El proceso neoliberal chileno como cambio del patrón de reproducción de capital

Pablo Cuevas Valdés*

Introducción

Cuando se cumplen cuarenta años del golpe de Estado de 1973, es necesario repensar una y otra vez, desde la mayor cantidad de ángulos posibles, cuál es el sentido amplio de lo que allí ocurrió. Si entendemos que buena parte de lo que hoy sucede en Chile responde a la dinámica, desarrollo y agotamiento de un proceso que encuentra al menos como hito de origen el 11 de septiembre de 1973, dicha relectura pierde su redundancia.

Para entender el Chile de hoy –desde el punto de vista que aquí se planteará– es necesario alejarse de las modas intelectuales que, de manera no casual, han dominado desde que se declarara el “fin de la historia”. Esto supone dejar de ver el mundo a partir de una epistemología fuertemente anclada en el pensamiento liberal, que supone que el mundo social está “hecho” a partir de “cosas”, y que por lo tanto es divisible y parcelable. Una mirada crítica de la historia del neoliberalismo en Chile, como en el mundo, supone ver a la sociedad a partir de las relaciones que la constituyen, lo que deja fuera tanto el atomismo micro-descriptivo posmoderno, como las teorías de alcance medio del neopositivismo, el primero, asentado en una suerte de irracionalismo, y las segundas, en la resignación kantiana. El presente artículo va en contra de estas corrientes, proponiendo una breve lectura del proceso neoliberal desde la totalidad social, para pensar las grandes transformaciones que constituyen el Chile contemporáneo.

Así, estas modas intelectuales –en línea con las tendencias políticas dominantes– han supuesto la obsolescencia de lecturas históricas estructurales (adoptando el dogma liberal de unas esferas sociales ontológicamente independientes, como si de “reinos naturales” se tratase –lo económico, lo político, lo social, lo cultural, etcétera–) en lo que no es sino una explosión de “relatos” particulares que no logran articular una tan indispensable como simple visión general. A partir de esa epistemología, surge una crítica naturalizada y estereotipada al “economicismo”, que deja sin críticas a aquellos procesos históricos que tienen su origen en el proceso de dominación que supone la relación capital-trabajo. A partir de las tenciones que se cristalizan en esa relación, intentaremos una breve lectura del proceso neoliberal chileno.

El presente artículo consiste en un ensayo que plantea entender al golpe de Estado de 1973, más allá de la ruptura institucional, como un hito, como un acontecimiento dentro de un proceso mayor que involucra a la totalidad de la reproducción social: el cambio en el patrón de reproducción del capital. Se insiste en la unidad del proceso de cambio del patrón de reproducción del capital en Chile, con el proceso político de la dictadura y posterior democracia procedimental, dejando de lado una descripción minuciosa de los momentos particulares, a fin de favorecer una visión de conjunto.

Los cambios en el patrón de reproducción del capital y “el modelo”

Con cierta ambigüedad, suele referirse al “modelo económico chileno” como aquel resultado articulado de la aplicación de una serie de políticas económicas desde 1974 –a las que deben sumarse otras sociales– usualmente caracterizadas bajo la denominación de “neoliberales”, dada su vinculación con la escuela de pensamiento autodenominada como “neoliberal”. Además, se asume un cierto orden institucional, resultado, tal como “el modelo”, de su implantación por la dictadura militar. Lo anterior no es, en ninguna forma, erróneo, si se entiende esta división entre el proceso económico y el político en términos analíticos; lo es sin embargo, si luego se olvida que ambos son parte de un proceso mayor que los contiene y que en cierto sentido los antecede: el cambio del patrón de reproducción del capital(1) en Chile, desde uno industrial que entra en crisis, a uno exportador de especialización productiva, proceso en el que lo político y lo económico conforman una unidad diferenciada.

La versión “oficial” señala que el punto de partida “cuasi mítico” del “modelo” es la deriva causada por una mala administración económica de parte del gobierno de la Unidad Popular (UP) (1970-1973), donde la respuesta “creativa” a la crisis allí provocada habría tenido por resultado “el modelo”. Pensamos que ese análisis no es del todo correcto. Pues debe tenerse presente que, al comenzar el gobierno de Salvador Allende en 1970, la economía chilena mostraba evidentes fisuras, síntomas de una crisis profunda en la reproducción local del capital, así como también se evidenciaba una crisis del sistema de dominación y los acuerdos entre clases, que entraban en contradicción con los requerimientos del capital. Sin pretensión de profundizar en la explicación de la crisis del patrón industrial, debemos señalar al menos unos puntos generales que dan cuenta de algunas transformaciones que anteceden a los cambios impuestos por la dictadura y que se relacionan con estos. El proceso de cambio del patrón de reproducción del capital en Chile respondió a una crisis interna, aunque sin duda en diálogo con –y parte de– la crisis mundial capitalista, pero con elementos particulares claros; se trata de una crisis de agotamiento de todo el patrón de reproducción del capital industrial, y además de la ineficacia del modelo de desarrollo –la Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI)– para continuar facilitando esa modalidad específica de reproducción del capital; una crisis de los acuerdos de clase y en las tensiones intra-burguesas que comenzó a suponer ese proyecto modernizador; una crisis del sistema de dominación, y finalmente, luego de 1970, con el gobierno de la UP, una crisis político-institucional, derivada de la inconsistencia entre el poder real en la sociedad, cristalizado en el Estado, y una administración del aparato Estado que pretendía hacer una revolución desde allí, controlando únicamente la dimensión formal institucional del Estado.

Por una parte, la agricultura, punto débil de la ISI en Chile, mantuvo cifras desastrosas desde que se instaurara el proyecto modernizador industrial a fines de la década de 1930, donde pactaran la burguesía urbano-industrial, los terratenientes, los obreros industriales y algunos sectores financieros (Marini, 1976) en el contexto del denominado Frente Popular(2).

Por otra parte, desde el punto de vista industrial, ya la década de 1960 es considerada como un periodo de estancamiento. Sin embargo, como bien lo señala Ruy Mauro Marini (1976) más que un estancamiento, existía un cambio estructural, un desplazamiento del eje de la acumulación de capital desde las industrias tradicionales –textiles, vestido, calzado, etcétera– (donde predominaba la mediana y la pequeña burguesía) hacia industrias dedicadas a la producción de bienes más sofisticados y suntuarios para tales condiciones (industria automotriz y electrodomésticos), en donde predominaba el gran capital nacional y extranjero. Esto genera una dinámica de división en la burguesía que favorece a los proyectos de las clases trabajadoras y particularmente la elección de Allende (Marini, 1976) y con ello, la llegada de un gobierno que pretendería hacer una revolución socialista desde la institucionalidad liberal.

De esta manera, la reproducción del capital se estaba reacomodando y buscando modalidades más convenientes desde antes del gobierno de la UP, y con ello iba también fracturando el sistema de dominación, lo que en parte se expresa en la elección misma de Allende. A ello se suma el problema agrario, que se transformaba en un freno al deseado proceso de industrialización. A este contexto de crisis económica y política debe sumarse el triunfo de la UP, que condensaba sobre sí un largo proceso de organización de la clase trabajadora, de luchas y conquistas políticas y sociales(3), que ahora y con más fuerza comenzaba a poner en tela de juicio la propiedad privada y amenazaba a quienes tenían realmente el poder social, con destruir su posición utilizando la vía institucional. El resultado no se hizo esperar, y el Golpe Militar arrasó con ese gobierno, teniendo claro que la “restauración del orden” implicaba una respuesta en favor de una clase –una suerte de recuperación su poder– pero sin la misma claridad respecto a cuál sería el proyecto específico mediante el que se haría esa restauración.

Sin embargo, el gobierno de la Unidad Popular tuvo la capacidad-efecto de unificar los intereses de todos los sectores de la burguesía, antes en conflicto, frente a un enemigo común. Quizás lo hizo poniendo a prueba aquello Wright Mills (1956) denominara como el “acuerdo fundamental” de una élite. Este acuerdo, en el caso de la burguesía chilena, consistía en la conservación de su posición como clase dominante, que dependía de la existencia de la propiedad privada, cuestión que la UP parecía poner en tela de juicio. El gobierno socialista no fue capaz de despojar de su poder real a la burguesía, por lo que esta recuperó su posición apenas cuestionada mediante el uso de su fuerza. Esto explica, por ejemplo, el conocido apoyo del partido Demócrata Cristiano –representante de la pequeña burguesía– al golpe de Estado. Luego se decidiría cuál sería el proyecto burgués específico, en lo próximo, lo urgente era eliminar aquello que arriesgaba lo que el “acuerdo fundamental” protegía.

Ante ese “vació” que sucede al golpe –ante ese “y ahora qué…”– es que aparece la propuesta neoliberal como aquella defendida por un sector de la burguesía –que ahora se tornaba en el dominante–, propuesta que previamente había tomado la forma de documento al ser planteada como el programa de gobierno del candidato Jorge Alessandri en 1970. Debe notarse que, previo al gobierno de la UP, la reproducción del gran capital ya reclamaba una política más favorable a su sector, la cual se materializaba en un programa de gobierno concreto. Dicho texto –El Ladrillo, (CEP, 1992)– redactado por profesores de Economía de la Universidad Católica, cristaliza en buena medida la propuesta de la corriente económica monetarista, y se transforma luego de 1974 en el programa de gobierno de la dictadura. Ese documento, inspirado en una teoría importada, pero que refleja intereses de un sector de clase concreto, es el origen del llamado “modelo”. Su relevancia no puede explicarse si no es por la dinámica y conflictos de clase que venían gestándose en el contexto de la crisis del patrón industrial.

“El modelo”, el “neoliberalismo” mundial y el nuevo patrón de reproducción del capital

La vinculación entre el patrón de reproducción de capital y el modelo de desarrollo aparece aquí de manera evidente: el capital se sirve de la política pública (como de otros instrumentos) para facilitar su ciclo de reproducción, y un modelo económico tiende a ordenar y coordinar la política pública para estos efectos; y posterior a ello, un orden institucional tiende a su vez a organizar los elementos político-institucionales y jurídicos del funcionamiento de la sociedad para que estos no se contradigan con la particular forma en que el capital se reproduce. En Chile, dado el orden autoritario, la unidad de este proceso es claramente visible, y es quizás un caso excepcionalmente esquemático, dado el hecho de que, casi simultáneamente a la implantación del “modelo económico”, se refundó una nueva institucionalidad política desde cero, la cual se adecuó a, y su vez consolidó, la nueva forma de reproducción del capital, y ello en ausencia de negociaciones sociales.

Un modelo de desarrollo –en abstracto– responde a una determinada visión global de la sociedad, a una ideología, en lo que no es sino también una vinculación histórica y práctica entre los requerimientos de la reproducción del capital (de algunos sectores del capital nacional e internacional) y las maneras de pensar la sociedad. De esta forma, el llamado “neoliberalismo” –o lo que bajo esa palabra ha sido nominado– es más que solo un grupo de políticas económicas organizadas en un paquete coherente; es también una concepción de la sociedad, una utopía, que se explica en el contexto de un proceso histórico cuya escala es evidentemente mayor a la del país que referimos, y a la de la región latinoamericana(4). Según David Harvey, el neoliberalismo es una teoría de prácticas de política económica que sostiene que la manera óptima de promover el bienestar del conjunto de la sociedad “[…] consiste en no restringir el libre desarrollo de sus capacidades y de las libertades empresariales del individuo, dentro de un marco institucional caracterizado por derechos de propiedad fuertes, mercados libres y libertad de comercio” (Harvey, 2007:6). El papel del Estado de acuerdo a esta concepción –al menos en la teoría– debe restringirse a la preservación del marco institucional apropiado para el desarrollo de estas libertades.

El desarrollo de esta utopía, a nivel mundial, se mantuvo latente en sectores minoritarios entre las élites y los intelectuales de los países centrales durante la postguerra (Amin, 2001a), época caracterizada, en términos globales, por la predominancia de la acción del Estado en la economía, y por economías nacionales con una mayor orientación al mercado interno, en modelos como el desarrollismo latinoamericano (ISI). Pero ante la crisis que comienza a afectar a toda la economía global a partir de fines de la década de 1960, emerge con fuerza la ideología neoliberal como solución, de la mano de su teoría económica y ala más pragmática: el monetarismo. En este proceso, se funden la historia del pensamiento neoliberal del mundo central, con los procesos particulares del austral país periférico.

La crisis de la etapa de postguerra fue global, y se debió a una reducción de la tasa global de ganancias del capital. Por regla general, preponderaron en esta etapa, tanto en el mundo industrializado como en Latinoamérica, modelos económicos que –tanto por la constitución de mercados internos fuertes, así como lograr una “estabilidad social” y evitar revoluciones– estaban basados en un “compromiso de clases” entre el capital y el trabajo, el cual suponía una participación creciente del trabajo en las ganancias. Como señala Harvey, “una condición del acuerdo posbélico en casi todo los países fue que se restringiera el poder económico de las clases altas y que le fuera concedida a la fuerza de trabajo una mayor porción del pastel económico” (Harvey, 2007: 21). Y como se vio, Chile durante el periodo no se encuentra ajeno a esta regla. A nivel global, esto no fue problema, y garantizó una relativa “paz social” mientras estos esquemas mantuvieron el crecimiento económico. Pero todo cambió durante la década de 1970, cuando se redujo drásticamente las ganancias del capital. Aparecía una necesidad internacional de parte del capital, de restaurar su posición.

En este capítulo de la historia mundial contemporánea, el caso chileno reviste una notable importancia, dado que fue nada más y nada menos que el primer lugar donde se aplica esta política denominada como neoliberalismo. Después de su violenta llegada al poder, la dictadura militar realizó esas transformaciones profundas en la estructura económica y social del país. Luego de una breve deriva política, los militares terminaron aceptando la orientación de ese grupo de economistas conocidos como los “Chicago Boys”, seguidores de Milton Friedman.

En este nuevo y agresivo proyecto, como ya se dijo, es el gran capital, en sus diferentes fracciones, el que termina por imponer sus condiciones, en alianza con el capital extranjero. Articulado con las readecuaciones que comienzan a tener lugar en el sistema mundial producto de la crisis de la economía de la posguerra, el nuevo proyecto modernizador supuso la eliminación de los “acuerdos de clase” que constreñían las ganancias del capital, y la eliminación de las restricciones que dificultaban que la producción tuviera por mercado “el mundo”, desvinculando el salario del consumo. En resumidas cuentas, se trataba en muchos sentidos de un proyecto de retorno al “liberalismo” decimonónico, como bien ha sido señalado por variados autores (Osorio, 1999; Portes y Hoffman, 2003).

Perry Anderson (2003) asigna a la dictadura militar chilena el “mérito” de haber anunciado el desencadenamiento del ciclo neoliberal a nivel mundial en la presente fase histórica. Harvey (2007), por su parte, posiciona a este caso como el precedente mundial, como el experimento de la Universidad de Chicago para demostrar la validez de sus teorías: “…sirvió para proporcionar una demostración útil para apoyar el subsiguiente giro hacia el neoliberalismo tanto en Gran Bretaña (bajo el gobierno de Thatcher) como en Estados Unidos (bajo el gobierno de Reagan) en la década de 1980” (Harvey, 2007: 15). Ffrench-Davis (2004) destaca la singularidad del proceso chileno, señalando que este es el principal caso de aplicación moderna de la ortodoxia monetarista, por su pureza, profundidad y extensión de su cobertura; su prolongada vigencia (1973-1982, en la etapa más ultra-liberal, 1982 – hasta la actualidad, en su fase pragmática); y la publicitación que se hizo del caso a nivel mundial como éxito.

El caso de Chile se articula a las transformaciones de la economía mundial no solo recibiendo su influencia, sino también influenciando, dado que mostró la aplicación concreta de la teoría de aquellos sectores que pujaban por una salida liberal a la crisis de la economía de posguerra. En la medida en que el fantasma de las revoluciones socialistas quedaba en el pasado, Chile proporcionó al mundo un ejemplo concreto de cómo el debilitamiento de los “acuerdos de clase” y la eliminación de las restricciones al libre comercio mundial, desvinculando el salario del consumo, podían ser útiles para reconcentrar la riqueza y recuperar de esa manera las ganancias del –gran– capital. El caso de Chile, con una incorporación en el mercado mundial en base a una economía abierta, con un Estado subordinado al capital transnacional, con clases trabajadoras desprotegidas y con nula capacidad de respuesta, mostró un sendero más allá de la teoría.

Luego del fin de la Dictadura Militar, los gobiernos electos de la Concertación continuaron manejando el modelo económico dentro de los mismos principios que lo habían hecho los militares, extremándolo en algunos casos, y sumando un leve aumento en el gasto social. La ruptura ideológica entre lo económico y lo político permitió generar un escenario donde la elección del gobierno determinaba el carácter democrático del nuevo periodo, pero donde sin embargo la economía no era tocada.

Así, en esta nueva fase, la instalación del nuevo patrón de reproducción del capital, caracterizado en un principio por rupturas reales a nivel de las clases trabajadoras –reducción de los salarios, aumento de la inseguridad laboral y de la explotación, etcétera– alcanza formas de legitimidad principalmente mediante dos mecanismos: el acceso al consumo sobre la base de la expansión del crédito –que “diluye” las desigualdades en la “participación” a través del mismo (Moulian, 2002, 2004, 2009; Garretón, 2012; Gómez Leyton, 2010)–, y luego de un retorno a la democracia formal marcado por una visión que establece una ruptura entre lo económico y lo político como ámbitos exteriores entre sí. La ilusión de participación como opuesta al autoritarismo de la dictadura, permite mistificar la dimensión política del patrón de reproducción del capital que sigue imperando, el cual lleva inscrito la imposición del proyecto de un sector específico del capital nacional y extranjero en desmedro de otros sectores de la burguesía y sobre todo de las clases trabajadoras que, convertidas en ciudadanas, sin capacidad de incidir en la vida en común, se ven a sí mismas como partícipes en la vida política y económica, por medio de las elecciones y el consumo, respectivamente.

En “democracia” el capital continuó reproduciéndose siguiendo el mismo patrón, y continuó disponiendo de la política pública para facilitar su tránsito por el ciclo del capital. Ese proceso que el gran capital conquistó por la fuerza, no por la lucha sino por la guerra de clases, se legitimó políticamente en una transición democrática que trajo gobiernos que apenas administraron el Chile creado por la dictadura, con una retórica social y popular, pero que en ningún momento tocaron en lo más mínimo los intereses del gran capital.

Palabras finales

La realidad chilena contemporánea se enmarca en el proceso de transformación del patrón de reproducción del capital. La crisis del patrón industrial propició una crisis económica y política, en lo que fue una metamorfosis de las maneras de reproducción del capital. El modelo económico surge como respuesta creativa a las necesidades de la reproducción de capital, en lo que es una síntesis de determinaciones históricas internas y externas.

Así, el triunfo de un proyecto político cristalizado en la modalidad específica de reproducción del capital, se ha naturalizado como algo técnico exterior a la discusión política. Pero es precisamente esa naturalización lo que ha empezado a ser cuestionado por la reciente movilización social, lo que hace pensar en el eventual fin de la forma de legitimidad asociada al patrón de reproducción del capital en su fase de democracia procedimental, con una consecuente y creciente pérdida de legitimidad de las estructuras tanto económicas como políticas. Esta particular legitimidad política que operó eficazmente durante las décadas de 1990 y 2000, ha comenzado a mostrar fisuras importantes. La reciente irrupción de un movimiento estudiantil organizado ha logrado hacer de sentido común una crítica al “modelo económico” chileno y a su institucionalidad política, crítica que a su vez ha trascendido a distintos ámbitos de la vida social, y se ha expresado en el estallido de otros movimientos de base vinculados al mundo del trabajo y a comunidades. La generalización de la idea de que el modelo económico es una imposición ilegítima, y la crítica al sistema político mismo, como producto de una imposición de la dictadura, que deja poca incidencia real a los electores en las decisiones que realmente les importan, se ha tornado crecientemente común. La ilusión democrática se torna cada vez menos creíble para cada vez más personas, y eso enciende las luces de alerta de la gran burguesía, la cual, de seguro, apuesta a que el regreso del discurso social de la Concertación –ahora Nueva Mayoría– sirva para evitar que estas ideas sigan expandiéndose.

¿Por qué el proceso fue tan impecable desde el punto de vista del gran capital al menos hasta 2011? Es una pregunta que requiere una vasta reflexión que, por cierto, viene generándose desde distintas instancias sociales. Lo cierto, y en lo que aquí se insiste, es que para comprender a cabalidad el periodo que se abre con el Golpe de 1973, es necesario pensar a la sociedad desde una epistemología distinta a la que sirve de base a la legitimación de estos procesos. Para ello es fundamental dejar de lado un rechazao absurdo a ver las determinaciones económicas –cuando estas existen– y romper con el supueso de independencia entre lo económico y lo político. La idea, la noción vaga de que en Chile hubo una impocición política de un modelo que favorece un específico patrón de reproducción de capital, lo que se constituye como un poyecto de clase del gran capital, está cada vez más “en la calle”. Han pasado cuarenta años desde que se inició una dictadura que aún no termina: la dictadura del gran capital.

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* Maestro en Ciencias Sociales (FLACSO-México), Licenciado en Antropología Social (UAHC, Chile), Especialista en Historia del Pensamiento Económico (FE-UNAM, México), actualmente cursando el Doctorado en Estudios Latinoamericanos (FFyL-UNAM, México).

(1) Patrón de reproducción del capital (Osorio, 2004) es un concepto amplio, que permite caracterizar la reproducción del capital en tiempos históricos y espacios geográficos determinados, de acuerdo a los distintos sectores o ramas que el capital privilegia, dejando a su paso “huellas a base de repeticiones” (Osorio 2004: 56), y las contradicciones que este proceso genera. Esta noción remite además a los ordenamientos políticos y sociales que permiten ese formato específico de valorización del capital.
(2) Sin ahondar en la materia, es necesario mencionar de manera sucinta algunos elementos. El abaratamiento de los alimentos básicos –bienes salarios– necesario para aumentar la parte del salario que los obreros urbanos pudieran destinar al consumo de los productos industriales que la industria doméstica lanzaba al mercado, se realizó vía una política pública de control de precios agrícolas, lo que tuvo como efecto una baja en las ganancias del agro, descapitalizando a la agricultura y tornando inútiles las tentativas de modernización de ese sector, instalando a su vez una mayor explotación del trabajo entre los asalariados rurales (Cuevas, 2012; Santana, 2006). Como lo dijera Gunder Frank (1979) para las economías latinoamericanas, lo que sucedió allí fue “el desarrollo del subdesarrollo” del agro chileno. El descontento provocado por este contexto es un elemento determinante en la efervescencia agraria de fines del periodo, que se une a la necesidad del modelo industrializador de contar con una agricultura eficiente –y evitar así la fuga de divisas por la importación de alimentos– y a las presiones internacionales, en un escenario de crisis del sector que desemboca en la Reforma Agraria Chilena (1965-1973). Una agricultura en estas condiciones no favorecía una reproducción del capital por medio de la industria, dadas las dificultades macroeconómicas y contradicciones sociales que generaba.
(3) Ese proceso es otra de las aristas importantes desde las cuales podría explicarse en parte el punto de quiebre que significa el golpe de 1973. No se profundiza en ello por simple énfasis y tamaño limitado del texto.
(4) Como ya se dijo, diversos elementos particulares internos son indispensables para comprender la manera en que ocurre el cambio en el patrón de reproducción de capital en Chile, sin embargo, si se entiende este proceso como inserto en el proceso mundial, no solo se vuelve útil el caso para explicar el proceso de la región y el mundial, sino además, facilitamos la comprensión del propio caso chileno.

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