
Mariana León Villagra[*]
El siguiente texto plantea interrogantes sobre la emergencia de la temática afrodescendiente en las ciencias sociales, de cierto modo reactivas al proceso etnopolítico de las organizaciones afrochilenas. El relevamiento que se da a esta temática como algo novedoso desde la práctica investigativa, tanto en el contexto político-cultural como en las agendas internacionales, llama la atención por la falta de cuestionamiento respecto de la omisión que vive la temática afrodescendiente en la producción académica.
Es difícil calcular cuánto mal puede hacer un solo negro introducido en un país. Las familias chilenas que aún conservan alguna sangre negra deberían posponer toda otra consideración, al contraer matrimonios, a la de eliminar ese resto de naturaleza inferior casándose con mujeres rubias chilenas o de los países del norte de Europa. Nicolás Palacios, Raza Chilena[1]
Comúnmente te interrogan ¿a qué te dedicas?; tras ello otra serie de preguntas para aclarar qué haces como antropóloga. La situación se tensiona aun más al señalar que investigas sobre población afrodescendiente en Chile. En los últimos años, observo un cambio en las reacciones, que van desde la sorpresa y la incredulidad, hasta un apasionado interés por saber de este grupo.
Se podría decir que en la bolsa de valores de la academia la temática sobre las poblaciones afrodescendientes, o lisa y llanamente “lo afro”, ha tomado valor transándose a mayor prestigio. Un tema emergente en Chile, novedoso y aún por explorar, donde respecto a otros países latinoamericanos estamos atrasados… ¿Acaso no existían poblaciones afrodescendientes, y solo después de la emergencia etnopolítica de las organizaciones afrochilenas, las ciencias sociales corren para tratar de entender quienes son estos sujetos como un tema emergente?
En mi pregrado -que no fue hace tanto tiempo- la trata negrera y sus consecuencias en cuanto al desarrollo cultural de América no eran un tema; tampoco el conocimiento de etnografías sobre poblaciones afrolatinoamericanas. La construcción de la “otredad” estaba basada principalmente en la cultura andina o la mapuche. Para qué decir sobre conocimientos respecto a África, que no se daban de una manera completa y que hiciera honor a la diversidad cultural de dicho continente, sino basados en la revisión de ciertos clásicos etnógrafos, sin comprender un contexto más complejo, tan estrechamente relacionado con América; ambas –África y América– hermanas en procesos de colonización (la trata negrera es quizás el proceso histórico-cultural más fundamental) y la contra-respuesta descolonizadora (como la revolución haitiana, la influencias de pensadores caribeños, o los apoyos directos de países latinoamericanos, como Cuba, para la luchas de liberación en países africanos).
Entonces, habiendo una rica producción escrita sobre la materia y con profundos debates teóricos sobre la diáspora africana, africanías, tercera raíz, etc., me pregunto por qué es un tema emergente –hoy, desde inicios del siglo XX, y crecientemente en los últimos años–, qué lo lleva a verse novedoso, como si de pronto esta población hubiera aparecido, o por qué nunca la ‘vimos’. A mi parecer, la trayectoria temática de las ciencias sociales chilenas no fueron tema, no por la existencia o inexistencia, sino porque hacían eco de la noción consensuada de que “en Chile no habían negros”, y los pocos que hubo desaparecieron al entrar en el ambiguo paradigma del mestizo.
Si bien algunos historiadores habían relevado la existencia de esclavos negros (Feliú, 1942; Vidal, 1959; Mellafe, 1959), los análisis llegan a límite temporal y convergen en el paradigma conciliador que dice que Chile fue un país donde prontamente se abolió la esclavitud, por ende, “desaparecieron” de la narración histórica y el tema se tornó raro o escaso en las agendas investigativas. Recientemente un grupo de nuevos investigadores[2] (sin estar ausentes de fricciones con cierto canon histórico) ha dado cuenta que no eran numéricamente tan despreciables, ni tan simples las relaciones de poder ni tan coincidentes las categorías de “negro” con “esclavo”, pues incluso lograban acceder a bienes y demandar a sus “amos” (González, 2007, 2014). Aún es necesario el diálogo con otras disciplinas para surcar las interrogantes sobre las adaptaciones culturales de estos sujetos y doblar la mano a los discursos hegemónicos –que parecieran seguir pesando– que los dejan en un pasado remoto, para no poner en peligro el proyecto de Identidad Nacional, donde no caben estos sujetos.
Es interesante tomar en cuenta la reflexión Bernardo Subercaseaux, sobre el periodo de instalación del Estado-Nación en Chile (1900-1930) donde una nueva elite construye un discurso de tiempo nacional como proyecto futuro, para esgrimir la Nación, a través de tres ideas fuerza: nacionalizar la educación, orientar la economía hacia la industria y mejorar la raza (Subercaseaux, 2007:29). Ideas que se reflejan discursivamente en la vivencia colectiva, que el autor denomina como: “tiempo integración”. En dicho periodo se instalan ideas nacionalistas –fortalecidas por la Guerra del Pacifico que acentúa la imagen del roto chileno como paradigma conciliador– y se consolida la idea de blanquear y consumar la europeización de la “supuesta raza chilena”. Esta categoría, una invención intelectual, más que fundamentos étnicos nacionales, vendría a llenar un vacío en la época para comprender e instaurar el nacionalismo chileno. En el libro Raza Chilena (1904) Nicolás Palacios elabora una representación de “raza chilena” que individuos, grupos u colectivos le dan sentido, otorgándole verosimilitud y credibilidad (Subercaseaux, 2007:77-78). Se podría decir, que desde el tiempo de integración, somos testigos de un consenso consolidado sobre lo criollo-mestizo, donde si había cabida a una cierta diversidad, recae en una mirada determinada sobre lo indígena (el araucano guerrero); y una ausencia notoria de los sujetos esclavos, negros, zambos, mulatos u afrodescendientes (como elemento deplorable para esta nación chilena)[3].
A mis ojos, las ciencias sociales y la antropología chilena desprevenidamente no problematizaron la existencia contemporánea de descendientes de esclavos negros, ni de continuidades o aportaciones culturales de estas poblaciones en Chile, en parte haciendo eco a este discurso hegemónico, lo que les impedía “ver/observar” con otros ojos elementos culturales que categorizaban como “mestizo”, “andino”, etc., sin ver relaciones interétnicas donde estaban presente poblaciones afrodescendientes. Quizás acentuaba esta miopía la falta de diálogo con otras etnografías latinoamericanas sobre el tema (querámoslo o no, muchas veces miramos más Europa que a nuestro entorno); o, tal vez, por la concepción de un paradigma determinado de “fenotipo” como la marca o huella para identificar al sujeto afrodescendiente/negro, donde la población afrodescendente en Chile no cabía[4].
La situación antes descrita también se hace presente en otros países y como Alejandro Frigerio señala, el tratamiento de los afroargentinos se opone a la narrativa dominante[5] de Argentina como: blanca, europea, moderna, que invisibiliza presencias y contribuciones étnicas y raciales; cuando aparece una, la sitúa en la lejanía, temporal o geográfica; se caracteriza por una ceguera respecto a los procesos de mestizaje e hibridación cultural; y enfatiza la temprana desaparición y la irrelevancia de las contribuciones de los afroargentinos a la cultural local (Frigerio, 2008: 119). Asimismo, problematiza cómo esta hegemonía valida un cierto estereotipo, el negro mota (un negro de verdad), desvalorando otras diversidad de tonos socialmente construidos.
En este sentido, también podríamos decir que en Chile ha habido poca problematización sobre el racismo o, digamos, de la categoría social de “raza” (a diferencia de otras academias latinoamericanas). Difícilmente se hallan análisis sobre los fenómenos de discriminación asociados a construcciones sociales racializadas o fenotípicas, sino que suele problematizarse bajo la categoría de “clase”, como paradigma sociológico hegemónico, para dar respuesta a estas discriminaciones. De ahí emergen discursos como “el chileno no es racista, sino clasista”, “a Chile le gustan los negros, no es racista”, y cuestionar que en nuestro país –histórica y contemporáneamente– existen relaciones socialmente racializadas, y operan discriminaciones sociales también a través del fenotipo, era poco considerado hasta hace unas décadas. Ahora, de un tiempo reciente para acá, con la llegada de poblaciones afrolatinoamericanas y otro tipo de migraciones, observamos una serie de discusiones respecto del racismo en Chile.
Una vez en terreno me dijo un pescador lafquenche, respecto a su experiencia en Santiago, “yo no tendré apellido mapuche, pero la cara de indio no me la quita nadie”, a propósito de vivencias discriminatorias que sufrió. O lo mismo, cuando yo interrogo “¿quién es el flaite?”, ¿no es acaso –más allá de su comportamiento y estética– un tipo moreno, pelo negro, tieso? Para dar cuenta que inconscientemente bajo la categoría de clase, se inscribe una discriminación que también pasa por el fenotipo.
Dado el contexto señalado arriba, el proceso etnopolítico que llevan a cabo las organizaciones afrodescendientes en la región de Arica no es solo enriquecedor porque instala la necesidad de observar la diversidad étnica y cultural en Chile y poner en agenda la discriminaciones racistas asociada a personas de origen afrodescendiente, sino porque también interpela a las negaciones, cegueras y olvidos por parte de las prácticas investigativas.
Que en la preparación de la Conferencia Mundial de Durban contra la Xenofobia y otros tipos de intolerancias, en el año 2000 en Santiago, se hayan proclamado la existencia de afrodescendentes en Chile; junto al consecuente surgimiento de organizaciones político y culturales de afroariqueños/afrochilenos, es un hito fundamental para la investigación cultural en Chile. El hecho increpó a la opinión pública sobre la negación de esta población, dejando de ser sujetos del pasado (que hacen poco ruido), sino que invitan a repensar el presente (y por qué no, para todo el territorio de Chile).
Ahora bien, en la última década, se ha gestado una agenda de trabajo por organismos multilaterales y organizaciones sociales para reivindicar la existencia de estas poblaciones, las consecuencias de la trata negrera y el racismo (la Conferencia Mundial de Durban (2001) de la ONU; el programa La Ruta del Esclavo de la UNESCO; El Decenio Internacional de los Afrodescendientes por la OEA). Además, existe una serie de convenciones que incentivan a los países a reconocer, investigar y cuantificar su población afrodescendiente, las cuales Chile también ha ratificado. Pero es la movilización social de los afroariqueños sumada a esta agenda internacional, lo que alimenta el interés de la institucionalidad estatal y académica, transformándose en un tema emergente. Se podría decir: hay una dialéctica entre comunidades e investigadores.
En estos años ha habido logros de las organizaciones afrochilenas que –reconozcamos– hoy en día se han instalado, se les conoce. Situación que 10 años atrás era impensada. El desarrollo de un estudio específico del INE para cuantificar la población tras la negación de incorporar la variable étnica de afrodescendiente en el “Mejor censo de la historia de Chile” es un gran avance, o, por lo menos, el puntapié inicial. A su vez, si bien existe un grupo de textos[6] e investigadores que están trabajando el tema, es incipiente como para instalar una escuela en Chile. A propósito, me atrevo a indicar ciertos reparos: se ha centralizado la investigación en la región de Arica, respondiendo a la posibilidad de estudiar contemporáneamente la población afrodescendiente. Más allá de la situación práctica, es importante que el corpus de textos no refuerce el discurso de que solo en este territorio hay presencia de elementos afrodescendientes, porque era parte del Perú. También hay que interrogar culturalmente otros territorios de Chile (como reflexiona Frigerio, no caer en solo reconocer esta presencia étnica en un territorio lejano, fronterizo, para no cuestionar la hegemonía de la construcción nacional de Chile).
Por otro lado, también se debería propender a que el análisis de la persecución a la población afrodescendiente en la chilenización no se realice solo respondiendo a una situación de pugna nacional por ser peruanos, sin cuestionar la estructuración racista del proyecto de nación en Chile; ni se tienda a la esencialización que indica “pérdida” cultural o fenotípica, volviendo a recaer en ideas sustancialistas de lo cultural, o biologisistas de raza; sin comprender las adaptaciones culturales o que el fenotipo es socialmente construido.
Así, parece importante considerar, para profundizar en el tema: primero, que este fenómeno de construcción de identidad sea analizado considerando procesos transnacionales –como la diáspora africana, o la circulación globalizada de íconos afro– y locales, los que hacen eco de procesos de etnogénesis y etnopolíticos de esta población (Perez Montfort y Rinaud 2011; Mora 2011); segundo, es necesaria la comprensión de relaciones históricas de vinculación entre poblaciones, y por ende una construcción interétnica en el marco cultural andino (Celestino 2004; León 2014) para el caso de Arica (pero, por qué no, también para otros territorios); y tercero, existiendo una larga data de permanencia de esta población, no se pueden esencializar elementos culturales como “puntos” a reunir para cuantificar, cuán o tan afrodescendiente es un territorio o práctica cultural (Sansone 2002, Restrepo 2005), sino que se deben comprender procesos de adaptación cultural, históricamente decantados, y de adecuación a los procesos históricos (y pugnas sociales) de esta población en el territorio y a un Estado que los ha omitido.
Bibliografía:
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- GONZALEZ UNDURRAGA, Carolina (2007) “En busca de la libertad: la petición judicial como estrategia política. El caso de las esclavas negras (1750-1823), en: Tomás Cornejo y Carolina González (eds.) Justicia, Poder y Sociedad: recorridos históricos, Santiago, Universidad Diego Portales.
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- VIDAL CORREA, Gonzálo. El africano en el Reino de Chile. Santiago, Chile: Editorial Universitaria, 1959.
[*] Antropóloga, titulada Universidad de Chile. Desde 2012 investiga las práctica musicales de las comparsas afroariqueñas como proceso de construcción identitaria. Es miembro de la Asociación Latinoamericana de Estudios de Asia África (ALADAA) Chile. Integra parte del Núcleo Kuriche (www.kuriche.cl), y además del Grupo de Estudos Culturais e Literatura da África e Diaspora (GECLAD).
[1] Citado en: Sepencer, 2009 p.66.
[2] Dentro ellos podemos señalar algunos: para territorio de Arica, Viviana Briones (2004); respecto a Magallanes, Mateo Martinic (2005); en el caso de Santiago, Carolina Gonzaléz Undurraga (2007, 2012, 2014), también Claudio Ogass Bilbao (2009), para el proceso de liberación de independencia, Marta Carreras (2003); para territorio de Conquimbo Montserrat Arre Marfull (2008, 2012), y Valparaíso, Teresa Conteras Segura (2008); entre otros.
[3] Como también lo sugiere, en un texto bastante iluminador para el canon musicológico, Spencer (2009)
[4] Como si los procesos culturales a consecuencias del movimiento forzado de 14 millones de esclavos estimados, y casi 5 siglos de duración de trata trasatlántica, sólo fueran observables en poblaciones socialmente identificadas como “negras”, y no existencia relaciones histórico-culturales mucho más profundas (como la comida, la música, medicina, filosofía, las categorías discriminatorias instauradas por sistema colonialista, etc.), de las cuales Chile estuviese ausente.
[5] Este autor define narrativa dominante como discursos que “proveen de una identidad nacional esencializada, establecen fronteras externas de las naciones y su composición interna y proponen el ordenamiento correcto de sus elementos constitutivos (en términos de etnia, religión y género)” (Frigerio, 2008: 118)
[6] Cada día surgen más, mencionamos algunos:: BIENES NACIONALES (2009), Viviana Briones (2004), MEMORIA SIGLO XX – DIBAM (2010), TESOROS HUMANOS VIVOS CNCA (2011), Nestor Mora (2011); Mariana León (2012, 2014); CRESPIAL (2012), María Paz, Espinosa (2013), A. Diaz, L. Galdames y R. Ruiz (2013)
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