Silenciosas y silenciadas. Mujeres Indígenas y participación política en América Latina

*Rosario Carmona

Analizando diversos relatos de mujeres indígenas sobre su participación política en los distintos Estados de América Latina se pueden reconocer, no obstante las particularidades de cada lugar, una serie de constantes que guardan relación con los efectos producidos por una triple discriminación. Discriminadas por ser Indígenas, mujeres y pobres, estas mujeres, no obstante, desde el silencio de sus labores cotidianas han emplazado una lucha que no solo las posiciona a ellas como nuevos actores políticos, sino que también a las demandas de sus pueblos.

Si bien se establece desde la teoría que la interrelación entre un escenario que se desarrolla en lo local, a través de lo que le sucede a sujetos particulares, y un contexto vinculado con lo global, el Estado y sus organismos, no puede ser obviada ni menos dicotomizada, subestimando el impacto que cada cual tiene sobre el otro, sabemos que en la práctica sucede lo contrario: las esferas de lo social tienden a separarse y los actores que interactúan en ellas parecieran verse muy distantes entre sí. Si invertimos la idea de la influencia que tiene el Estado sobre una persona, en este caso sobre una mujer indígena, y pensamos en la incidencia que el día a día de esta persona tiene sobre las prácticas del Estado y sus funcionarios, la imagen se nos vuelve difusa. Si pretendemos analizar aquellos hábitos inscritos en lo cotidiano y a las mujeres indígenas que los llevan a cabo, no podemos dejar de considerar los procesos que por sobre ellas se desarrollan y que, algunos casi imperceptiblemente, inciden en su día a día, reproduciéndose precisamente a través de su actuar particular. Pero a la vez, no podemos dejar de considerar la incidencia de esa cotidianeidad en tales procesos, por distante que esto nos parezca a simple vista.

Observar a “simple vista” es mirar a través del ojo prestado de lo que convenimos como establecido, y es la causa de que muchas mujeres pertenecientes a diversos Pueblos Indígenas en América Latina sean invisibilizadas, relegadas a un espacio doméstico que se construye desde categorías de género en su mayoría coloniales y machistas. Categorías ciegas a comprender que muchas de estas mujeres, inscritas en los roles impuestos por las sociedades, son quienes han posibilitado los procesos de mayor alcance que a “simple vista” se observan en el continente desde hace más de dos décadas. Silenciadas no solo por los Estados, la política tradicional y el contexto global, sino también por sus familias y pares, estas silenciosas mujeres han construido los espacios que han permitido que muchos Pueblos Indígenas posicionen sus demandas hoy, ya sea a través de la preservación de aquellas tradiciones que un malentendido sentido de la modernidad ha buscado abatir, como desde los roles que como mujeres han adoptado.

Al abordar los procesos políticos llevados a cabo por los Pueblos Indígenas en América Latina, muchas veces se suelen considerar los aspectos que guardan relación con arenas políticas de carácter más amplio, tales como la relación con los Estados-nación, con los partidos políticos, la construcción de movimientos sociales, la participación de dirigentes indígenas en cargos institucionales, marcos legales y derecho internacional, entre otros. Aspectos que, si bien vale la pena discutir, en cuanto han planteado diversas interrogantes a los modelos clásicos de poder desarrollados desde el inicio de las Repúblicas, dejan de lado cuestiones que se inscriben en la esfera de lo cotidiano, dentro de las prácticas que construyen el día a día y que muchas veces van tejiendo silenciosamente un capital social que, precisamente por ser nimio, deja de observarse, incluso por quienes en él se ven envueltos.

De las labores ligadas históricamente al espacio de lo femenino, algunas están destinadas a concebir que la vida siga un curso “normal”, tales como el aseo y la cocina, y otras, tienen como fin relatarnos algo, como por ejemplo el tejido. Muchas veces, los roles que han adoptado las mujeres indígenas han sido adjudicados socialmente y responden tanto a estructuras socioeconómicas –que han generado, entre otros, la reconversión de los sistemas agrario campesinos, desencadenando procesos migratorios que han conducido a la inserción de estas mujeres al mundo laboral urbano como empleadas de casas particulares–, como a estructuras de género, cimientos históricos de este supuesto espacio, que pocas veces se cuestionan y son considerados, incluso por los demás integrantes de sus pueblos, como naturales, reduciendo con ello a las mujeres a ese espacio específico de lo social, femenino. A su vez, si analizamos los procesos políticos del los Pueblos Indígenas en América Latina, resulta innegable la relevancia que han tenido las prácticas de carácter cultural y ancestral, muchas de ellas inscritas entre lo cotidiano, lo culinario y lo visual, y llevadas a cabo en gran medida por mujeres. Y si la relación entre la cultura y la política, a simple vista, se nos presenta innegable, podemos por lo menos intuir la importancia de quienes han sido las encargadas de tender este puente por medio de la transmisión de estos saberes y el resguardo de ese curso “normal”. Es precisamente ahí, en el cruce entre el resguardo de las tradiciones culturales y este oficio de lo femenino, desde donde muchas mujeres indígenas han erigido un progresivo posicionamiento político, de ellas y de sus pueblos.

A pesar de que la bibliografía con respecto al empoderamiento político de la mujer indígena en América Latina es escasa(1), es posible encontrar una serie de relatos e historias de vida compiladas por investigadores o por iniciativa de sus protagonistas, que dan cuenta de una serie de coincidencias respecto a las trayectorias y nos hablan de las conductas discriminatorias incrustadas en nuestras sociedades. Relaciones de poder que, justamente, se construyen y afirman por medio de los roles que les son impuestos.

En cada país, las condiciones de los procesos políticos llevados a cabo por los Pueblos Indígenas se inscriben en los contextos particulares, por lo tanto la incidencia de la labor de las mujeres está delimitada también por las condiciones específicas que propician –o limitan– su participación política. Acorde a lo anterior, no es nuestra intención generalizar, sino más bien identificar aquellos puntos de conexión que permiten reconocer escenarios similares para poder contribuir a una discusión más profunda y, con ella, a la generación de mayor información, no solo con el objeto de avanzar hacia un escenario más favorable para la participación efectiva de las mujeres indígenas y sus pueblos históricamente relegados, sino también hacia sociedades menos desiguales. Y para esto resulta clave la voz de estas mujeres, sus percepciones.

Para poner un ejemplo, en Chile podemos observar una historia que resulta emblemática, la de la dirigenta mapuche María Pinda, llevada al papel en el libro Semblanza de una dirigente indígena, escrito entre ella y el antropólogo Mauricio Lorca el año 2000. María Pinda, mujer mapuche, desde una vida sin una vinculación directa con la política, pasa a formar parte de instituciones de Derechos Humanos como la Vicaría de la Solidaridad y la Cruz Roja, producto de que su hijo resulta relegado durante la dictadura. Con ello María Pinda ingresa al mundo dirigencial, convirtiéndose en un referente de lucha. Silenciada por ser indígena, silenciada por ser mujer, sobre todo en un momento en donde muchos, y sobre todo los Pueblos Originarios y las mujeres no tenían voz, logró organizar diversas instancias de reunión para las mujeres indígenas en la Región Metropolitana, y de lucha por el reconocimiento de los pueblos en Chile, llegando a ser nombrada por Naciones Unidas como Embajadora de la Paz. Esta experiencia particular da cuenta de cómo muchas veces la repercusión de los procesos históricos en las vidas de individuos particulares desencadena procesos de mayor alcance.

Mujer e indígena, una combinación difícil en América Latina, que la mayoría de las veces además conlleva una condición de pobreza a la cual los indígenas han sido empujados desde la colonia y la conformación de los Estados-nación. Como María Pinda, tanto en Chile como en los otros países de América Latina, muchas otras mujeres indígenas padecen esta triple discriminación tras la cual aparecen una serie de situaciones muy difíciles de sortear, tales como la violencia física y de subestimación social, desprendidas de las relaciones de género; las descalificaciones históricas ejercidas hacia los Pueblos Indígenas que han delineado los marcos normativos y legales de los Estados desde una perspectiva etnocéntrica que limita la inclusión y participación política efectiva de los representantes de Pueblos Indígenas; y la marginalidad que trae consigo la pobreza, a través de la exclusión de los sistemas educativos y de formación, la precarización, demandas horarias y de movilización de los trabajos que realizan, la ausencia de conocimiento de sus derechos, e incluso, los gastos que muchas veces las organizaciones demandan.

Así y todo, diversas mujeres indígenas silenciosamente han tejido un espacio desde sus casas y entre sus comunidades, a través de aquellas labores que si bien se consideran nimias, son imprescindibles. Desde estos roles, muchas mujeres indígenas han logrado fortalecer sus organizaciones, construyendo espacios de encuentro, discusión y posicionamiento político de mayor alcance. Ejemplo de esos son los centros culturales mapuche durante la dictadura y los centros ceremoniales en la Región Metropolitana hoy, agenciados y dirigidos en gran medida por ellas, y que las han posicionado como actores clave dentro de sus comunidades, llegando muchas veces a ser impulsadas a ocupar cargos de nivel político, ya sea como dirigentas o en instancias institucionales.

Sin embargo, en esta nueva tarea política, estas mujeres se han visto en la necesidad de conjugar, por un lado, los roles que mantienen en sus comunidades en cuanto mujeres, madres y esposas, y por otro, los que demandan los diversos sistemas políticos y sociales en los que se inscriben, tales como los sistemas tradicionales indígenas, el mundo laboral, y en algunos casos, los de participación institucional en las estructuras político administrativas de los Estados (PNUD, 2010). Esto ha determinado que estas mujeres pasen a configurar inclusive un sector de interés para los partidos políticos, muchas veces en términos clientelares o de provecho en periodos de campaña, reconfigurando los discursos de género al incluir la variable étnica.

En términos cuantitativos, algunos estudios señalan que la participación de mujeres indígenas en la política partidista se materializa en instancias menores, microlocales (PNUD, 2010). Se puede observar cómo muchas de estas dirigentas indígenas se apropian de las plataformas que las instituciones y los partidos les entregan para sobrepasar sus límites y posicionar las demandas de sus pueblos. En Santiago, un ejemplo de esto son las Oficinas de Asuntos Indígenas, exigidas muchas veces por la población indígena de las comunas y administradas en un 70% por mujeres. Estas oficinas, sin tener un marco legal que las constituya ni un presupuesto establecido en los Municipios, han ido poco a poco no solo administrando y ejecutando las políticas públicas y los programas sociales enfocados a la población indígena de las comunas, sino también posicionando sus demandas en la agenda del gobierno local.

Finalmente, podemos señalar que a partir de las experiencias políticas de mujeres indígenas ocurridas en América Latina se desprenden dos niveles de apreciación por parte de las dirigentas: que al optar por negociar dentro de los marcos del Estado se deben pagar altos costos personales –la mujeres indígenas con cargos políticos suelen ser abandonadas por sus maridos producto de que estos consideran que desatienden sus labores–; y que el mundo político es un espacio difícil, altamente masculinizado y que a priori las subestima. Es decir, que además de sortear los obstáculos que implica el no tener un apoyo en el espacio familiar, al acceder a espacios institucionales estas mujeres cuentan con el desprecio de los hombres, por ser mujeres y el desprecio del sistema, por ser indígenas. Sin embargo, su labor política por lo general es respaldada y promovida por sus comunidades. En Bolivia, país en el que, producto de su Constitución Plurinacional, muchos de los municipios son liderados por indígenas, se promueve la participación de las mujeres en los municipios a través de un marco jurídico y normativo que busca poner en práctica un modelo de desarrollo desde abajo. Esto a través de diversas leyes, tales como la Ley de Participación popular, la Ley de descentralización administrativa, la Ley de reformas y complementación al código electoral, la Ley de cuotas, la Ley de partidos políticos, la Ley de Municipalidades, la Ley del diálogo Nacional y la Ley de agrupaciones ciudadanas y Pueblos Indígenas. Así y todo, no obstante a este apoyo institucional y legal, las mujeres siguen considerando ser discriminadas por sus pares hombres al momento de acceder a los cargos. Esta subestimación ha determinado que muchas veces las mujeres indígenas deban congeniar entre los derechos de los sistemas tradicionales y los institucionales, y los derechos individuales y los derechos de sus pueblos. La experiencia observada en ese país nos muestra que un gran número de mujeres, obteniendo una importante apoyo de sus comunidades para ingresar a la política tradicional y a los gobiernos locales, pasan a ser discriminadas, abandonadas y altamente exigidas, por lo que varias deciden volver a sus comunidades y desde ahí retomar su lucha. Tanto en Bolivia como en el caso de las Oficinas de Asuntos Indígenas en la Región Metropolitana, en América Latina los cargos políticos institucionales relacionados con el sector indígena de la población son en gran medida ocupados por mujeres indígenas, hecho que no se condice con la política o el sistema laboral tradicional, donde precisamente las mujeres ocupan menos cargos. Esta proporción atípica nos da cuenta del trabajo forjado por estas mujeres, quienes no solo han hecho de la adversidad un motor para su lucha a nombre de los Pueblos Indígenas de la región, sino que también han dotado de voz el silencio de su día a día, posicionándolo en los sistemas políticos que, a simple vista, no las ven.

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* M. (c) en Antropología, Universidad Academia de Humanismo Cristiano. Asistente de Investigación en Centro de Estudios Interculturales e Indígenas, ICIIS, PUC/UAHC/UDP, tesista FONDECYT de Iniciación 11130002.

(1) Se distinguen algunos estudios realizados por organismos de Naciones Unidas tales como la CEPAL y el PNUD. Como por ejemplo: CEPAL, 2010. Diagnóstico de la Participación Política y Liderazgo de Mujeres Indígenas en América Latina. Bolivia, Ecuador, Guatemala, Nicaragua y Perú. Estado de la Cuestión, y PNUD Argentina, 2007. Mujeres Dirigentes Indígenas: Relatos e Historias de Vida.

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