
Por Carmen Gloria Godoy Ramos*
La igualdad de género ha devenido un referente universal de las sociedades democráticas, y en el caso chileno ha sido entendida también como un indicador y un horizonte respecto a la democratización de la vida social, que supone que hombres y mujeres sean tratados en justicia de acuerdo a sus propias particularidades y necesidades, y por lo tanto, con los mismos derechos, responsabilidades y oportunidades. Las posibilidades de avanzar en esta perspectiva, como lo demuestran diversos estudios, chocan no solo con una serie de desigualdades de carácter estructural, particularmente en el ámbito económico, sino también en el terreno de los imaginarios acerca de la «igualdad», sus límites y posibilidades. ¿Cuáles son los significados de la igualdad de género para personas de distinta procedencia social, nivel educacional y trayectorias vitales? ¿Qué puede significar en el terreno económico, político y social? ¿Opera de la misma manera?
En medio de las paradojas del Chile neoliberal y las tensiones que producen la coexistencia de posturas liberales y conservadoras en el plano de la moral (de una moral más preocupada de las preferencias y prácticas sexuales, que de las acciones en el ámbito político y/o económico), se han producido importantes transformaciones en los roles que hombres y mujeres desempeñan en el espacio público, y que se consignan especialmente entre mujeres menores de 40 años. Dichos cambios consolidan la opción profesional, sobre todo para las mujeres de sectores con ingresos medios y altos. Autonomía, autorrealización y capacidad de elección son ideas fomentadas por los cambios económicos, y que han influido en las trasnformaciones de las relaciones sociales de género.
En este sentido, la educación superior es un ámbito en el que la presencia femenina se hace cada vez más visible, y en algunas áreas, mayoritaria. Por esta razón, en el marco de una investigación en curso sobre igualdad de género en Chile[1], realizamos una serie de entrevistas a jóvenes universitarias de entre 20 y 31 años de edad, de universidades públicas y privadas, que participan o participaron en los últimos cinco años en centros de estudiantes y/o federaciones. Nos interesaba recoger sus experiencias, conocer las razones que las llevaban a participar de la vida política universitaria. En último término, conocer los significados que la igualdad de género adquiere en esos espacios, aparentemente más horizontales, y en los que desde las movilizaciones estudiantiles del año 2011, la presencia de mujeres a nivel de la dirigencia se ha vuelto cada vez más común.
Cabe señalar que desde la reforma de 1981, el sistema universitario se ha caracterizado por la diversificación de la oferta académica, el aumento del número de universidades privadas –la creación de un mercado de la educación– y particularmente, el cambio en el perfil tradicional de los y las estudiantes que acceden a la educación técnica-profesional. Un aspecto que suele ser destacado es el hecho de que muchos de estos estudiantes –procedentes de colegios públicos y privados– corresponden a la “primera generación” de su familia que puede acceder a estudios superiores y convertirse en profesionales. Un “capital” y la promesa de una vida que haga efectiva la tan mentada “libertad de elegir”, con todos los esfuerzos, expectativas y dificultades que conllevan los excesivos aranceles y las muchas veces escasa preparación para las exigencias académicas, dadas las desigualdades y deficiencias preexistentes ya en el sistema educativo en general.
Algunos de nuestros hallazgos muestran que, en general, el interés por participar de una organización no se inicia en la universidad, sino en su etapa escolar; varias de ellas influidas por las movilizaciones estudiantiles del año 2011. La transversalidad del fenómeno ocurrido en ese momento se refleja en los relatos de dos universitarias del sistema público, una procedente de un colegio público y la segunda de un colegio particular. En ambos casos ya participaban del centro de alumnas o de un grupo que buscaba impulsar la participación de sus compañeros y compañeras. Y en ambos casos constatan que es importante de organizarse, que los cambios que se pueden generar “no lo voy a hacer yo sola, que necesito más gente, que tenemos que estar unidos”. O, ante una enseñanza que no deja espacio a distintos puntos de vista, “te empiezas a cuestionar cosas”, a decir “tenemos que hacer algo para que esto cambie”. Pero también la participación en algún tipo de organización ocurre paralelamente a la vida universitaria, como colectivos feministas, juventudes de partidos políticos, que orientan sus propósitos respecto a los temas a poner en la agenda. Pero las motivaciones para presentar una lista o candidatura también pueden surgir de la conversación espontánea entre compañeros y compañeras para “hacer algo”, enfrentando las dificultades para transformar el estado de cosas, y sobre todo impulsar la participación de los y las demás estudiantes.
La familia y las historias familiares también adquieren importancia en sus relatos. Hay familias en las que el padre o la madre participaron de la oposición a la dictadura, en las que existen parientes militantes en partidos de izquierda o parlamentarios, y en las que se conversaba de política “en la mesa”. Hay familias que son parte de la “generación del miedo”, que vivieron también la dictadura y más que poner obstáculos a la militancia o compromiso de sus hijas con una organización, temen por su seguridad de manera casi inconsciente. Y hay relatos en los que los referentes más cercanos son las propias mujeres de la familia, relatos que hablan de movilidad social, de “familias de mujeres” que tuvieron que sacar adelante hermanos, hijos y nietos, y en los que se reconoce la formación del “carácter”. Hablan tanto de madres profesionales como de madres que, habiendo ingresado a la universidad, no pudieron terminar sus estudios por motivos económicos, o por tener su primer hijo como estudiante, y que con mucho esfuerzo regresaron a la universidad en horario vespertino a completar el proceso iniciado unos diez años antes. Hablan de la madre que trabaja de secretaria y que, ante la petición para salir un poco antes para poder estudiar Derecho, recibe un “no, porque no querían una abogada, querían una secretaria”, y que de vendedora, se convierte en microempresaria en un ámbito tan masculino como la construcción. Referente para su hija, más importante que “mujeres famosas”, ve en su hija a una persona “con más mundo que ella a mi edad […] ella lo tuvo que aprender viviendo […] dejó de pensar en lo que los otros querían que hiciera, y dijo yo quiero hacer esto, lo sé hacer bien y lo voy a hacer nomás”.
Por otra parte, se reproducen los roles tradicionales de género, las tensiones que convergen respecto a cómo equilibrar las demandas familiares, el “tiempo en familia”, con el ritmo de la política universitaria y con los propios estudios. Hay que aprender a hacer rendir el tiempo entre estudios, largas reuniones y declaraciones que escribir. En cuanto a los roles tradicionales, a lo “admitido”, aparece el tema de “no estar en la casa” y del “quedarse fuera” que incidirían en la menor participación política de las mujeres en la universidad, porque también influye la norma: “la sociedad ve que el rol de la mujer es la casa, cuidando y educando a los niños”, dice la presidenta del centro de estudiantes de Ingeniería Comercial de una universidad pública. Nos preguntamos cómo podría influir cuando se trata de mujeres que se proyectan como profesionales, pero los “costos familiares” y personales existen cuando se opta además por participar de una organización estudiantil; en algunos casos se trata de no tener tiempo para salir, pololear, pérdidas de celebraciones familiares, pero cuando se tienen hijos, se estudia y se es dirigente, se demanda el doble y hay que “aprender a separar” la mamá de la persona, saber que “la mamá estudia y que la mamá tiene otras cosas que hacer también”, y donde se aprende también “que haber tenido hijos no significa que yo haya tenido que renunciar a lo que quiero hacer”, como dice una mujer de 31 años, madre de tres hijos, que ocupa una secretaría en la federación de la universidad en que estudia una carrera del área de las ciencias sociales.
Podríamos decir que están quienes siguen un camino conocido y quienes se aventuran en una práctica que iniciaron casi sin buscarlo y que no proyectan continuar, no necesariamente en las estructuras políticas tradicionales, sino en su campo profesional y en organizaciones alternativas. Lo que llama particularmente la atención es como se repiten nudos y tensiones entre lo privado y lo público, y como al mismo tiempo hay una toma de conciencia de su posición en el orden de género, una reflexión que no se reconoce abiertamente feminista respecto a los esfuerzos por hacerse de un lugar que también “está demasiado masculinizado”, donde algunas sienten que se van “poniendo en una posición mucho más dura y mucho más pesada”. Conteniendo las emociones y evitando el conflicto, pero donde otras piensan que “hay que llegar e irrumpir, y filo con lo que dicen”.
[*] Antropóloga, Universidad Academia Humanismo Cristiano. Magíster en Estudios de Género y Cultura, y Doctora en Estudios Latinoamericanos, Universidad de Chile. Profesora de la Escuela de Antropología, Universidad Academia de Humanismo Cristiano.
[1] Proyecto Fondecyt de Iniciación en Investigación Nº11130005, 2013-2016: “El discurso de la igualdad de género en Chile y su recepción en mujeres jóvenes de las capas medias y altas”. Investigadora responsable: Carmen Gloria Godoy R.
Para citar este artículo:
Godoy, C. (2015). “Ella quiere transformar”: Igualdad, subjetividad y participación en estudiantes universitarias de Santiago de Chile. Rufián Revista, 22 (1). Recuperado desde: www.rufianrevista.org
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