Música para camaleones

* María Isabel Molina V.

Situado en el escenario del ámbito cultural como el facilitador de procesos que integran a los creadores con los públicos, el gestor cultural pareciera enfrentar hoy diversos roles, pero sigue vigente la pregunta sobre su perfil como agente de cambio, heredado de su instalación en un complejo escenario social.

Su debut se dio en Chile y Latinoamérica en la década de los noventa bajo el concepto que hoy conocemos a cabalidad como gestor cultural. Su rol en el Chile post Pinochet se visualizaba en ese entonces como un aporte para ampliar el acceso a cultura hacia los sectores más pobres de la sociedad y para legitimar aquellos que surgieron bajo la resistencia a la dictadura, a través de las incipientes políticas culturales estatales que comenzaban a elaborarse.

En este contexto de cambios sociales y políticos, el gestor cultural aparece como una figura que maneja tanto los códigos culturales como los empresariales, un tipo de gestión que encajaba con el estilo del nuevo perfil de los países que, como Chile, se insertaban en forma pulcra (y esta vez democrática) en el escenario mundial. Un rol muy político, por cierto, pero disfrazado como tal, ya que como señala Teixeira Coelho (2009), la cultura -y el arte- se convirtieron en el caballito de batalla para superar las diferencias ideológicas de las sociedades trizadas por los abusos a los derechos humanos, el impacto de la instalación del neoliberalismo y en general, todo aquello capaz de generar disconformidad. Hasta hoy la cultura se usa como herramienta para la integración y/o transformación social. ¿Pero es ese el propósito de la cultura? ¿Es la pacificación social, o bien su opuesto, la transformación social, el norte del gestor cultural?

La legitimidad del gestor cultural como agente de cambio -¿hacia dónde?, ¿cambio para quiénes?- es una discusión que merece ser relevada en la medida en que gran parte de esas expectativas siguen vigentes. Ya sea en ámbitos locales, en los que existen demandas por mejorar la calidad de vida de sectores marginados, o en el desarrollo de la labor para las grandes instituciones que deben atraer nuevas audiencias o generar interés para las empresas con áreas de responsabilidad social, el papel del gestor cultural continúa siendo básica y –todavía- soterradamente político, aun cuando sus roles parecieran alternar en la superficie entre mediador cultural, encargado de marketing, investigador de audiencias y experto en gestión de recursos.

¿Y qué le piden las políticas públicas culturales al gestor? Básicamente, y a partir de la observación de los mecanismos de apoyo estatal a la cultura, enmarcarse dentro de ciertos parámetros de lo aceptado como prácticas culturales y artísticas, para luego utilizar determinadas herramientas como los fondos concursables, patrocinios, etc. Sin duda el gestor cultural en Chile se ha amoldado a un tipo de instrumentos en un contexto social en el que tampoco abundan mecanismos mixtos para el financiamiento para la creación y difusión cultural, lo que ciertamente no justifica la poca flexibilidad de los gestores para ampliar su campo de acción, sino más bien pone de relieve el rol que ha ejecutado en los últimos años, en dirección contraria a ser un agente de cambio.

Otra arista del caso es la creciente especialización de los gestores culturales en determinados circuitos y modelos de trabajo. La labor del gestor cultural que debe trabajar en municipios pobres que, con suerte, llegan a tener el 1% del presupuesto para el desarrollo de proyectos es evidentemente muy distinta a la de aquel ubicado en centros culturales, en los que debe balancear equilibradamente la oferta cultural para distintos públicos; e incluso ambos distan mucho de aquellos instalados en emprendimientos privados. Esto, tan obvio a primera vista, es central para preguntarse por el rol del gestor cultural hoy. ¿En qué contexto nos situamos para definir roles y elaborar expectativas?

Así como ha hecho de mitigador de las diferencias sociales, eventualmente podría pensarse que el gestor cultural también pudiera hacer el trabajo opuesto, es decir, de generar pensamiento crítico para el cambio social. Sin embargo, este objetivo requiere la implicación de muchos otros sectores sociales. Como señalan Mónica Lacarrieu y Marcelo Álvarez (2008), el lugar que ocupa la cultura como solución a los conflictos sociales es un peso que los gestores culturales observan con temor, junto con las múltiples limitaciones para enfrentar ese reto.

Posiblemente sea el momento para comenzar a reflexionar sobre el rol del gestor más allá de la administración y planificación de proyectos culturales, y más bien como un agente sumergido en un complejo escenario simbólico y que está permanentemente tomando opciones políticas sin por ello tener la misión de impulsar o sofocar cambios sociales.

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* María Isabel Molina V.: Periodista de la Universidad Diego Portales y magíster (c) en Ciencias Sociales de la Universidad de Chile. Trabajó entre el 2004 y 2011 en el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes de Chile y como gestora cultural ha participado en la creación de PLOP! Galería y organizado diversas exposiciones y actividades en torno a la ilustración.

Referencias

Coelho, Teixeira (2009): Diccionario crítico de política cultural. Editorial Gedisa. Barcelona, España.

Álvarez, Marcelo y Mónica Lacarrieu (comp.) (2008): La (indi)gestión cultural. La Crujía Ediciones. Buenos Aires, Argentina.

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