Memorias sobre el colonialismo, descentrando algunas perspectivas sobre la dictadura y el pueblo mapuche

Enrique Antileo* y Sergio Caniuqueo**

Introducción

Pretendemos comentar algunos elementos comunes en las memorias sobre el colonialismo en la reflexión desde/sobre el movimiento mapuche contemporáneo, articulando la exposición en torno al período que nos convoca, los 40 años del golpe militar y la dictadura chilena. Trataremos dos ideas o imágenes: a) la visión de la dictadura chilena como la agudización de las violencias históricas (correlato en los procesos de división de las tierras indígenas de 1979 y en la desaparición y ejecución de personas mapuche) y b) la organización mapuche como resistencia (caso de Ad-Mapu). Sin embargo, nos interesa delinear algunas tensiones respecto a la construcción de la memoria o las memorias, inquietudes presentes en el pensamiento mapuche de la posdictadura, en particular el debate entre recuerdos, olvidos, silenciamientos, que guarda relación con experiencias o vivencias del colonialismo generalmente no narradas, no representadas (el trabajo, la migración, los cuerpos, las violencias internas).

Descentrar el tiempo

Las escrituras mapuche en la posdictadura (1990-2013), las referidas al movimiento y sus diversas intelectualidades, han trabajado en una lectura diferente, propia, los procesos históricos que marcan la anexión de la sociedad mapuche al Estado a fines del XIX y sus ya 130 años a cuestas. Una lectura a su vez subversiva, porque se posiciona como contraparte a los relatos de la negociación, el pacto y la amistad, o también contra las retóricas mestizas que aún perviven en la idea del blanqueamiento, tal cual fórmula química, para argumentar una entre comillas disolución biológica y/o cultural. Estas líneas de pensamiento mapuche –subalternas en tanto autores o investigadores respeto al peso de otras historiografías– reinterpretan su experiencia en la idea del colonialismo, cuyo eje circula desde la violencia fundacional de la ocupación de Wallmapu y se reformula en el análisis de la continuidad colonial y el fortalecimiento de relaciones de dominación en el siglo XX. Esta idea cada vez más arraigada como propuesta de análisis del pasado y del presente mapuche, ha sido construida, por cierto, en torno a la documentación y registro de archivos y a la generación de un conocimiento situado y comprometido.

He ahí un punto relevante en la lucha por las narrativas y el establecimiento de temporalidades, y en el significado que tiene o pueda tener la dictadura para una sociedad que ha debido enfrentar la incrustación de la violencia como pilar de la colonialidad. La especialización en historia, antropología, sociología y otras disciplinas ha complementado ese trabajo de análisis mencionado. Sin embargo, es necesario decir que un elemento importante que sostiene una mirada anticolonial en la reflexión mapuche actual, tiene que ver con la idea de memoria –un concepto utilizado con frecuencia en las conmemoraciones a las que asistimos– y el rol y lugar que esta tiene en la construcción de nuestras propias formas de pensamiento. La posibilidad de un análisis histórico desde lo mapuche muchas veces se desmarca de las temporalidades anudadas fuertemente a las narrativas estatales chilenas y desmonta la noción de la política como una esfera de disputa partidaria. En este caso hablamos de lo que se guarda en nuestras memorias familiares por ejemplo, memorias que son colectivas en tanto comparten experiencias comunes, particularmente, relacionadas con los primeros cincuenta o sesenta años de instalación del sistema colonial. Algunas de ellas alcanzaron una mayor notoriedad al pasar a la esfera pública de la escritura (inscritas como parte de otros relatos o como biografías); otras siguen los cursos del silencio. Es probable que estas memorias constituyan o sean edificadas como pilares estructurantes de los procesos identitarios o de reclutamiento social de la sociedad mapuche.

En términos de memoria, quizás podríamos agregar que se comienza a construir, de manera más clara, a partir de 1978, lo que no quiere decir que antes no existieron ideas similares dentro del mundo mapuche. Una memoria del largo plazo y una del corto palazo comienzan a tensionar la situación colonial. Es cada vez más recurrente la revisión histórica que nos da la memoria del largo plazo, vinculada a la vida autonómica (1600-1862) o a la guerra de ocupación militar chileno-argentina (1862-1884), frente a una memoria del corto plazo que hace un balance de 1910 en adelante, activada por la coyuntura de la subdivisión de la comunidades por parte de la dictadura militar de Pinochet en co-gobierno con el sector empresarial.

La cuestión es que la reflexión mapuche actual, si quiere hablar de realidades silenciadas por la historia estado-céntrica, debe remitir a esas memorias. La transmisión oral de esas experiencias adquiere un valor sostenedor en la trayectoria de la cuestión colonial en el Chile del siglo XX y, por cierto, en la configuración del movimiento mapuche y sus transformaciones. El relato de las vivencias y violencias coloniales en muchos casos se articula desde el seno familiar. La actividad del weupin (el acto de narrar la historia) se quiebra en la tensión que existe entre lo que fue la vida mapuche en los tiempos de libertad (kuyfi mapuche mongen) y lo que ha sido bajo la estructura colonial. El acto de memoria que llamamos tukulpan se reconfigura en los tiempos actuales y brega contra lo que llamamos ngoyman u olvido.

Imágenes de la dictadura: agudización de la violencia y articulación de la resistencia

En la crítica anticolonial mapuche, las temporalidades apuntan a procesos de larga duración e intentan incorporar otras vivencias subalternas, política y económicamente fracturadas por las separaciones estado-nacionales del cono sur y sus procesos políticos. La dictadura chilena marca el incremento de la misma violencia colonial arrastrada desde fines del siglo XIX y, hoy, en el conjunto de actividades que llaman a recordar los dramáticos acontecimientos sucedidos en Chile luego del golpe, hemos pensado en algunas posibilidades de reflexión desde una perspectiva de sujetos mapuche que observan su pasado (un enfoque limitado y con más dudas que respuestas).

La dictadura chilena posee varios anclajes en lo que podríamos llamar una mirada desde/sobre lo mapuche: por un lado se reformula/intensifica la violencia, utilizando paralelamente estrategias de co-optación y representación y, por otro lado, constituye un momento de respuesta o articulación del movimiento mapuche que marcará los futuros posibles. Respecto del problema de la violencia, la dictadura viene a sellar un proceso de muchísimos años relacionado con la situación territorial. El decreto ley de división de tierras 2.568 de 1979 culminó las intenciones del Estado colonial de los años treinta. La propiedad se volvió individual y se facilitó su mercantilización. Además, dicho decreto versaba “que una vez subdividido el espacio, dejaba de ser indígena la tierra y el habitante”, componente fáctico que dejaba entrever otras intenciones estatales. Según Héctor González, la cifra de subdivisión durante la dictadura alcanzó las 1.700 comunidades, es decir, un 60% de la propiedad mapuche. En lo que corresponde a la co-optación, la dictadura posiciona agentes mediadores de los procesos de subdivisión que provienen desde el mismo mundo mapuche. A su vez, en lo que respecta a la representación, establece un esencialismo como forma de situar en un pasado remoto a la sociedad mapuche, despojándola de su presente como actores políticos.

Otro elemento que caracteriza este primer punto de la violencia tiene relación con el número de mapuche desaparecidos y ejecutados políticos, la mayor parte de ellos dirigentes campesinos o profesionales. De acuerdo a las investigaciones de Roberto Morales Urra, esa violencia no se produjo únicamente por la participación mapuche en la articulación campesina durante la Unidad Popular –cuya experiencia puede leerse en los testimonios dejados por Rafael Railaf, Rudecindo Quinchavil, Lucy Traipe en el libro A desalambrar publicado en 2006 o en el trabajo de Florencia Mallon (La Sangre del Copihue)– sino que dicha violencia se produjo también “por las características conflictivas de la relación entre mapuche y sectores del poder de la sociedad chilena”. La estructura racial permitía en los militares mezclar la imagen que dibuja Morales entre la admiración por el indio indómito guerrero y el temor a un posible agente subversivo.

El segundo elemento que destaca en la reflexión mapuche sobre los ochenta es la relevancia de la articulación política en la época, tanto en la producción ideológica mapuche como en la resistencia frente a la dictadura. Esta memoria tiene relación con un primer grupo de intelectuales de los noventa, en el que la mayor parte de sus expositores se habían vinculado anteriormente a ese proceso. Esas reflexiones y otras realizadas sobre el período entregan un lugar fundamental a la formación de los Centros Culturales Mapuche y posteriormente al referente Ad-Mapu. Según esas visiones, desde Ad-Mapu se produce la transformación del movimiento mapuche hasta nuestros días; Ad-Mapu articula la resistencia y es a su vez el órgano que produce el giro ideológico hacia la autodeterminación, aun cuando Ad-Mapu desde su fundación fuese una organización con múltiples tensiones internas, cruzada por las militancias partidarias, con la influencia de la Iglesia, las ONG (nacionales e internacionales), y aun cuando su proyecto oscilaba entre reivindicaciones y demandas mapuche, la lucha antidictatorial y la construcción de un referente político amplio.

Olvidos y silenciamientos de la memoria anticolonial

Diríamos que esas han sido las formas más comunes de recordar el período dictatorial y sus consecuencias en la sociedad mapuche. Hoy en día, cuando nos referimos a la dictadura, estas reconstrucciones del pasado ocupan o constituyen un tipo de memoria que provoca los silencios sobre otras. Allí se encuentran los nuevos desafíos para el análisis de la cuestión colonial en contexto mapuche y sus constantes reformulaciones.

Los silenciamientos no son gratuitos, así como tampoco lo es el abuso de cierto tipo de memorias. Muchas de estas memorias han sido agenciadas por actores políticos y cientistas sociales, en muchos casos no mapuche, que han dado valor a ciertos recuerdos o memorias en determinadas claves. Desde ahí surge la narrativa sobre una lucha épica, la idea de que existe una homogeneidad de pensamiento mapuche en el período y una articulación del esencialismo estratégico. Incluso se han fomentado prácticas que poco han contribuido al desarrollo del movimiento, como puede ser el izquierdismo romántico o el imaginario de que el pueblo mapuche es patrimonio de la izquierda. Estas formas de recordar silencian las complejidades que vivió el mundo mapuche e invisibilizan algunas visiones críticas existentes dentro del mismo movimiento.

Al mismo tiempo, es necesario señalar la alta complejidad de este momento histórico, en relación con procesos regionales/internacionales y considerando que la articulación mapuche es más diversa que homogénea. La reflexión de la época llevó a pensar en la combinación de derechos, salir de la reclamación sobre derechos civiles o ciudadanos a la noción de Pueblo y de derechos colectivos. La lucha de pueblos como los Miskitos, en el triunfo de su guerra de liberación contra los Sandinistas, reforzó la idea de construir un proyecto autonómico. La conformación de grupos de trabajo en instancias internacionales permitió profundizar en la idea de derechos y de repensar la relación Estado-nación-Pueblo Mapuche. El participar de circuitos de discusión de pueblos a nivel de Latinoamérica visualizó otros tipos de luchas y estrategias políticas. A nivel interno, el abordaje de la historia permitió encarar de mejor forma al Estado, pues el eje anterior era la corona española. La recuperación del mapudungun permitió pensar en la proyección de la lengua, ya sea a partir de su valoración positiva, la escrituración o la recuperación de aspectos culturales. Se plantearon temas sectoriales estratégicos, como la salud y educación, como una forma de mostrar vitalidad cultural y proyección como pueblo.

Son más las dudas que tenemos ahora al mirar el pasado, pero también un potente desafío de repensar nuestra historia, de reconsiderar la dictadura chilena en un marco más extenso de violencia colonial. Asimismo, el desafío de resituar otras memorias mapuche. Hemos consagrado en la historia mapuche casi exclusivamente la acción de los movimientos y los dirigentes, pero nos hemos olvidado de hablar de otras formas de experiencias del colonialismo u otras articulaciones anticoloniales. Incluso en esta misma línea más clásica de la política y las representaciones, en la misma dictadura nos olvidamos de experiencias orgánicas un tanto menos mediáticas, pero igualmente significativas. Hacia allá apuntan las recientes publicaciones sobre el Consejo Regional Mapuche y Comité Exterior Mapuche, las alianzas con la izquierda y la derecha, y las confluencias de un discurso contra la negación. Por otro lado, la historia de los cuerpos y los lenguajes ha quedado archivada, muchísimo hay que indagar en los procesos políticos del mapudungun, y paralelamente la represión y castigo físico sobre los hablantes que marcó una época muy cruda de las relaciones coloniales en el siglo XX. Las experiencias raciales en el trabajo tampoco surgen como experiencias coloniales en estos relatos. La escritura de Héctor Nahuelpan nos abre sin duda nuevos desafíos donde el valor testimonial de las familias mapuche que formaron parte de la servidumbre en las casas patronales y luego en su periplo por las ciudades, tienen un lugar importante.

Para terminar, hoy la oportunidad de reflexionar sobre la dictadura nos abre campos de disputa al interior de nuestra labor intelectual, que esperamos sirvan para profundizar aún más nuestras experiencias coloniales y bregar contra otras memorias hegemónicas, como contra nuestros propios silenciamientos.

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* Antropólogo, Doctorando en Estudios Latinoamericanos, Universidad de Chile. Miembro de la Comunidad de Historia Mapuche y de la Universidad Libre Mapuche.
** Historiador, Doctorando en Estudios Latinoamericanos, Universidad de Chile. Miembro de la Comunidad de Historia Mapuche y del Grupo de Estudio de Descolonización Leeliaiñ Taiñ Awin.

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