
Elisa Walker
Existen ciertas prácticas donde la ofensa propiciada a otras personas es muchas veces imperceptible. Este es el caso de la conversación telefónica en que un miembro de una familia llama por teléfono a su casa. Puede ser que esta llamada sea contestada por un hermano o hermana, hijo o padre. Luego de realizar los correspondientes saludos, la persona que está llamando pregunta si hay alguien en la casa, y la respuesta que recibe por parte de quien contestó el teléfono es la siguiente: “estoy solo” o “no hay nadie”. Lo cierto es que él no está solo, pues en la casa hay otras personas que trabajan en ella, pero claramente la presencia de estas es “invisible a los ojos” de quien responde el llamado. En definitiva, la casa está llena de personas que no califican para ser consideradas como tales.
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