Todos traumatizados ¿una y otra vez?

Ana María Solís D.*

El resultado al que debe llegar un psicoanálisis no es el de adaptarse al mundo, sino saber que cuando algo es insoportable, hay que poder verdaderamente decir que no.

Eric Laurent

La libertad de la palabra se pone en cuestión una vez más. Eric Laurent, en Psicoanálisis y Salud Mental (2000), señala la relevancia del siguiente gesto: pasar del analista encerrado en su reserva a un analista que participa, que es sensible a las diversas formas de segregación, de ahí la importancia de comprender cuál es su función en cada época. Laurent sugiere actuar desde un “decir silencioso”, que no es igual al silencio. Lo que leo en esto es que hay que estar advertidos de que cualquier discurso puede tener un efecto grupal, un ideal, lo que implica una lógica del para todos, distinta al del uno por uno de la ética psicoanalítica. Prudencia, lo que no significa no actuar.

Hace seis años, cuando la consigna “todos traumatizados” dio título a un artículo que publiqué en esta revista, el planteamiento de Laurent no estaba aún tan presente en mi quehacer como analista. Hoy, la consigna no solo cobra vigencia, también me da un marco para esbozar algunas ideas sobre el actual estado del país. Estallido social y pandemia son dos momentos históricos que, bajo el significante “crisis”, están en camino a perder significado y su valor en lo social y en lo subjetivo.

Este mundo “hipermoderno”, la política globalizada del individualismo, ha tenido efectos en el tejido social y los ideales se pluralizan cada vez más. Mientras, pese al estallido y la pandemia, la máquina no deja de funcionar y refuerza el llamado “empuje a la felicidad”. Así, más allá de cualquier contexto, se crea la ilusión de que a través de los objetos de consumo podemos satisfacernos. Aún más, estos podrían otorgarnos un lugar en la esfera social que observamos cada vez más ajena. Es así como el éxito económico se vuelve un ideal a alcanzar, por sobre lo que sería el bien común. Con esta práctica surge la creencia de cierta autonomía, cuyo efecto es la configuración de un lazo social distinto. Asimismo, este fenómeno repercute en el ámbito de la salud mental. ¿Qué ha supuesto esto? Los protocolos y tips dan lugar a la estandarización del malestar subjetivo, dejando de lado la solución singular de cada sujeto. Con ello la dignidad de su propia palabra, con su contraparte, que sorprendentemente no es tan obvia, que implica el ejercicio de escucha para esa singularidad.

Trauma

El fenómeno denominado “estallido social” o “revuelta popular”, ocurrido en octubre de 2019, develó la indignación de buena parte de la ciudadanía a causa de peticiones históricas no escuchadas, incluso con la lectura de una cierta “burla” de parte de las autoridades en relación a estas peticiones. Caldo de cultivo. Lo intolerable se hizo presente para una parte de la sociedad. “Fractura de la confianza”: indignación. Los cuerpos se agitan, la violencia se hace parte de este movimiento y el significante trauma vuelve a instalarse. Pero algo no se escucha. En la consulta, reaparece no solo en el decir, sino en los sujetos; efectos de escenas y vivencias donde se conjuga la sorpresa y el sinsentido. La escucha de la experiencia de algunos relatos de la llamada “primera línea” son encuentros contingentes con lo inesperado, y con ello la crudeza de la angustia traumática. En otras palabras, la certeza de que algo está pasando y que requiere de una rápida solución, pero sin saber cuál. La angustia como afecto no engaña, la prisa por encontrar una respuesta puede llevar al sujeto al acto. La escucha es singular, habrá que ver qué de esa escena o esa vivencia provocó un encuentro con lo pulsional y qué sentido le dará cada cual a esa experiencia.

En las manifestaciones aparecen los cuerpos enfrentados y una de las consecuencias más horrorosas son los traumas oculares. Cuerpos marcados por la violencia. En una época donde las imágenes imperan, el objeto escópico parece ser el privilegiado y el horror puede volverse fetiche, es posible pensar que un encuentro con lo real no necesariamente tendrá un efecto traumático. Pues sí, incluso estas imágenes se han vuelto icónicas, lo que no quiere decir que desconozca la impunidad que acompaña a estos hechos hasta el día de hoy.

¿Por qué llamar a estos hechos “crisis social”? Me detengo un momento en ese significante: “crisis”. Veo en esto una paradoja propia de nuestros tiempos, porque para que exista una crisis es necesario un momento anterior, un momento de calma, un momento de orden. Pero, ¿qué funcionaba y bajo qué condiciones? ¿Qué o quiénes soportan este sistema neoliberal? Creemos ser sujetos autónomos, libres; sin embargo, no vemos cómo el mismo sistema nos consume hasta convertirnos en objetos del consumo. Aquí aparece el segundo nivel de la crisis social, la que se extendió desde septiembre y mutó a pandemia. Fue entonces cuando la discusión pública inicial versó entre el bien material y los derechos humanos. Una lectura posible de la polarización de este país. Revisitando el artículo escrito hace seis años, señalaba cómo la tortura replica las condicones del trauma: alteración de los ritmos biológicos, ruptura del lazo con el otro, privación. Sinsentido en su vertiente feroz. ¿Tortura? ¿Presos políticos de esta revuelta? Eso no se dice.

Dignidad

Hay algo en Chile que insiste, que no cesa de repetirse. Lo reconocemos cuando se hace la vista gorda frente alguna irregularidad, el desconocimiento de las desigualdades, la velada pobreza que se disfraza y romantiza en la lógica del esfuerzo. En definitiva, la política del silencio que, junto a los ideales de la época promocionados por los medios de comunicación, oculta un país lejos de ser un “oasis”, sobrevive a costa de semblantes, donde la identidad de “solidaridad chilena” encubre la caridad y elude la responsabilidad de los que ocupan los lugares de poder. Así, se generan nuevas formas de marginalidad, la exclusión y segregación geopolítica es una prueba de ello. En este contexto, ha sido posible la invisibilización de lo ajeno, lo diferente, lo que se rechaza. Se trata de aquello que no queremos ver del otro, que a su vez nos es tan propio.

La banalización de la violencia trae más violencia, hay algo que no se acota. En los divanes se escuchan los más variados efectos: opiniones polarizadas, “la violencia no se justifica, venga de donde venga”, “esto es una dictadura”, “están destruyendo la ciudad”, “ya no se puede creer”, entre otras cosas. Los traslados de un lugar a otro se hacen difíciles, cabildos, conversatorios, lugares de reunión tienen como efecto, para algunos, un lugar para dignificar la palabra no escuchada. Diversos lugares se organizan, efecto grupal ante lo imposible de soportar.

¿Cómo decir? ¿Qué, cómo y cuándo? La apuesta es que la voz se escuche, lo que se dice, cómo se dice, lo que se vocifera, cómo el cuerpo habla. El psicoanálisis nos enseña, que para eso tiene que existir un Otro al cual dirigirse.

Confinamiento

La crisis sanitaria tuvo como efecto el regreso a la vivienda. Ese lugar que estaba relegado tras el trabajo, la vida social, el consumo, se transformó en el espacio seguro. Con ello la crisis sanitaria confina los cuerpos que semanas antes se agitaban en la revuelta popular. El horror del virus, la muerte y lo insoportable e insostenible del confinamiento, no es compartido del mismo modo. El empuje a la homogeneización de la vivencia lleva nuevamente a un ideal de “buen vivir” de la pandemia. Vuelven los tips y protocolos (en realidad siempre han estado ahí). Proliferan los centros de teleterapia para atender a las personas “online”, sin pensar siquiera si existen las condiciones materiales para dicha atención. El empuje a la felicidad de la época nos lleva a un imperativo de soportar lo insoportable de la mejor manera posible. ¿Quién dice cómo tenemos que soportar esto?

Mientras, en el afuera se hicieron palpables los problemas de acceso a la salud, la realidad laboral, la calidad de la educación, la escasez de los bienes materiales. Todo, de un momento a otro, fue develado. Una constatación que nos enfrentó a las fantasmáticas ideas de un país privilegiado en el contexto latinoaméricano. No estoy haciendo una apología a la igualdad. Por el contrario, estoy hablando de la la dignidad de lo diferente, de la desigualdad, las minorías, lo que se segrega es lo que nos importa. El psicoanálisis enseña que lo que se excluye, lo que se segrega es lo más intímo rechazado, el goce del otro.

Otro modo de no escuchar lo que el sujeto tiene para decir.

Adormecer

“Chile despertó”. ¿Qué nos adormece? Una lectura desde el psicoanálisis nos permite pensar que el despertar es el horror. El trauma es un despertar frente a lo real; frente al horror que estaba velado por el fantasma. Esa fantasía inconsciente que nos permite vivir, la realidad que nos contamos para soportar el dolor de existir y permite atribuirles un sentido a las cosas, sentido siempre singular. Lacan señalaba que nos despertamos para seguir soñando, ya que el mundo es invivible. El sueño, su uso e interpretación será el tema del próximo congreso de la AMP. Soñar tiene una función.

Aquí hay un límite a la lectura desde el psicoanálisis. Habrá que escuchar qué es lo que se despertó (o no) para cada cual.


*Psicoanalista, miembro de la Nueva Escuela Lacaniana (NEL) y la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP), Académica de la Escuela de Psicología de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Coordinadora del Programa de apoyo socioafectivo a distancia Fundación de las Familias (FUNFA), Chile.

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