Interculturalidad desde la experiencia propia

José Burguete *

Nací en el año 1975 en la ciudad de San Cristóbal de las Casas Chiapas, al sureste de México, una ciudad históricamente racista con los indígenas, algo muy parecido con lo que sucede en Santiago de Chile. Mi madre, profesora de educación primaria rural bilingüe, me enseñó el español como primera lengua, a pesar de que nuestra lengua materna es el tsotsil de origen Maya, pero dadas las circunstancias de racismo muchos de los indígenas de ese entonces preferían que sus hijos aprendieran el español.

Por cuestiones del destino, a mis 4 años de vida mi madre no podía continuar conmigo, por lo que decidió llevarme a San Pedro Chenalho, en una población mayoritariamente indígena y una reducida población de kaxlanes (mestizos), pueblo ubicado en la región conocida como Los Altos de Chiapas. En ese lugar aún viven mis abuelos maternos, indígenas tsotsiles que no hablan ni una palabra en español, por lo que la comunicación con ellos era prácticamente a señas, ya que a esa edad yo no hablaba tsotsil. Recuerdo que para que me entretuviera con algo me compraron una televisión Hitachi, blanco y negro de 14 pulgadas, que por fortuna recepcionaba un solo canal donde se transmitían documentales, por lo tanto la televisión no me afectó tanto. Con el paso del tiempo mi comunicación con los abuelos fue mejorando ya que paulatinamente me enseñaron no solo la lengua, sino la cosmovisión de los pueblos originarios de la cultura maya.

Dos años después ya tenía la edad para entrar a estudiar a la educación primaria. En el pueblo habían dos escuelas, una con profesores indígenas y la otra con kaxlanes, pero las dos enseñaban el mismo programa de asignaturas del Estado mexicano. Mis abuelos no quisieron que me olvidara del español por lo que optaron por inscribirme en la escuela de los kaxlanes.

Por otro lado, es importante mencionar que la iglesia católica tiene hasta la fecha una gran influencia en la vida cotidiana de los pueblos indígenas. En aquellos años la iglesia de San Pedro era atendida por el párroco de origen francés Miguel Chanteau, a quien yo me acerqué por curiosidad, ya que me llamó mucho la atención que cuando él oficiaba la misa, al momento de levantar el cáliz y la hostia, sonaba una campanita casi de forma automática y quería descubrir quién producía ese sonido; ahí nació una amistad con el párroco.

¿Pero a qué viene todo esto? Resulta que yo crecí en medio de tres escenarios, por un lado mis abuelos me enseñaban la importancia que tiene para los mayas el respeto al maíz, los animales, los árboles, el viento, el fuego, el agua, y por supuesto el sol como nuestro Dios; en la escuela me dijeron que el sol formaba parte de un sistema planetario, pero que no era ningún Dios; la iglesia católica, por su parte, me decía que Dios es aquel rubio barbado que es llamado Jesús. Era de entenderse que fui creciendo con un costal lleno de dudas, preguntándome quién de estas tres posturas me decía la verdad.

Ante todas estas dudas, a la edad de 12 años, mi abuelo me dijo: nosotros ya te enseñamos lo que sabemos, pero sigues haciendo muchas preguntas, así que ve y busca tus respuestas en otro lado, pero nunca te olvides de tus orígenes. Fue así como comencé mi andar por la vida buscando mis propias respuestas; en ese entonces regresé a la ciudad de San Cristóbal. En muchas ocasiones fui rechazado en las escuelas, con el argumento de que venía de una población rural indígena, no era apto para ingresar a estudiar en las escuelas de la ciudad. Recuerdo que fue una etapa muy difícil, sin embargo, por mi insistencia, logré cursar la secundaria, luego el bachillerato que culminé en noviembre de 1993 cuando yo tenía 19 años, justo un mes antes de la aparición del EZLN, aparición que fue un parteaguas en mi vida y en la vida de miles de personas como yo, no solo en México sino en toda el Abya Yala. El ejemplo del movimiento armado de luchar por nuestros derechos y territorio, me empujó a trabajar desde mis alcances a favor de mis hermanos/as indígenas, frente a un panorama de la discriminación, desigualdad y racismo.

Más adelante, en el año 2005, como una de las consecuencias del movimiento armado del 94, se inaugura la Universidad Intercultural de Chiapas. Revisando la convocatoria de esta nueva universidad, que ofrecía licenciaturas diferentes a las tradicionalmente establecidas, me llamó mucho la atención, sobre todo porque el mapa curricular de los egresados tenía un enfoque hacia el reconocimiento de nuestras lenguas originarias, la revitalización de los saberes ancestrales de nuestra cultura, frente a un mundo neoliberal y consumista. Definitivamente eso atrapó mi atención, y sin pensarlo dos veces me inscribí a la carrera de Comunicación Intercultural, junto conmigo ingresaron hermanos de la lengua, tsotsil, tseltal, ch’ol, tojolabal, Zoque y mestizos. Recuerdo que la matrícula estudiantil era mayoritariamente indígena, y en los primeros semestres se comenzó a dar un racismo a la inversa, es decir, ahora los indígenas discriminaban a los mestizos. La solución de este fenómeno era un reto para nosotros, ya que se trababa de una universidad intercultural y era una muestra que a pesar de que el objetivo era convivir entre varias culturas, esto demostraba que la interculturalidad no está exenta de conflictos. Afortunadamente, luego de diálogos y encuentros entre nosotros, llegamos a la conclusión de que estábamos compartiendo un mismo espacio y teníamos que encontrar el camino del respeto y la tolerancia, encontrando nuestras diferencias y compartiendo nuestras coincidencias. En muchas ocasiones las personas somos etnocentristas, creyendo que nuestra cultura es la mejor y que por ello tiene derecho a estar encima de las otras culturas. En este espacio de la universidad encontré respuesta a varias de las preguntas que me hacía de niño, entendiendo que cada cultura argumenta su propia verdad, que todas las culturas del mundo tienen su propia importancia y su razón de existir y por ello debemos respetarnos entre nosotros. Aún hay mucho trabajo por hacer, la secuelas de la larga noche de los 500 años son complejas de borrar, hay que seguir hacia delante porque, como dicen los abuelos, el futuro está en el pasado, es decir, encontrarnos nuevamente con la armonía, el respeto entre nosotros y con la madre naturaleza, así como era antes.

Como bien sabemos, la interculturalidad no es un concepto nuevo, pero considero que en un territorio donde “conviven” dos o más culturas es importante conocer y comprender al otro, para alcanzar el respeto y la armonía entre nosotros. Hay mucho que aprender de las demás culturas, pero primero tenemos que conocer la nuestra, para luego abrirnos a otros conocimientos y fortalecernos, tomando de los demás lo que nos pueda fortalecer.

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* Chiapas México. Integrante de Pueblo Tsotsil Maya de la Región de Los Altos de Chiapas al sureste de México, actualmente colabora en diversas organizaciones que trabajan a favor de los Pueblos Originarios; de octubre de 2012 a abril de 2013 participó en el Diplomado Internacional de Derechos Indígenas en la Universidad de Humanismo Cristiano en Santiago de Chile.

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