Etnopolítica y cultura en Chile

José A. Marimán *

El reciente 21 de mayo, en su último discurso al parlamento y al país, el presidente Piñera ha hecho un recuento de las intenciones y logros de su gobierno. En materia etnicidad sostuvo que impulsaron un “nuevo trato” con los pueblos indígenas, que se expresó en el desarrollo de cuatro políticas públicas. Primero, promover una reforma constitucional que reconociera el carácter multicultural del país (cuestión en la que no se ha avanzado y probablemente en los nueve meses que quedan de su gobierno quedará en nada). Segundo, cambiar la estrategia de asimilación desarrollada hacia ellos, por una de integración (lo que no deja de ser interesante porque es la primera vez que un mandatario posdictadura reconoce públicamente que la asimilación ha sido una política de Estado hacia sus minorías). Tercero, promover el desarrollo económico-social de los mapuche a través del “Plan Araucanía” (todavía no hay indicios de la existencia de mapuche desarrollados vía ese plan). Y cuarto, promover el reconocimiento y la valoración de su historia, idioma, cultura y tradiciones, que serían algo así como un “orgullo para el país”. En este breve artículo problematizo las ideas que promovió el gobierno, particularmente relacionadas al plano de la cultura, y que reflejan la forma en que las elites en Chile ven la relación con las minorías nacionales.

Multiculturalismo fuera de la política

El documento rector de la política del gobierno Piñera respecto a la cultura y lengua mapuche pasó a ser “El Plan Araucanía” (PA). En él, y como objetivos deseados respecto a educación con pertinencia cultural, se dice sobre la incorporación de la lengua mapuche como vehículo de aprendizaje que se “busca incorporar de manera integral la cultura Mapuche en los establecimientos educacionales de la Región. Se incorporará la cultura y lengua mapuche como sector de aprendizaje en enseñanza básica. Con el apoyo de MINEDUC, CONADI y el sector privado, se tiene como meta implementar programas educacionales de lengua indígena en 470 establecimientos de la región” (cita tomada del PA).

Es difícil para quien simpatiza con los mapuche o bien tenga un mínimo sentido de justicia o apertura mental para permitirse pensar que las minorías tienen derecho a una educación culturalmente pertinente, no estar de acuerdo con el espíritu de lo señalado en el documento. El problema de los desacuerdos con las ideas del gobierno no está en el plano de las intenciones, sino más bien en el de las lecturas profundas que constituyen la explicación del problema: qué representan las minorías para el Estado y el proyecto de sus elites. En otras palabras, el problema es el diagnóstico sobre el cual se debe operar, para producir cambios que favorezcan a las minorías. Dependiendo de ese elemento saldrán políticas pertinentes que realmente ayuden en los procesos de reestablecer el control sobre su cultura a las minorías.

El diagnóstico del que parte el gobierno señala que dicho Plan “nace como respuesta al grave retraso en la región de La Araucanía respecto del país, tanto en relación con el panorama económico de la región como con la situación socio-económica y educacional de sus habitantes” (cita tomada del PA). Dicho retraso sería de unos 20 años. En este diagnóstico, el gobierno y sus asesores muestra que al igual que sus antecesores en el control del ejecutivo en el Estado, continúan viendo la cuestión nacional mapuche como un problema de pobreza campesina, con ingredientes culturales étnicos. Dicho diagnóstico no es sorprendente ni diferente a las ideas que circulan en las elites de la sociedad, a todos lados del espectro político, que atribuyen la pérdida del mapuzugun, por ejemplo, a procesos internos de desafección de los mapuche con su propia lengua.

Para ejemplificar cómo opera esta comprensión del fenómeno de abandono de la lengua propia por los usuarios mapuche, permítaseme introducir un ejemplo, proveniente de situaciones muy reales. En los pasados meses he escuchado de boca de importantes personajes de la vida pública estatonacional (un periodista-panelista de la TV, un historiador premio nacional, un abogado-académico), que tienen un nivel de formación académica mayor al ciudadano común, la siguiente observación expresada con convicción: los mapuche (o los rapanui en un caso) están perdiendo su lengua. Se insinúa en tal cándida alocución que esto sería algo así como un proceso natural, en que no se observa intervención de terceros (una cuestión de apegos interferida por la atracción del castellano o la lengua de sus vencedores, conquistadores o colonizadores, y vehículo comunicacional que les abriría mejor sus mentes al mundo moderno). No hay en esta apreciación atisbo de crítica respecto de otro hecho no menor. A saber, ¿cuál es la situación de los mapuche al interior del Estado chileno? Y ¿cuáles son las consecuencias de esa relación para la cultura mapuche?

En las oportunidades que he tenido de enfrentar este diagnóstico-discurso, he discutido la afirmación presentando un ejemplo de cómo opera la política cultural en Chile, en el espacio cultural de las lenguas, en detrimento de la existencia de las lenguas indígenas. He dicho simplemente que para mis padres como para los padres de mis padres, y para los padres y abuelos de todos los miembros de minorías étnicas en Chile, no fue ni ha sido nunca una opción elegir la lengua en que querían educar a sus hijos (y no niego que en los últimos treinta años ha habido algunas experiencia de innovación, pero son aún a pequeña escala, experimentales y no sistematizadas). El sistema educacional chileno, altamente centralizado, jamás preguntó ni a esas generaciones ni a la mía, en qué lengua quería que sus hijos fueran educados. Chile no ha sido ni antes ni ahora una Suiza en Latinoamérica, en que los padres de acuerdo a sus ancestros y el cantón distrital en que viven, pueden elegir la lengua en que quieren ver educados a sus hijos. Un lugar en que los niños no solo aprenden la lengua de sus abuelos sino que además se benefician de salir del sistema hablando más de una lengua. En resumen, con mi ilustración he argumentado que la pérdida de la lengua no tiene nada de natural, sino que fue y ha sido en todos los tiempos una política de Estado deliberada, en la búsqueda de un propósito concreto: la castellanización forzada de las minorías y la muerte de las lenguas étnicas, coherente en la lógica de las elites con el proyecto iluminista y nacionalista chileno, de construir la nación estatal: un Estado, un territorio, una población, una lengua.

Claro, se podrá decir que no hay ningún documento oficial en Chile que dé cuenta de la existencia de tal política. Y estoy completamente de acuerdo en que habría que otorgar credibilidad a tal contraargumento. Pero eso, en política, sería equivalente a creer que la política se hace como en una burocracia a punta de documentos con timbres. Si eso fuera así, el Golpe de Estado de 1973 nunca hubiera ocurrido, pues no hay ningún mandato legal de ningún organismo pertinente, que lo estableciera como una opción válida así de clarito: “se mandata a las fuerzas armadas para dar un Golpe de Estado e iniciar una limpieza del sistema político eliminando todo ser humano que se oponga o haya apoyado proyectos socialistas”. Dicho Golpe se originó en horas, días, semanas y meses de conspiraciones no documentadas en papeles con sellos oficiales. Expresó convergencias de voluntades relacionadas fuera del documento oficial. La convergencia iluminista de las elites chilenas, casadas con un modelo nacionalista, desarrollista e impositivo, excluyente de otros sectores sociales e inspirado en ideas racistas decimonónicas sobre la inferioridad del indio, ha sido lo que ha alimentado a quienes, entre esas elites, juegan el papel de estadistas, jueces, parlamentarios o autoridades menores, que finalmente han vehiculizado sus ideologías a través de la prensa “independiente”, las instituciones del Estado y el sistema educacional.

En consecuencia, no hay nada de azar en las estadísticas que algunos gustan mostrar para documentar, a manera de evidencia, el desapego de las minorías con sus lenguas, bajo un frío número que enuncia que el 80% de los mapuche no habla su lengua. La pérdida de audiencia y muerte de las lenguas está asociada a procesos histórico-políticos mayores, como es la colonización que caracteriza la relación de las minorías con el Estado. La pérdida de las lenguas de la minorías étnicas en Chile tiene directa relación con una política de carácter colonial interna, explicitada (casi nunca en estos tiempos pero sí en el siglo XIX y la primera parte del XX) o implícita (la mayor parte de la veces), y que ha tenido como objetivo la castellanización del indio, comprendido el proceso como parte del costo que deben pagar los indios para transformarse en “civilizados”. Por eso, el multiculturalismo enunciado por el Presidente, que se materializaría a través de políticas de promoción, reconocimiento y valoración de la historia, idioma, cultura y tradiciones de los indios, está destinada al fracaso si no va acompañada de medidas políticas específicas, que favorezcan la descolonización, como es el derecho a la autodeterminación en su forma presente, demanda de autonomía y empoderamiento de las minorías.

El multiculturalismo que Chile necesita es ante todo de orden político y tiene que ver con aceptar que las minorías étnicas tienen derechos colectivos, que son ante todo políticos. Es político, por ejemplo, decretar ya y de una vez por todas, la oficialización de las lenguas indígenas con el mismo valor que el castellano, en las regiones en que hay población indígena. E implantar el uso obligatorio y mandatorio del mapuzugun en todos los servicios públicos y el sistema educativo chileno. Sin una medida como esta, la lengua seguirá desfalleciendo, pues no será funcional como instrumento de comunicación en el mundo urbano moderno, y continuará relegada al plano de lo doméstico y rural, mientras los políticos siguen abanicándose con la idea de que han aportado su cuota al darle un sitial que hoy no tiene ese instrumento, vía la retórica de promocionar reconocimientos y valoraciones culturales, al tiempo que las lenguas indígenas continúan su agonía hasta desaparecer.

Conclusión

¿Hay algo nuevo en la política chilena que indique un nuevo trato hacia sus minorías? NO, no se percibe, solo más de lo mismo. Un permanente intento de asimilar a los indígenas bajo mensajes que hablan de nuevo trato, de ofrecerles las oportunidades de progreso que les fueron negadas en el pasado, en síntesis, de integrarlos. Mientras hacen del folklore, intento de posicionar el wetripantu como fiesta regional de la Araucanía, por ejemplo, el let motiv de una etnopolítica, que procura bajo ningún punto de vista desmantelar la situación colonial (interna) que caracteriza las relaciones entre minorías étnicas y Estado. Situación responsable de haber condenado a los pueblos indígenas al desprecio, la explotación y la miseria. Una integración genuina solo partirá de escuchar el clamor del colonizado, que reclama derechos políticos y empoderamiento: autonomía. Y el desmantelamiento de la situación colonial racista en que se encuentran inmersos.

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* Doctor (USC, España) y máster (UCD, USA) en ciencias políticas, cuyo foco de interés han sido los estudios étnicos gobierno-sociedad civil-democracia, y los estudios internacionales. En el terreno de la investigación y las publicaciones, ha escrito varias tesis sobre los mapuche, numerosos artículos divulgados tanto en revistas como en periódicos chilenos y extranjeros, capítulo de libros, y el libro “Autodeterminación. Ideas políticas mapuche en el albor del siglo XXI”. A partir del año 2011 y luego de una estadía de casi dos décadas en EE.UU., comienza a realizar trabajos de consultoría, docencia e investigación en Chile.

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