
Por Camilo Riffo Quintana*
En la disputa por la privatización o colectivización del espacio durante la construcción del territorio, el capital, el mercado y los inversores privados tienen un rol predominante en el actual modelo. Esto se debe a que la expansión urbana, o su crecimiento hacia nuevas áreas, es fundamental para el sistema capitalista. Como dice Harvey (2012): “la urbanización ha sido uno de los medios clave para la absorción de los excedentes de capital y de trabajo durante la historia del capitalismo. Ejerce una función muy particular en la dinámica de acumulación del capital debido a los largos periodos de trabajo y de rotación y la larga vida de la gran mayoría de las inversiones en el entorno construido. También tiene una especificidad geográfica única que convierte la producción del espacio y de monopolios espaciales en parte intrínseca de la dinámica de acumulación”. Este último punto se refuerza en numerosas investigaciones que resaltan los elementos distorsionadores en este mercado, donde se cataloga como un bien escaso, imprescindible, no reproducible, indestructible e inamovible (Trivelli, 1981; Sabatini, 2002; Urriza, 2003; et al), alterando así también sus precios debido a que es uno de los mercados más “imperfectos”.
Por las singularidades del suelo como “bien monopólico”, es que el capital busca formas creativas de obtener beneficios y, así, el capital ficticio pasa a ser un elemento fundamental. La base está en que “cuando los bancos prestan para comprar suelo e inmuebles de los que se podrá extraer una renta, entonces la categoría distributiva de la renta queda absorbida en el flujo de circulación de capital ficticio” (Harvey, 2012). Pero como el modelo neoliberal vive del constante crecimiento, este debe generar mecanismos de crecimiento interno que entregan la posibilidad de continuar y aumentar con la extracción de recursos de un suelo que es único.
Este proceso de reestructuración urbana, no es imparcial, ya que busca la acumulación de mayor capital concentrado a su vez en un número contado de personas. Es por eso que “casi siempre tiene una dimensión de clase, ya que suelen ser los más pobres y menos privilegiados, los maginados del poder político, los que más sufren en esos procesos” (Harvey, 2012).
En ese sentido, y considerando como primera referencia el postulado de Lefebvre sobre el Capitalismo que sobrevive mediante la creación de espacio, Harvey (1973; 2012) desarrolla más la idea y plantea que éste se encuentra intrínsecamente relacionado con la ciudad. Esto debido a que tanto es urbe, brota de la concentración geográfica y social de un excedente en la producción, como si “el capitalismo necesitara la urbanización para absorber el sobreproducto que genera continuamente” (2012). En ese sentido, relaciona la urbanización con la división de clases, ya que siempre se extraería el excedente desde algún sitio, mientras que serían otros los que tendrían el control y harían uso de éste.
Desde una perspectiva de expansión a otros territorios, para que éstos “también empiecen a producir sobre acumulaciones de capital, el país de origen puede esperar beneficiarse de este proceso por un periodo muy considerable de tiempo” (Ibid, 2003) como también sucede hacia el interior de la misma ciudad. El último punto se refiere a la expansión interna del capitalismo, que Schumpeter (1976) llamó “un proceso de destrucción creativa, un modo de producción que revoluciona su estructura económica desde “dentro”, a través de su tradicional modus operandi: la competencia, aunque no de precios sino “de los nuevos commodities, la nueva tecnología, la nueva fuente de abastecimiento, el nuevo tipo de organización”. En las ciudades, que tienen las particularidades, como mercado, mencionadas anteriormente, el capital se encuentra fijo y es indestructible: el suelo.
Profundizando en este punto, es contradictorio que el espacio físico donde se desarrollan los procesos capitalistas sean poco flexibles, siendo que la urbanización es un elemento de la superestructura capitalista (Harvey, 1973). Según López (2005), la producción de capital fijo en el espacio urbano actúa como barrera para la mayor acumulación, por sus características fijas e inmuebles, causando que “el capital invertido en el entorno construido es inmovilizado por largos períodos de tiempo; es ilíquido, tiene altos costos de transacción y no es fácilmente divisible”. A su vez presenta la principal paradoja que se encuentra del espacio urbano: si bien “nunca cambia tan rápido como el ritmo de las demandas exigidas por la rápida transformación de los ciclos capitalistas, la ciudad igualmente debe ser desarrollada a la par de estos ritmos (Soja, 2000; López, 2005). Esta disonancia entre los ritmos capitalistas y los que presenta la ciudad construida son el origen de la llamada brecha de renta, o sea una renta de suelo capitalizada en constante devaluación y una renta potencial que se muestra con grandilocuencia para ser capitalizada por otros. Según López (2005), “la brecha de renta son entornos metropolitanos en alza versus barrios en baja, lo cual es un hecho extremadamente dialéctico”. Estos procesos producen reajustes o recomposiciones espaciales, los que se desarrollan en áreas densificadas, donde el valor de uso es alto, pero el valor de cambio se vuelve irrelevante (Ibid, 2005) y se introduce esta visión de la expansión capitalista hacia dentro que normalmente perjudica a las personas con menos recursos económicos (Harvey, 2012).
Es necesario reafirmar que los reajustes o recomposiciones espaciales se deben entender bajo la teoría de que la tasa descendente de ganancia produce crisis de sobreacumulación, que en este caso sería la creciente distancia entre la renta potencial y la renta capitalizada (Harvey, 2003; López, 2005). Así también, estos procesos son regularmente apoyados por el Estado en un marco de alianza público-privada para revitalizar los espacios centrales deprimidos, pero se deja de lado constantemente los efectos negativos que estos procesos de renovación urbana traen consigo sobre los entornos habitados a renovar (López, 2005). Esta situación se pueden expresar tanto en espacios privados como públicos, privatizando los segundos o por lo menos obteniendo ganancia de éstos.
Un ejemplo de apropiación de un producto colectivo es cuando “la conmodificación (a través del turismo) de las formas culturales, historias, y de la creatividad intelectual, involucra desposeimientos” (Harvey, 2007) del conjunto de la ciudad para la capitalización comercial de ese bien común. El fin es extraer de él rentas de monopolio para unos pocos teniendo como argumento que es una condición necesaria para la recuperación del crecimiento económico (Ibid, 2012). O en el caso privado, cuando se producen procesos de gentrificación, donde el inversor privado busca capitalizar la renta potencial, en virtud del “más intenso y mejor uso de suelo” (Smith, 1979; López, 2005), desplazando a la población originaria y despojándolos del valor de uso que contenía ese suelo e incluso utilizando el valor agregado de este para acelerar el proceso de expulsión (Harvey, 2012).
Es así como el capital continúa con su proceso natural, como decía Schumpeter, creando ambientes físicos a su imagen y semejanza, pero que más adelante serán destruidos para expandirse, tanto hacia dentro como hacia afuera, para solucionar la crisis de sobreacumulación. Este proceso continúa, se produce una y otra vez con toda suerte de negativas consecuencias sociales y económicas, creando el ciclo de Destrucción Creativa del capitalismo (Harvey, 2003). Con escalas geográfica cada vez mayores, cumpliendo un rol fundamental en la absorción del excedente de capital pero siempre a costa de la desposesión de masas urbanas o países completos, del derecho a la ciudad, y logrando a fin de cuentas la restauración del poder de clase (Harvey, 2007, 2012).
En consecuencia, este proceso de destrucción creativa es fundamental para los procesos capitalistas en el desarrollo urbano, pero también para la mantención de los grupos económicos, que son quienes invierten abusando de los monopolios que se presentan en la ciudad. Este proceso, con la brecha de renta como dispositivo, cumple la función de mantener un cierto equilibrio “macro” en el proceso capitalista que se lleva en el espacio. En Chile este proceso cuenta con un gran respaldo del Estado, cumpliendo un rol esencial para su funcionamiento (López, 2005). Así pareciera que las principales modificaciones que realiza el Estado a sus instrumentos, tanto de planificación como de mercado, estarían en la dirección de mantener el engranaje de estos procesos, inclusive dejando grandes aglomeraciones sin mejoras urbanas para su devaluación y ser utilizados en el momento preciso. Para lograr esto, la clase dominante no solo necesita la creación de normas y otros dispositivos, sino que también y por sobre todo, requiere de hegemonía que permita la aceptación de estos como algo normal.
Bibliografía
Gramsci. A. (1955). Noto sul Machiavelli sulla politica e sullo stato moderno. Torino.
Harvey, D. (1977). Urbanismo y desigualdad social.
Harvey, D. (2012). Ciudades rebeldes: Del derecho a la ciudad a la revolución urbana.
Lafebvre, H. (1984). “La producción del espacio”. Barcelona. Revista de sociología N°3 Anthropos.
López Morales, E. (2008). Destrucción creativa y explotación de brecha de renta: Discutiendo la renovación urbana del peri-centro sur poniente de Santiago de Chile entre 1990 y 2005.
Sabatini, F. (2002). La segregación de los pobres en las ciudades: Un tema crítico para Chile.
* Vive en Concepción, es Licenciado en Arquitectura de la Universidad de Concepción, Magíster en Desarrollo Urbano de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Director de Fundación Síntesis.
Para citar este artículo:
Riffo, C. (2015). Destrucción creativa de la ciudad. Rufián Revista, 22 (1). Recuperado desde: www.rufianrevista.org
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