
Ramón Cayuqueo
Dentro de mi experiencia no hace mucho supe reconocer la calidad del kupal (apellido como le dicen en occidente), aquello que explica comportamientos y acciones dentro de un mundo plagado de mitos reales.
Trece años entre balones de fútbol acechaban mi juventud. Colores de niños solidarios cantaban entre los mantos grises de la gran ciudad y jugar a la pelota era el ritual cotidiano dentro de la población junto a los mini parlamentos, que organizaban los que tenían “la perso”. Siempre me encuentro alejado de cuestiones tan banales como estos asuntos, me producen indiferencia y vacíos y ¡es obvio! La identidad se mueve entre lo que más guste al gusto: dar un pelotazo al aire cercado por muro y poste era el éxtasis infantil. En fin, la vida seguía siendo solo pichangas, sin importar cualquier tipo de protocolos con el hogar o en sociedad.
Desde lo más lejano de mi ser escuchaba una inquietud que me figuraba amenazante pero necesaria. Las aulas del colegio hacían eco al silencio sepulcral de la presencia de quien no está acorde a las manías del mundo cotidiano. La soledad e indiferencia para con los compañeros eran el síntoma de cabro pavo que no sabe donde estar parado aunque angustiado de su posición. En aquella vida existía un momento donde el alma del confundido escapada de las sombras dispuesto a llegar a los muros de un nuevo mundo. Era un conflicto del ser, uno de aquellos más oscuros donde no tienes control ni fuerza para guiarlo, en definitiva era algo siempre desconocido pero de cierta forma familiar. No lo sé, ni recuerdo, pero era cuestión de sentir un pequeño momento de incertidumbre en el aula para beberlo: pasar la lista dentro de clase es la expresión más clara, mi apellido Cayuqueo (Kayukeo) en ese entonces poseía ese algo de diferencia que una mente confundida puede poco soportar en un contexto de civilización de corte artificial. Entre Bustamante, Pérez y Gonzales. Aparecía el Cayuqueo o Cayu. Esa diferencia que va más allá de la semántica repercutía tan intensamente en el cuerpo que ni el más revolucionario de los fármacos podía alivianarlo. No digo que no sea nervioso, simplemente quiero dar muestras de estas sombras que acechaban en ese pequeño lapso protocolar del aula. ¡Qué era eso! ¡De dónde proviene tal sonido! Aún no lograba entender esas energías que acechaban al humilde. En fin, siempre que la profesora o profesor me nombraba me sugestionaba. Cayuqueo a los oídos de la masa no suele parecer algo cercano, parece hasta agresivo ya que inundaba las dimensiones de la sala y de cada ser, entre inmaduros y despistados. Creo que me hacía algo especial, hasta la media y universidad incluso el Cayuqueo tiene esa carga potente, pero más que eso como un signo distinto y es obvio que existía un desconocimiento eterno del apellido y como tal la fragilidad no dudaba en entrar. El espíritu se inquietaba y el alma no podía suavizarlo, la química inundaba los sectores del cuerpo manifestada en presiones transformada en depresiones. La temperatura subía a cien kilómetros y los reflejos se intimidaban. La respiración perdida buscaba su salida sin encontrar nada más que caminos cerrados por la mente del que no sabe cómo actuar. Lo bueno, o casi, es que esto transcurría por segundos, aunque infernales y era muy cierto. No necesitaba tener ojos por todos lados para saber que me tocaban alrededor aquellos criados en uniformes mundos. Cayuqueo se pronuncia tal como lo lee no me vengan a decir que no saben leer, sobre todo a l@s profesores que no sé por qué, pero hasta su calidad de leer se ponía en duda, pésima dicción, aunque no es menor, el honor de los profesores va en picada. ¿Era Discriminación? O simplemente no sabía leer; o simplemente no estaban familiarizados con “lo diferente”. Las dos primeras se adelantaron pero la última fue la que se quedó.
Dentro de mi experiencia no hace mucho supe reconocer la calidad del kupal (apellido como le dicen en occidente), aquello que explica comportamientos y acciones dentro de un mundo plagado de mitos reales.
En el devenir del tiempo los símbolos del regreso retumban a un sistema en crisis y por ende la esperanza se hace poderosa ante los seres deprimidos. Soy Ramón Cayuqueo, un mapuche de Santiago, pero siempre mapuche… no existen más calificativos ni adornos semánticos que superen su expresión porque no tiene cabida en un mundo tan pero tan plastificado.
Quizás más adelante podré decir otra parte.
tain mapu tain mogen tain pewma tain piuke zunguy
(nuestra tierra; nuestra vida; nuestro sueño; nuestro Corazón hablan)
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