Porque cómo me veo no es lo más importante de mi vida y tampoco de la tuya

* Daniela Acosta

El Programa Rader para Desórdenes Alimenticios (http://www.raderprograms.com) publicó hace un tiempo una infografía que ha dado vueltas en internet. Yo la vi como un meme donde un hombre explicaba por qué no importaba cuántas veces le dijera a su novia que era linda, ella seguía sintiéndose fea.

La infografía es esta:

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Si bien la publicación tiene datos de Estados Unidos, es innegable que los estándares de la moda son globales, lo mismo que la publicidad y los medios de comunicación. Todo el mundo habla de los cuerpos de las mujeres. Que alguien engordó o adelgazó no debería ser tema, y mucho menos entre mujeres. Esto, simplemente por el hecho de entender y padecer cada día los mensajes de los medios de comunicación que apuntan y tienden a estandarizar nuestros cuerpos.

Existen más ejemplos claros y también impactantes que a mí me han ayudado a internalizar –además de ver y comprender– esta situación en que nos encontramos inmersas y de la que cuesta tanto abstraerse. The Nu Project (www.thenuproject.com) es uno de ellos. Se trata de un proyecto que tiene fotografías de desnudos de mujeres de diferentes partes del mundo. Fue un hallazgo fantástico. Estuve una tarde completa mirando las fotos de mujeres de Estados Unidos, de Sudamérica, jóvenes y viejas, todas esas mujeres con sus cuerpos, todos diferentes. Entre esos, pude identificar un solo par de tetas que podrían, quizás, parecerse a las mías. Porque las mujeres, nuestros cuerpos, no son idénticos. Y lo que parece obvio cuesta pensarlo si somos bombardeadas todos los días, desde diversos flancos, por imágenes de mujeres mutadas, transformadas, para ser algo que no existe en la realidad: un solo cuerpo extremadamente delgado, con tetas redondas, y potos ídem. La publicidad, la televisión en general, nos presenta una imagen falsa (ya sé, no invento la rueda con esto) a la que aspirar y cuesta un montón salirse y dejar de exigirse, dejar de avergonzarnos de nuestro cuerpo que no llega a ser nunca ese otro que nos quieren imponer.

Precisamente, El cuerpo de las mujeres, un pequeño documental de Lorella Zanardo y Marco Malfi Chindemi, (www.ilcorpodelledonne.com, la versión con subtítulos en español está disponible en http://www.youtube.com/watch?v=1teAJZE1ark) muestra cómo se representa la imagen de las mujeres en la televisión italiana. Y no es difícil percatarse que lo naturalizado en nuestros medios de comunicación, y tal vez en la televisión mundial, es la imagen de la mujer cortada en pedazos, que muestra su cuerpo, se pasea casi sin ropa, mientras los hombres permanecen perfectamente vestidos, incluso con corbatas. Uno lo naturaliza y piensa bueno, así es la tele, a esas mujeres les pagan por eso. Y sí, les pagan. Pero además de ser un trabajo humillante para quienes lo realizan (por cómo quedan como un mero pedazo de carne, sin voz, sin pensamientos ni sentimientos, puro deseo, puro objeto de deseo), lo más complejo, me parece, es que niñas y adolescentes, mujeres en formación, quedan expuestas ante esta imagen de la mujer, ante este deber verse que deviene deber ser.

Por otro lado, la cosmética también quiere que seamos otra. Nos vende la ilusión de que si usamos tal o cual crema pareceremos de quince, y usan modelos de incluso menos edad. Yo tengo treinta y uno, y no quiero parecer de quince. No me interesa. Me arrugo porque me río, porque así es mi piel y mi cara y mi vida. No quisiera otra, no quisiera ser esa otra, esa que no tiene ninguna marca, que siempre está perfectamente maquillada, que se avergüenza de su cuerpo por no ser lo que “debiera”, de su piel porque no es lisa y perfecta, de su cuerpo diferente, en definitiva. A mí, con que no me duelan las piernas o cualquier otra parte de mi cuerpo, me basta y me sobra. Tengo celulitis, estrías, granos, arrugas, poros, pecas, como cualquier otra persona. Así son los cuerpos, con más, con menos grasa, con más o menos marcas, y no voy a gastarme lo que no tengo para verme de la forma en que me dicen que debo verme y, sobre todo, de la forma en que nunca llegaré a verme. Porque ni siquiera las modelos son como aparecen en los videos y fotografías publicitarias. Esa imagen a la que nos hacen aspirar ni siquiera existe. En el video Killing us softly 4 (en You Tube están los videos. Acá el cuarto: http://www.youtube.com/watch?v=s9FXR8FdPvY), Jean Kilbourne explica en menos de cinco minutos lo que los medios de comunicación hacen con la imagen de la mujer, cómo esa imagen es falseada y cómo se nos enseña a las mujeres que lo más importante en nuestras vidas es nuestra imagen (imagen siempre fallida, al no llegar a cumplir nunca con ese ideal).

La industria de la moda, además de trabajar con modelos muy jóvenes y famélicas y proyectar esa imagen como el canon de belleza, hace las tallas de ropa cada vez más pequeñas, con el objeto –supongo– de abaratar costos. Como sea, el impacto en la sensible y atacada seguridad de una adolescente puede ser terrible. Pasar de una talla a otra puede resultar un horror para estos cuerpos exigidos y autoexigidos siempre.

Sobre esas dietas, yo pienso:

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Pero la referencia a nuestra imagen también está en las calles, donde nuestro cuerpo para ciertos individuos parece estar en una vitrina. Seudopiropos, o piropos menos asquerosos que la sarta de obscenidades que son la usanza común, hacen referencia a nuestra imagen, a nuestro cuerpo. Como si nosotras quisiéramos o tuviéramos la obligación de recibir (si no agradecer, poco menos, no faltan los que dicen que “suben el ego” de las receptoras) las opiniones, gritos, ruidos, silbidos y un largo etcétera que se refiere a nuestra imagen, a nuestro cuerpo. Para eso, la campaña de los distintos Observatorios Contra el Acoso Callejero (hay en Perú, Chile, Colombia y Estados Unidos) y otras instancias, con la frase “usar un espacio público no hace que mi cuerpo sea público”, hace un llamado para que las mujeres dejemos de ser vulneradas en el espacio público y en contra del acoso al que nos vemos sometidas diariamente.

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El corto Mayoría oprimida (http://www.youtube.com/watch?v=V4UWxlVvT1A), de la francesa Eleonore Pourriat, también es otro ejemplo –muy gracioso y preciso– de cómo el sometimiento es asumido como obvio para las mujeres. En él, se muestra cómo Pierre, el protagonista, es ninguneado por las mujeres que lo rodean, cosificado, acosado en la calle, todo por su condición de hombre. En tanto, las mujeres del corto tratan de forma condescendiente a sus parejas y a cualquier hombre con el que se topen en la calle o en el trabajo e incluso corren sin polera por las calles, mientras exigen una forma de vestir “recatada” para los hombres. Es algo así como el mundo al revés. Puede parecer exagerado para algunos, pero si se quiere mostrar a un hombre lo que una tiene que vivir día a día en todos los ámbitos de la vida, queda bastante claro, sin caer en ningún caso en la exageración.

Yo simplemente espero que nadie me diga nada nunca respecto a mi cuerpo. Ni en la calle quiero me interrumpan para decirme nada respecto a cómo me veo, esa es solo una parte de mí, mi imagen, y no quiero que alguien, cualquiera, se sienta con el derecho a meterse en mi espacio, opinar sobre mi cuerpo y de paso impedir mi tranquilidad en el espacio público. Tampoco quiero que otras personas, mis cercanos incluso, hablen de mi cuerpo, nunca. Si estoy más flaca o más gorda no es un logro y tampoco es de su incumbencia. Si no tienen nada que decir y ya me hablaron del clima, pues nada, padre, madre, hermanos y familiares en general: un silencio incómodo es preferible a que estén opinando de mi cuerpo o del cuerpo de otras mujeres. No lo quiero, no me interesa. No quiero ser parte de la histeria colectiva que agarra a las mujeres al hablar de la delgadez, y tampoco quiero fomentar eso para otras mujeres, seguir ese círculo donde se impone y refuerza el deber verse de las mujeres con la imagen de un cuerpo plástico e imposible como meta.

A mí todavía me cuesta, el cometido no es tan fácil como podría parecer. Es una lucha constante, el ataque a nuestros cuerpos está en todos lados: en la publicidad, en la calle, en la televisión, en las imágenes mediáticas en general; pero también en nuestras casas, en nuestras familias, con nuestras amistades. Ese ataque, esa exigencia de ser un cuerpo único, universal, nos impone una sola posibilidad, una única manera de ser la mujer en el espacio de los medios: las mujeres, si queremos llegar a ese cuerpo único, solo podemos hacerlo por partes, a fragmentos, juntando partes de cuerpos distintos. Y es precisamente contra esa heteronormatividad, contra esa normalización de los estereotipos de género que debemos luchar. No caer en conversaciones sobre el cuerpo de otras mujeres a mí me ha servido. También mirar los proyectos de más arriba. Recordar, aunque parezca obvio, que los cuerpos todos son diferentes y no tenemos por qué responder a una norma de cómo vernos, de cómo ser.

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* Periodista y gestora cultural. Miembro del equipo editorial de Rufián Revista.

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