
Rodrigo Kaufmann
Es una aproximación hipócrita la que muchas personas tienen para con otras que se han vuelto objeto de su “espíritu solidario”. La apariencia es inofensiva: un par de cosas simpáticas, dichas para maquillar una realidad incómoda o poco afortunada. Posiblemente para hacer sentir bien o parecer encantador. Pero mirando con mayor detención, la conclusión cambia.
Cambia, en primer lugar, porque ese maquillaje demuestra de parte del emisor una profunda falta de compromiso con la realidad del receptor y porque no existe interés en un diálogo real. Una de las partes resulta siempre irrelevante; una simpatía simulada toma el lugar del reconocimiento de la humanidad del otro. La prioridad es salir del paso con una falsa amabilidad, revelando un egoísmo ciego y autocomplaciente, que en definitiva se traduce en un insulto a la persona y su condición.
Además, este discurso supone que las meras expresiones simpáticas son un buen sucedáneo. Pretender que la palabrería es capaz de hacer alguna diferencia es, además, un insulto a la realidad. El lenguaje exagerado e irreal y su ridícula pretensión de ir contra lo evidente resultan lamentables, así como creer que una sonrisa fingida y un par de adjetivos hacen alguna diferencia, es hacer suposiciones que van más allá de la ingenuidad.
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