
* Pablo Andrada Sola
La ciudadanía se relaciona directamente con la cultura, ya que el acceso que tenga a los bienes que ella ofrece constituye una condición básica para conocer, reflexionar y expresar respuestas propias acerca del tipo de sociedad que se quiere construir. En este contexto, la posibilidad de responder a la industria cultural global, estará dada en gran parte por el acceso que tenga la población a la cultura.
La sociedad contemporánea tiene como una de sus características la globalización de la cultura, en tanto sustrato cultural de la sociedad, y a la vez, en cuanto conforma un campo específico, referido a las manifestaciones, aparatos y expresiones culturales[1].
Una de las manifestaciones culturales que actúa en ambas dimensiones es la industria cultural, ya que construye imaginarios y valores que se insertan en gran parte del mundo repercutiendo no solo en el mercado específico de la cultura, sino en los principios y valores que atraviesan a la sociedad.
Esta penetración, que posee características hegemónicas, encuentra distintas respuestas. Por un lado, están las sociedades que se hacen eco o muestran una exigua oposición de las tendencias mercantiles de los bienes de la industria cultural y, por otro, las que generan resistencias que buscan desarticular y entregar un sentido local a los productos globales.
Debido a esto, la cultura se ha puesto en el centro de las preocupaciones y constituye un elemento fundamental al momento de pensar en el futuro, ya que marcaría el desarrollo de una identidad local de una comunidad en tanto ciudadanos o la resignación de éstos a una volatilidad conducida por la industria cultural global. En este sentido, “las sociedades de mayor densidad cultural serán las que lograrán insertarse en el mundo transnacionalizado del siglo XXI, las otras quedarán entregadas al poder de aquéllas, de los mercados y de los poderes fácticos que operan en este mundo”[2].
La ciudadanía se relaciona directamente con la cultura, ya que el acceso que tenga a los bienes que ella ofrece constituye una condición básica para conocer, reflexionar y expresar respuestas propias acerca del tipo de sociedad que se quiere construir. En este contexto, la posibilidad de responder a la industria cultural global, estará dada en gran parte por el acceso que tenga la población a la cultura.
En Chile este acceso a la cultura es de dos tipos: uno bajo y amplio, caracterizado por el consumo de medios de comunicación masivos, en especial por la radio y la televisión, y uno alto y reducido, donde el consumo se caracteriza por la experiencia vivida en un espacio-territorio cultural. Por esta razón, la sociedad chilena posee una delgada densidad cultural, puesto que la mayoría de su población no logra superar el consumo cultural domiciliario[3].
Una posible explicación de este bajo consumo cultural sería, desde una lógica economicista, su correspondencia con la desigualdad de ingreso de la población. Sin embargo, al enfocar el problema desde la sociología, aparecen otras razones, relacionadas con la ausencia del Estado en la construcción de espacios públicos que permitan un acceso equitativo a la cultura. Por el contrario, la gran mayoría de los servicios culturales se dan a través iniciativas particulares, sin que exista una visión de políticas públicas referidas al desarrollo urbano, lo que genera que la infraestructura cultural se concentre en los sectores de mayor poder adquisitivo.
Una parte sustantiva de este consumo se da a través de la oferta que entrega la industria cultural. En el siglo XXI encontramos que tiene carácter global y se expresa en editoriales que rentabilizan sus ganancias a través de autores o temáticas que son de gustos masivos, transformándose en Best Seller, sellos discográficos que generan grupos musicales hechos a la medida de las y los adolescentes y películas que se estrenan simultáneamente en distintos países, con grandes campañas publicitarias que generan altas expectativas al momento del estreno.
Dentro de estas industrias culturales, el cine parece especialmente relevante y de interés sociológico, debido a su masividad y generación de imaginarios colectivos donde existen “incluidos” y “excluidos”. La lógica de la comercialización distribuye películas denominadas “tanque”, con una política agresiva que, en conjunto con las distribuidoras y las grandes cadenas, cumplen metas claras para copar las pantallas. “Estrenan con una cantidad masiva de copias, tapan las salidas (muy pocos títulos, muchas copias) y sobre la base de una alianza explícita con las empresas de las multipantallas”[4].
Según los datos analizados por Jorge Coscia, Secretario de Cultura de INCAA, los porcentajes de participación de las cinematografías nacionales en su propios mercados son bajísimos: el cine alemán llega a un 12%; España tiene un 16%; Brasil ha oscilado del 8% el 2006 al 23% sobre la base de una particular asociación entre las compañías norteamericanas y el cine brasileño, mientras en Argentina las cifras han estado históricamente entre un 10 y un 20%[5].
Esta situación fue denunciada por el director chileno, Andrés Wood, quien mostró su preocupación por el sistema en que ingresan las películas chilenas a los cines, luego de estrenar con éxito “Violeta se fue a los cielos” en agosto de 2011. «No hay que demonizar tampoco, ellos están preocupados de su negocio, los entendemos, pero creo que el sistema es muy complejo, es una estimación de demanda en base a un gusto personal y además, se hace en base a compromisos con grandes distribuidores»[6].
Ante esta problemática, encontramos ejemplos de políticas y medidas que, como en el ejemplo citado de Brasil, buscan mejorar la presencia del cine local en las salas. Una de ellas es la Ley de Fomento Cinematográfico Argentino, que establece un fondo, que se nutre del 10% de toda entrada vendida, 10% de todo video vendido o alquilado, y un porcentaje de la publicidad televisiva. Con este fondo se estima que el Estado argentino contribuye a la producción de alrededor de 50 películas anuales[7].
Por su lado, la actual propuesta de políticas culturales 2011-2015 realizada por el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes de Chile, en materia de acceso a la industria audiovisual señala tres objetivos: Visibilizar y fomentar las industrias culturales como motor de desarrollo, Promover el acceso y la participación de la comunidad en iniciativas artístico-culturales y Promover la formación de hábitos de consumo artístico-culturales en la comunidad[8].
En una primera mirada a los objetivos específicos de estas tres metas resalta la ausencia de medidas concretas que apunten a cambiar la situación actual, donde los directores chilenos están obligados a enfrentarse a “tanques” y queda en ellos desmentir el prejuicio de lo poco atractivo del cine local. “Me pasó lo mismo con ‘Machuca’, me dijeron ‘bonita la película, pero cuándo vas a hacer una película que lleve gente’. Y no sé, uno nunca sabe, esa es la sensación»[9].
Siendo generosos, el consumo de cine local por parte de los chilenos y chilenas no superaría el 10% según una investigación en curso. A la vez, la asistencia a películas no-Hollywodenses sería marginal para la gran mayoría de la población. Esto, sumado a la continuidad de las políticas públicas en el área, donde se omite una reflexión de las medidas tomadas por ejemplo por Brasil y Argentina en la materia, asegura que solo unos privilegiados tendrán acceso a explorar la riqueza del arte audiovisual.
La mayoría de la población seguirá con un delgado espesor en cultura cinéfila, estando a la merced de la películas “tanque” y sus distribuidoras.
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* Pablo Andrada Sola, profesor tutor de la versión a distancia del Diplomado de Comunicación y Políticas del Instituto de la Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile. Magister © en Ciencias Sociales, mención Sociología de la Modernización en la Universidad de Chile. Su línea de investigación actual aborda las expresiones socioespaciales del desigual acceso a la cultura. Además es corresponsal en Chile de No Toquen Nada, programa informativo de radio Océano FM, de Uruguay.
[1] Garretón, M. (2008) “Las Políticas Culturales en los Gobiernos Democráticos en Chile”. En Albino, Antonio y Rubens Bayardo. Políticas culturais na Ibero-América. Editorial EDUFBA, Salvador. (Disponible en PDF en: http://www.manuelantoniogarreton.cl/ Fecha de acceso: 10 de octubre de 2011)
[2] Ibíd. pp. 16.
[3] Güell, Pedro, Soledad Godoy y Raimundo Frei. (2005). “El consumo cultural y la vida cotidiana: algunas hipótesis empíricas”. En Catalán, Carlos y Pablo Torche (eds.), Consumo Cultural en Chile: Miradas y Perspectivas; CNCA, Instituto Nacional de Estadísticas y La Nación, Santiago de Chile.
[4] Coscia, Jorge (2007). La importancia de la cuota de pantalla. Publicado por Weiner Fresco el 20 de noviembre de 2007 en el blog “Ley de cine”. Disponible en http://porlanuevaleydecine.blogspot.com/2007/11/la-importancia-de-la-cuota-de-pantalla.html Fecha de acceso: 17 de diciembre 2011.
[5] Ibíd.
[6] Cooperativa.cl: Andrés Wood pide espacios para cine chileno: las películas sin ganchos comerciales no existen. Disponible en: http://www.cooperativa.cl/prontus_nots/site/artic/20110817/pags/20110817102108.html Fecha de acceso: 17 de diciembre de 2011.
[7] Coscia, Jorge; op. cit.
[8] CNCA. Política Cultural 2011-2016. Disponible en:
http://issuu.com/consejodelacultura/docs/politica_cultural_2011-2016?mode=window&backgroundColor=%23222222
Fecha de acceso: 17 de diciembre de 2011.
[9] Cooperativa.cl; op. cit.
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