
Vicente Aliaga
Todas las sociedades siempre poseen un héroe. Alguien al que se admira porque puede lograr cosas que otros no pueden, que está bendito con algo distinto que le permite hacer cosas excepcionales.
Nuestro país, que tiene puesta la cabeza y el corazón en el neoliberalismo, cuando piensa en su héroe, ve al “Emprendedor”.
Desde ya debo advertir que me produce un tremendo desagrado escuchar hablar del Emprendedor. Pero no me refiero a personajes en particular, a seres humanos de carne y hueso (aunque también un poco, o más que un poco). Lo que me causa urticaria es todo lo que implica ser Emprendedor y que denota los principios y valores que como sociedad estamos revelando.
Es de muy mal gusto tener por modelo a una persona que está dispuesta a pasar y pisar por todo aquello que sea necesario para que su empresa llegue a buen puerto. Una persona sin escrúpulos no puede ser un ideal para nadie, especialmente cuando esos escrúpulos no existen o se obvian simplemente por dinero.
Es cosa de pensarlo un poco: es el egoísmo hecho persona. El Emprendedor no piensa en nada más que en él y en su éxito (o al menos así debería ser si desea “triunfar en la vida”), no mira para el lado ni busca ayuda distinta a aquella necesaria para sacar adelante su proyecto.
No puedo evitar relacionar este personaje con la ambición. Y es que se trata de alguien que desea el mundo completo para sí mismo. Hay algo de megalomanía también, un tufillo a suficiencia y una pizca de viveza de aquella media oscura (esa agilidad mental para actuar cuando se ve una oportunidad mezclado con la ceguedad de las implicancias morales o legales que esa acción conlleva).
Para colmo de males, imponen como modelo a seguir algo que es absolutamente azaroso. Imaginemos una persona que decide “emprender”. Con el tiempo tuvo éxito y su negocio comenzó a crecer y a crecer, a tal punto que logró cambiar su estándar de vida completamente. Ahora, después de todos los malos ratos por los que tuvo que pasar, se siente con el derecho de decir que “la gente es pobre porque quiere, porque es floja”, “si yo pude lograrlo, todo el mundo puede” y otras joyitas semejantes. Y mi punto aquí es que a estas personas se les olvidan dos cosas. Primero, que si bien pusieron su esfuerzo para llegar a donde llegaron, también hay una cuota de suerte en ello y que nada, nunca, es 100% el esfuerzo de alguien. Hay muchos factores que están en juego para determinar el resultado final de una acción, y los bríos que se pongan es solamente uno de ellos: las redes sociales de quien está actuando y el nivel educacional que posee, son ejemplos. En ambos casos, todo depende de dónde uno nazca, lo que al final del día también tiene que ver con el azar. Segundo (lo más importante), se exige de los demás un actuar que debería ser excepcional. Todo el esfuerzo que toma sacar el “emprendimiento” adelante es algo que no debería exigirse a nadie para tener una calidad de vida relativamente razonable. Una jornada laboral sin límites, el poco tiempo que se tiene para ver a la familia, la incertidumbre económica, etcétera, son cosas que no pueden ser vistas como la regla general para no tener que estar pensando todo el tiempo en cómo llegar a fin de mes.
Por otra parte, así como cada pueblo tiene el gobernante que se merece, cada sociedad tiene al héroe que se merece. La elección de Piñera no es otra cosa que eso: se le admira porque es Emprendedor, supuesta clase media que surgió y se hizo millonario con su inteligencia y astucia, y lo escogimos presidente porque creemos que puede convertirnos en un “país de oportunidades”. Se le ve como alguien admirable y que tiene la capacidad de convertirnos a todos en él mismo: un ser ambicioso, sin reglas ni escrúpulos, que no se detiene por nada del mundo hasta obtener lo que quiere. Que lo hayamos escogido es la demostración del tipo de sociedad que hoy en día somos, lo que es vergonzoso y de mal gusto: definitivamente una mala costumbre que debemos cambiar.
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