¡Usted dígalo bien!

* Daniela Acosta

Decirle a alguien que es mamita, sea hombre o mujer, refiriéndose a su falta de valentía es bastante común en Chile. ¿Pensamos qué decimos cuando lo decimos? ¿Pensamos en nuestras madres o las madres que conocemos cuando lo decimos? Al parecer, no.

Los ejemplos de denostación de lo diferente y/o diverso y, en particular, de la mujer son abundantes en nuestra habla cotidiana. Supongo que también pasará en otros lugares del mundo, pero me referiré específicamente al caso nacional.

Así sucede, por ejemplo, cuando se usan las categorías de femenino o masculino para referirse a las características de una persona en particular o las acciones que pudiera realizar. Me explico. Cuando se habla de lo femenino o lo masculino, se habla de construcciones culturales y no de particularidades esenciales del hombre o de la mujer. Una mujer no tiene por qué ser suave ni cariñosa ni mucho menos buena para cocinar. Asimismo, un hombre no tiene por qué saber de electricidad, no mostrar sus sentimientos y ser el proveedor. De este modo, ser delicado en los modos no significa ser femenino y tampoco ser más duro en el trato es ser masculino. Estas construcciones sobre lo que es femenino o masculino, finalmente, no hacen más que presionar a los individuos para que se comporten de determinada manera y respondan a viejos conceptos que más que nada sirven para aumentar la discriminación.

De este modo, tampoco una actividad o trabajo corresponde que la realice un hombre o una mujer. Lavar, llorar, ser ingeniero, revolcarse en el suelo, cantar, cosechar, manejar maquinaria pesada, bordar y un largo etcétera, son actividades que pueden ser realizadas, perfectamente, tanto por una mujer como por un hombre.

En este sentido, sería mejor referirse a las características de una persona por su nombre. Si se quiere decir que alguien es bruto, hay que decirlo, pero no calificarlo de masculino por eso, pues se le hace un flaco favor a lo masculino. Así también, si una mujer habla golpeado, diga que tiene un carácter fuerte o es tosca, no que es poco femenina.

Una expresión que me ha tocado escuchar y que me choca bastante es que alguien se refiera a otra persona de actitudes cobardes o dubitativas llamándolo mamita, mami o niñita, solo por el hecho de no tomar una determinación o ser temeroso.

Por ahí podría ser que la palabra adecuada sea mamón, que si bien se refiere -según la RAE- a que todavía mama, también podría entenderse como alguien que no es independiente y que se esconde bajo las faldas de su madre.

Decirle a alguien mamá, mamita o niñita no tendría por qué significar que ese alguien es cobarde, no tiene fuerzas o le falta carácter, sino todo lo contrario. Una madre -no lo soy- me parece que es alguien muy fuerte, como para aguantar nueve meses con otra persona adentro, luego alimentarla de su propio cuerpo y cuidarla, sacar adelante a los hijos y todas las cosas que implican tener uno. La mamita, por supuesto, es una madre, pero muy, muy querida y tampoco hace referencia a alguien en una posición de desmedro. Y niñita, por último, es una niña, ni más ni menos, que como decía al principio, puede tener tantas características como le plazca, sin que ninguna de ellas sea necesariamente ser miedosa ni cosa parecida.

A través del lenguaje vamos delimitando lo que es una mujer y lo que es un hombre. Así, al usar los términos arriba señalados como mamita, maraca, zorras, etc., para designar algo malo, ridículo o falto de coraje, tenemos que tomar en cuenta que no solo estamos ofendiendo a la persona a la que designamos con tal adjetivo, sino que también caracterizamos -con o sin querer- a una mujer, asociándola a estos calificativos negativos. Por eso, me parece, estaría bueno que nos fijáramos bien qué decir y cómo decirlo, haciéndonos responsables por lo que sale de nuestra boca y explicarnos bien si es que queremos decir que alguien es cobarde, gallina, indeciso o pusilánime, para no reiterar desigualdades ni discriminaciones en nuestra habla.

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* Daniela Acosta: Santiago, 1982. Licenciada en Comunicación Social y periodista de la Universidad de Chile. Diplomada en Crítica Cultural por la Universidad de Chile y en Gestión y Política en Cultura y Comunicación por Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), sede académica Argentina. Ha escrito en las revistas «Ciertopez», «Aisthesis» y para el blog de literatura La Calle Passy 061. Ha publicado la versión digital el libro de poesía «la otra velocidad», por La Calle Passy 061 Ediciones, disponible en http://bit.ly/dT0fiL y forma parte de la antología de narrativa chilena «Voces -30». Actualmente trabaja en el portal Sicpoesiachilena.cl, proyecto de investigación del que es co-creadora.

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