Equipo editorial Rufián Revista

Para la publicación del número 18 de nuestra revista, en mayo de 2014, Rufián cambió de nombre, por primera y única vez, y pasó a llamarse Rufianas Revista. Desde entonces, además, las integrantes de este colectivo nos identificamos con ese epíteto: somos “las rufianas”. Este acto performativo marcó el inicio de un camino que seguimos transitando, juntas, cada día: el feminismo.

Rufián no nace como una revista feminista, sino que llega a serlo. Para eso pasaron no solo varios números y algunos años, también infinitas conversaciones, intercambios, aprendizajes y crecimiento colectivo. En este andar, de varias maneras posibles, nos constituimos en familia. Nos hicimos feministas juntas. 

Para el año 2014, cuando apareció el número 18 de Rufián Revista, no teníamos una conciencia discursiva del feminismo. No como grupo, al menos. Pero estaba con toda claridad nuestra historia personal y colectiva, la intuición de un lugar invisibilizado. Había otra razón muy concreta y operativa: a pesar de haber tenido varios compañeros en el equipo, siempre terminábamos siendo solo mujeres. ¿Cómo era posible, entonces, que eso no diera una señal precisa de nuestro camino? 

Decidimos hacer un número dedicado a explorar diferentes miradas sobre el papel político de las mujeres. Sin tratar de acabar con la revisión de un espacio, intentamos indagar un poco en respuesta a una necesidad propia, en los diferentes caminos y particularidades que marcaban las diversas luchas. 

Tomamos varias decisiones editoriales. Contactamos personas, pedimos referencias, correos, números de teléfono. Es posible que así se vea y se sienta el nacimiento de una red importante de resistencia. Algunos artículos abordaron de manera directa el feminismo y algunos reclamos históricos como el derecho al aborto; otros fueron el descubrimiento de una historia personal en medio de una lucha común. Pero todos reclamaban un espacio, un lugar puntual escrito en primera persona singular y plural. 

Con el trabajo encaminado a su publicación nos vimos enfrentadas a una decisión que afectaba, en el mejor de los sentidos, nuestra identidad. La revista, por primera y única vez, dejaba de llamarse Rufián y pasaba a nombrarse Rufianas. Podría parecer un gesto pequeño, pero no lo es. 

El 2014, para nuestro cuarto año de vida, el nombre Rufián no solo significaba algo para un grupo pequeño de personas que nos leían con entusiasmo, sino también significaba mucho para nosotras. Habíamos encontrado y construido un lugar propio desde donde hablar, donde amplificar las voces que nos rodeaban. Un lugar al cual pertenecer, al final. El abandono de la marca nominativa de nuestro espacio era también una renuncia a la identidad fija e inflexible. En ese sentido, volvíamos performativo nuestro género colectivo, lo desviábamos, lo investíamos de nuevas posibilidades públicas y políticas. 

Para el mes de mayo del año 2014 no solo nos convertimos en Rufianas, sino que también comenzó un proceso de discusión entre nosotras que no tuvo vuelta atrás. 

¿Quedaría entonces establecido que éramos una revista feminista? ¿Qué significaba eso en la práctica, en nuestro quehacer como colectivo y como medio de comunicación? ¿Acaso todas las integrantes éramos o debíamos ser feministas? No todas estábamos en ese lugar (todavía). ¿Cerraríamos nuestras filas a integrantes hombres? Eso era más fácil. De uno u otro modo habíamos llegado a ser un equipo puramente femenino y no parecían haber hombres interesados en mantener un compromiso de colaboración en Rufián. No seguiríamos buscando. ¿Publicaríamos solo artículos escritos por mujeres? Esa fue la primera discusión que sacó chispas en esta nueva etapa. Algunas pensábamos que no era justo, ni en línea con nuestros principios, negarle el espacio a voces masculinas que tuvieran algo que aportar a las causas que reivindicábamos como organización. Algunas de nosotras opinábamos, por el contrario, que las voces masculinas tienen suficiente espacio en los diversos medios tradicionales e independientes, y que precisamente nuestro llamado es a dar volumen a voces que no están siendo escuchadas. Acordamos, como primer paso, no cerrarle la puerta a nadie, pero hacer un esfuerzo activo por incorporar artículos de autoras mujeres. La lógica era simple: dada la igualdad de género en la que creemos, es estadísticamente imposible que, para un tema equis que queramos abordar en la revista, no exista al menos una mujer que tenga algo interesante que decir al respecto (y, muy probablemente, sean muchas mujeres, con algo más que interesante, necesario y hasta ahora no dicho). Entonces, si no estamos publicando a esa mujer, es por pereza, falta de imaginación o, simple y llanamente, machismo.

Así, esta primera decisión sobre nuestra línea editorial abrió un camino que se ve claramente reflejado en este nuevo número: hoy estamos publicando casi exclusivamente artículos escritos por mujeres.

Además, dio el puntapié para otro giro, que merece no pasar desapercibido. En estos diez años, hemos establecido lazos con numerosas organizaciones, cuyas labores se despliegan en las más diversas luchas. Pero desde 2014 en adelante, el desarrollo orgánico de nuestro trabajo y de nuestras exploraciones internas se dio trazando redes colaborativas con otras organizaciones feministas, en consonancia con la forma en que se ha desplegado la lucha feminista en las calles y asambleas.

Rufián no nace como una revista feminista, sino que llega a serlo. O más bien está siempre llegando. Porque cuando nos preguntamos qué significa ser una oranización feminista, “conversémoslo” ha sido la respuesta abierta más precisa. Conversar, conversar, equivocarnos, pensar, retroceder, avanzar, solidarizar y organizarnos; conversar, conversar y equivocarnos mil veces más. Hablar y escuchar, inspirarnos y abrazarnos. Y aprender, aprender y aprender. Siempre juntas. Nos hacemos feministas juntas.

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