
Luis Campos Muñoz[1]
Bosco González Jiménez[2]
Durante cientos de años se ha celebrado a la Virgen del Carmen en el poblado de La Tirana, en la Región de Tarapacá. Hoy en día más de doscientas sociedades religiosas bailan durante diez días ante sus imágenes en un ritual católico en donde se da cita la gran diversidad que compone al norte de Chile, como también distintas clases sociales y jerarquías civiles y religiosas que expresan la relación de pertenencia e identificación entre los individuos y las múltiples identidades existentes en el norte grande, entre ellas las identidades de los grupos étnicos y otros colectivos barriales, gremiales y sociales. Si en un principio fue imposición a partir de la extirpación de idolatrías, el culto fue paulatinamente siendo tomado por aquellos que habían sido derrotados para convertirlo en los que Max Gluckman ha denominado Rituales de Rebelión, es decir, la instauración de un tiempo y de un espacio ritual en donde se puede subvertir el orden establecido, imponiendo a partir del rito nuevas formas de relacionamiento en donde las jerarquías existentes no tiene mayor intervención. Estas formas, si bien no llegan a modificar el sistema imperante, entregan posibilidades de orden de acción a futuro pudiendo llegar a convertirse en nuevas estructuras sociales. ¿Cómo se fue gestando esta situación? ¿Se ha mantenido hasta la actualidad como rito de rebelión? ¿Cuál es el sentido de pertenencia que se desprende de esta celebración? Esta es la historia que contaremos a continuación.
Del mito al rito.
Durante la primera mitad del Siglo XVI, en Tarapacá, Fray Antonio Rendón Sarmiento tenía por misión extirpar idolatrías e instalar la fe cristiana; se dice que en sus andanzas por la Pampa del Tamarugal habría encontrado una cruz sobre un montículo hecho hacía poco tiempo. En esta misma posición, Rendón habría levantado una capilla en honor a la Virgen del Carmen, lugar donde actualmente estaría ubicada la actual Iglesia del Pueblo de La Tirana. Esta cruz habría sido puesta por los Willcas (Comandantes Incas), que habrían ordenado el asesinato de la Ñusta Huillac, última heredera de la dinastía incaica, que en la zona del Tamarugal habría liderado un levantamiento anticolonial durante la primera mitad del Siglo XVI. ¿Por qué los sacerdotes Incas y los miembros del movimiento anticolonial habrían asesinado a la líder, la gran Ñusta Huillac?
Lo que la historia cuenta, es que en el año 1535, Diego de Almagro habría salido desde el Cuzco a “la conquista de Chile” con 500 españoles y cerca de 10.000 soldados incas, en condición de esclavos, los cuales eran acompañados por miembros de la dinastía incaica, entre los cuales se encontraba Paullu Tupac Inca y Huillac Huma; este último, se comenta, era acompañado por su hija, Huillac Ñusta, de cerca de 20 años de edad. También viajaban con ellos un grupo no menos significativo de Willcas o Capitanes Incas. Huillac Huma habría huido de las huestes fracasadas de Almagro hacia la zona de Charcas a fortalecer la rebelión impulsada por Manco II. A la altura de la localidad de Pica, la Ñusta Huillac se habría fugado también de las tropas de Almagro y, seguida por soldados incaicos y un grupo de Willcas, se habrían escondido en lo que actualmente conocemos como la Pampa del Tamarugal, en la Región de Tarapacá, condenando a muerte a los cristianos y a los indios bautizados. En la obra de Cuneo Vidal se dice que fue temida a 100 leguas a la redonda y que fue llamada la bella Tirana del Tamarugal. Uno de los españoles apresados fue Vasco de Almeida y dirigido hacia la Ñusta, le dijo pertenecer a un grupo de mineros que andaban en busca de “la mina del sol”, lugar que se identificaría posteriormente con el yacimiento de Huantajaya. Un grupo de ancianos decidió sentenciar a muerte a Vasco de Almeida, y se cuenta que la ejecución debía ocurrir en cuatro lunas más, pero la Ñusta vaciló y decidió no ejecutar la sentencia del consejo de ancianos. El cautivo le había hablado de su fe, de su dios y el amor habría nacido entre ellos. La Tirana más linda del Tamarugal pidió así a su enamorado que la bautizase, y en el momento en que precisamente la Ñusta Huillac era bautizada por su amado, una lluvia de flechas cayó sobre ellos y en su lecho de muerte pidió que se le enterrase al lado de su amado y que sobre ellos se colocara una cruz.
El relato que aquí se expresa es parte de los antecedentes mitológicos e históricos de la fiesta de la Tirana del Tamarugal. Queda expuesto en sus detalles que es una expresión discursiva que responde a una necesidad de la formación colonial temprana relacionada con expulsar del territorio andino los sistemas de pensamiento precolombinos e intentar instalar una formación de pensamiento cristiana, con Jesucristo y la Virgen María en el centro gravitacional de la religión de los indígenas y la nueva sociedad mestiza en emergencia. Esto no solo estaría vinculado con las necesidades de reproducción simbólica o ideológica del orden colonial; habría estado enlazado fundamentalmente con la necesidad de disciplinamiento de los cuerpos y las conciencias para el trabajo en las faenas mineras de las que se hará la economía colonial en Tarapacá, y con el surgimiento de una nueva identidad, la mestiza, que pasaría a ser la preponderante en la región.
Tanto la experiencia extractivista de Huantajaya, y lo que posteriormente se constituirá como el ciclo de extracción salitrera que se extenderá desde las últimas dos décadas del Siglo XIX hasta la primera mitad del Siglo XX en la región, harán usufructo tanto del disciplinamiento de los cuerpos como de los procesos identitarios, resultando así el sincretismo religioso y el mestizaje cultural.
Del ritual a la rebelión.
Si bien en este caso terminó por imponerse el culto cristiano por sobre el culto indígena, el primer acto de rebelión consistió en llevar de contrabando, revestidos por el culto mariano, muchos de los elementos de culto que el mundo andino tenía antes de la llegada de los españoles. La importancia de la danza en el rito religioso, el culto a los antepasados, imágenes religiosas en su función de huacas indias y sobre todo el culto a la Pachamama, fueron en definitiva transportados al nuevo ritual sincrético. Asimismo, muchos de los elementos culturales indígenas, sus ideas, valores y pensamientos, fueron también reutilizados por la nueva conciencia mestiza. De esta manera pudieron sobrevivir los elementos indígenas en las nuevas condiciones de explotación de las minas y de imposición del cristianismo, incluso vinculando la fiesta a otros rituales, también sincréticos de la región, como la Virgen de Copacabana en Bolivia. Así, la fiesta se mantendrá durante la etapa final de la colonia y los primeros años de vida republicana.
A mediados del Siglo XIX, cuando comienza a aparecer la explotación del salitre, la fiesta no tiene la resonancia que tendrá en la actualidad. Dos cambios ocurridos en esa época marcarán la transformación definitiva desde el rito al ritual de rebelión. El primero tiene que ver con la explotación a la cual serán sometidos los trabajadores de las salitreras, lo que impulsará, además, el nacimiento de los primeros movimientos obreros organizados en Chile. El segundo, es la presión de las autoridades civiles y religiosas por chilenizar y civilizar la Pampa del Tamarugal, por hacerla chilena, lo que implicaba la erradicación, nuevamente, de los cultos locales.
En el primer caso, las actividades de las sociedades religiosas vendrán a enmascarar un tipo de organización de base territorial vinculada a cada cantón salitrero y a barrios específicos de la ciudad de Iquique, los cuales tenían prohibido su funcionamiento como sindicatos o ligas obreras. Es el nacimiento de los cuerpos de baile, organizaciones locales, familiares y territoriales que, con la Virgen de La Tirana como excusa, podrán mantener viva su organización y la posibilidad de encontrarse a lo largo del año con la finalidad de rendirle culto a la Virgen. No obstante, lo que se manifestaba en realidad era la mantención de los lazos sociales de base, que se expresaban en la comunidad que se vivían en La Tirana y en la falta de control social oficial de la fiesta, lo que terminó por incidir en la construcción de sentidos de pertenencia en torno a las identidades obreras, como también en relación a la composición indígena y campesina de esos mismos trabajadores.
En el segundo caso, la chilenización de la pampa les permitirá a los habitantes de Tarapacá y sus alrededores mantener su vinculación con un territorio usurpado por Chile en la Guerra del Pacífico, como también con las antiguas costumbres que habían conocido ellos y sus antepasados. La peruanidad de esos territorios era innegable y en la fiesta, si bien disfrazados de un nuevo chilenismo, se mantendrán y se recrearán los antiguos bailes, con una Virgen que ahora se viste como Patrona del Ejército y de la Patria, pero que sigue siendo la antigua de ritualidad gestada en las minas de Huantajalla y por qué no decirlo, la misma Pachamama. Y al igual que en el caso anterior, estos procesos incidirán en la construcción de un sentido de pertenencia con una potente imagen de lo regional, rescatando quizás con mayor fuerza que en otro lugares de Chile sus identidades como iquiqueños, tarapaqueños y nortinos.
El apelo por el reconocimiento estará presente en la primera mitad del Siglo XX y los bailes religiosos ejecutarán sus danzas no solo para sus propias imágenes, sino también para un público cada vez más numeroso que con su presencia comenzará a validar el ritual. De esta manera, y casi de contrabando, pudo sobrevivir la organización social en la Pampa del Tamarugal, disfrazados, trasvestidos de lo religioso, pero manifestando en su fiesta los anhelos de una vida comunitaria, de la igualdad y la confraternidad, la que, de una u otra manera, se plasmará también en la construcción de las actuales identidades de Tarapacá.
De la rebelión a la institucionalización.
En los primeros años del Siglo XX, la fiesta era negada y hasta perseguida por las autoridades civiles y religiosas. Les recordaba el tiempo del Perú y los continuos excesos les parecían poco adecuados para la nueva nacionalidad que se hacía dueña de esos territorios, como también la base indígena que se quería erradicar.
Pero en la medida en que los bailes se apropiaron de la fiesta y de la misma religiosidad, tanto la jerarquía eclesiástica como las autoridades civiles se vieron en la necesidad de comenzar a domesticar la celebración. Por parte de la Iglesia se comenzarán a reconocer las manifestaciones de la religiosidad popular como formas adecuadas de culto y se avanzará en el proceso de catequesis y a través de él, del control del rito. Las autoridades civiles, por otro lado, comenzarán a administrar la fiesta, sobre todo a partir del decreto de Ley seca que se hará efectivo en los años 60.
Hoy en día la fiesta es organizada por el episcopado de Iquique y por el Municipio de Pozo Almonte. Se venden patentes para los comerciantes y se cobra estacionamiento, constituyendo un importante ingreso para el municipio. La Iglesia recibe también cuantiosas donaciones que son destinadas para la mantención del santuario y el ejercicio pastoral. Se intenta por todos los medios controlar la festividad y adecuar, bajo estrictos parámetros, a los bailarines en aquellas cuestiones que las autoridades consideran pertinentes.
No obstante, ante cada nueva normativa, lo bailes religiosos y los peregrinos en general, buscan la manera a través de la cual pueden subvertir las reglas imperantes. Si bien el culto ha sido finalmente domesticado, como forma estructural está siempre abierto a las nuevas formas de rebelión que se puedan expresar a través de él.
Lo que planteamos en definitiva es que en el Siglo XVI, a partir del mito reinterpretado, se comenzó a gestar una nueva forma estructural, la del rito, creada intencionalmente por los mecanismos de dominación cultural y con la finalidad de domesticar, de imponer formas culturales a la población. Pero como en muchos otros casos, estas mismas estructuras, a través de sus fisuras, de meandros, de sus intersticios, han permitido que no solo se reproduzca el sistema, sino que también se expresen en ella y de manera muy variada, los síntomas de la rebelión y junto con ello germinen sentidos de pertenencia al interior y al margen de la institucionalidad. La Fiesta de la Virgen del Carmen de La Tirana se sigue así recreando porque en definitiva ha sabido plasmar en su interior la gran diversidad de la región amparando distintos sentidos de pertenencia y de identidad cultural.
[1] Doctor en Antropología. Universidad Academia de Humanismo Cristiano. Investigador Principal del Centro Interdisciplinario de Estudios Interculturales e Indígenas. ICIIS, Código del Proyecto: CONICYT/FONDAP/15110006.
[2] Sociólogo. Estudiante del Doctorado en Historia. Universidad de Chile. Investigador Ayudante del Centro Interdisciplinario de Estudios Interculturales e Indígenas. ICIIS, Código del Proyecto: CONICYT/FONDAP/15110006.
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