Editorial. Abrir el circuito de la cultura: de la acumulación a la distribución

Las aparentes aperturas institucionales avaladas por una combinación conveniente de democracia y mercado, instauraron un discurso que parecía urgente, y que nos invitaba a socializar las distintas plataformas culturales; al fin, a “generar cultura para todos”.

Entonces el problema se vuelve conocido. ¿Cómo es posible pensar siquiera un programa que garantice el acceso amplio a cuestiones tan esenciales para el desarrollo de subjetividades?

O, ¿qué es la cultura?, si esta es un derecho, ¿a qué tenemos derecho y cuáles son nuestras responsabilidades cuando hablamos de cultura?

La cultura, tal y como nos proponemos discutirla en esta entrega de Rufián Revista, no es el producto de una clase social sino el conjunto de procesos donde se elabora, como bien dice García Canclini, la significación de las estructuras sociales, se la reproduce y transforma mediante operaciones simbólicas. Así, la cultura es ante todo una acción política imprescindible para el desarrollo de cuestiones tan fundamentales como la defensa de los derechos de las personas, la memoria histórica, el pensamiento y la construcción de sociedad.

Precisamente por esta razón, el peligro inminente de quedar a la deriva en un mercado dominante, convierte a la cultura en una poderosa arma de formación de élite y de aumento de las brechas sociales. De ahí la lucha por quién detenta la cultura y quién simplemente “consume” la cultura de los otros.

El desarrollo de las relaciones entre cultura, Estado y sociedad nos ha entrampado en una defensa gremial de los actores culturales, ya sean estos creadores, productores, gestores o autoridades varias. Pero si al mismo tiempo se están produciendo en el mundo millones de descargas de libros, música, películas; si en cada movimiento social, y cada ciudadano que sale a la calle, se resignifica un lenguaje político y simbólico entero; y si en cada necesidad humana se busca la interacción con otros, entonces, ¿dónde está realmente teniendo lugar la discusión acerca de la generación de cultura, y lo que es más importante, su distribución?

En este contexto, el gestor cultural aparece como una pieza misteriosa del entramado cultural. Y, por consiguiente, también surgen las interrogantes respecto a su formación, a sus deberes y atribuciones, a su ingerencia en el desarrollo de políticas culturales y su deber ser dentro de un terreno no menos problemático: la cultura.

Como parece pasar siempre, las formas de asociación y colaboración, una idea comunitaria de la producción, la eliminación de intermediarios y el necesario empoderamiento ciudadano, reclaman la urgente revisión del paradigma de la acumulación de la cultura y el conocimiento.

Este, nuestro afán.

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Referencia:

García Canclini, Nestor. “Políticas culturales y crisis de desarrollo: un balance latinoamericano”. Políticas Culturales en América Latina. México: Editorial Grijalbo, 1990.

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