
Claudia Sarmiento Ramírez
Cuando nos preguntamos desde dónde surge la discriminación contra las mujeres, debemos pensar en gestos que a priori parecen inocuos, pero que mirados de cerca están llenos de significado.
Venía envuelta en una caja preciosa, con un enorme lazo rosa. Tenía un papel con fondo blanco y corazones rojos. Era realmente el despliegue escénico que haría que cualquier niña de 5 años enloqueciera ante la promesa de esa mágica caja. Cuando ella la cogió no vaciló en romper el lazo y el papel para averiguar de inmediato qué se escondía tras los corazones. Ahí estaba: una bellísima muñeca. Blanca, rubia, delgada, flexible. Ideal.
La sorpresa y la cara de cumpleaños de la niña vino acompañada de múltiples felicitaciones para la pareja que compró el regalo: qué buena idea, qué lindo regalo, qué buen gusto. Todos y todas los invitados e invitadas coincidieron en que “te ibas a la segura comprando la muñeca” y que así “uno nunca falla”. Para toda la concurrencia la muñeca era un fantástico regalo. Para todos excepto, claro, para mí.
No. No se anticipen. No soy una amargada y por supuesto tuve muñecas. Sí, sí fui feliz cuando las recibí. Mi punto no es ese. Tampoco lo es cuestionar la clara felicidad de la cumpleañera mientras jugaba con su muñeca. Nunca tan mala onda.
Mi punto es por qué todos y todas asumimos que regalarle una muñeca a una niña de cinco años es el mejor regalo. Una buena costumbre diríamos.
Cuando haces un regalo, lo haces pensando en qué le interesa o le gusta a la persona a quien se lo darás. Entonces, ¿cómo sabemos que a una niña de cinco años de seguro le gustará la muñeca? No lo sabemos; lo suponemos. Porque, ¿qué otra cosa podría interesarle? A las niñas deben gustarles las muñecas. Y ese el problema. La expectativa de comportamiento asociada al regalo. Porque en el fondo lo ideal no es la muñeca, sino la niña. La niña modelo debe, desde la infancia, nutrir la pequeña mujer-madre que lleva dentro y practicar desde temprana edad el arte de cuidar de otros. ¿Mencioné que también le regalaron tacitas?
Les invito a hacer un salto en el tiempo. La cumpleañera ahora tiene 15 años. El más aplaudido de los regalos fue un completo juego de maquillaje. Tenía lápiz labial, rubor y máscara de pestañas. Nuevamente, ovación total. “¡Ahora sí que te luciste!”. Otra vez la pregunta del millón, ¿cómo sabían que este era el regalo para lucirse? No lo sabían, pero al igual que a los cinco años para muchas y muchos la respuesta es clara e inequívoca: ¿qué otra cosa podría interesarle a una chica de quince años que no sea verse bien? Obviamente, desde la adolescencia ella debe preocuparse de lucir atractiva para ser una futura mujer-esposa.
El regalo, así como otras costumbres sociales no controvertidas, contribuyen y son parte del proceso de construcción de la identidad de cada persona. Son, además, un reflejo de las expectativas de intereses y comportamiento que sedimentan nuestra auto-imagen. La muñeca y el maquillaje son ejemplos de cómo la identidad de las niñas se edifica en base a los roles y estereotipos que existen sobre las mujeres que serán o debieran llegar a ser. Nada en ellas indica que serán buenas madres o esposas, pero la sociedad espera que se eduquen en ese rol.
Rol que se define, además, sin considerar lo que a ellas puede interesarles o de lo que aspiran a ser, sino en función del resto; es decir, ser mujer será ser madre de o esposa de alguien. El desafío para aquellas mujeres que deseen construir una identidad que responda a un yo que no se defina como una alteridad es mayor. Porque, después de todo, a nadie le gusta ser una desadaptada. Asumir, nombrar y visibilizar que nos incomoda el rol que se nos asigna es, al fin y al cabo, un acto político que inevitablemente romperá con los cánones de comportamiento “adecuados”. Este acto nos obliga a revisar nuestra propia crianza, nuestra propia conducta. A mirar a quienes amamos y ver que algunos de sus actos nos provocan un profundo escozor y que callar puede no ser una opción viable. A enfrentar las estructuras jerárquicas tras el género en el que se nos educa.
Encontrar modelos de mujeres a quienes emular actualmente es un desafío en sí mismo. En un ambiente donde se exalta a las “Lulis” y “Adrianas”; donde la belleza parece ser el único o más importante talento que deben poseer las mujeres, ¿qué modelos de mujer existen para nuestras niñas? Resulta apremiante construir y rescatar la memoria de las mujeres a quienes debemos el acceso universal al voto, a las que pelearon en las calles por la democracia y los derechos humanos durante la dictadura, a las que consiguieron el acceso a los anticonceptivos, a las primeras universitarias, a las obreras, en fin, a todas las que tuvieron el coraje de controvertir un orden social que se percibe como natural, pero que no es sino otra construcción social.
Cuando nos preguntamos cómo se construye la cultura y, por sobre todo, desde dónde surge la discriminación contra las mujeres, debemos pensar en estos gestos que a priori parecen inocuos, pero que mirados de cerca están llenos de significado. Porque todas y todos somos parte de la cultura y ésta no es una entelequia que no podamos asir. La hacemos cada día, en cada acto. Regalo a regalo.
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