Herederas de una historia larga: el movimiento feminista en Chile y los desafíos de hoy

* Valentina Álvarez y ** Lieta Vivaldi

El comienzo de un segundo gobierno de Michelle Bachelet y la conmemoración ampliada de un nuevo 8 de marzo son un escenario propicio para analizar con perspectiva histórica las actuales demandas del movimiento feminista de larga data en nuestro país.

A principios del siglo XX, las obreras crearon sus propias organizaciones y mutuales desde las cuales iniciaron un análisis de clase desde su posición de mujeres para luego desarrollar una consciencia y demandas propiamente feministas. Como Elizabeth Hutchinson ha mostrado en su artículo “El feminismo en el movimiento obrero chileno”, dicho perfil feminista se hará paulatinamente explícito en las publicaciones “La Alborada” y más tarde en “La Palanca, publicación feminista de propaganda emancipatoria” en circulación entre 1905 y 1907. En 1913 la visita de la anarquista, feminista y anticlerical española Belén de Zárraga dará un nuevo impulso a la organización feminista obrera: fundados inicialmente por Teresa Flores y Luis Emilio Recabarren se formarán los centros anticlericales Belén de Zárraga, que desde 1913 se multiplicarán desde Iquique al resto del país. En ellos, las mujeres se declararon laicas y librepensadoras, fomentaron su educación, hablaron del amor libre, del rechazo al matrimonio. Por su parte, las mujeres de clase media y alta se agruparán en los clubes de señoras y los círculos de lectura desde 1915.

la palanca

Desde entonces, las organizaciones femeninas comenzarán a multiplicarse y diversificarse y muchas de ellas desarrollarán poco a poco demandas feministas. Entre ellas destaca el Partido cívico femenino, liderado por Amanda Labarca, que demandaba cambios en la educación, independencia económica de la mujer y reivindicaciones claras por el derecho a sufragio, entre otras medidas. Destaca también el MEMCH, Movimiento Pro-Emancipación de la Mujer Chilena, fundado en 1936 por un conjunto de mujeres de distintas clases sociales, como intelectuales, profesionales, empleadas, obreras y dueñas de casa. Además del derecho a sufragio, realizaron demandas por los derechos laborales, sexuales y reproductivos.

Según Julieta Kirkwood en su libro Ser política en Chile, entre 1944 y 1949 todas las organizaciones de mujeres –religiosas, políticas, feministas, económicas– lograron articularse en la Federación Chilena de Instituciones Femeninas FECHIF, logrando el derecho a sufragio en 1949 para las votaciones municipales. En las elecciones siguientes, el Partido Femenino logrará elegir como senadora a María de la Cruz, quien es en 1953 deshabilitada por un supuesto caso de corrupción. Kirkwood afirma que este hecho crea en las mujeres la idea de que no estaban preparadas para la política, replegándose en sus hogares o en las secciones femeninas de partidos políticos ‘maduros’. Este repliegue de la expresión feminista autónoma en la esfera pública es lo que ella ha llamado “el silencio feminista”.

En la época de ‘silencio’, parte de las luchas de las mujeres serán incorporadas en el proyecto de la izquierda o de la “liberación global” –como dice Kirkwood–, donde la opresión de la mujer es concebida en el mismo plano que la opresión de las familias en una sociedad capitalista. En el momento cúlmine de este proceso de transformación social, la Unidad Popular, sus políticas estarán orientas a superar las limitaciones para la incorporación de la mujer a la lucha de clases, principalmente su incorporación a la fuerza de trabajo. Sus programas de salud sexual y reproductiva concibieron la sexualidad no necesariamente ligada al matrimonio y a la reproducción, y legitimaba el aborto en ciertas circunstancias. Al mismo tiempo, las mujeres eran llamadas a participar en la implementación de políticas públicas para el incremento del bienestar y la salud de la población en su conjunto a través de su roles de madres y esposas, y existía una retórica que consideraba las tareas desempeñadas como tales su mejor contribución al proceso (1).

A pesar de que la dictadura intentará re-establecer la ideología de la domesticidad a través de lo que Antonella Caiozzi denominará “guerra psicosocial” para lograr la adhesión de las mujeres al régimen, a mediados de los ochenta el movimiento feminista comienza nuevamente a hacerse visible. En el libro ¿Un nuevo silencio feminista? (2), sus autoras sitúan entre los factores de este resurgimiento la destrucción del espacio público y de los actores políticos tradicionales debido a la cruenta represión. Asimismo, consideran que las políticas y procesos propios de la instalación del régimen militar –las violaciones a los derechos humanos y la reestructuración y posterior crisis económica– establecieron las condiciones para la acción política de las mujeres, quienes debieron organizarse para sobreponerse a sus efectos. Ejemplos de ellos son la agrupación de familiares de detenidos desaparecidos o las ollas comunes y talleres laborales en las poblaciones. Así, durante la década comenzarán a aflorar distintas organizaciones de mujeres en las poblaciones, en las universidades, en los partidos políticos. En el libro Una historia necesaria (3), sus autoras dan cuenta de cómo en esas organizaciones las mujeres identificaron que sus experiencias privadas y particulares eran compartidas por otras mujeres, permitiendo la generación de conciencia sobre su subordinación en cuanto tales. Aunque no todos los grupos se declararon abiertamente feministas, la mayoría desarrolló prácticas e intereses feministas: se discutía sobre democracia y la situación de las mujeres, se compartían experiencias y problemas personales, se crearon vías para resolverlos. Así resurgirá el movimiento de mujeres que formará parte de los procesos de resistencia y lucha contra la dictadura.

Pese a que los gobiernos de la Concertación incorporaron ciertas demandas feministas en su agenda política, el movimiento feminista desapareció de la escena pública en los 90. La política de consenso que caracterizó a los gobiernos de la Concertación y la gran influencia conservadora impidió que las reales demandas, como la autonomía reproductiva o la igualdad de derechos, fueran prioritarias. Hubo ciertos avances de liberalización, como la aprobación del divorcio. Sin embargo, como se afirma en el ya citado libro ¿Un Nuevo silencio feminista?, durante este periodo el concepto de feminismo comenzó a asociarse con una posición ideológica radical, no adecuada para aquellos tiempos, que derivó en una imposibilidad de nombrarse como tal en los ámbitos institucionales. Al reemplazarse las palabras mujer y patriarcado por la palabra género, se despolitizó el feminismo, reduciéndolo a un concepto neutro, tecnocrático, despojado de toda conflictividad. Así, las autoras creen que durante los primera década de la posdictadura se vivió otro momento de silencio feminista, pero no uno de repliegue a la esfera privada, sino “algo más complejo, de una profunda transformación del espacio público y de las formas de actuar en él, de la forma de constituirse en sujeto social y de entender la sociedad” (pág. 131).

Esta ausencia de las feministas en el espacio público comenzará a revertirse en el año 2008 a raíz del fallo del Tribunal Constitucional que declaró que la píldora del día después podía tener efectos abortivos. En el fallo, entre otras falencias que no trataremos en este momento, no se consideraron en absoluto los derechos fundamentales e intereses de las mujeres.En dicha oportunidad, miles de mujeres salimos a las calles a reclamar contra un Estado supuestamente laico que, sirviéndose de argumentos esgrimidos por la iglesia católica y la supuesta evidencia científica, imponía una moral paternalista y machista que no solo favorecía los intereses de algunos pocos, sino que violaba derechos elementales de muchos. La colectiva feminista Mujeres Públicas, por su parte, convocó a una apostasía para rechazar la intromisión de la religión en nuestra autonomía reproductiva.

Hoy, la reactivación de los movimientos sociales está buscando recuperar la participación política, la actividad cívica y un real acceso y ejercicio a los derechos. El movimiento estudiantil instaló en la discusión lo impensado hace algunos años en que la lógica neoliberal estaba absolutamente naturalizada: hoy hablamos y debatimos sobre la necesidad de una educación gratuita, pública, laica, de calidad y no sexista. De esta misma forma el feminismo ha alzado temas de importancia destacando que la revolución feminista, iniciada ya hace más de un siglo, no implica solo igualdad entre hombres y mujeres, sino una reestructuración económica y política del actual sistema. La necesidad de cuestionar el modelo radica en que una de las características de la lógica neoliberal es que el mercado ha permeado la regulación de otros ámbitos más allá de la propia economía: educación, salud, vivienda e incluso nuestros propios cuerpos.

El feminismo hoy nos es solo una lucha de ideas, es una lucha (a través de las ideas pero no solo con ellas) por superar las distintas formas de subordinación que se viven día a día. Junto a la opresión económica o de clase, la ideología de supremacía del género masculino heterosexual y de “raza blanca” ha creado profundas diferencias entre los chilenos que debieran parecernos absurdas e injustas desde hace mucho. De esto saben bien las feministas negras que por los 80 acuñaron el término “interseccionalidad” (Kimberly Crenshaw), dirigido a criticar al feminismo de la segunda ola por homogeneizar la categoría de “mujer”, creando una ficticia comunidad que incluía principalmente las demandas de las mujeres blancas de clase media-alta.

El movimiento feminista recientemente se ha rearticulado con la incorporación de nuevas generaciones y actores sociales: representantes secundarias/os, universitarias/os, sindicatos, trabajadores y distintas organizaciones sociales están hoy presentes. Recientemente, por ejemplo, se configuró la Coordinadora Feministas en Lucha, conformada por distintos grupos y colectivos de organizaciones feministas o disidentes sexuales. Asimismo, la Alzada Acción Feminista Libertaria (a la que pertenece la actual presidenta de la Fech) ha cuestionado fuertemente el modelo hegemónico.

Una de las demandas históricas y transversal al movimiento es la legalización del aborto. Dicha demanda es urgente porque la regulación actual, que desde 1990 prohíbe el aborto en toda circunstancia, sitúa a las mujeres en situaciones de vulnerabilidad y sufrimiento absolutamente evitables, evidenciando a su vez las profundas desigualdades sociales existentes. No puede ser que unos pocos privilegiados puedan costearse un aborto en una clínica privada o en el extranjero mientras que quien no dispone de recursos deba exponerse a una serie de riesgos para su integridad física y psíquica. La situación del aborto en Chile es también la expresión de nuestra paradójica condición de mujeres en un país que protege y garantiza la libertad económica y la propiedad privada sin permitir disponer autónomamente de nuestros cuerpos.

Por otra parte se han manifestado una serie de preocupaciones: el derecho a un trabajo digno, a la buena salud, a una educación laica, pública y no sexista; el derecho a vivir libremente la sexualidad y la identidad de género; el derecho de vivir una vida sin violencia; la situación de las mujeres migrantes y trabajadoras de casa particular, entre tantas otras.

Existen diversas perspectivas de cómo lograr que las grandes deudas hacia nuestros derechos sean efectivamente cumplidas. Cada vez se hace más claro que la igualdad no se consigue con un maquillaje de las políticas públicas, sino que la pobreza y profundas inequidades que experimentamos a diario requieren cambios estructurales para poder revertirse.En el cómo se logran esos cambios hay diferencias dentro del feminismo, unas más proclives a incidir en las políticas de Estado y otras más cercanas a la articulación autónoma e independiente de las formas de gobierno.

El nuevo período de la presidenta Bachelet ha empezado con señales contradictorias. Por una parte tenemos la creación del Ministerio de la Mujer con dos feministas a su cargo (Claudia Pascual como Ministra y Gloria Maira como Subsecretaria). El aborto es parte del debate y del programa de gobierno, y la presidenta electa anunció el compromiso a regularlo en al menos tres causales. Sin embargo, el nombramiento del Subsecretario de Salud, Jaime Burrows, quien el 2011 se declaró públicamente en contra de una modificación legal que permitiera el aborto terapéutico, parece apuntar en la dirección contraria. Si bien se ha señalado que toda persona que sea parte del gobierno acepta el programa, este tipo de declaraciones podrían retrasar u obstaculizar indefinidamente la implementación de políticas públicas que efectivamente permitan avanzar en el reconocimiento de nuestros derechos.

Al interior del feminismo sabemos de diferencias de opinión, pero más allá de las diferencias, el hecho de que el movimiento se diversifique incorporando nuevos actores sociales es fundamental para ir avanzando. Esta vez ya no desde un feminismo que se silencia en nombre de la “liberación global,” sino que, por el contrario, reflexiona desde sí mismo las contradicciones sociales para articularse y no anularse con las otras necesarias luchas. En ese sentido, la dirección del movimiento se acerca mucho a lo que decía Chantal Mouffe, palabras con las que cerramos esta columna:

En El Género en Disputa, Judith Butler se pregunta: “¿Qué nueva forma de política emerge cuando la identidad como una base común ya no constriñe el discurso de la política feminista?” Mi respuesta es que visualizar la política femenina de esa manera abre una oportunidad mucho más grande para una política democrática que aspire a la articulación de las diferentes luchas en contra de la opresión. Lo que emerge es la posibilidad de un proyecto de democracia radical y plural. (4)

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* Antropóloga feminista Universidad de Chile, estudiante de doctorado en Sociología en Goldsimths, University of London. Trabaja temas de movimientos sociales, trabajo doméstico, memoria e historia social.

** Abogada feminista Universidad de Chile, estudiante de doctorado en Sociología en Goldsmiths, University of London. Trabaja temas de género y derechos humanos.

(1) Ver McGee Deutsch. 1991. “Gender and Sociopolitical Change in Twentieth-Century Latin America”. The Hispanic American Historical Review [online]. Vol. 71(2) pp. 259-306.

(2) Ríos, M, L. Godoy, E. Guerrero. ¿Un nuevo silencio feminista? La transformación de un movimiento social en el Chile posdictadura. Santiago: Editorial Cuarto Propio.

(3) Gaviola, E, E. Largo, S. Palestro. 1994. Una historia necesaria: mujeres en Chile 1973-1990. Santiago de Chile: S. N.

(4) Mouffe, Ch. 1999. El retorno de lo político. Barcelona, Paidós.

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3 Comments on Herederas de una historia larga: el movimiento feminista en Chile y los desafíos de hoy

  1. Quisiera saber en qué fecha fue publicado este artículo. Así como quiénes son sus autoras, que si bien no son famosas, al menos saber si son estudiantes, profesionales o aficionadas. Importante para mejorar la credibilidad de la página.

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