella y a sus dos hermanos. Pasaban los años y mi abuela aseguraba que su mamá se había suicidado cuando ella tenía 4 años, que no había pensado en sus hijos cuando lo hizo. Hasta el día en que murió, a los 86 años, mi abuela lloraba por su mamá y por lo que le había tocado vivir. Pobre viejita. Con el tiempo, me enteré de la verdadera historia: mi bisabuela se había enamorado de un hombre que no era su marido y quedó embarazada, por lo que se tuvo que practicar un aborto en condiciones paupérrimas, poniendo en riesgo su vida. Murió desangrada. Era cantora, vivía en el sur y me imagino que era muy alegre, porque la invitaban a que avivara las fiestas con su música. Seguramente, jamás pensó en suicidarse, pero para las mujeres de esa época, ciertas cosas no estaban permitidas, por lo que se vio obligada a tomar la decisión de abortar clandestinamente para ocultar su embarazo. Mi abuela estaba equivocada, ella no decidió morir, se practicó un aborto y murió por las malas condiciones en que se lo hizo. Al igual que muchas mujeres.

Crecí pensando en que un aborto siempre acarreaba una gran tragedia, como en este caso, que traspasa generaciones. Y no tiene por qué ser así, me niego a que estas historias se repitan y que más mujeres se expongan a morir en abortos que, si se realizaran bajo supervisión médica, no acarrearían complicaciones para su salud. Mueren porque son pobres, eso ya lo sabemos. Y me niego a que siga ocurriendo.
Mi abuela falleció hace algunos años. Me habría gustado consolarla y decirle que su mamá no la abandonó, que no llorara más por eso y que, obviamente, la quería mucho a ella y a sus hermanos, que no fue su culpa y no los quiso dejar solos. Le diría que todo lo que vivió se habría podido evitar si su mamá hubiese podido acceder a un aborto legal y seguro. Y que ninguna de las cosas terribles que sufrió siendo una niña huérfana habría ocurrido en una ciudad feminista.


*Estudiante de ingeniería Industrial, Usach. Participa en la Brigada de Arte y propaganda de la CF8M y en Cocina Comunitaria Santiago.

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