Un gestor cultural: un haceypiensatodo

*Lys Gainza Peñagaricano

¿Por qué considerar al universo de los trabajadores de la cultura del sector privado o público, todos bajo el ala de “gestores culturales”? ¿Por qué no determinar sus competencias y nombrarlos profesionalmente de maneras distintas? ¿Por qué no pensar en distintos actores culturales para la gestión cultural, de un proyecto o de la puesta en marcha de una política pública?

Gestor cultural vs «hacetodo»

Un gestor cultural, como actor cultural, como productor, técnico, también como un agente cultural que genera redes, un asesor o consultor en proyectos culturales, un coordinador de la gestión cultural, o en un rubro artístico particular: un manager, un agente literario, un representante, un artista.

Son varias las denominaciones que se le da o que se le ha dado al hoy llamado gestor cultural. Pero, ¿todas ellas determinan un mismo perfil de persona, de gestor?

El gestor puede crear o pensar el formato de equis proyecto creativo, armar el esqueleto de esa idea, debe fundamentarlo, debe ser realizable y sustentable, debe presupuestar, debe escribir el proyecto, quizás deba generar un equipo de trabajo con otros recursos humanos, luego venderlo para obtener fondos que pondrán en funcionamiento el proyecto, para que finalmente trabaje en el mismo de forma productiva, lo comunique y lo administre.

Es cierto que muchas veces se trabaja con una plataforma de gestión cultural, pero ¿cada miembro del equipo se llamará profesionalmente gestor cultural? Por ejemplo, la producción audiovisual distingue recursos humanos como eslabones diferenciados: un productor ejecutivo, un jefe de producción, un locacionista, un asistente de producción. Todos ellos tienen roles definidos.

A priori las características del futuro gestor parecen ser muy amplias y deberá cumplir funciones por demás abarcativas. Quizás se deba enmarcar mejor su rol, describir sus tareas para vislumbrar que podrían ser repartidas en distintas personas, cada una con diferente funcionalidad, y esto nos demostraría que los perfiles de estas personas se diversificarían y -en definitiva- tendrían expectativas diferentes de formación académica.

¿Por qué considerar al universo de los trabajadores de la cultura del sector privado o público, todos bajo el ala de «gestores culturales»? ¿Por qué no determinar sus competencias y nombrarlos profesionalmente de maneras distintas? ¿Por qué no pensar en distintos actores culturales para la gestión cultural, de un proyecto o de la puesta en marcha de una política pública?

Por lo tanto, ¿por qué no cuestionarnos la formación en Gestión Cultural?

La institución educativa perspicaz

La educación del gestor debe generar conocimiento, mantenerse al margen de las pequeñas diferencias del mercado, de la política y debe proponer que la persona esté inmersa en la sociedad. Y es fundamental que haya intercambio y discusión entre colegas y también con personas de diferentes disciplinas.

La cátedra debe brindar las herramientas para que se capacite con una mentalidad crítica, y también con un ojo crítico.

La pretensión es generar conocimiento interactuando en sociedad y particularmente formando creadores críticos, individuos generosos, cuestionadores, con visión objetiva de desarrollar diversos proyectos aplicables, necesarios para brindar a la población lo que es un derecho humano: Cultura.

Se puede decir que el estudiante se irá perfilando con las capacidades de un investigador.

En Cultura, se debe mantener la amplitud, no hay que monopolizar el enfoque de la realidad, porque si no, se está enmarcando al arte, y por extensión también a la cultura. La heterogeneidad es fundamento básico de la cultura. Hay que poder brindar un abanico de posibilidades a la sociedad. Desde la diversidad se construyen culturas mixtas o mestizas. Esto es la cultura iberoamericana.

Emir Sader (filósofo y politólogo brasileño que inicia el Foro Social Mundial de Porto Alegre) dice refiriéndose al vínculo entre economía y cultura: «La Cultura es expresión de cuestionamientos de sentido, de sentimientos del alma, de formas poéticas de expresar emociones.»; y respecto a la relación entre cultura y política: «[…] más compleja aún […] la política es la esfera del poder, en el doble sentido gramsciano: consenso y fuerza. Su nivel de consenso implica expresiones discursivas que buscan argumentar y convencer. El arte también puede prestarse a esto. Pero no es fácil asociar argumentación política con trazos estéticos. Indudablemente, de la misma manera que la cultura está condicionada por la economía, también lo está por la política, las relaciones de poder, el tipo de fuerza dominante, los enfrentamientos políticos, y por las formas de constitución del campo popular.» [1]

Por ello la necesidad de una formación que cuestione, que pueda tener una visión crítica, que pueda desmembrar qué intereses hay y, por lo tanto, que también pueda ver en la génesis de un proyecto qué fortalezas tiene tal o cual creación artística o simplemente un proyecto cultural.

Para resumir, retomo una idea de Carlos Musso, artista uruguayo con trayectoria en pintura, dibujo, artes escénicas, diseño industrial y docencia: «el artista investigador actualizado» [2].

Esta descripción es por demás interesante, ya que se trata de un artista docente que hace una recomendación a sus colegas, considera que hoy en día el artista debe reinventarse, expandirse, estar aggiornado y estar necesariamente inmerso en la sociedad; pero también es una proposición para las instituciones educativas de Bellas Artes, de la alta cultura, de la cultura popular, y aplicable para la formación en Gestión Cultural.

El debate actual: IV Congreso Iberoamericano de Cultura (Septiembre 2011) [3]

Los tres primeros Congresos tuvieron sus ejes en las industrias culturales. El IV Congreso trata y reflexiona sobre las personas, los gestores, los artistas, los creadores, las comunidades y colectivos, o sea, sobre el desarrollo humano y cultural. Esto también delinea la necesidad de fortalecer y empoderar a la población y sus gestores de la cultura en la noción del derecho cultural como derecho humano.

En este reciente congreso se presentó que los proyectos culturales contribuyen con la mejora de la calidad de vida de sus participantes, al generar espacios donde se hacen visibles los temas culturales emergentes, señalando las migraciones, la cultura de frontera, los jóvenes y los procesos de paz, entre otros.

Patricio Rivas (sociólogo chileno y especialista en legislación de políticas culturales) hace énfasis en la necesidad de promover las capacidades creativas, de formar gestores culturales locales y desarrollar destrezas de investigación y evaluación que permitan identificar, implementar, transformar y multiplicar las políticas y los programas culturales.

A priori parece bastante evidente que nuestros países latinoamericanos tienen mucho por hacer en materia de cultura. Hay mucho por pensar, cuestionarse y poner en acción. Necesariamente, el eslabón que engrana esto es la gestión cultural.

Si hacemos un esquema de las necesidades que nos acometen, y en cada vértice de un cuadrado estuviera: sociedad, política, arte y cultura, en el centro donde confluyen estos ejes, unidos también horizontalmente, está la gestión cultural que crea la red. La gestión de la cultura es el plano tangencial de nuestros objetivos de mayor o menor pretensión.

Sobre esto estamos hablando hoy, este es nuestro debate actual. ¿Pero tan solo un perfil abarca el «hacetodo» y además el «piensatodo»?

Gestor cultural vs «piensatodo»

Quizás debamos ahondar en la diferencia propuesta al principio cuando describíamos al gestor «hacetodo», con un nuevo perfil: el «piensatodo».

Se intuyen ciertos delineamientos o características de una persona que quiere capacitarse en gestión cultural, pero que tiene otras necesidades y quizás aptitudes mayormente vinculadas al pensamiento, o al ejercicio del cuestionamiento.

Esta persona puede venir de diversas esferas o prácticas profesionales teniendo la particularidad de visualizar en el universo ápices faltantes y que serían útiles para construir o mejorar la sociedad, y por lo tanto fomentar la cultura en un sentido amplio: todo lo que ha sido y es desarrollado por el humano.

Algunos emprendimientos culturales han tenido su génesis desde la agudeza del punto de vista intelectual.

Una idea puede ser presentada por una persona que será la piedra angular de una iniciativa cultural que por ejemplo vincule aspectos interdisciplinarios para el desarrollo humano y la mejora de la calidad de vida.

Una persona no proveniente de las áreas de la cultura o de las artes puede ver una carencia, juzgarla necesaria, evaluarla realizable y con chances de sustentabilidad; pero si además se complementa con formación en gestión cultural y conocimientos sobre las artes y sus prácticas, este recurso humano es mayormente calificado, y quizás se vuelva cada vez más indispensable para pensar un proyecto cultural.

Parece ser muy necesario considerar este actor como parte de la gestión cultural. Y no necesariamente sería un gestor-productor-«todolohace», por lo que a priori no tiene por qué recibir la misma formación.

Pensar la formación académica en gestión cultural

Los sudamericanos que venimos de la gestión cultural, casi todos fuimos aprendiendo de forma intuitiva con la práctica. Esto se nos ha dado de diversas maneras: las oportunidades que se abren casualmente, la garra personal para autoconvencerse y convencer a los demás sobre «esto va a funcionar», una necesidad expresiva de un/a artista; y el aprendizaje más tangible, además del ensayo y el error, es sin duda el compartir experiencias con colegas que transitan el mismo camino, con el mismo interés.

Cuando tuvimos que elegir una carrera universitaria, no existía esta especialización, ni dentro de una facultad, ni como materia dentro de una cátedra. Algunos pensamos en estudiar Arquitectura (para poder estudiar Historia del Arte), Ciencias de la Comunicación (que visibiliza la cultura), o bien por aproximación, elegir una asignatura de las Bellas Artes o de la alta cultura.

Sin duda se gana mucho tiempo si estudiamos directamente Gestión Cultural, pero, hay que reflexionar sobre el perfil de los estudiantes: su heterogeneidad recoge distintas vertientes. Además, veamos que esta carrera terciaria es considerada por individuos que se encuentran sensibilizados en cultura, pero hay quienes están más alejados que pueden contar con la intuición de la gestión, y quizás logren acercarse tímidamente a esta carrera, pero quizás nunca lo hagan. Y, pienso que es de interés de la cultura, en su naturaleza interdisciplinaria, que estas personas se acerquen a la Gestión Cultural.

Así que, con el pasar del tiempo veremos un círculo humano cada vez más ampliado y enriquecido, pero habrá que poder brindar herramientas de la Gestión Cultural más específicas para no caer en la vaguedad de cúmulo de experiencias (sin desmerecerlas); si además afinamos el lápiz, podemos tener mayores resultados en la capacitación, lo que significa una mejora para la sociedad, brindando cultura como derecho humano.

«El todólogo no es bien visto por los otros intelectuales» dice el académico argentino Carlos Altamirano en su ensayo: «Las competencias intelectuales se han hecho también más especializadas y hoy difícilmente alguien pueda tomar la palabra y producir la credibilidad que le permita hablar de todo. La idea del intelectual total no tiene el crédito que tenía» [4].

Esto es a considerar. Me ha resonado en algunos círculos de la cultura (y prejuzgo que en el campo de las ciencias también) que existe cierto desprestigio del gestor cultural. Y pienso que esto es por lo que dice Altamirano. Una cosa es tener cultura general, otra cosa es ser un «todólogo».

En definitiva, la formación en Gestión Cultural podría ser encarada primero con una introducción para dar a entender las venas y ramificaciones de la Cultura, y una descripción de Gestión a nivel global; y una segunda etapa, especializar a las personas de diferentes perfiles que se sientan estimuladas por algunas aplicaciones de la cultura, bajo nombres profesionales que las especifiquen.

Por ejemplo, el gestor cultural y/o artista como productor; el agente cultural como pensador o intelectual; el administrador cultural como facilitador en políticas públicas, cooperación internacional y gestión de fondos; el comunicador como mediador cultural.

Y así, sucesivamente, seguir nombrando o rubrando eslabones según el perfil y las tareas a realizar dentro de la Gestión Cultural.

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*Lys Gainza Peñagaricano: Licenciada en Ciencias de la Comunicación; Postgrado en Gestión y Políticas de la Cultura y la Comunicación (a término); Cursos de especialización en cine y audiovisual. Facilitadora del Conglomerado Editorial del Uruguay. Asistente Técnica de Industrias Creativas – Dir. Nac. de Cultura – Ministerio de Educación y Cultura del Uruguay. Fundadora del Centro Cultural Café La Diaria – Montevideo, Uruguay. Música. Realizadora audiovisual.

[1] Entrevista a Emir Sader. Economía y Cultura. Creación de valor y desarrollo. En “Revista Nuestra Cultura”. Argentina, Año 3, edición 13, Septiembre – Octubre 2011. Esta publicación estuvo dedicada al IV Congreso Iberoamericano de Cultura en Mar del Plata, Septiembre 2011.
[2] Mantero, Gerardo y Óscar Larroca. Entrevista a Carlos Musso. Acerca del arte y su contexto: <No nos podemos asombrar…> En “Revista La Pupila”, Uruguay, Año 4, edición 17, Abril 2011. (pp. 14 – 21).
[3] Revista Nuestra Cultura, Argentina, Año 3, edición 13, Setiembre – Octubre 2011. Esta edición es dedicada al IV Congreso Iberoamericano de Cultura en Mar del Plata, Setiembre 2011.
[4] Altamirano, Carlos. Historia de los intelectuales en América Latina. II tomo.

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