Por la ruta del sticker

* Laura Hernández M.

“Sin embargo, el espectáculo no es identificable a simple vista, ni siquiera combinado con el oído. Es lo que escapa a la actividad de los hombres, a la reconsideración y corrección de su obra. Es lo opuesto al diálogo.”
Guy Debord


La ciudad ha muerto, viva la ciudad.
Es indiscutible que la ciudad, tal y como la habíamos concebido hasta el siglo pasado, ha desaparecido. La concepción política de la urbis como espacio de encuentro de todos los miembros de la civitas, esto es, como espacio republicano, ha perdido sentido en un mundo dominado por el consumo. Sin embargo, incluso en una época oscura como la nuestra, la potencia espiritual de la cultura aparece con fuerza, recuperando el sentido humano de la calle como lugar de encuentro.

La aparición clandestina de graffitis, esténciles, stickers y posters en la vía urbana de todas las ciudades del mundo es una de las manifestaciones de una lucha por la recuperación del espacio público como terreno de la expresión civil. En respuesta a la invasión de publicidad comercial, aparecen constantemente lenguajes y estéticas que dejan constancia de la presencia humana en la calle, cuyo carácter ilegal se funda en una normatividad que tiene su base en la propiedad y no en el diálogo público. No obstante, el rechazo y la eliminación de estas expresiones muestra de por sí un intercambio de lenguajes, por supuesto disfuncional, en el que una de las partes ejerce una violencia, fundada en la autoridad de la ley y en defensa de un supuesto orden público, que tiene como propósito impedir que el otro sea escuchado.

En virtud de que esta relación es desigual, el lenguaje clandestino se caracteriza por su irreverencia y sentido del humor. Los stickers callejeros, en especial, ironizan el lenguaje icónico de la publicidad que usa una imagen como logo publicitario que sirve para identificar una firma comercial anónima. Quien pega un sticker afirma una identidad a través de símbolos de variado tipo, que aluden a la heroicidad de personajes de caricaturas o de personajes históricos, políticos o artistas, pero también encontramos figuras como pistolas o escusados que materializan conceptos como la violencia y la inmoralidad. Abundan las que tienen un claro sentido político, como la figura de un copete cruzado que simboliza la oposición a Enrique Peña Nieto. Otros pueden contener frases que reiteran la economía expresiva del eslogan comercial, pero que a diferencia de éste, no venden nada: son sólo las huellas de una presencia que busca la mirada activa del transeúnte y que por eso no son slogans, sino que podríamos considerarlos aforismos.

El lugar del no-lugar
De acuerdo con Marc Augé, los “no-lugares” son la manifestación más clara de la transformación de las ciudades. Es un concepto que se presenta en oposición al de “lugar”, que Mauss propusiera para localizar a la cultura en las coordenadas de un espacio y un tiempo. Los “no-lugares”, dice Augé: “son tanto las instalaciones necesarias para la circulación acelerada de personas y bienes (vías rápidas, aeropuertos), como los medios de transporte mismos o los grandes centros comerciales, o también los campos de tránsito prolongado donde se estacionan los refugiados del planeta.” (1)

La noción de “lugar” se convierte así en un concepto fundamental para abordar la cultura en el espacio urbano contemporáneo; en el sentido en que el lugar no es sólo un punto en la geometría del mundo, sino una manera de ver el mundo, que apela a la memoria de una ciudad y de sus habitantes. El monumento histórico representaría por antonomasia un “lugar de memoria”, tal y como lo plantea Pierre Nora, pues asigna una narración histórica a esa representación y lo incorpora al paisaje de la urbis, como espacio de la res publica: como un lugar de conmemoración. Sin embargo, no sólo los lugares a los que le asigna el Estado un significado político son “lugares”; en realidad, toda representación simbólica que aparece en el espacio público es sede de una expresión cívica, que es el resultado de una práctica que se produce, con sus propias reglas, dentro de esas coordenadas espacio-temporales.

En el caso de un sticker, podemos decir que su aparición en el escenario marco del “no-lugar”, como es la calle por donde circulan personas y automóviles, permite la emergencia de un “lugar”, porque va al encuentro de la mirada del transeúnte, al que pretende decirle algo. Sin embargo, la práctica no está legitimada por una normatividad, lo que impide su asignación como “lugar” y la expulsa al margen de la ilegalidad, desde donde se presenta como un objeto estético efímero, pero repetitivo y reiterativo, que existe gracias a su insistencia.

La política de la visibilidad
Toda expresión callejera tiene un carácter político en tanto es una estética que pone en cuestión el régimen de visibilidad dominante. Su carácter subversivo se deriva del hecho de que la revolución consiste en la transformación estética de la vida personal en el marco de la vida comunitaria, puesto que más que cambiar el mundo, lo que se busca es cambiar la manera de ver el mundo. Una concepción de lo político que parte del situacionismo de Guy Debord(2) y que es desarrollada después por Jacques Rancière(3), particularmente, en un libro reciente: El espectador emancipado.

La idea central es la siguiente: si el capitalismo ha llegado a convertir la realidad en el espectáculo de la realidad, y con ello nos ha impedido acceder a la vida (a actuar en ella), convirtiéndonos en meros espectadores; la emancipación consiste en convertir el mirar en una forma de actuar, es decir, habrá que producir imágenes que hablen y palabras que imaginen. La acción de mirar consistirá también en trazar mapas, topologías de la disposición de los cuerpos dentro de ciertos espacios, concibiendo lo político como la tensión entre la jerarquización de los lugares que ejerce el gobierno (la policía) y el conjunto de las prácticas guiadas por el principio de igualdad de cualquiera con cualquiera y su preocupación por verificarla (la emancipación).

Esta tensión ya se ha descrito en la disfuncionalidad lingüística que se caracteriza por ser antidialógica, desde el lado de la policía; su contraparte es el principio de igualdad que se apropia de la forma del lenguaje dominante para generar nuevas miradas, liberando esos espacios. La elección del ícono se incorpora a un paisaje urbano dominado por la información visual y una enorme economía lingüística que más que hablar tartamudea slogans, pero que corre en dirección inversa; puesto que se desplaza desde el espectáculo hasta la vida, para crear un nuevo régimen de visibilidad.

La aparición de stickers en señales de tránsito confirma esta condición dialógica, entre el lenguaje dominante y la reasignación de sentido, pero además convierte a la señal de tránsito –que es esencialmente antidialógica porque sólo transmite instrucciones que deben ser obedecidas– en un lugar que habla de la circunstancia de quien habita la ciudad. Así, las figuras humanas de las señales de tráfico se convierten en personas que llevan consigo cosas o que tienen caras, dejando de ser abstracciones de transeúntes. La señal verde del semáforo peatonal, cubierta por un sticker “anticopete”, que simboliza la oposición al candidato del PRI para presidente, en la época de las elecciones, es un buen ejemplo de la construcción de un diálogo cívico en un contexto político complejo en el que la publicidad electoral domina la visión urbana.

La recuperación de la ciudad es una lucha política que exige abandonar un concepto policíaco de la política que garantiza la domesticación de nuestra mirada. Habrá que diseñar nuevas bitácoras para recorrer los viejos caminos que nos conduzcan a grandes visiones en las que fulgure nuestra vida. Es un buen comienzo seguir la ruta del sticker.

* Profesora e Investigadora en el Departamento de Filosofía Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, sus temas de investigación se enfocan a la filosofía del lenguaje de Ludwig Wittgenstein,  Lingüística, Literatura hispanoamericana,  Estudios culturales e interdisciplinares y a lenguajes marginales. Entre sus publicaciones destacan: Publicaciones La formación de conceptos en el caló. Licolm, Munich, 2002. Violencia y Argot, Actas del IX Congreso Internacional de Antropología. Barcelona, 2002. La importancia de la filosofía del lenguaje de Ludwig Wittgenstein para la lingüística del nuevo milenio. Escritos, Universidad de Puebla, 2001.

(1) Marc Augé. Los no-lugares. Espacios del anonimato. Una antropología de la sobremodernidad, Gedisa, Barcelona, 2008, p. 41.

(2) Guy Debord. La sociedad del espectáculo, La Marca Editora, Buenos Aires, 2008.

(3) Jacques Rancière. El espectador emancipado, Manantial, Buenos Aires, 2010.

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