
* Eeva Talvikallio.
(Traducción, Camila Bralic)
En aquellos países de la Unión Europea, incluyendo a Finlandia, que aparentemente no han hecho nada para causar la crisis, pero que estarían obligados a pagar en caso de que los endeudados no lograran reactivar sus economías con las medidas propuestas, la oposición a «tirar más dinero a esos pozos sin fondo» crece día a día.
Finlandia se encuentra en la periferia norte de Europa. Para acceder a ella, hay que llegar ya sea por avión o por ferry, pasar a través de la casi deshabitada frontera norte con Suecia y Noruega, o arreglárselas con los trámites de visado en Rusia por el este. Es lo más parecido a una isla que un país puede llegar a ser, sin serlo realmente.
Con una población de unos 5,5 millones de personas ocupando un espacio de 338.000 km2, Finlandia es el país con menos densidad poblacional de la Unión Europea. Alrededor del mundo, es normalmente conocida por la calidad de su sistema educacional, por su éxito en la industria de alta tecnología (Nokia), por su limpia naturaleza, por la relación extrañamente natural que su gente tiene con la desnudez, o por Santa Claus. A menudo puede encontrarse a Finlandia en las primeras posiciones de diversos rankings mundiales, como “el mejor país donde vivir”[i], o como “una de las economías más competitivas del mundo[ii]”. Existe un dicho finlandés que resume bastante bien este escenario: “Nacer en Finlandia es como ganarse la lotería”, en el sentido de que es igual de afortunado e igual de improbable. Agreguemos encima de todo un idioma que prácticamente nadie más en el mundo es capaz de entender, y es fácil ver por qué a los finlandeses les gusta considerarse como algo bastante único.
Sin embargo, no importa cuán únicos y aislado nos sintamos a veces, Finlandia no es una isla (en ningún sentido de la palabra), y no está separada ni es inmune al resto del mundo. La globalización no nos ha pasado por alto, y también aquí la abrumadora ola de neoliberalismo ha andado su “larga marcha a través de las instituciones”. Con la desregularización de la economía, la liberalización financiera, y una integración profunda en la “economía occidental” (en particular a través de la Unión Europea), en apenas unas pocas décadas Finlandia se ha transformado exitosamente en una economía modelo de libre mercado.
Por supuesto, este proceso ha tenido tanto sus beneficios como sus desventajas, ninguno de los cuales debiera ser analizado en demasiado detalle sin adentrarse en los variados aspectos del contexto nacional (tarea demasiado extensa para los propósitos de este artículo). Sin embargo, podemos hacer algunas observaciones generales con cierta certeza: primero que nada, es cierto que, en general, el estándar de vida en Finlandia se ha elevado desde los inicios de la globalización, aunque sin embargo es discutible si se trata de una consecuencia directa de la globalización o si es simplemente una coincidencia temporal debido a otros factores. Al mismo tiempo, se han recortado considerablemente las políticas de bienestar social (siguiendo la tendencia general de reducir el rol del Estado), la vida laboral se ha vuelto más precaria (en la medida en que las industrias básicas han migrado a países con mano de obra más barata, y aquí a los trabajadores se les exige continuamente “mayor flexibilidad”), y el bienestar general de las personas se ha debilitado (se ve por ejemplo en el aumento de los problemas mentales, de la violencia y de la segregación social). También las brechas en los ingresos se han acrecentado y la ideología de la competencia se ha filtrado en todos los aspectos de la vida, penetrando en la sociedad como un todo -los lugares de trabajo, las universidades, el sistema educacional-, llegando a afectar la manera en que los individuos ven el mundo, a sí mismos y a los demás. Hoy Finlandia es un país altamente competitivo e individualista, con una economía fuertemente dependiente del mercado internacional y sensible a las fluctuaciones de la economía global.
El más reciente recordatorio de la pérdida de nuestra independencia económica fue, por supuesto, la arrasadora crisis europea. Como resultado de la crisis financiera global, gatillada por el colapso del mercado hipotecario estadounidense, y que se propagó alrededor del mundo con una rapidez espantosa, se han revelado los desequilibrios y debilidades estructurales y económicas de la Unión Europea -especialmente aquellos de la unión económica y monetaria europea, o la así llamada eurozona-, y las economías más débiles y endeudadas están perdiendo, una tras otra, su capacidad de crédito a los ojos del caprichoso mercado. En consecuencia, se dispararon las tasas de interés a través de las cuales estos países podrían obtener financiamiento, aumentando así los costos de su deuda y minimizando las posibilidades de que lleguen alguna vez a reembolsar algo… Finlandia, si bien no ha sido de los peor golpeados, tampoco ha escapado al impacto de la crisis, y también aquí una recesión se ve como una amenaza real.
Las soluciones de emergencia adoptadas hasta ahora para salir de este círculo vicioso han consistido principalmente en crear mecanismos[iii] a través de los cuales los países en problemas pueden acceder a nuevos préstamos para pagar los previos. En estas nuevas deudas, ejercen como garantes la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional; en otras palabras, los países miembros de la UE y el FMI, o más precisamente, los ciudadanos contribuyentes de aquellos países. En cuanto a los países que están siendo “rescatados”, las condiciones para beneficiarse de estos “paquetes de rescate” varían según el paquete y el país, pero en general consisten en medidas de una dura austeridad que traspasan el peso del pago a las espaldas de, una vez más, la gente común.
Estas medidas de austeridad ya han provocado masivas protestas, con cada vez más convocatoria entre quienes tendrían que sobrellevar sus costos, y muchos cuestionan su eficiencia como herramientas para reducir la deuda y el déficit público. En aquellos países de la Unión Europea, incluyendo a Finlandia, que aparentemente no han hecho nada para causar la crisis, pero que estarían obligados a pagar en caso de que los endeudados no lograran reactivar sus economías con las medidas propuestas, la oposición a «tirar más dinero a esos pozos sin fondos» crece día a día. Incluso el mercado, el verdadero objetivo de estos acuerdos, parece no tener fe en los esfuerzos de la UE, ya que no ha mostrado signos de estabilizarse como estaba planeado. En cuanto a los políticos, en todos los países involucrados, cuidan sus propios intereses -como todo el mundo-, buscando un equilibrio entre las demandas de las instituciones financieras, la opinión pública, la economía nacional y las obligaciones internacionales.
Todo esto tiene tan pocos precedentes y está ocurriendo con tanta rapidez, que es bastante dudoso que alguno de los que están tomando las decisiones para resolver la crisis haya tenido el tiempo necesario para analizar la situación tan profundamente como sería necesario. Mucho menos pensar en las consecuencias a largo plazo de las soluciones emergencia que han estado improvisando e imponiendo a los Estados miembros sin un rastro de democracia en el proceso. Mientras que las soluciones actuales no parecen estar llevando a ningún lado, cualquier alternativa que se separe a penas un poco de la corriente principal no son tomadas en cuenta, porque, bueno, tomaría demasiado tiempo e implicaría demasiado esfuerzo y riesgo político. En la medida en que continúa la indecisión y no se encuentra ninguna voluntad política o liderazgo verdadero, las críticas hacia la UE y su moneda común crecen día a día; cada vez más, son percibidas como meras herramientas en servicio de la liberalización financiera y económica, obrando en beneficio de unos pocos camuflándose en el discurso de «paz, prosperidad y estabilidad para los pueblos»; y la habilidad de la Unión para resolver la crisis está siendo cuestionada seriamente. En el momento de escribir este artículo, algunos ya están especulando sobre el colapso total del área del Euro.
Entre los más beneficiados con la creciente desilusión en las virtudes de la globalización liberal, y con la pérdida de fe en los partidos políticos tradicionales que las promueven, se encuentra el populismo nacionalista. En Finlandia, en las elecciones parlamentarias del 2011, el Basic Finns[iv], principal partido nacional-populista del país, obtuvo un 19,1% del total de los votos, aumentando su apoyo en un fenomenal 15%, mientras que los tres principales partidos que se habían alternado las posiciones más altas durante las últimas tres décadas, sufrieron considerables pérdidas[v].
Los principales temas del Basic Finns eran, entre otros: críticas en contra de la UE y el Euro; negativa a entregar más apoyo financiero a los países endeudados de la UE; endurecimiento de las políticas de inmigración y reducción de la seguridad social para los no nativos; disminución de la ayuda exterior; oposición a la OTAN; aumento de impuestos para las clases con altos ingresos; oposición al matrimonio homosexual y el derecho de adopción; promoción de «valores auténticamente finlandeses» y de una «verdadera identidad finlandesa». En resumen: falta de solidaridad para cualquiera que no sea «uno de nosotros», y énfasis en lo interno como una reacción defensiva ante las amenazas y la confusión de una globalización descontrolada. Como resultado del éxito del Basic Finns, otros partidos han adaptado sus posturas, y el escenario político finlandés como un todo se ha vuelto visiblemente más populista y orientado hacia los problemas internos.
Finlandia no es el único lugar donde esto está pasando. El populismo nacionalista va en aumento en toda Europa: en Noruega, Suiza, Hungría, los Países Bajos, Dinamarca, Austria… A medida que la inestabilidad económica global comienza a manifestarse en las vidas de la gente común, y las fuerzas políticas tradicionales parecen incapaces de entregar soluciones que sean suficientemente rápidas y eficientes, la gente se vuelve cada vez más hacia aquellas voces que reclaman tener soluciones. Parece no importar que las «soluciones» nacionalistas estén basadas principalmente en crudas simplificaciones de problemas complejos, creando fronteras artificiales e infundadas entre individuos y grupos para permitir la discriminación, y en una obsoleta confianza en el proteccionismo nacionalista y en la autosuficiencia; estas simplificaciones al menos hacen las cosas supuestamente más entendibles y controlables. En un mundo globalizado, plagado de perturbaciones que sobrepasan el entendimiento, la gente anhela algo aprehensible, algo estable, auténtico y real como una alternativa a la fría visión de un mundo relativizado más allá de toda esperanza, donde parecen no existir otras bases para valores compartidos que aquéllas del mercado. Y muchos parecen encontrar esta alternativa en el nacionalismo.
Pero existe otra opción.
Recientemente participé en la ENA (European Network Academy for social Movements), organizada por la ONG Attac[vi] en Freigurg, Alemania, donde unos 1400 activistas se reunieron para discutir la actual crisis mundial y pensar soluciones alternativas. Entre los participantes y conferenciantes se encontraban varias personas involucradas en los levantamientos del Norte de África, donde dictador tras dictador han ido cayendo bajo la presión de las masas que finalmente han dicho basta a la ilimitada represión y la continua lucha por existir. Al mismo tiempo, gente de este lado del Mediterráneo está protestando contra otro tipo de dictadura: la del mercado, servida fielmente por la elite económica y los políticos corruptos. Reunido bajo el lema «¡No somos mercancía en manos de políticos y banqueros!», el masivo movimiento popular, que inicialmente comenzó en España como protesta contra las crudas políticas de austeridad, se ha extendido a países en toda Europa. Los eventos del mundo árabe lo han influido considerablemente, y actualmente funciona como una fuente de inspiración para otros movimientos alrededor del mundo.
La visión general que empezó a tomar forma en la ENA fue la siguiente: estamos todos luchando con el mismo problema, aunque nos enfrentamos con diferentes aspectos dependiendo de dónde estemos situados. Y el problema es la excesiva concentración del poder. En todas sus formas -política, económica, física- el poder se ha ido concentrando en las manos de demasiado pocos, y ellos son incapaces de representar los intereses de las impotentes masas. El neoliberalismo, el capitalismo y la globalización económica son distintas formas de llamar a las ideologías y procesos que favorecen esta concentración. Y esos «pocos» que tienen acceso a ese poder, no son necesariamente individuos con nombre y apellido, sino visiones, posiciones y funciones que existen como una red de relaciones de poder -compleja y extendida globalmente- que se ha convertido en lo que es a través del curso de la historia sin ningún plan en particular, y que continuamente trabaja por mantener tanto su propia existencia, como una estabilidad relativa en el mundo. Mientras que los individuos que ocupan estos lugares de poder pueden ir variando y cambiando, el acceso a ellos es altamente restringido, y depende de una variedad de factores, como lo son el género, la raza, la nacionalidad, la religión, el contexto social, la educación, la personalidad y -tal vez más especialmente- el ansia de poder. Por lo tanto, las personas que de hecho ocupan esas posiciones, son extremadamente homogéneas, y consecuentemente, sus decisiones -que nos conciernen a todos- son tomadas en base a un espectro bien limitado de perspectivas. Si las condiciones de existencia son insoportables y uno no tiene acceso al poder que las determina, ni canales para hacerse escuchar, entender y sentir por aquellos en el poder, quedan pocas opciones fuera de resignarse completamente, o tomar medidas extremas, como por ejemplo, el terrorismo.
Y como el sistema actual favorece a aquellos que son originalmente fuertes y oprime a aquellos que son débiles desde el principio, se trata de hecho de un sistema muy natural, al mismo tiempo que es un sistema completamente inhumano: en la naturaleza, el más fuerte prevalece mientras que el débil fracasa, pero el grado de civilización de una sociedad humana sólo puede ser medida por cómo trata a sus miembros más débiles. Si los seres humanos actuaran verdaderamente según su condición humana -es decir, si usaran la libertad inherente en cada uno para hacer de su existencia aquello que quieren hacer de ella- no se afanarían por lo natural, sino por lo humano. Así pues, el hecho de que todavía hoy haya unos mil millones de personas hambrientas en el mundo, e incluso más privadas de los más básicos derechos humanos, mientras otros se sofocan en abundancia y exceso, no es sólo un insulto a la humanidad; es negar la existencia misma de la humanidad, entendida como una forma de existencia distinta y consciente de sí misma.
A riesgo de parecer ingenuamente idealista, me parece que es este sistema de relaciones de poder concentrado lo que está mostrando sus primeros signos de colapso. Y mientras diferentes aspectos son visibles en distintos lugares del mundo, sus primeras sacudidas también toman diferentes formas según la ubicación. En el norte de África, siguiendo el análisis presentado por los activistas en la ENA, los dictadores están siendo derrocados sólo como la primera y más obvia muestra de exceso de poder; detrás de ellos yace el verdadero poder represivo, es decir, el Imperialismo occidental. Desde la era de la exploración, el desarrollo occidental ha estado basado en la explotación -tanto de personas como de la naturaleza- y esta explotación no ha cesado, a pesar de que los títulos bajo los cuales es realizada hayan cambiado, así como aquellos que la llevan a cabo. Los dictadores árabes, que ahora están cayendo, han estado violando los derechos humanos desde siempre, y todo el mundo lo sabía bastante bien, sin embargo no se hacía nada al respecto porque también le servía a occidente para mantener la situación «estable». Los actuales levantamientos han destruido esta estabilidad, obligando a que la estructura se ponga en movimiento.
Al mismo tiempo, la crisis económica y financiera global está al borde de desplazar el poder desde los mercados al control de la gobernabilidad internacional; el aumento del populismo nacionalista es testimonio claro de cómo el poder político cambia a nivel nacional; Internet y los diversos medios sociales están desafiando cada vez más las formas tradicionales de comunicación e intercambio de información; etcétera. En el centro de todo esto, el paradigma capitalista de continuo crecimiento está siendo amenazado por los límites ineludibles de la naturaleza, y por aquellos individuos que, en número creciente, están eligiendo estilos de vida menos dependientes de la sociedad de consumo.
Todo esto puede ser mejor descrito, a mi parecer, por algo que Jean-Paul Sartre escribió en 1948, al describir la situación del invierno durante la Segunda Guerra Mundial: “De pronto, también comenzó para nosotros el gran escamoteo histórico […] Y nuestra vida de individuos, que parecía haber dependido de nuestros esfuerzos, virtudes y defectos, de la suerte buena o mala y de la mejor o peor voluntad de un reducido número de personas, se nos mostraba ahora como gobernada hasta en sus menores detalles por fuerzas oscuras y colectivas y reflejando en sus circunstancias más privadas el estado del mundo entero. […] La historicidad volvió sobre nosotros; en cuanto tocábamos, en el aire que respirábamos, en el libro que leíamos, en la página que escribíamos, en el mismo amor, advertíamos un sabor a historia, es decir, una mezcla amarga y ambigua de absoluto’ y de transitorio.”[vii]
Existen dos formas de reaccionar cuando la historia ocurre alrededor de uno. La primera y tal vez la más fácil, es ensimismarse, cerrar los ojos a lo que ocurre en el resto del mundo, concentrarse en las pequeñas cosas que están cerca, y tratar de incidir en ellas independientemente de lo que esté ocurriendo fuera. A nivel individual, esta puede ser una solución suficientemente satisfactoria para algunos, al menos temporalmente. A nivel global, sin embargo, un ensimismamiento generalizado puede llevar a resultados que nadie pretendió, y terminar siendo dos veces más dañino para todos (no hace falta retroceder mucho en la historia para encontrar ejemplos).
La otra opción es abrirse y ser sensible al mundo, tratar de ver las complejas relaciones que enlazan las existencias individuales con el todo, y adaptar las propias acciones en respuesta a ello. Esto no implica desprenderse o ignorar el propio contexto local y nacional; por el contrario, se trata de ver las partes conectadas al todo y actuar en beneficio de ambos. Se trata precisamente de lo que los altermundialistas pretenden cuando dicen que los problemas globales requieren soluciones locales. Pero elegir esta opción requiere consciencia. Requiere una consciencia que va más allá de las apariencias, que cuestiona cualquier respuesta fácil, y que está lista para adaptarse incluso a las verdades incómodas. Pero sobre todo, requiere consciencia de qué se necesita para lograr el propio bienestar -la principal preocupación de cada uno de nosotros-, y cómo ello está relacionado con el bienestar de otros. Porque no hay movimiento sin emoción, y si uno no siente el sufrimiento de los otros, uno tampoco actuará en pos de reducirlo.
Finlandia se encuentra en la periferia norte de Europa. Es fácil perderse en la periferia. Es fácil sentirse desprendido, insignificante y solo en la periferia. Pero confío en que no estamos solos, y sé que no estamos separados: porque para que exista una periferia, también debe existir un centro, y si existe un centro, debe existir mucha más periferia rodeándolo.
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* La autora es miembro de la delegación de Attac Finlandia, y actualmente está terminando sus estudios de Comunicación Multilingüe y Traducción en la Universidad de Tampere, Finlandia.
[i] Newsweek, 10 de agosto de 2010. URL:
<http://www.thedailybeast.com/newsweek/2010/08/15/interactive-infographic-of-the-worlds-best-countries.html> Visitado el 22 de septiembre de 2011.
[ii] World Competitiveness Reports, World Economic Forum. URL: <http://www.weforum.org> Visitado el 22 de septiembre de 2011. Más acerca de los éxitos de Finlandia, en: <http://www.vexen.co.uk/countries/best.html>.
[iii] Por ejemplo el Fondo Europeo de Estabilidad Financiero (EFSF) y el Mecanismo Europeo de Estabilidad Financiero (EFSM) de la Unión Europea, o el Servicio Ampliado del FMI (EFF). Actualmente se han puesto en marcha negociaciones para crear un Mecanismo de Estabilidad Europea (ESM) más permanente para remplazar los dos mecanismos de la UE ya citados.
[iv] También se usa el nombre «True Finns», ya que es la traducción proporcionada por el partido mismo, por razones obvias. Sin embargo, ya que Basic Finns entrega el sentido y contenido completo del nombre original en finlandés, de forma más exacta y clara, he preferido usar éste aquí, en lugar de lo que el partido propone.
[v] La Coalición Nacional, los Social Demócratas, y el Centro. Sus porcentajes de apoyo bajaron en un 1,9%, 2,3% y 7,3% respectivamente.
[vi] Asociación que busca establecer un impuesto a las transacciones financieras destinado a obtener fondos de ayuda a la ciudadanía. Ver URL: <www.attac.org>.
[vii] Sartre, Jean-Paul. ¿Qué es la literatura? Losada S.A., Buenos Aires. pp. 117-118. Consultado en URL:
<http://es.scribd.com/doc/62158243/Que-Es-La-Literatura>
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