
* Luis Gomez Anquela
Decía Slavoj Zizek que la verdadera lucha política se da en los combates por la apropiación de aquellos conceptos vividos espontáneamente como apolíticos. El éxito del 15-M se explica porque ha construido un discurso contrahegemónico de alcance universal partiendo de experiencias vitales concretas: la familia desahuciada de su vivienda por no poder afrontar el crédito hipotecario, la joven desempleada con carrera universitaria, posgrados y varios idiomas, el migrante que vive en la inseguridad legal, laboral y personal.
El 15 de Mayo, cientos de miles de personas salieron a la calle en varias ciudades españolas al grito de lo llaman democracia y no lo es y no somos mercancía en manos de políticos y banqueros. La manifestación estaba convocada por la organización Democracia Real YA, y secundada por decenas de movimientos sociales, organizaciones no gubernamentales y otros colectivos.
Si bien de esta movilización forman parte gente de diferentes condiciones socioeconómicas y situaciones personales, el principal impulso venía de un nuevo sujeto social: el precariado. Éste aparece, según Robert Castel[1], a partir de la normalización de situaciones laborales fronterizas (trabajos temporales, de media jornada, estacionales, en la economía sumergida, becas y prácticas, entradas y salidas del desempleo, etc…) antes consideradas transitorias en las trayectorias profesionales. Al unirse este fenómeno al desmantelamiento del estado del bienestar, especialmente de aquellos servicios que funcionaban a modo de red de seguridad, se ha producido un desplazamiento hacia estrategias de supervivencia individualistas, que la crisis estaban convirtiendo en un “sálvese quien pueda” generalizado.
Parte y máxima expresión de una sociedad desagregada, el precariado se desperdigaba por diferentes movimientos sociales, la apatía política o la resignación ante la crisis. Pero en las redes y espacios sociales existentes (ya sean físicos o virtuales) se iba fraguando lentamente una respuesta colectiva. Gran importancia tuvo el ejemplo de las revoluciones árabes, así como de otras revueltas similares en Islandia, Grecia o Portugal. Sin embargo, nada hacía presagiar lo que se desencadenaría tras la manifestación de aquel domingo de mayo.
Todo explosionó cuando, tras la manifestación en Madrid, un grupo reducido de manifestantes decidió espontáneamente acampar en la Puerta del Sol, punto final del recorrido y centro social y económico de la capital. En los días siguientes, surgieron acampadas en decenas de ciudades españolas. Las más grandes, como las de Madrid y Barcelona, se convirtieron en mini-ciudades con comedores, enfermerías, bibliotecas y zonas infantiles. Las semejanzas con la Plaza Tahrir de El Cairo y la Plaza Syntagma de Atenas eran claras. Este recurso de lucha reúne dos de las herramientas comunes a estos movimientos. Por un lado, la desobediencia civil no violenta, como acontecimiento ilegal que desenmascara la ilegitimidad del poder político. Por el otro, la recuperación del espacio público, de la plaza, no sólo como lugar de protesta sino de encuentro, dialogo y convivencia.
Debido al cansancio, problemas internos y a la necesidad de un cambio de estrategia, la mayoría de las ciudades fueron levantando las acampadas alrededor de un mes después. Las ciudades más grandes decidieron descentralizarse, llevando las asambleas a los barrios, con el fin de acercarse a otros sectores de la población. Según las últimas encuestas, un 70,3% de españoles valoraba como positivo al 15-M, y 8,5 millones habían participado en las asambleas y acciones del movimiento.
Decía Slavoj Zizek [2] que la verdadera lucha política se da en los combates por la apropiación de aquellos conceptos vividos espontáneamente como apolíticos. El éxito del 15-M se explica porque ha construido un discurso contrahegemónico de alcance universal partiendo de experiencias vitales concretas: la familia desahuciada de su vivienda por no poder afrontar el crédito hipotecario, la joven desempleada con carrera universitaria, posgrados y varios idiomas, el migrante que vive en la inseguridad legal, laboral y personal… De estas subjetividades diversas surgen indignaciones individuales que han construido un espacio donde encontrar comprensión e intercambio, donde poder darse cuenta que uno no está sólo. Las quejas y demandas que antes eran particulares, adquirieron un significado global al insertarse en la sensación de malestar generalizado como consecuencia de la crisis económica y la situación política. Lo verdaderamente revolucionario del 15-M es esta repolitización de la vida cotidiana de cada persona a través del encuentro con los demás, vida que bajo el neoliberalismo ha sido enclaustrada en un individualismo feroz, que sólo admite la competencia como forma de relacionarse socialmente.
En este paradigma, las doctrinas preestablecidas y las etiquetas izquierda/derecha funcionan como barreras para el acercamiento. Sin una ideología estructurada, el 15-M se articula en torno a una serie de principios: la inclusividad absoluta (de cualquier persona); el respeto (como forma de convivencia) y la horizontalidad asamblearia (como mecanismo de decisión)[3].
Otro fenómeno interesante es la reivindicación de elementos propios de grupos sociales postergados para el uso normalizado en la identidad del movimiento. Ejemplos como la utilización de gestos del lenguaje de sordos para la expresión colectiva en las asambleas, o el uso del femenino plural como genérico inclusivo. Así, a la pregunta desde la moderación de la asamblea ¿estamos todas de acuerdo con la propuesta?, aquellas (personas) que estamos de acuerdo levantamos las manos y las giramos en el aire, tal como se aplaude en la lengua de signos española. Y es que todo movimiento social produce también una cultura alternativa (lenguaje, normas, relaciones, etc…) Si el mayo francés se escribió sobre las paredes, la literatura del mayo español está en las pancartas: no somos anti-sistema, el sistema es anti nosotros; violencia es no llegar a fin de mes; si no nos dejáis soñar no os dejaremos dormir; error de sistema: insertar ciudadanía 2.0 para reinstalar una democracia real.
La larga siesta del neoliberalismo no nos ha dejado sueños utópicos ni pesadillas distrópicas. Simplemente, el despertador ha sonado, hemos abierto los ojos y afrontado nuestras propias vidas.
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* Luis Gomez Anquela: Licenciado en Ciencias Políticas y de la Administración, Magíster (c) en Derechos Humanos y trabajador desocupado.
[1] Castel, Robert. El ascenso de las incertidumbres. Fondo de Cultura Económica, 2010
[2] Zizek, Slavoj. En defensa de la intolerancia. Ed. Sequitur, 2007
[3] Grupo de Trabajo de Pensamiento de la AcampadaSol. Conclusiones preliminares Mayo 2011.
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