
* Alejandra Salgado
Es complejo comprender por qué nos educamos, y aún más difícil es proponer una educación distinta a la que tenemos. Se hace necesario, entonces, realizar una crítica a la funcionalidad actual de la educación a la luz de las implicancias de lo corporal y el movimiento, ejes claves en la relación del individuo con el mundo.
“… las sociedades postindustriales son más políticas y se organizan en torno a las opciones sociales, igual que las sociedades agrícolas estaban organizadas en función de la supervivencia frente a una naturaleza hostil y las sociedades industriales los estaban alrededor de los procesos de acumulación de la economía.”[1]
Son estos los valores que rigen la vida del hombre sin que éste lo perciba. Las instituciones se encargan de llevarlos a planos concretos e insertarlos en su vida cotidiana, desde todos los frentes posibles. Su función es crear y aplicar estándares, así como instrumentos de represión que regulen el comportamiento humano dentro de los paradigmas. Vale recordar que el mayor castigo para el ser humano es la exclusión, y no tener cabida en ellas, es no tener cabida en la sociedad. Entonces, se podría decir que a falta de aparato instintivo de supervivencia, las instituciones indicarán al hombre cómo y dónde transitar durante su vida, qué cosas necesitará a lo largo de ella y cómo será penalizado en caso de no cumplir con todo eso.
Dentro de las instituciones de mayor connotación (familia, sistema sanitario, medios de comunicación, etc.), está la encargada de formar a los individuos dentro de las estructuras antes mencionadas. La educación es entonces un derecho y un deber dentro del orden social. Se vuelve un foco de preocupación, y las instituciones dedicadas a normarla e impartirla deben absorber las demandas. Surgen cuestionamientos sobre su cobertura, sus recursos, su composición, sus metodologías. Se le insta a inscribirse dentro de los valores que rigen los otros elementos de la cultura. Es más, deben aparecer como los principales alimentadores de la cultura imperante, al preparar a los individuos que se insertan en ella. La cultura deposita en sus manos grandes ilusiones.
Cambio de paradigmas
Hoy en día muchos se cuestionan el curso de la cultura humana, algo parece no encajar. Más allá del triunfo de la cultura sobre los instintos humanos, hay elementos que constituyen su esencia y no se pueden sacrificar. Quizás no haya completa claridad de cuáles son, pero se intuyen. Si los valores culturales y su materialización por las instituciones se oponen a las necesidades naturales humanas, provenientes de su condición biológica, se arriesga la adaptación al mundo y la viabilidad de la especie. ¿Cómo podría ocurrir un cambio de paradigma?
Si en la actualidad el control del conocimiento y la información son las bases del poder político y económico, la educación pareciera ser la piedra angular de cualquier cambio.
Hablamos de una sociedad compleja y globalizada, compuesta por redes de instituciones y flujos de información capaces de mantener la unidad dentro de un sistema global de interacciones. Como el procesamiento de símbolos favorece estas fuerzas productivas, se necesita personas altamente calificadas y creativas para participar de las nuevas estructuras culturales. En otras palabras, un individuo sin formación institucional no puede acceder a un lugar dentro del sistema descrito, salvo en calidad de “no participante”[2], pues el sistema pone altísimos requisitos para entrar en él, respaldos que son en algunos casos muy difíciles de conseguir.
Esto cierra la posibilidad a muchas personas de incidir en los cambios sociales, justamente quienes más necesitan este cambio. En consecuencia, la sociedad niega a sí misma la posibilidad de cambiar o, más bien, se asegura de ello. Así, el foco se traslada a la educación como única alternativa. Pero las instituciones educacionales, como cualquier otra, se deben a los valores culturales. Se sustentan en la promoción y estabilización de ideas, por lo que cualquier transformación social hace temblar sus bases. Y si perdieran el respaldo valórico, sufrirían las penas del infierno hasta verse obligadas a cambiar o morir. Entonces la encrucijada de la educación se haya entre lo que el ser humano necesita y los valores culturales a los que debe responder como institución; es decir, una encrucijada entre la sociedad que quisiéramos y la que se nos obliga a mantener.
¿Qué necesidades del hombre ha olvidado la cultura? La cultura ha pronunciado la brecha del hombre con la naturaleza. Se ha convertido en una intermediaria, una especie de burbuja por medio de la cual el hombre se relaciona con el ambiente. Es una ilusión donde todas las variables parecen estar controladas, cuya fragilidad se revela cuando la naturaleza excede sus pronósticos. En esos momentos todo parece tambalear, la adaptación humana queda en entredicho.
Según lo mencionado, una característica de la evolución humana ha sido la relación indirecta con el ambiente, donde la percepción de los estímulos es velada por pensamientos heredados de la cultura.
La cultura hace creer al hombre que le es suficiente para adaptarse al mundo, que puede reemplazar la corporalidad en su función original. Al mismo tiempo, da un lugar diferente al cuerpo dentro de las estructuras sociales creadas. Para una sociedad basada en los flujos de información, por ejemplo, la imagen del cuerpo es elemental, mientras su despliegue motriz es irrelevante. La relación del hombre con los objetos se limita a acotados patrones de movimiento, más relacionado al pulsar de teclas que a la manipulación de diversas materialidades.
En consecuencia, el aparato sensorial y motor se ve mermado en un entorno de estímulos homogeneizados por la sociedad. Se ubica a la visualidad en un lugar hegemónico en la comprensión de un mundo compuesto de imágenes y pantallas. Esto se profundiza incluso en la fenomenología o filosofía de la presencia, donde la visualidad es el foco de gran parte del análisis. A pesar de ello, reconoce al cuerpo como punto crítico para el pensamiento occidental moderno, coloca a la percepción como base de la experiencia, capaz de cuestionar sus conceptos fundamentales. Con esto, surge una alternativa para develar baches en la cultura humana.
Si esta última tuviera un gesto de humildad y reconociera la necesidad de cambiar profundamente, debería incorporar al cuerpo como elemento fundacional dentro de la educación. En la actualidad, es mucho pedir, si prácticamente no se contempla en la educación formal. Debido a los paradigmas existentes, se ha focalizado en la promoción y el desarrollo de las capacidades cognitivas, donde justamente el dualismo cartesiano fuerza la separación del cuerpo y la mente.
No es primera vez que se aborda esta inquietud. Diversos estudiosos de las conductas y el movimiento humano dedicaron su vida a defender la importancia del cuerpo en la educación de niños y adultos, generando importantes corrientes de estudio que perduran hasta la actualidad, con escaso protagonismo político. Ante la mirada oficial y popular, sólo alcanzan categoría de expresiones marginales hippies.
Ya en los años treinta, Rudolph von Laban, pionero del análisis del movimiento, realizó diversas observaciones sobre la incipiente sociedad industrializada y su concepción de cuerpo. Con posterioridad, a principios de los años setenta, Jean Le Boulch denunció la comparación del cuerpo a una máquina sometida a leyes de rendimiento, dedicada exclusivamente a la producción de bienes materiales con gestos automáticos y repetitivos, carentes de reflexión. Su legado se mantiene como referente para los estudios actuales del cuerpo y el movimiento. Ejemplo de esto son las terapias somáticas, que promueven la modificación de patrones del movimiento por medio del fortalecimiento de la conciencia corporal y la percepción kinestésica. Permiten modificar la forma en que el cuerpo se percibe a sí mismo, y desde ahí el resto de las cosas.
Interesante en estos dos autores es, por un lado, la defensa que hace Laban a la integración de la danza en la educación. Promueve la estimulación de la creatividad y la imaginación para ampliar las posibilidades de expresión, en desmedro de las técnicas corporales que mecanicen el cuerpo. En tanto, Le Boulch elabora una propuesta de educación para el movimiento, en contraposición a la educación física que es fruto del pragmatismo de la sociedad, en extremo codificada y presente como única alternativa para el desarrollo motor en los colegios.
Sus propuestas están directamente relacionadas al rescate de la flexibilidad y la creatividad como elemento clave para la formación. Es una defensa a la plasticidad integral del ser humano en su proceso adaptativo, sin establecer diferencias entre capacidades cognitivas del juego, la creación y las actividades pragmáticas. Reconocen a todas estas actividades como necesarias por su carácter eminentemente humano.
Por esto, la institucionalización de las actividades humanas se opone a sus propuestas. El énfasis en el resultado pone en riesgo la libertad y el valor de los procesos, tal como lo denuncia Le Boulch en su análisis del nacimiento del deporte producto de la institucionalización de la actividad lúdica[3]. El sometimiento del cuerpo a un valor como el rendimiento obstruye la posibilidad de ver al cuerpo de otra manera, lo vuelve matriz depositaria y reproductora de esta forma de ver al mundo.
A todas luces el esquema corporal y el movimiento, se definen como claves en la relación del individuo con el mundo. Constituyen la estructura simbólica básica que funciona como una unidad de sentido de las relaciones prácticas del mundo con el sistema de objetos, los otros y la propia corporalidad.[4] Si aún así no está contemplado de manera satisfactoria dentro de la educación, es a lo menos sospechoso.
Las instituciones educacionales tienen un discurso donde brillan palabras como creatividad y flexibilidad, pero en la práctica temen contradecir los valores culturales y atentar contra la misma cultura. Cierran espacio a las disciplinas que permiten observar críticamente y promover algún cambio.
Quienes apoyan estas ideas, además de la danza y la psicomotricidad, promueven otras artes, como las visuales y musicales, que constantemente desafían al hombre a resolver nuevos problemas; le demuestran que en la práctica el mundo es algo dinámico y no estático, al igual que él mismo. Hacen recordar a los individuos que tienen un poder, que pueden elegir y agudizar su percepción para elegir mejor.
Todas estas disciplinas parecen ser peligrosas y poco sustentables en el régimen actual, pero el signo verdaderamente peligroso sería su completa extinción. En ese momento, habrá ocurrido un imposible: la especie humana habrá superado su propia naturaleza, se habrá determinado por completo, es decir, todos los hombres tendrían un único y absoluto objetivo.
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* Alejandra Salgado: Bailarina e investigadora. Licenciada en Arte, mención Danza y Bachiller en Ciencias Naturales y Exactas de la Universidad de Chile. Intérprete y directora artística de AA, proyecto de creación interdisciplinaria. Bailarina de la compañía de danza Tardanza de Yasna Lepe. Su investigación está ligada a la transversalidad en la formación artística.
[1] Castells, Manuel, et al. Nuevas Perspectivas Críticas en Educación. Ediciones Paidós Ibérica S.A., 1994. Pág. 18.
[2] Castells, Manuel, et al. Nuevas Perspectivas Críticas en Educación. Ediciones Paidós Ibérica S.A., 1994. Pág. 19.
[3] Le Boulch, Jean. Hacia una ciencia del movimiento humano. Ediciones Paidós, España, 1992. Pág. 107.
[4] López, María José. Ceguera y Celebración del Cuerpo: Lectura de “Fenomenología de la percepción” de Merleau-Ponty. Tesis de Magister en Filosofía, Universidad de Chile, 2003. Pág. 51.
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