Las «Marchas del Hambre» y la Asamblea Obrera de Alimentación Nacional (AOAN) 1918-1920

José Luis Tasso Valdés *

Cuando terminaba la segunda década del siglo XX, Chile enfrentaba una severa crisis de abastecimiento alimenticio, lo cual estaba asociado tanto al agotamiento del modelo económico primario-exportador, como a la indolencia de las clases dirigentes. En este escenario, los sectores obreros en particular, y populares en general, se organizan y articulan las multitudinarias movilizaciones asociadas a la carestía de la vida, con el fin de poner el tema sobre el «tapete» y participar de la solución que, bajo la mirada de la dirigencia del movimiento, debía incluirlos no solo en la discusión, sino también en la puesta en práctica de la solución.

La Asamblea Obrera de Alimentación Nacional, creada en este contexto, es la primera instancia histórica de creación de un espacio de deliberación construido desde abajo y con carácter nacional, y da cuenta no solo de la incapacidad de la elite de asumir y conducir las problemáticas sociales, sino que, fundamentalmente, habla de un proceso donde la clase obrera ha tomado conciencia de su lugar político y se transforma en la vanguardia de una sociedad que demanda «a gritos» su transformación. De este modo, el movimiento social popular inicia un camino que lo llevará a disputar el control del Estado durante el siglo XX.

Este artículo busca caracterizar brevemente la coyuntura político-económica de la década en cuestión y caracterizar la movilización popular y obrera frente al problema nacional.

Chile hacia 1920 y la crisis de la oligarquía

En 1918, Chile era gobernado por Juan Luis Sanfuentes Andonaegui, quien representaba fielmente a la llamada oligarquía parlamentaria, conjunto de familias que controlaban la tierra, el comercio, la banca y, a través de sus alianzas con el capital inglés, la principal «industria» nacional: la producción de salitre. Este recurso, mayoritariamente manejado por manos extranjeras, sostenía un modelo primario –exportador o de «desarrollo hacia fuera»–, que había permitido aumentar exponencialmente los recursos fiscales, y con ello el gasto y endeudamiento fiscal, como también el desarrollo y la dependencia de otras actividades productivas en torno a él[1].

Nuestra economía giraba en torno a la industria salitrera; sin embargo, hacia la fecha en cuestión, la dependencia del capital extranjero (británico) y del mercado exterior (Europa) nos jugaba una «mala pasada». La «Gran Guerra Europea», que desde 1917 se puede denominar como «Primera Guerra Mundial», produjo el encarecimiento de los costos de producción y de flete. Los alemanes desarrollaron el salitre sintético y, frente a ello, la consecuencia natural fue el retiro de gran parte del capital británico y la paralización de las actividades productivas. Este fenómeno, a todas luces crítico, trae como consecuencia un importante flujo migratorio hacia los centros urbanos del Chile central, con la consiguiente ocupación de la periferia de las ciudades y la pauperización de las condiciones de vida, que ya eran «infrahumanas».

La crisis económica también había ido socavando la «legitimidad» del orden político. El «parlamentarismo chileno» (1891 -1925) venía siendo fuertemente criticado desde la época del centenario de la república. La «sociabilidad chilena» del doctor Julio Valdés Canje daba cuenta ya de la indolencia y frivolidad de las clases dirigentes, más preocupados de mirar hacia Europa que hacia Chile, desentendiéndose de los problemas sociales, disfrutando los beneficios económicos del salitre y organizando sus vacaciones fuera de Santiago para no mirar la miseria que los rodeaba. Cuando esta miseria se hacía presente a través de movilizaciones, paros, huelgas o protestas, el brazo armado de la elite, es decir, las fuerzas de orden del Estado, ejercían su violenta represión sobre aquellos que levantaban la voz.[2]

La lógica represiva decantó hacia prácticas de cooptación política, que se manifiestan a través de una serie de leyes sociales promulgadas durante el gobierno de Sanfuentes, que buscaron conceder viejas peticiones de los sectores obreros, para mantener el orden social. Producto de lo anterior, se legisló en torno al descanso dominical, las condiciones sanitarias, y las habitaciones obreras, lo cual permitió cierto ordenamiento urbano en torno a la edificación de los llamados «cités», por ejemplo.

Como se puede apreciar, el escenario en el cual se produce la crisis de abastecimiento que moviliza a amplios sectores de la población, está marcado por las situaciones de crisis, y el intento de los sectores dirigentes por mantener el «statu quo».

La precariedad de la vida

Resulta interesante recrear las condiciones de vida de los sectores populares chilenos, más allá de la vida en las oficinas salitreras o en los campamentos carboníferos del sur. ¿Cómo vivía una mujer costurera en Concepción? El ejercicio que presentamos busca caracterizar la carestía en la cual vivía gran parte de la población chilena hacia fines de la segunda década del siglo XX y, a partir de eso, entender la amplitud de las movilizaciones urbanas por alimentos de 1918 y 1919.

Se presenta el caso de una obrera sastre, con carácter independiente. Esta mujer trabaja en tres vestones en la semana, considerando seis días, con diez horas de trabajo diario. Los vestones salen por aproximadamente $10 cada uno, es decir, $30 semanales o $5 diarios. Los gastos de la obrera, entre alimentación, arriendo, luz y calefacción, sin incluir vestuario, salud, educación y menos entretención, y tomando en cuenta que debe velar por al menos un menor de edad, alcanzan lo $5,60 diarios, por lo tanto, tiene un déficit de casi $15 mensuales, por lo cual debe vivir endeudada.[3]

Esta situación, que se presenta en un Chile que pareciese que ya ha desaparecido, se repite en la actualidad en la mayor parte de la población chilena que, bajo otras condiciones y con distintas necesidades, vive el mismo dilema de endeudamiento permanente.

Otro ejemplo de la insuficiencia de los salarios, y que nos muestra las condiciones de vida en la zona austral, es el de un obrero ganadero de Magallanes, que describe en el periódico El Socialista, de Punta Arenas:

Un obrero gana por día $6 y si durante el mes trabaja 25 días, ganará $150. Para sufragar los gastos del hogar, necesita:

Por arriendo de casa = $60

Artículos alimenticios = $60

Un carro de leña = $12

Media ton. de carbón = $18

El salario del padre solo le alcanza para pagar el arriendo, la leña y los víveres.[4]

Los datos presentados nos hablan de la precaria condición en que se encuentran los sectores populares de gran parte del territorio nacional, en un período en el cual la riqueza concentrada en las manos de la oligarquía se traduce en el desarrollo de majestuosas obras que buscan emular, en el imaginario colectivo, la idea de progreso civilizatorio por el cual avanza el país. No puedo dejar de hacer la analogía con nuestro presente, cuando se discute el ingreso de Chile al selecto grupo de la OCDE, con sólidos números, que a su vez esconden la precariedad laboral y la pobreza en la que vivimos.

Frente a lo anterior, el movimiento obrero a la vanguardia moviliza a la sociedad chilena, no solo para reivindicar las condiciones de vida en que se encuentra, sino para poder generar transformaciones desde la soberanía popular, para poder ser partícipe de la agenda pública.

La Asamblea Obrera de Alimentación Nacional y las «Marchas del Hambre» (1918-1920)

Frente a la crítica situación que vive el mundo popular, descrita previamente, se hace presente en este sector de la sociedad la necesidad de establecer una organización que pueda canalizar las diversas demandas obreras, de arrendatarios, profesores, empleados y estudiantes, sin diferencias políticas, ya que entienden que es la única forma de superar la crisis alimenticia. De este modo, a fines de 1918, la sección Santiago de la Federación Obrera de Chile (FOCH) llama a la formación de un estado de asamblea popular, con el fin de organizar la primera protesta nacional contra la carestía de la vida y, a su vez, plantear soluciones concretas, directas, que estén legitimadas desde la base popular, que es el sector más afectado.

La Asamblea Obrera de Alimentación Nacional empieza a sesionar a fines de 1918 y, más que la reunión de un grupo de dirigentes, se va a entender como un estado de movilización y deliberación permanente del pueblo chileno, no solo para presionar a la clase dirigente frente al problema alimentario, sino para articular propuestas que conduzcan a una transformación estructural.

De este modo, se está planteando a la AOAN como la culminación de un proceso de acumulación de ideas, experiencias y visiones, que se ha ido desarrollando desde el siglo XIX en el mundo popular y que, para Salazar, es el antecedente inmediato del establecimiento de un proyecto político propio del mundo popular, que se grafica en la generación de la Asamblea Constituyente Popular de 1925.[5]

En el plano de la movilización, la AOAN logró mantener a gran parte de la sociedad chilena movilizada desde fines de 1918 hasta 1920. Multitudinarias marchas que congregaron a miles de personas por las principales arterias de las ciudades más importantes del país, generando el temor de la elite, la cual reprimió los mítines políticos, saboteó las reuniones y amenazó a los dirigentes del movimiento, pero no logró detenerlo, al menos por esa vía.

En cuanto a la propuesta transformadora desde la soberanía popular, esta se traduce en una serie de demandas, como por ejemplo la jornada laboral de ocho horas, la aplicación de políticas proteccionistas a la producción nacional, fomento a la creación de cooperativas, colonización de territorios con población chilena, etc. También debemos señalar la exigencia de una Ley de Instrucción Primaria de carácter obligatorio, entendiendo que es la educación lo único que podía asegurar el progreso de la sociedad. Esta exigencia se promulgó en 1920.

Otro punto interesante de mencionar es el carácter de vanguardia del movimiento obrero frente al resto de los grupos sociales. La AOAN logró incluir en su seno a obreros, gremios profesionales y estudiantes. Sin embargo, esta amplia convocatoria y su carácter policlasista van a generar conflictos entre los sectores obreros de tendencia socialista y anarquista frente a la dirigencia que entiende que es el carácter inclusivo la mayor fortaleza de la Asamblea. Esta discusión va a debilitar a la orgánica en su capacidad de convocatoria y en su posición frente a la autoridad.

Sobre las diferencias que existen hay ideas comunes, que se han manifestado en el correr de la historia popular, como es la aspiración de verse unidos en la lucha contra la explotación del capitalismo. La Asamblea Obrera de Alimentación Nacional revitaliza este concepto, cuando hace partícipes a todos los obreros, sin distinción de credos religiosos o políticos. Pero los obreros sí se cuestionan la participación de otros distintos, principalmente por el temor a nuevos fracasos y a verse aplastados por la represión, como ha sido frecuente en el transcurso de nuestra historia. Un ejemplo claro es el cuestionamiento a la participación de los estudiantes. Recordemos que la Federación de Estudiantes de Chile, como la Asociación Nacional de Estudiantes Católicos, son partícipes desde el comienzo de este estado de asamblea para superar la carestía. De hecho, las reuniones se llevan a cabo en la sede de la primera. Pese a esto, la desconfianza hacia la participación de elementos no trabajadores no es menor, y está relacionada con un sentimiento de exclusividad, que se ha ido formando con los años, a raíz de las diversas traiciones que se traducen en tragedias.

Finalmente, vemos que hacia 1920 el mundo popular se va a dividir frente a la candidatura de Arturo Alessandri Palma. Por un lado, los grupos mesocráticos que van a seguir los cantos de sirena de la oligarquía y por otro el movimiento obrero que va a continuar su camino de construcción de un proyecto popular, que en la década del 1920 se articula en torno a la Federación Obrera de Chile y al Partido Obrero Socialista, posteriormente Partido Comunista de Chile, y que va a culminar con la llegada a la Moneda de Salvador Allende Gossens y la Unidad Popular.


*Profesor de Estado en Historia  Geografía, titulado en la Universidad de Santiago de Chile, con estudios de Magister en Historia de Chile en la misma universidad. Actualmente se desempeña como profesor de historia y ciencias sociales para la enseñanza media en el colegio Altazor de Puente Alto y tiene a su cargo la cátedra de Historia de Chile Contemporáneo en la carrera de Pedagogía en Historia y Geografía en la Universidad UCINF

[1] Por ejemplo, la agricultura cerealera  había logrado recuperarse después de la crisis de 1878, gracias a la incorporación de las tierras de la Araucanía, y esa producción estaba orientada casi en su totalidad para abastecer la creciente demanda de las poblaciones obreras del norte salitrero. También en torno a la satisfacción de la demanda de esta población, se había desarrollado una importante industria alimenticia y textil. Además la industria salitrera demandaba ciertos insumos industriales que  generaron el nacimiento de una industria metalmecánica y petroquímica

[2] No es motivo de este artículo, pero creo que es necesario mencionar sólo algunos ejemplos, como la huelga de los estibadores de Valparaíso en 1903, la huelga de la carne de Santiago en 1905, la huelga ferroviaria de Antofagasta en 1906 y la huelga de Iquique de 1907, tristemente recordada como la matanza de la escuela Santa María.

[3] Adelante, Talcahuano, 7 de mayo de 1919.

[4]  De El Socialista  de Magallanes,  publicado en El Socialista, Antofagasta, 31 de agosto de 1918.

[5] Salazar Vergara, Gabriel, “Movimiento social y construcción de Estado: La asamblea constituyente popular  de 1925”,  Documento de trabajo nº133, Ediciones.SUR, Santiago de Chile, noviembre 1992, págs, 3-4.

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