Todos traumatizados

Ana María Solis D.*

En Chile el significante trauma insiste, desde el trauma político, asociado con la historia y la memoria de nuestro país –y sus avatares– hasta lo traumático que circula en los medios de comunicación. El “todos traumatizados” aparece como un axioma que anula la posibilidad de pensar uno a uno qué es lo traumático para un sujeto. El discurso de la ciencia ha ganado terreno en este ámbito, implementando diversos dispositivos de atención basados en la evidencia, en donde lo que se suprime es la posibilidad de que el sujeto pueda decir algo de su padecer.

Los medios de comunicación día a día nos invaden con escenas de violencia, cuestión que tiene un efecto paradojal, ya que el fuerte impacto que estas producen se desvanece velozmente, ante la sustitución de otras imágenes de la misma índole o por otras que se insertan en la lógica del empuje al consumo y la satisfacción inmediata. En una sociedad acelerada como la nuestra, no hay tiempo para detenerse a pensar en cuáles serán los efectos singulares de estas escenas –que muchas veces tienen el carácter de horror–, sino más bien a generalizar su impacto. Es en este punto en donde la nosografía psiquiátrica se instala con su clasificación: trastorno de pánico, trastorno de estrés postraumático, trastorno de estrés generalizado, y uno de los diagnósticos más utilizados en la época: el trastorno adaptativo.

En pos de estas nomenclaturas se disponen dispositivos de ayuda, verdaderas tropas de psicólogos y psiquiatras que realizan campañas al momento en que algún acontecimiento –léase desastre, catástrofe– se suscita. Antes de esperar cualquier petición de ayuda, la Salud Mental ya está allí, no para buscar el efecto singular que pueda tener este acontecimiento, sino para encontrar algo ya sabido; se busca clasificar y aplicar el protocolo establecido para esta clasificación. Si esto no ocurre, no es relevante, ya que otro de los objetivos es la prevención de posibles trastornos que pueda provocar el “evento traumático”. Es así como lo que es traumático para alguien queda definido desde afuera, desde la figura del experto, figura que se ha vuelto, en nuestra época, en la garantía para aquel que no sabe nada de lo que le ocurre, replicando la mirada del déficit, del trastorno.

Varios efectos tienen estas prácticas. Recordemos el reciente incendio en Valparaíso, en donde queda al descubierto la precariedad en la que viven muchas personas en nuestro país. ¿Qué fue lo que estuvo en primer lugar en la escena social? Nuestra vieja y conocida solidaridad, aquella que aparece en los momentos de catástrofe, en donde las campañas de ayuda hacen que cada uno saque a relucir las buenas intenciones, velando en este ejercicio la misma precariedad con la que se quiere solidarizar. Por otra parte, se anula la posibilidad de demanda del sujeto, cuestión mínima para devolverle su dignidad. Bajo la égida de las buenas intenciones, se posiciona a las personas afectadas como víctimas, como alguien que necesariamente ha sufrido de una determinada manera y necesita un determinado tratamiento para este bien determinado sufrimiento, sin siquiera preguntarse por el consentimiento del sujeto a hablar de lo acontecido y si es o no el tiempo de hacerlo.

Nuestro país está marcado por su historia. La violación de los derechos humanos ocurrida en la dictadura impusieron un agujero en lo social, cuestión que insiste hasta ahora, pero que no logra ser recubierto con los intentos de simbolización. La tortura como dispositivo de poder intenta replicar las condiciones de lo traumático, en la medida en que esta se orienta por desbaratar todo aquello que implica una homeostasis para un sujeto; el poder darle un sentido a las cosas, las coordenadas simbólicas que permiten que un sujeto se ubique en relación al Otro, los ritmos biológicos, el lazo que el sujeto establece con los otros, se ven trastocados en la tortura. Sin desconocer la violencia que se impone sobre los sujetos, se hace necesario para la clínica analizar estos como dos fenómenos diferentes. ¿Qué de lo ocurrido constituye un traumatismo para un sujeto en particular? Es decir, se requiere de un sujeto allí, con su historia, en una posición particular, para que eso tenga un efecto traumático.

Es así como esta noción de lo traumático, asociado a la violencia social, a las catástrofes naturales, a la violencia que puede tener un accidente, categorizan a los traumatizados respecto de la gravedad del acontecimiento, es decir, a mayor violencia del incidente mayor trauma. Como efecto, los profesionales de la salud estarían autorizados para desestimar la reacción de un sujeto frente a un hecho que para sus ojos no califica de traumático. Si seguimos esta lógica, el paso siguiente es conducir al paciente a otra clasificación, también muy bien conocida en nuestra época: el trastorno de personalidad. Es decir, si la conducta ante una determinada situación no se ajusta a “lo esperado”, se piensa en que hay una distorsión, inclusive una exageración, de parte del paciente en cómo interpreta la realidad del acontecimiento.

De este modo, se supone un trauma sin sujeto, inclusive prescindiendo de la palabra. El último tratamiento en boga para estas clasificaciones es el EMDR, avalado por el discurso científico de la eficacia, nuevo modelo de psicoterapia que busca la normalidad y adaptación del paciente a su medio, asegurando un trabajo breve y con resultados duraderos. ¿De qué se trata este nuevo método? La base es que se piensa que “el comportamiento perturbado surge de experiencias traumáticas, que no han sido adecuadamente procesadas”[1], debido a que estos recuerdos quedan guardados de modo atípico en el cerebro. El modelo comprende principios, procedimientos y protocolos. En 8 fases, y bajo un protocolo específico, se busca la focalización de diversos componentes de la memoria traumática: mediante la estimulación bilateral alternada, se activa el sistema nervioso parasimpático, para que el individuo desensibilice e integre rápidamente la memoria perturbadora. Al modo de una máquina procesadora de información, el individuo “reprocesa” el acontecimiento de una manera rápida y eficaz, alcanzando la “resolución adaptativa esperada”.

Estos nuevos dispositivos de atención pueden pensarse como una consecuencia del cruce entre el discurso de la ciencia y el discurso capitalista, en donde la lógica de la evaluación se hace presente bajo los significantes de procesamiento inadecuado, desadaptación, trastorno, incapacidad, psicoeducación, entre otros. Ya no se piensa que la causa del malestar tiene a la base un conflicto psíquico respecto del cual el sujeto tiene algo para decir. Más bien, bajo el ideal de producción, la ciencia se pone al servicio de buscar soluciones rápidas y eficaces a un organismo sin palabras, deficitario. En esta línea, la medicina ha ampliado además su espectro, no solo está al servicio de curar, sino que también tiene la misión de prevenir las enfermedades.

La “causalidad determinista universal”, como la llama el psicoanalista francés Eric Laurent, genera la idea de que la causa de lo traumático es homogénea, y que por lo tanto requiere de un tratamiento en la lógica del “para todos”. Lo que resulta preocupante es que el objetivo sea la adaptación a los ideales del Otro social, impidiendo que el sujeto encuentre una solución singular a su propio malestar. Es de este modo como los tratamientos psicoterapéuticos pueden estar al servicio del control social, cuestión que se muestra patente en el empuje a la clasificación de los sujetos.

Desde el psicoanálisis de orientación lacaniana, para que un acontecimiento sea traumático se requiere de un sujeto que lo experimente como tal. Es decir, un evento “dramático”, por sí solo, no puede constituir un trauma; es necesario que aquella contingencia con la que se encuentra el sujeto lo “sorprenda” en lo que hay de más familiar para él. Aquello que implicaba una homeostasis, la barrera que permitía poder responder frente a diversos acontecimientos, se ha desestabilizado, ha perdido su función.

¿Qué es lo traumático? No es posible responder esa pregunta a priori; puede ser algo, un elemento nimio, algo fuera de lugar para un sujeto, desde un gesto, hasta una palabra, en un momento particular para ese sujeto. Las manifestaciones serán diversas, muchas de ellas inclasificables dentro de un diagnóstico unívoco y coherente para el experto observador. Se produce un cierto extravío del sujeto en relación a su propias coordenadas que le permitían operar hasta ese momento, el sin sentido aparece en su vertiente inquietante. Lo traumático puede cambiar la vida de golpe. El lazo que el sujeto establecía con los otros, el trabajo, su familia, su entorno, inclusive con su propio cuerpo se puede ver trastocado por el acontecimiento. El trauma, en este sentido, tendría un componente interno y externo a la vez. Desde una posición ética, esto implica dar un lugar a la singularidad de quien consulta, alojando su decir sin anteponer clasificaciones o protocolos de atención preestablecidos.

— — —

[1] En www.emdrchile.cl

* Psicóloga, Magíster en Psicología Clínica. Coordinadora de prácticas clínicas, Pontificia Universidad Católica de Chile. Docente de los cursos de Psicoanálisis, Taller de integración I, Métodos de investigación en Psicología y Psicoterapia. Docente invitada a Diplomado de Intervenciones psicoanalíticas en instituciones de Salud Mental, clases Trauma y Urgencia Subjetiva. Acreditada como especialista en psicoterapia por la CONAPC. Miembro de ALP Chile.

Comentarios

Comentarios

CC BY-NC-SA 4.0 Esta obra está licenciada bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.

Be the first to comment

Leave a Reply

Tu dirección de correo no será publicada.


*