Trabajo doméstico y justicia

Paz Irarrázabal González *

La institución del trabajo doméstico en Chile desafía nociones mínimas de igualdad. Combatir aquellos elementos que lo hacen injusto nos exige no solo enfrentarnos a las desigualdades en la distribución de salarios, derechos y oportunidades en nuestra sociedad, sino que también nos exige examinar con una actitud crítica nuestras prácticas sociales para evitar reafirmar y normalizar relaciones jerárquicas y opresivas. Las instituciones sociales no son neutrales. En los diferentes trabajos en nuestra sociedad subyacen distintos principios, expectativas y reconocimiento social, así como diferentes posibilidades de desarrollo personal.

En Chile el trabajo remunerado de cuidado y limpieza que mujeres realizan en los hogares de familias que no son las suyas amenaza la justicia e igualdad. La vulneración a la igualdad se constata en este tipo de trabajo no solo si se atiende a quienes son la personas que se desempeñan como empleadas o las condiciones en que muchas ejercen su labor, sino que, en un sentido más estructural, la igualdad es vulnerada por los principios que subyacen tras esta institución y el tipo de relaciones que genera. En esta columna quiero detenerme en este último sentido en que la igualdad es infringida, sabiendo que constituye una crítica muy limitada a esta compleja institución.

Primero una prevención. Sé que la diversidad y complejidad de relaciones humanas que se generan entre empleadores y trabajadores es muy difícil de encasillar en una única descripción. A pesar de que mi intención es criticar características constitutivas del trabajo doméstico que amenazan la igualdad, la diversidad de situaciones a que da lugar dicha institución hace que una crítica como la mía sea propensa a ciertas falencias derivadas de generalizaciones. Con todo, creo que la importancia de las injusticias que quiero denunciar justifican asumir esos riesgos.

Trabajo doméstico y sociedades desiguales

El trabajo doméstico en la forma en que lo conocemos en Chile es característico de sociedades enormemente desiguales en la distribución de ingresos y provisión de oportunidades. Efectivamente, este tipo de trabajo pone de manifiesto serios problemas de justicia distributiva en Chile. En primer lugar, este trabajo es desarrollado mayoritariamente por mujeres. En segundo lugar, estas mujeres se encuentran en situación de relativa vulnerabilidad socioeconómica, educacional o de estatus migratorio. En tercer lugar, los salarios son bajos y por regla general las condiciones laborales son precarias. En consecuencia, quienes realizan trabajo doméstico en Chile pertenecen a clases desaventajadas de nuestro país y las condiciones laborales reproducen dichas desventajas.

La injusticia de la falta de oportunidades en educación, en el acceso a trabajos y de la precariedad laboral trae innumerables consecuencias para los trabajadores. Sin embargo, quiero centrarme en el problema de dominación que genera. Existe dominación cuando el respeto a los derechos y el bienestar de los trabajadores dependen de la voluntad del empleador[2]. En Chile, el empleador cuenta, en la práctica, con la capacidad de definir a su voluntad las condiciones laborales. Esto ocurre porque las trabajadoras, al encontrarse en una situación de vulnerabilidad socio-económica y de limitadas oportunidades, carecen de la libertad necesaria para defender sus derechos, negociar y renunciar cuando sea necesario.

Si bien es cierto que en sociedades desiguales esta vulnerabilidad no es exclusiva del trabajo doméstico, en este caso se ve acentuada por las dificultades prácticas para fiscalizar las condiciones del trabajo. Lo que acontece diariamente en la privacidad del hogar donde el trabajo doméstico se efectúa es invisible a terceros. Para aquella trabajadora que busque defender sus derechos, su voz se enfrentará sola a la unidad de la familia y posiblemente será entendida como un agravio a la privacidad de esta. Además, las trabajadoras enfrentan dificultades para organizarse y sindicalizarse, al no existir un lugar natural de encuentro y dados los diversos problemas que cada una tiene con los distintos empleadores.

Como consecuencia de lo descrito, la suerte del trabajador está condicionada a la buena voluntad del empleador y esto deriva en una relación de opresión. El hecho de que las condiciones laborales no estén vinculadas a la efectividad de tus derechos como trabajador, sino a la circunstancial benevolencia del empleador, contraviene la justicia y tiene como efecto distorsionar inevitablemente las relaciones personales entre empleado y empleador. Actitudes de las trabajadoras de deferencia servil o incluso de agradecimiento en términos personales al empleador son manifestaciones de esta injusticia. La posibilidad de desarrollar relaciones sinceras de afecto y respeto requiere de mínimas condiciones de igualdad entre las personas, para poder mirarse a los ojos sin especial deferencia o temor.

Es necesario entonces una más justa distribución de ingresos y oportunidades, y además de relaciones laborales fundadas en derechos, que garanticen relaciones de igualdad. Sin embrago, la distribución de derechos y ventajas sociales no es suficiente. Desde una perspectiva crítica, las mismas instituciones a las que se aplican las exigencias de justicia distributiva deben ser sometidas a cuestionamiento. De hecho, el problema con la explotación laboral no está únicamente en la diferencia de salarios ni en quiénes son las personas que realizan una determinada ocupación, sino también en el contenido mismo de la ocupación y en el tipo de relaciones humanas que promueve.

Un análisis crítico al trabajo doméstico

Tal como Marx criticara en su momento las teorías liberales de la justicia porque daban por supuestas instituciones como la propiedad privada y los modos burgueses de producción, igualitaristas tales como Iris Marion Young han criticado las teorías distributivas por no cuestionar el contenido y las características de las distintas ocupaciones. Así, por ejemplo, la autora señala que el problema no se trata solo de que personas de determinadas razas realicen las labores de servicio en ciertos países, sino también del trabajo de servicio en sí mismo, en su contenido y las relaciones que genera.

Una primera característica constitutiva del trabajo doméstico que lo distingue de otras ocupaciones dice relación al lugar donde se desarrolla: la casa particular. Como ya adelanté en la primera parte, la baja visibilidad y dispersión de las trabajadoras que caracteriza este trabajo impide un control de las condiciones laborales que evite relaciones opresivas. Pero además esta característica repercute en las posibilidades de relacionarse y compartir con otros trabajadores, lo que se vincula a un mejor ambiente laboral y a mayores posibilidades de realización personal. Por último, esta característica circunscribe las relaciones personales del trabajador únicamente a la familia empleadora en un contexto de especial cotidianidad e intimidad. De esta forma, la intensidad de las relaciones no solo de control, sino también afectivas que se desarrollan entre el trabajador y la familia, hacen que esta labor sea especialmente confusa en términos personales. Es así como no puede desconocerse la complejidad de que relaciones de jerarquía, dependencia económica, afectivas, casi-filiales y otras confluyan en esta ocupación.

Una segunda característica del trabajo doméstico que quiero destacar aquí es la dificultad que presenta el definir con claridad los roles y obligaciones que conlleva. Las labores de limpieza, servicio o cuidado de una familia son difíciles de delimitar. Los horarios de descanso, almuerzo y salida, por otro lado, son también en este caso más relativos que en otros empleos. En muchos casos en Chile los trabajadores están simplemente a disponibilidad del empleador, lo que se asemeja a las relaciones de patronazgo largamente denunciadas por igualitaristas como Elizabeth Anderson. En consecuencia, a diferencia de muchos otros trabajos, el que se desarrolla en casa particular permite amplia discrecionalidad del empleador, con el omnipresente riesgo de abuso, incertidumbre y limitada autonomía que aquello acarrea para el trabajador.

Por último, las labores de limpieza y servicio que implica el trabajo doméstico constituyen otro blanco de las críticas levantadas por igualitaristas (Young). La realización de actividades manuales, repetitivas, sujetas a la dirección y decisión de otro suponen una importante limitación para la realización personal. La injusticia social no solo dice relación con las diferencias en nuestro bienestar material, sino también con el hecho de que solo ciertas personas tengan trabajos creativos, desafiantes, con posibilidades de autonomía, poder de decisión y reconocimiento social. Así como la feministas han señalado reiteradamente, el que algunos puedan desarrollar actividades consideradas valiosas solamente es posible gracias al sistema de división de trabajo que impone a unos labores de servicio a favor de otros. En este contexto, la realización personal y el reconocimiento social del trabajador se encuentra limitada mientras que la del empleador se potencia.

El hecho de que las labores de servicio sean instrumentales o auxiliares al trabajo y realización personal de otros constituye una forma de explotación laboral. La explotación radicaría en el proceso de transferencia constante de energía, riqueza y poder desde el trabajador al empleador. Por supuesto, esta situación de explotación que se originaría de la división del trabajo no es exclusiva del trabajo doméstico. Sin embargo, existe una dimensión de dicha explotación que se potencia especialmente en esta ocupación. Me quiero referir aquí a la transferencia de estatus.

No es posible desconocer que el trabajo doméstico es una institución central de sociedades desiguales y jerárquicas. En distintas sociedades y a lo largo de la historia, se ha vinculado a la aristocracia, a los patrones y a la clase alta capitalista. La presencia del empleado claramente identificable por su vestuario, actitud servil e incluso aspecto físico u orígenes constituyen injusticias históricas que manchan nuestro presente. Efectivamente, aún es posible vislumbrar esos elementos del pasado en muchas de nuestras relaciones actuales, de forma más o menos patente (¡en algunos casos escandalosamente evidentes!). La institución del trabajo doméstico no se ha purificado de dicho pasado y no es neutral, sino que reproduce jerarquías, estereotipos y da lugar a distintos tipos de reconocimiento social en nuestra sociedad.

En conclusión, para avanzar hacia una sociedad más igualitaria, debemos hacer un diagnóstico crítico sobre nuestras relaciones de trabajo, estando especialmente atentos a la creación y reproducción de relaciones jerárquicas y opresivas. Necesitamos sueldos y condiciones laborales justas que se basen en derechos, no en una mal entendida bondad del empleador. También necesitamos estar atentos al tipo de exigencias de afecto, lealtad y compromisos que existen en ciertas relaciones laborales, y a cómo reproducimos jerarquías y estereotipos en la división del trabajo. Tenemos que pensar, por último, en las posibilidades de realización personal de todos y en cómo asumimos y redefinimos socialmente los roles que a cada uno nos corresponde respecto de las tareas domésticas, de limpieza y cuidado.


* Abogada Universidad de Chile, estudiante doctorado KCL, Londres

[2] Para republicanos como Philip Pettit, existe dominación cuando una persona cuenta con la capacidad para interferir arbitrariamente en la libertad o asuntos de otra persona, independiente de que en la práctica ejerza o no dicha capacidad. Desde esta perspectiva, el dictador benevolente no hace más libres a los ciudadanos que el tirano.

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