
Por Constanza Iglesias Molina[*]
Horacio Segundo, el único hombre en la imagen, pidió sacar esta fotografía familiar el año 1945. Fue tomada en el Cementerio General para un Día de los Muertos. Es la única imagen que se tiene de él, pero también corresponde a la primera vez que mi bisabuelo Horacio posa completamente ciego ante una cámara. Solo unos meses atrás de ese primero de noviembre, un segundo accidente lo arrojaba a la oscuridad definitiva. La visita a la tumba familiar aquel Día de los Muertos tenía un fin: agradecer las inesperadas oportunidades que traía esta ceguera. La niña más pequeña en esta foto es mi abuela, Rebeca, quien hace unos días me contó esta historia mientras me servía pantrucas recién hechas.
En 1945 era común toparse con fotógrafos en los cementerios. Existía la tradición de custodiar la muerte a través de álbumes funerarios que incluían imágenes del sepulcro recién cerrado, el paso del cortejo fúnebre, conmovedoras escenas de los vivos llorando al ausente e incluso retratos del cuerpo en su ataúd. Por supuesto, el Día de los Muertos también era un acontecimiento digno de fotografiar. Las familias vestían ropa nueva y el olor a agua podrida que emergía de las tumbas se reemplazaba con flores frescas. Por lo menos así lo vivió mi familia, los Candia Bastoure, en este retrato de la ceguera.
Mi bisabuelo, Horacio Segundo, posa de perfil en la fotografía para esconder las cicatrices de su primera accidente. A los 18 años, en Iquique, un caballo le pisó la cara, masacrando su ojo derecho, el tímpano y parte de sus labios. Corría una carrera a la chilena, sin montura. Se cayó del caballo andante atascándosele un pie en la rienda. Así perdió por completo la vista de su ojo derecho y parcialmente la de su ojo izquierdo. Dicen que quedó medio sordo y perdió la sensibilidad en la boca. Desde entonces su madre Marta Apolinaria —que está a su derecha en la foto— se hizo cargo de él, aunque en realidad se las arreglaba bastante bien solo. Nunca perdió el buen humor, continuó recortando las notas del diario que le parecían interesantes y escribía y recitaba poemas. Ya mayor aprendió el oficio de piñizcar a las mujeres más bonitas en la calle y mantenía un éxito respetable con sus amantes a las que les decía: “oiga, le voy a dar un beso; y mis besos son sagrados”.
Muchos años después, la ceguera total le llegó una mañana. Horacio Segundo ya estaba casado con Berta Leonid, “la Tita”, (mujer que en la fotografía carga unas flores), con quien solo compartían la afición por la poesía y el cuidado de cuatro hijos. Mi abuela Rebeca me contó que una mañana de 1945 su padre Horacio entró a un local en la comuna de Independencia para cambiar un billete. Al caminar tambaleaba producto de la ceguera en su ojo derecho sumada a la pérdida de uno de sus tímpanos. El dueño del negocio pensó que estaba borracho. El hombre le gritó para echarlo y luego le pegó. Un puñetazo en su ojo izquierdo fue la estocada final para perder completamente la vista. Mi abuelo Horacio lo demandó. El hombre perdió parte de sus bienes, incluso el negocio, a causa de esta tragedia.
Horacio Segundo no recuperó la vista, pero se hizo de una buena suma de dinero que no les venía nada de mal. La buena racha familiar no los acompañaba desde sus primeros años de matrimonio, cuando partieron a Valparaíso para abrir una Casa de Cena con el dinero que invirtió Marta Apolinaria. Fue todo un éxito, pero lo perdieron todo. Horacio en las carreras, Marta con los amigos del puerto y “la Tita” alegando porque ambos fiaban. Luego volvieron a Santiago y mi bisabuelo puso una fábrica que falsificaba bebidas gaseosas. Las repartía Jorge, el hijo hombre que no sale en la fotografía. Les quitaron la fábrica y nuevamente perdieron todo.
En 1945, Horacio Segundo ya había probado vendiendo ajos y galletas de harina tostada con higos secos en la Vega Central. Lo acompañaba algún amigo a cambio de monedas para hacer de lazarillo. Mi abuela Rebeca recuerda que en las noches se sentaban al brasero y comían queso, charqui y mortadela de caballo, mientras Horacio recitaba poemas. Ese Día de los Muertos de 1945 la familia Candia Bastoure agradecía por la plata de la demanda. Mi bisabuelo Horacio quiso invertirla en dientes nuevos para “la Tita”, zapatos nuevos para los hijos, telas para ropa y el ingreso de su hija mayor, la Toto, a una escuela de moda siguiendo los pasos de Marta Apolinaria, quien era costurera especialista en “virar” ropa (dar vuelta todas las costuras para usar el género por ambos lados). Los vestidos que llevan puestos las tres hermanas en la fotografía fueron confeccionados por la Toto. Era un nuevo comienzo. Curioso que Horacio Segundo, el ciego, y su madre Marta Apolinaria, quien siempre lo acompañó, posen en esta fotografía observando un horizonte común, alejado, ilusorio, como si pudieran vislumbrar un futuro prodigioso.
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[*] Periodista. Parte del equipo creador de Revista Terminal (dedicada al fomento lector), ex redactora radial en Ibero Americana Radio Chile.
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