
Neftalí Márquez
Es fácil remitir culpabilidades a los muertos y es más cómodo aún responsabilizar a los objetos. Sencillo es asignarle el adeudo al cartucho 9 mm. Pero no se trata de eso. Ni siquiera de hacer juicios morales que desvíen la atención a explicaciones fútiles. Quizás, lo prudente es mirar en detalle el porqué mueren y mueren jóvenes como Diego y Manuel a causa de las balas 9 mm disparadas por la policía y dejar tranquilo de una vez por todas al señor Lugar.
¿Qué se sentirá cuando se recibe un tiro? Un tiro de arma de fuego, de calibre magno, de esos categóricos que perforan velozmente y desgarran tejido por tejido. De aquellos que pulverizan hueso y hacen verter sangre de forma voluptuosa, voluminosa y desangran rápido. ¿Un calibre 9 milímetros puede ser quizás?
Georg Johann Lugar, austriaco de nacimiento, prohombre y lúcido diseñador de armas, padre de la reconocida compañía que lleva su nombre, fue el coloso genio que inventó el cartucho 9 x 19 parabellum en la alborada del siglo XX.
Curiosamente y nada más apropiado para un invento como ese, parabellum es la abreviatura de la célebre máxima latina “si vis pacem, para bellum” que en castellano traduce: «si quieres la paz, prepárate para la guerra». Aquel invento significó un salto cualitativo y sustancial en la eficiencia para dar muerte.
Curiosamente la vainilla o bala encamisada como también se le conoce, sirvió de título a la popular película de Satanley Kubrick, Full Metal Jacket.
Curiosamente una bala full metal jacket fue disparada por la subametralladora UZI de un carabinero chileno, quien el 26 de agosto de 2011 propinó dos tiros a Manuel Gutiérrez Reinoso causándole la muerte. Manuel participaba en las movilizaciones de estudiantes chilenos que se oponen a la privatización de la educación y a la tendencia neoliberal de volver a la educación un negocio.
Curiosamente el 19 de agosto de 2011, tres balas 9 mm fueron disparadas por un policía colombiano de su pistola Sig Sauer SP 2022, nueva dotación de la policía nacional colombiana, asesinando a Diego Felipe Becerra un joven grafitero Bogotano.
Curiosamente los dos eran jóvenes. Mejor, muy jóvenes: 14 tenía Manuel y Diego 16. Los dos muertos por una parabellum, invento del ilustre Georg Lugar que en paz descanse. Posiblemente los tres ya reunidos en el Hades, podrán razonar acerca del importante aporte a la civilización occidental que supuso la concepción de señor Lugar. Podrán compartir experiencias con muchos otros que llegaron al inframundo superpoblado vía 9 mm.
Básicamente hay inventos que cambian el mundo.
¿Es culpable Lugar? Al parecer las palabras anteriores pueden, para un lector desprevenido, inferir una cadena de responsabilidades ante la muerte de estos dos jóvenes, en una especie de larga genealogía de la culpa viéndose comprometido hasta el señor Lugar. Pero es bastante ingenuo pensar que él tiene algún gramo de saldo. Más que ingenuo sería estúpido. Más que estúpido sería peligroso.
Es fácil remitir culpabilidades a los muertos y es más cómodo aún responsabilizar a los objetos. Sencillo es asignarle el adeudo al cartucho 9 mm. Pero no se trata de eso. Ni siquiera de hacer juicios morales que desvíen la atención a explicaciones fútiles. Quizás, lo prudente es mirar en detalle el por qué mueren y mueren jóvenes como Diego y Manuel a causa de las balas 9 mm disparadas por la policía y dejar tranquilo de una vez por todas al señor Lugar. Ya suficientes denuncias tendrá que soportar en el Hades.
Es curioso el clima enrarecido que están experimentando las sociedades urbanas latinoamericanas. Hay físico miedo deambulando por las grandes alamedas. Se abrieron y no pasó el hombre libre, sí el coartado, el temeroso, el enajenado. Aquel demandante de seguridad, demandante de protección. Ávido de control y regulación.
Curiosamente la conmemoración de los diez años del 11 Septiembre ha traído un serie de balances de todo tipo, pero muy pocos han revisado críticamente las implicaciones de la doctrina de lucha contra el terrorismo que evidencian sociedades más esquizofrénicas y asustadas que arriesgan libertades y derechos por buscar afanosamente un poco de seguridad. No importa que maten, torturen o asesinen, si aquello garantiza la seguridad y la tranquilidad, parece ser el pensamiento generalizado.
Tras la muerte de Bin Laden se descubre un nuevo enemigo generador de terror y miedo. Ya no se trata de ermitaños terrorista que desde cavernas en Afganistán coordinan ataques aéreos letales sin precedentes y enfrentan rudimentariamente al ejército más poderoso del planeta. Ahora es otro el perfil del enemigo, está adentro, convive entre todos nosotros. Y no es sólo uno, son cientos, miles, millones. Son los jóvenes, hombres y mujeres que se muestran con contundencia como los nuevos enemigos. Por lo menos, en vistazo latinoamericano, la cosa es así. En Colombia, en Chile, en Argentina, en Venezuela, en Brasil, los jóvenes están produciendo terror.
Curiosamente si se levanta la mirada y se mira más allá, en Inglaterra, en Francia y en Grecia los jóvenes queman carros, saquean tiendas comerciales y gritan odio y al parecer allá también se les empieza a temer.
En Egipto, Siria y Libia fueron también jóvenes quienes gritaron para echar a patadas a autoritarios dirigentes que gozaron del beneplácito de las grandes potencias occidentales por años. Pero allí se les exalta por temerarios, por tratar de restaurar la democracia, de imponerla como único régimen valido y necesario.
Curiosamente en Egipto los jóvenes son héroes, en Londres, Grecia, Colombia y Chile son delincuentes, son terroristas.
Pero no son todos los jóvenes los enemigos. Al joven cabal, pulcro, impecable y exitoso no se le teme. A ellos se les deja tranquilos. Es otro joven el que está en el blanco de la topología de los guardianes del orden. Es el sucio, el de modales salvajes, el negro, el cabecita, el ñero, el mal hablado, el inculto, el POBRE. Se trata de un nuevo fantasma que no sólo recorre Europa. Aunque le duela a muchos, sigue siendo lucha de clases. El capitalismo prevalece, por ello el temor hacia el joven pobre es el temor de perder la propiedad.
Los hechos de agosto en Londres demostraron que muchos jóvenes no tienen nada que perder. Durante cinco días jóvenes pobres lo arriesgaron todo, saliendo a la calle con rabia para destruirlo todo. ¿Quién los puede acusar de criminales cuando a los 16, 17 ó 18 años sólo han recibido ofensas? Al parecer no necesitan de un abogado, una mirada crítica de sus condiciones de existencia los absuelve. Pero para muchos son culpables. No importa que no tengan empleo, que no tengan estudio, que no tengan salud, que no tengan posibilidades, son culpables porque ellos engendran peligro, porque ociosamente ellos, los jóvenes pobres, no han querido firmar el pacto social que la res publica generosamente ha tenido el agrado de universalizar. Ellos no co-habitan, ellos sencillamente por una razón aún en estudio, quieren robar y destruirlo todo, quitándole al conjunto de la sociedad la tranquilidad y la armonía.
Curiosamente los jóvenes pobres de Londres que produjeron físico terror durante cinco días, salieron enfurecidos a las calles por la muerte de un joven negro pobre a manos de un policía. Todo lo expuesto hasta aquí nos lleva directamente a pensar de nuevo en las balas 9 milímetros que asesinan a jóvenes.
Curiosamente, en la generalidad de los países, la policía está integrada en su mayoría por jóvenes pobres que ven en los cuerpos de seguridad una posibilidad para salir de la pobreza. Porque curiosamente en países pobres como Colombia y Chile, se le asigna más dinero a la policía y al ejército que a la educación y la generación de empleo.
Empero la realidad muestra que la policía dispara contra jóvenes. ¿Por qué lo hacen? ¿Por deporte? ¿Para afinar puntería? ¿O porque son los enemigos?
Para muchos estos casos de exceso de fuerza por parte de la policía son producto de accidentes de servicio que sucedieron por azar, por la contingencia inexplicable de hechos aislados. Pero curiosamente estos casos son más frecuentes de los que muchos piensan. No es necesario que mueran jóvenes para argumentar la práctica sistemática que criminaliza y estigmatiza a los jóvenes pobres en ciudades como Santiago o Bogotá, incluso también en Londres y Paris. En las esquinas la policía somete a los y las jóvenes a intensar requisas, a ofensas y desagravios. Se les detiene por sospecha. Se les criminaliza por la banalidad de la estética. Hay una actitud enconada por prevenir el delito, traducida en ritos y reglas coercitivas encaminadas a perseguir a los jóvenes porque se les entiende como potenciales delincuentes.
¿Por qué no lo hacen en los barrios ricos? ¿Por que no requisan de forma tan prolija a los hijos de los poderosos? ¿Será talvez porque de ellos no tienen ninguna sospecha?
Curiosamente a Diego Becerra los medios de comunicación colombianos lo tildaron de ladrón y la policía colombiana montó pruebas falsas para demostrar que se había disparado contra él porque se trataba de un delincuente. Igual, si Diego hubiera sido ladrón, ¿el policía estaba autorizado para dispararle? Ese es el nivel de justificación social en el que se amparan para legitimar actos de represión. También los medios de comunicación chilenos trataron de excusar al carabinero diciendo que Manuel participaba en desmanes y desordenes callejeros, pero, ¿los carabineros tenían derecho a asesinar a Manuel, por participar en una marcha por exigir mejor educación?
Todo este listado de curiosidades permite entre líneas mostrar el nuevo clima de terror que eficazmente se intenta imponer. Los gobernantes ven en la construcción del enemigo el único medio para generar cohesión social. El miedo y el temor son recursos eficaces para generar control. El orden social se preserva a partir de una hegemonía bastante perversa en la que se apela incluso a la criminalización de un amplio espectro poblacional para presumir réditos en materia del mantenimiento del estado actual de las cosas, del statu quo inquebrantable. La muerte de Manuel y Diego, y de otros muchos jóvenes más, sigue favoreciendo la represión y el miedo. Sociedades temerosas son más dóciles. Sociedades temerosas son más fáciles de controlar.
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