Representaciones de la alteridad mapuche en el contexto del estallido social

Felipe Pacheco Reyes*

Publicado originalmente en Revista Punto de Fuga el 27 de enero de 2021.

Desde el estallido social del 18 de octubre del 2019 en Chile, la marea de imágenes que desbordó las calles y las redes sociales suscitaron todo tipo de expresiones artísticas, símbolos y consignas, que reforzaban demandas que remontan su origen con anterioridad a la fundación de la república. Con esto me refiero a la persistente lucha por la autodeterminación del pueblo-nación mapuche la cual, entre muchas estrategias, ha generado símbolos que, desde hace años y en especial en este último tiempo, han eclosionado en la visualidad nacional. 

Hablo de la Wenüfoye, la bandera con la cual se reconoce al pueblo-nación mapuche a lo largo y ancho del Wallmapu, no solo en este lado de la cordillera (Ngulumapu) sino también en el Puelmapu (territorios mapuche presentes en la actual Argentina).

Es bajo la bandera mapuche, como símbolo, que quiero plantear este artículo, al delinear el posicionamiento que actualmente tiene en nuestro país la alteridad nacional Mapuche, y cómo a la vez ésta ha cambiado las nociones de nuestra identidad y la reapropiación cultural de nuestras subjetividades.

La dimensión crítica representacional de la estética mapuche, que cobra sentido en la crisis social como sujetos de la subalternidad, el cual es excluido, negado y a la vez incluido dentro de los parámetros de nuestra sociedad en su negación, busca y reniega su subordinación e ingresa como eje significante primordial en la escena nacional visual, donde a través de sus representaciones da a conocer su lucha identitaria en panoramas de múltiples sentidos. La alteridad mapuche, como uno de los significantes más ilustres dentro de las manifestaciones y los múltiples sentidos que afloraron en ella, como ilustración propia del neobarroco latinoamericano que se expresa en la multiplicidad de expresiones y visualidades que eclosionaron en el estallido social, sus significantes de lucha como deconstrucción del sujeto moderno en sus discursos emancipatorios, están entre los más contingentes en la materialidad exhibida de la explosión visual, promoviendo el proceso de análisis de lo mapuche en el marco nacional.

En un primer sentido histórico, es necesario determinar que la lucha del pueblo-nación mapuche por establecer derechos fundamentales como la autodeterminación, han sido ejecutados desde mucho antes de la llegada del europeo al territorio, y documentado por primera vez en el Parlamento de Quilín en el año 1641 que estableció una pseudo paz entre mapuche y españoles, el cual posteriormente fue ratificado en enero del año 1825 con la naciente República de Chile a través del Parlamento de Tapihue, regulando las relaciones y delimitando la convivencia entre ambas naciones. [1] Sólo fue, a partir del proceso de ocupación de La Araucanía iniciada en 1861 por el Estado chileno, junto a todos los despojos y violaciones que implicó, que los mapuche fueron reducidos a campesinos pobres, y que ha generado las actuales luchas de reivindicación suscitando todo tipo de expresiones que toman sentido y dan forma al panorama actual.

En este sentido, se aprecia en parámetros estéticos la construcción y resurgir de toda clase de símbolos, los cuales se orientan a la descolonización ideológica y a la reapropiación identitaria. Los procesos de construcción de símbolos están estrechamente ligados al desarrollo y formación de políticas que apuntan a la reivindicación de su cultura y al reconocimiento de los mapuche como nación. Si bien, dichos símbolos tienen como fin lograr una cierta cohesión entre los sujetos a los cuales les genera sentido, es de mi interés dar cuenta como en las últimas tres décadas ha habido un aumento en el auto-reconocimiento identitario hacia la etnia mapuche de un porcentaje relevante de la población nacional. Cabe señalar que en el Censo del 2012 realizado en Chile, más de un millón y medio de personas se autoidentificaron y autorreconocieron como mapuche [2], cifra que demuestra la mayor aceptación a la ascendencia étnica.

Este último hecho nos remite al concepto de identidad, la cual en algún momento fue negada por los chilenos a lo largo de la historia republicana, debido a diversas razones como la colonización, estigmatización sociocultural y el detrimento, entre otros. Sin embargo, actualmente el significado del ser mapuche adquiere otras proporciones que desborda, no sólo en el plano étnico, sino que también la decimonónica noción de un Chile homogéneo. Al respecto Beverley nos comenta:

Esta dinámica de doble negación sin superación, de no olvidar en el acto mismo de afirmarse como sujeto en un nuevo contexto, de ser ´doble´ o múltiple, podría leerse como la figuración de la posibilidad de un nuevo discurso de lo nacional en relación a lo indígena y lo subalterno -es decir, del “pueblo“. [3]

En la multiplicidad de identidades que abordan al sujeto en Latinoamérica (¿latino? ¿chileno? ¿mapuche? ¿o las tres?) se vierten dos sentidos: la identidad como conjunto de costumbres, ideas, valores y pensamientos como puesta valor, en este caso de los sujetos mapuche, frente a lo occidental; y dos, en la forma en cómo occidente nos nombra. Con esto, la construcción y resurgir de símbolos apunta a enmarcar al universo de lo mapuche como sujetos alternos que se desmarcan de los campos de significación occidentales y ponen en valor su diferencia. Tal como lo señala Canclini en Culturas Híbridas:

En un mundo tan fluidamente interconectado, las sedimentaciones identitarias organizadas en conjuntos históricos más o menos estables (étnicas, naciones, clases) se reestructuran en medio de conjuntos interétnicos, transclasistas y transnacionales. Las maneras diversas en que los miembros de cada grupo se apropian de los repertorios heterogéneos de bienes y mensajes disponibles en los circuitos transnacionales genera nuevas formas de segmentación: dentro de una sociedad nacional. [4]

De esta manera la reestructuración del sujeto mapuche dentro de los límites que denominamos ´Chile´ ha tenido variantes de todo tipo, y hoy en día abarca un espectro que va desde mapuche campesinos rurales hasta sujetos con un avanzado nivel educativo relacionados a altas esferas políticas, sociales, educacionales y económicas. El mestizaje, junto a la remodelación de hábitos han producido hibridaciones que desbordan al sujeto mapuche tradicional y ha generado una variedad de formas del ser mapuche situados en medio de la heterogeneidad nacional e incluso internacional. El constructo social del mapuche como campesino sólo es adjudicable, a grandes rasgos, en los dos primeros tercios del siglo XX. Desde el primer contacto con los occidentales los mapuche han dialogado con su institucionalidad y formas de vida, buscando maneras de establecer el intercambio y la cooperación mutua dentro de parámetros que den garantía de igualdad. 

A lo largo de la historia republicana la identidad mapuche ha tenido las variantes más discordantes. De pasar a ser en un principio valientes guerreros hasta tener hoy en día el estigma de terroristas. ¿Quién designa al sujeto mapuche, quién narra y sobre qué base? La designación, como diferencia específica individualizada, se encuentra articulada por grupos de influencia que podemos apreciar a través de dualidades significantes: el que nombra y el nombrado. Por lo tanto, se intenta establecer un cierto historicismo en cada designación a la que se adhieren los entes significantes, en la justificación y uso de aparatajes de control estatal. Desde la Ocupación de La Araucanía se apela a la disponibilidad del lenguaje en los procesos reduccionarios que se llevaron a cabo, para así justificar procesos de dominación como lo fue entender la invasión a los territorios mapuche como “pacificación de La Araucanía”, sin considerar que la paz y la pacificación operan a través de la violencia. Hoy en día los organismos de control del orden público que han sido designados a las zonas de conflicto, efectivos policiales capacitados y militarizados, no han más que agravado el conflicto político y la violencia en la zona. 

El illkun (enojo) ha devenido por la criminalización y represión de la demanda mapuche por la recuperación de los espacios y territorios usurpados, caracterizando la relación actual entre los mapuche y el Estado chileno. El sujeto mapuche subalterno en su esencialismo estratégico el cual, en el movimiento significante de reconocer un orden colonial dominante sobre sus estructuras de desarrollo, identifica, además de una denominación semiótica que lo aleja en gran parte del imaginario colectivo nacional, el requerimiento de una construcción ideológica de un orden social distinto con otra escala de valor. Así, “el sujeto colonizado construye su identidad dentro de una narrativa distinta de la narrativa de la sociedad civil, la “esfera pública” burguesa y la nación: una narrativa de comunidad, tradición y territorialidad limitada”. [5]

Aun así, el indígena, el mapuche, no se construye como un sujeto premoderno sino como sujeto subalterno de la modernidad, se adapta al tiempo y circunstancia de los procesos civiles, pero desde su territorio y entendimiento social, es decir, a su manera, la cual es diversa. Su relación con la modernidad contemporánea no necesariamente implica hibridación, ya que dentro de los entes implicados en el mundo mapuche existe una heterogeneidad, en donde la transculturación no llega a los estratos más tradicionales. De esta forma, surgen imaginarios y representaciones mapuche cada vez más presentes en las ciudades. En el resurgir de símbolos encontramos al kultrún, instrumento ceremonial y la Guñelve, la estrella de ocho puntas presente en las primeras banderas mapuche y que se remontan hasta los tiempos de Leftraru (Lautaro); en la construcción de símbolos encontramos a la ya mencionada Wenüfuye, creada en 1992 por el Aukiñ Wallmapu Ngulam (Consejo de todas las tierras); y también las palabras y abreviaciones de la causa mapuche Marichiweu (diez veces venceremos) y PPM (Presos Políticos Mapuche).

Dentro de lo que concierne a la representación del otro, visto como el ser mapuche, en las ciudades se dan dinámicas de reconocimiento y negación. Pensemos en la emblemática capital de La Araucanía, Temuco. El mapuche se encuentra envuelto en una dinámica contrastante, socialmente visto como el otro se encuentra, al mismo tiempo que inscrito en la originalidad de su plano geográfico, relegado y desplazado de su propio territorio, la frontera es social y política, y al mismo tiempo que la iconografía citadina se enmarca en los imaginarios mapuche (como la fachada de la intendencia como chamal, el suelo de las calles con ngümin por todos lados, el kultrún en barreras y puentes) de igual forma el sujeto en su corporalidad es excluido a través de sus oficios, rasgos, aspecto, vestimenta y modo de hablar, en donde el aparato represivo estatal ejerce la mayor labor, renegando la primigenia pertenencia e identidad del pueblo-nación mapuche.

La noción de identidad se liga internamente con el surgimiento de la matriz narrativa del relato historiográfico, que da cuenta de la construcción de la historia del territorio en disputa, en donde al mismo tiempo que el sujeto mapuche se inscribe pujantemente en el marco nacional, la violenta eclosión decimonónica entre el Estado chileno y la nación mapuche es reafirmada y negada al mismo tiempo. El mapuche desde su integración a la historia, la cual se corresponde con la historia latinoamericana, ha sido el sujeto colonizado, categoría que hasta hoy se extiende considerando su figura como subalterno, de sujetos subordinados materialmente y culturalmente, los cuales dotados por un carácter de exterioridad ejercen su proceso de emancipación a través de la reorganización política y cultural en el ámbito de lo representacional, [6] lo cual nos remite a la dimensión estética, en donde sus expresiones van dirigidas a un proceso de deconstrucción. 

Entre las diferentes luchas que se alzaron el 18 de octubre, la causa mapuche es eje primordial, y el imaginario representacional significante que se visualizó fue variado y masivo. En Santiago de Chile la utilización de la Wenüfoye junto a el Guñelve en la bandera azul fueron los de mayor presencia, no solo en formato bandera sino también en grabados, bandanas y todo tipo de calcomanía. A estos símbolos se les incluyó representacionalmente las estatuas de las etnias diaguita, selk-nam y mapuche, las cuales estaban ubicadas en la “zona 0” de las manifestaciones, junto a diferentes actos significantes y grafitis. La explosión visual acontecida reforzó lo mapuche al centro de la discusión pública, dando un mensaje al discurso homogeneizador nacional exclamando “estamos aquí y somos miles, no nos pueden ocultar”, porque la demanda de inclusión y la negativa a la pretendida subordinación desbordaba todo el horizonte político.

La dimensión material y de idealidad de la visualidad mapuche en el estallido social son el recurso más significante de la estética neobarroca como propiamente latinoamericana. Visto como la deconstrucción de la identidad homogénea, “el neobarroco, refleja estructuralmente la inarmonía, la ruptura de la homogeneidad, del logos en tanto que absoluto, la carencia que constituye nuestro fundamento epistémico” [7], ya que nada está subordinado. El cuerpo significante de la visualidad mapuche no se deja clausurar, su significado está cifrado en la materialidad misma a la que evoca en los múltiples sujetos que entran en acción con ellas. No se terminan de generar significados ya que no se terminan de generar relaciones entre elementos que constituyen a este cuerpo visual.

Así lazos comunicantes y de intercambio pueden identificarse entre y fuera del corpus visual de lo mapuche, la materialidad y los signos no nos dejan, sino más bien se resignifican y reconstituyen dentro de los múltiples imaginarios que se evocan. La proliferación significante nos relaciona con otros significantes que a la vez nos dirige a otros campos de sentido: lo mapuche con el negro matapacos es contra la represión policial, el negro matapacos con la lucha popular, la lucha popular con el capucha, y así, cada conexión nos brinda una expectativa de sentido en un significado que es parcial y espera más. El campo de la visualidad del 18-O captura la atención del espectador y lo hace justamente en la expectativa de sentido, la cual no deja de satisfacerse, como quien cada viernes al atardecer miró atónito el mar de luces de teléfonos celulares o fuegos artificiales en la lucha por un Chile más digno.

De esta manera la estética representacional mapuche como sujeto subalterno del estallido social, da cuenta de la lucha identitaria contra el discurso homogeneizador nacional, desmiente y rechaza la unidad identitaria a través de múltiples y resignificantes imágenes que han quedado impresas en el imaginario colectivo. Queda de manifiesto la conciencia de una heterogeneidad nacional, la cual intenta ser rescatada y puesta en valor como pertenencia de nuestra realidad. Los impresionantes y dramáticos hechos de la crisis social que dan cuenta de la era neobarroca en la cual nos encontramos. El deseo de una reconstrucción social de nuestra propia existencia es hoy, más que nunca, vital para nuestro bienestar y supervivencia en la búsqueda de un mundo mejor.

[1] Correa, M., & Mella, E. (2010). Las razones del inkull/enojo. Santiago: Ediciones LOM.
[2] Cayuqueo, P. (16 de julio de 2020). El Mostrador. Obtenido de https://www.elmostrador.cl/noticias/opinion/2013/04/06/un-millon-y-medio-de-razones/
[3] Beverley, J. (2010). La interrupción del subalterno. La Paz: Plural.
[4] Canclini, N. G. (1990). Culturas Híbridas. III Congreso de la Asociación Internacional para los estudios de la Música Popular (págs. 1-18). México: Grijalbo.
[5] Beverley, op. cit.
[6] Canclini, op. cit..
[7] Sarduy, S. (1987). Ensayos generales sobre el barroco. Buenos Aires: FCE.


*Estudiante de Teoría e Historia del Arte en la Universidad de Chile. Miembro del equipo editorial de la revista estudiantil Punto de Fuga, Facultad de Artes Universidad de Chile. Correo: felipe.pacheco.r@ug.uchile.cl

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