Desierto, minería y conflicto: Contribuciones para una crítica al desarrollo neoliberal

Damián Gálvez G*

El presente artículo propone generar una reflexión en torno a un conjunto de dinámicas culturales que se han visto trastocadas y reconfiguradas producto del progresivo avance de la industria minera en el Norte Grande de Chile. Dicho escenario abre, por un lado, la posibilidad de articular la tríada minería-memoria-desierto, y, por otro, proponer una discusión contingente respecto a las implicancias socioculturales que ha generado la economía neoliberal en el Chile de las últimas dos décadas.

A modo de introducción: El desierto

El paisaje del Norte Grande, ese que se presenta a los ojos de un espectador contemplativo, destaca por su inmensidad, por la magnificencia de una superficie petrificada que se esconde y se niega a salir a la luz. La apertura de sus llanuras y la sequedad de sus tierras son atributos de difícil comparación. El cosmos fija su atención en las alturas del volcán Miño; los ríos, como la palabra, en flujo permanente; luchas sociales en la pampa nortina y los minerales que se regocijan en el subsuelo de la litosfera. Como se puede apreciar, la disolución de elementos, muy disímiles entre sí, da forma a miles de kilómetros que la escritura de la tierra ha tenido la osadía de llamar Desierto de Atacama.

La poesía de Raúl Zurita se abre paso entre oasis y espejismos, y en su raspante voz, la memoria va y viene como el devenir de un péndulo. Las letras de Zurita hacen eco y encuentran resonancia en las huellas del Norte Grande: “Los pastos de Chile volverán a revivir [y] el desierto de Atacama florecerá de alegría”. Y sobre los ríos, tan relevantes para la vida, el autor escribe: “Por eso somos ríos que se abren, brazos, cauces, torrentes arrojados de un agua única y primigenia. Nada se diferencia de lo que somos y nada está fuera de nosotros”.[1] El desierto en principio, el lugar no habitado. Por ello resulta una sorpresa descubrir de súbito, en medio de la aridez del desierto, el paisaje de innumerables terrazas verdeantes que se esparcen por varios kilómetros.

Lo que dice el poeta en su manifestación estética es que en el desierto no solo encontramos recursos minerales, metales o sales. Hay algo más. En su máxima infinitud se vislumbran conchas, huesos y otros restos fosilizados. Para los efectos de la descripción que aquí se propone es importante tomar en cuenta “[…] los zapatos huérfanos, los jirones de tela, los botones, las uñitas que permanecen en esta naturaleza del desierto […] ordenándolas en cuanto a usos, a formas en las que ocurren y a la composición que ostentan, así como los sistemas de cristalización a que pertenecen.”[2] La deshidratación y calcificación del desierto, la pampa de temperaturas bipolares y las prácticas humanas que en estos territorios subyacen iluminan recorridos de asuntos múltiples, heterogéneos y plurales: mestizaje y filiación, identificación y vínculo, poder y resistencia, trauma e identidad.

Minería

La explotación de yacimientos mineros no deja de crecer, en distintas direcciones pero con mismo rumbo se vislumbran, en la lejanía del paisaje, perforaciones que van en búsqueda del preciado mineral. La incisiva penetración de la industria minera en las últimas dos décadas ha sido la manifestación empírica de una política económica extractivista. Bajo el imperativo de alcanzar una doble transición, una democrática –ya materializada en el largo ciclo histórico de la Concertación– y otra modernizadora –como gran consigna del gobierno de la Alianza por Chile–, se estableció que el fortalecimiento y consolidación del sector industrial minero sería clave para conseguir, por un lado, la anhelada meta del desarrollo, y, por otro, mayor estabilidad macroeconómica que permitiera a Chile mantenerse en el selecto grupo de naciones OCDE.

Este discurso fue posteriormente resignificado por el gobierno de Sebastián Piñera quien se encargó, con habilidad y maestría, de lucir los rasgos típicos del neoliberalismo como ideología del mercado trasnacional: “[…] la desregulación estatal; los ajustes del gasto social a favor de la expansión del capital financiero; las reformas fiscales que benefician a los grandes agentes económicos; los impuestos sobre el consumo más que sobre la producción y la renta; la tendencia a la desindicalización de los trabajadores; la producción de desigualdades encubiertas por el culto masificado al emprendimiento como generación de más y más estrategia de negocios, etcétera.”[3]

En este marco histórico-político, los poderes del Estado han determinado la urgente necesidad de contar con una mayor producción industrial de minerales, especialmente cobre, oro, plata o zinc, todo con el objeto de promover la inversión y el crecimiento económico del país. Empero, el costo de las externalidades negativas de los grandes proyectos de inversión minera, encubiertas bajo el manto de la ideología del progreso, han sido asumidas de forma totalmente arbitraria y discriminatoria por campesinos y poblaciones indígenas que habitan estas tierras. Contaminación de las aguas, degradación de los suelos, disminución de caudales, desecamiento de bofedales, relocalización de asentamientos humanos, son manifestaciones de diversa índole que expresan la frágil y crítica situación socioecológica que se vive en los áridos territorios del Norte Grande.

El debate se ha centrado en la articulación de una ideología del progreso que es propia del capitalismo tardío, dividiendo a las sociedades humanas en aquellas que son avanzadas y complejas, con otras que no han logrado salir de su “condición natural” de “retraso” o “simpleza». Klaus Heynig arguye que los enfoques dualistas modernizantes, propios de la economía neoclásica, destacan la diferenciación política, económica y cultural entre un sector moderno, portador del progreso, y otro tradicional, marginado del desarrollo, como se caracterizó al sector de la pequeña producción campesina[4]. Cabe preguntarse, entonces, qué lugar ocupan los pueblos indígenas y los campesinos en esta suma de polaridades y dicotomías que han sido recurrentes en el pensamiento contemporáneo para dividir a la humanidad en distintas fases, desde un enfoque que es heredero del evolucionismo unilineal decimonónico.

A la luz de memorias y testimonios que proporciona la historia subalterna, esa que trata de vencidos y conquistados que no fueron protagonistas de la historia oficial hegemonizada por las elites dominantes, se observa una violencia sistémica hacia los pueblos indígenas exodenominados de forma peyorativa como “incivilizados”, “ignorantes” o “iletrados”; es decir, como un indeseable remanente del pasado precolombino que nada tiene que ver con los valores y creencias del moderno occidente.

Desarrollo y Progreso: Dos caras de una misma ideología

La masiva ejecución de proyectos mineros en el Norte Grande en general, y en territorios indígenas, en particular, invita a reflexionar sobre el modelo de acumulación y la política económica que ha impulsado el Estado de Chile en las últimas dos décadas. Las comunidades campesinas e indígenas que se oponen a la construcción de estos proyectos son percibidas como un escollo para el crecimiento económico del país. Es importante destacar que el discurso corporativista que se articula desde las empresas para defender sus intereses es eminentemente utilitarista, esto quiere decir, que la acción emprendida se determina como moralmente aceptable cuando el bien resultante es mayor si se compara con el total de los aspectos negativos que pueda tener la misma acción.[5]

En innumerables ocasiones, las empresas encargadas de diseñar, implementar y evaluar grandes proyectos de inversión minera reconocen la falta de diálogo y consulta con las comunidades indígenas que habitan el área de influencia. No obstante, el argumento que sostienen las empresas para que el proyecto se pueda ejecutar, descansa en que al explotar nuevos yacimientos mineros se beneficiaría, en potencia, el país en su conjunto. De esta manera, “[…] las justificaciones ideológicas basadas en una ética utilitarista tienen el efecto de situar en desventaja la agencia que pudieran tener comunidades locales al momento de confrontar la puesta en marcha de proyectos de desarrollo de inversión que necesariamente implican un perjuicio en un grupo determinado de personas. En la mayoría de los casos, estas personas se ven obligadas a hacer un sacrificio a favor de algo que el Estado sostiene que beneficiaría a todo el país en el largo plazo”.[6]

Ejemplos de lo anterior abundan en Chile, sobre todo en sectores energéticos y mineros. El uso eficiente de los recursos naturales con los que cuenta el país se ha convertido en una problemática de primera necesidad. Todos los sectores políticos, desde la derecha más conservadora hasta la izquierda más ortodoxa, sostienen que el crecimiento económico de la nación depende directamente de una mayor producción por parte de la industria minera. Los casos del cobre y el litio son ejemplificativos. En territorio nacional se encuentran una de las mayores reservas a nivel mundial de ambos minerales. Respecto a este último, y de acuerdo a los antecedentes de la Comisión Chilena del Cobre (COCHILCO), Chile lidera la producción de carbonato de litio con el 58% de participación en el mercado.

Para los más entusiastas y proclives de la política económica neoliberal, el auge de la industria minera nacional y la consecutiva política del “chorreo” constituirían la condición sine qua non para el bienestar social y el desarrollo económico de las comunidades campesinas e indígenas del Norte Grande. Paralelamente, distintos sectores de la sociedad proponen una mirada más crítica y menos autocomplaciente sobre el país que se ha construido en los últimos veinte años. Son grupos locales indígenas y no indígenas, muchas veces con apoyo y asesorías internacionales, quienes advierten que grandes proyectos de inversión económica bien pueden significar la amenaza para su existencia simbólica y cultural, lo que eventualmente podría generar una modificación inevitable en las prácticas culturales de sus habitantes. Así, campesinos e indígenas se dividen entre grupos disidentes y proclives a la realización de los proyectos mineros. “Cuando una comunidad se ve enfrentada a una oferta o negociación por parte de empresas transnacionales se comienzan a generar sentimientos encontrados entre sus miembros ya que la decisión de aceptar o rechazar la oferta depende en gran medida de las circunstancias de la vida de cada una de las familias que conforma la comunidad”.[7]

Desde la ecología política, como campo interdisciplinario para la reflexión acerca de los factores sociales que influyen en el uso de los recursos, se han introducido interesantes críticas al concepto de desarrollo. Una de ellas corresponde a lo que OConnor (2000) denomina la segunda contradicción del capitalismo que se da entre el modo de producción capitalista y las denominadas condiciones de producción, que abarcan desde la naturaleza no humana hasta el medio ambiente socialmente construido.[8] Según OConnor, sustentado en la teoría política de Karl Marx, la principal contradicción del capitalismo es la que enfrenta al capital con el trabajo. Sin embargo, la especificidad de la llamada segunda contradicción del capitalismo descansa en que la incesante y expansiva producción de capital deteriora progresivamente las bases materiales para su reproducción como sistema económico y se manifiesta en conflictos ecológicos de diverso tipo.

Conclusiones

Los conflictos derivados de la relación naturaleza y cultura, abordados desde la perspectiva analítica de la ecología política, crean las condiciones de posibilidad para reflexionar sobre las consecuencias políticas, económicas y culturales que tiene la masiva construcción de proyectos mineros. Junto a ello cabe examinar los discursos sociales que puedan emerger tanto para su defensa como rechazo. Desde ese punto de vista, “[…] el proceso de desarrollo puede agravar las tensiones existentes y la mala distribución de sus beneficios puede generar desequilibrios y conflictos, mientras que la incertidumbre y fracasos a que dan lugar pueden causar efectos perturbadores sobre el orden social.”[9] Las experiencias y acontecimientos que aluden a los impactos socioculturales de mega proyectos de inversión minera en territorios indígenas muestran que en la mayoría de los casos se hace presente una discusión en torno a los derechos humanos en general y a los derechos indígenas en específico.

Finalmente, cabe señalar que la desigual distribución de los recursos naturales y su consecuente mercantilización constituyen una problemática que atraviesa transversalmente a las comunidades indígenas agrícola-pastoriles del norte del país. Esta sentencia se enlaza con una crítica al modelo de acumulación primario exportador, que en el marco del capitalismo ha potenciado el carácter explotador de la ciencia y la técnica. No es de extrañar, por tanto, que los pueblos indígenas y campesinos planteen cada vez con más fuerza la cuestión del derecho a la tierra, el derecho a la participación en el proceso de toma de decisiones sobre la ejecución de dichos proyectos, el derecho a una parte de los beneficios potenciales, etcétera. Profundizar en lo anterior, a través del conocimiento etnográfico y desde una perspectiva antropológica que enfatice en lo político, puede abrir un interesante debate en torno a los procesos de dinamización y autoafirmación identitaria que han experimentado las comunidades indígenas del Norte Grande de Chile.

* Antropólogo de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano. Investigador adjunto del Centro de Análisis e Investigación
Política (CAIP) y Co-investigador del Núcleo de Investigación en Ciencias Sociales y Economía de la Universidad Academia
Humanismo Cristiano (GICSEC). Sus áreas de interés son las relaciones interculturales en América Latina, identidades locales
y memorias sociales.

[1] Raúl Zurita, La vida Nueva. Canto de los ríos que se aman (Santiago de Chile: Editorial Universitaria, 1997), 23.

[2] Francisca Lombardo, “Geo-grafías” en Identidades: Intervenciones y conferencias. Coloquio Chileno-Francés de Psicoanálisis y Disciplinas Afines. Compilado por Roberto Aceituno (Santiago de Chile: Editorial Universidad Diego Portales, 2001), 15.

[3]Nelly Richard, Crítica de la memoria 1990-2010 (Santiago de Chile: Universidad Diego Portales, 2010), 17.

[4]Klaus Heynig, «Principales enfoques sobre la economía campesina», Revista CEPAL n° 16 (1982): 115-142.

[5] Anita Carrasco y Eduardo Fernández, “Estrategias de resistencia indígena frente al desarrollo minero: La comunidad de Likantatay ante un posible traslado forzoso” enRevista Estudios Atacameños Arqueología y Antropología Surandinas n° 38 (2009): 75-92.

[6] Ibíd., 78.

[7]Ibíd., 82.

[8] James OConnor, “¿Es posible el capitalismo sostenible?”, en Papeles de población, n° 24 (2000): 9-35.

[9]Saurabh Dube, “Aspectos culturales del desarrollo”, en Revista Internacional de Ciencias Sociales, n° 117 (1998), 63.

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