
Bosco González Jiménez *
Palabras previas
Es difícil redactar un artículo sobre los 40 años del golpe militar en Chile, resulta complicado hablar de ello ya que son nuestras vidas, nuestras trayectorias las que se ponen en juego en nuestra reflexión y escritura.
Si bien aún no nacía para el 11 de septiembre de 1973, pude apreciar la experiencia de la resistencia cultural a la dictadura por la acción de mis padres. En ello me tocó vivir experiencias donde parecía que entre los hijos de los que se organizaban para expresarse y hacer vida en medio de la muerte existía un sentimiento bello que nunca más pude volver a experimentar: vivir más cerca del deseo genuino y estar en medio de espacios que –aunque suene paradójico– estaban más liberados; eran pequeños y a veces grandes lugares donde nuestros padres se atrevían a ser, decir y actuar en conformidad con lo que sentían, aunque muchas veces eso fuera peligroso.
Es por ello que en el presente artículo intento reflexionar, de manera muy general, sobre cómo se ha ido desdibujando un Chile que alguna vez sentí conocer y del que me sentí parte. Hablaré de un Chile lleno de consumo e ingestiones, pero cada vez más lleno de frustraciones y seres infelices. El chileno de hoy, gobernado por una administración neoliberal de la vida cotidiana, se acompaña de acciones erráticas que la mayoría de las veces omiten al otro y consideran que el éxito y la virtud de las personas radican en el cuidado y resguardo de una seguridad que ni el más “asegurado” puede sostener.
Ese no es mi problema
Parece que en Chile hace mucho tiempo el problema de los unos ha dejado de ser el problema de todos, y como respuesta a ello en las movilizaciones estudiantiles del 2011 y 2012 se esgrimió como consigna “tu problema es mi problema”. En el Chile actual se ha desarrollado una creciente tendencia a la resolución individual de problemáticas colectivas y pareciera que todos tenemos la posibilidad de condenarnos a nosotros mismos por medio de la condena taxativa y categórica del otro. El sistema neoliberal que reina en Chile nos ordena de una manera –casi delirante– en que cada uno de nosotros es dueño de su felicidad y también dueño de su miseria. Quizás no exista nada más por fuera de nosotros que determine la posibilidad de ser felices, plenos o miserables.
Esta ética del “sálvate solo” es la expresión discursiva e ideológica de un estado de las cosas caracterizado por la inseguridad social, la cual no solo conforma y reproduce la pobreza, sino que también “actúa como un mecanismo de desmoralización, de disociación social, a la manera de un virus que impregna la vida cotidiana, disuelve los lazos sociales y socava las estructuras psíquicas de los individuos e introduce una corrosión del carácter” (Castel, 2004: 40).
El ser cada uno de nosotros dueño de su propio éxito y de su propia miseria nos despoja de la noción de un Estado que debe hacerse cargo de la cobertura de derechos sociales como la salud, la educación, la cultura, la recreación, por solo mencionar algunos aspectos de la vida social. Este discurso promueve la idea de que no existe un Estado responsable y, en consecuencia, la condición social de los individuos debería ser producto de su capacidad individual para gestionar su propia vida. Dicho de otra manera, las víctimas de un Estado antipopular e impune pasan a ser “sus propios victimarios, los responsables exclusivos de un daño que, siendo provocado por un sistema social que explota, oprime y discrimina, aparece ahora como daño autoinflingido. Es la culpa de sujetos libres cuyo comportamiento no ha sido lo suficientemente racional, o para decirlo en términos más al uso, de sujetos que no han sido lo suficientemente ‘modernos’ o ‘pragmáticos’ y que por ello, han desaprovechado la ‘libertad de elegir’ que garantiza el sistema” (Agacino, 2001: 41).
Las políticas educacionales reinantes en el Chile actual son la fiel expresión de ello, ya que nos plantean que el éxito o fracaso de un sujeto en su “trayectoria” de vida no depende de las oportunidades que le brinda el sistema social, sino que más bien su éxito y posibilidad de “movilidad social ascendente” son el resultado de una elección racional, donde la naturaleza de dicha elección definiría la suerte de los sujetos en la “carrera a la superación de la pobreza”.
Lamentablemente, eso no es así. El estudio Classism, discrimination and meritocracy in the labor market: the case of Chile, presentado por Javier Núñez y Roberto Gutiérrez (2004), muestra cómo sujetos de sectores populares con elecciones educativas y un rendimiento de excelencia en su trayectoria universitaria, poseen una posición en el mercado laboral absolutamente más desfavorecida que estudiantes de clases sociales altas, con apellidos aristocráticos y rendimiento académico menor que el de los estudiantes de sectores populares.
Nos robaron la palabra
Pero las palabras, los discursos y las autoevaluaciones sobre nosotros mismos siguen hablando de algo que opera silenciosamente detrás de nuestras formas de identificación actuales. Tengo la idea de que en la medida en que el neoliberalismo se profundiza en Chile, en cuanto las políticas de integración tienden a localizar a los individuos en espacios particulares de intercambio de mercancías, las maneras que tenemos de decirnos a nosotros mismos son cada vez más diversas y heterogéneas, y crean una sensación generalizada de que en Chile todos somos iguales o estamos igual y, por lo tanto, despojan del escenario social la posibilidad de la diferenciación y la consideración de que existen sectores sociales que se desarrollan a costa del subdesarrollo de otros.
Tengo la impresión de que ser pueblo, popular, trabajador o compañero, eran formas de nombrarse a sí mismo y a los demás, que caracterizaban el intercambio lingüístico en las relaciones sociales del siglo XX. Estas denominaciones respecto de lo popular implicaban necesariamente definirse en relación a una contraparte en la sociedad, pero esto ha sido reemplazado por significantes que niegan la posibilidad de pensarse en posición de contraparte, en relación de conflicto y también en relación de identidad con otros.
Me refiero a la categoría del emprendedor y a la categoría de emergente, por solo mencionar algunos sustitutos de los significantes utilizados tiempo atrás para denominar a los más, a los que trabajan, en fin, a las mayorías que viven la pobreza y la desigualdad en Chile.
En el Chile que nos heredó la dictadura y la administración civil del neoliberalismo ya no somos trabajadores, tampoco somos pobres ni mucho menos populares. Eso suena feo, nos hace ser menos. Así, muchos hoy por hoy prefieren ser emprendedores, así como también lo son los grandes empresarios de este país; innovadores al igual que esos mismos empresarios.
De este modo, nos estamos haciendo cargo de palabras que no están puestas para nosotros, sino que están ahí para la necesidad de despojar la diferencia y la identidad en nuestra sociedad, están puestas para dejar de lado la posibilidad de sentirse en relación a una contraparte que nos obliga a “ser algo”, pues es más sencillo ser emprendedor o microempresario que popular o pobre, eximiéndonos de la tarea de pensar y hacer colectiva e individualmente “nuestro ser”.
Hoy en día los jefes de departamento en algunas reparticiones del Estado no son jefes de departamento, coordinadores o encargados, sino “gerentes de servicios”. Se trata, indudablemente, de una manera muy particular que posee el Chile actual de hacer sentir a los que Eduardo Galeano denominó “los nadie” en una relación de identidad horizontal con los que administran la riqueza y el poder en nuestro país.
Uno de los “productos comprometidos” de estos 40 años ha sido despojar de palabra a los sectores populares de Chile, y no quiero decir con esto que los problemas de los sectores populares se ubiquen solamente en el campo de la palabra y el lenguaje. Lo que me interesa argumentar es que ya no existen espacios para la palabra, que nuestras relaciones sociales están tapujadas por palabras que invisibilizan la posibilidad de diferenciarse de un otro que goza del trabajo. Esto, pues al parecer la ideología neoliberal en Chile indica que “ya no se trata de una relación entre patrón y empleado, una relación salarial, sino de una relación entre capitalistas, donde cada uno cuenta con dotaciones de capitales complementarios… al cambiar el carácter de esta relación, ya no es posible sostener la ‘desigualdad originaria’ entre trabajo y capital y así parece que se desplaza, sutilmente, la responsabilidad hacia los propietarios de la fuerza de trabajo, quienes por su escasa competitividad, aparecen como culpables de su condición de pobres” (Agacino, 1997-1998).
Ni juntos ni revueltos
Si la palabra no nos une, tampoco nos unimos en la experiencia material de la vida social. Son muchos los casos, experiencias e incluso programas y políticas públicas que podríamos comentar para llegar a la conclusión de que la sociedad chilena se está descomponiendo más que componiendo, pero me interesa comentar lo sucedido en julio de este año, en el poblado de la Tirana.
La popular Fiesta de la Tirana, espacio de congregación y fraternidad, se vio afectada por la propagación del Virus H1N1, cambiando la suerte de la centenaria celebración; la tradición de encuentro, mancomunión, diferencia e identidad se vio intervenida, modificada y cercenada.
El virus H1N1 entró en acción en Chile y con ello los planes de control epidemiológicos, las medidas preventivas y de inmunización de la población por parte del Ministerio de Salud. El gran “Plan Tirana” consideró anteponer, como medida sanitaria, un frío vidrio a la popular y venerada Virgen del Carmen del Tamarugal, para que la gente no se acercara a besarla y se infectara. Así también, algunos miembros de los equipos de salud comprometidos en el trabajo comentaron que era importante que “la gente no se abrazara”, pues era una manera en que este virus se podía transmitir.
Alguien podría preguntarme qué hay de raro en todo lo ocurrido, si consideramos que la emergencia de los síntomas en el cuerpo social es algo independiente y autónomo de las relaciones sociales de los individuos y la formación social en la que ellos se vinculan. Pero si consideramos que los síntomas pueden estar en el orden de las leyes que regulan la vida social y nunca explícitas del todo, podríamos considerar que en lo ocurrido el mes de julio en el Norte Grande de Chile, existió una leve sugerencia que indicaba que “encuentro” refería a enfermedad y que “mancomunión” tenía que ver con infección, por lo que era necesario estar “fuera de relación”.
Todo fue muy paradójico, ya que la acción de las vacunas no era efectiva en el periodo de vacunación desarrollado en la Región de Tarapacá, pues se comenzó a vacunar masivamente una semana antes de la fiesta, siendo que la acción inmunizadora de la vacuna opera después de quince días de haber sido aplicada, según comentaron las mismas autoridades de gobierno y, críticamente, el Colegio Médico de Chile, entre otros expertos.
Lo cierto es que mucha gente desistió de ir a la fiesta, mucha gente tuvo miedo; y cómo no tenerlo con los diarios anunciando muertes y tragedias día a día. Lo extravagante es que después de la fiesta no se anunció nunca más nada, la gente dejó de morir y enfermar. ¿Habrá sido nuestra Tirana del Tamarugal la que nos protegió? Tal vez en Tarapacá las vacunas hicieron efecto antes de la estimación estadística de efectividad plena a nivel internacional.

Parece ser que algo habla –en el fondo– de nuestra sociedad, sobre la posibilidad de que no estemos tan juntos ni tan revueltos y que tampoco tengamos nombres para sentirnos parte de un todo y en la diferencia también.
Lo mismo ha ocurrido con la prohibición del Carnaval de los Tambores en Valparaíso, donde las autoridades indicaron: “Nos hemos reunido con las autoridades pertinentes y esta gobernación decidió no autorizar la actividad ya que Valparaíso se ve más perjudicado que favorecido, pues por lo general se producen desmanes, destrozos a la propiedad pública y privada, y se altera la limpieza y el normal funcionamiento de la ciudad, lo que es rechazado por el comercio establecido”(1).
Sin embargo, nada de esto es nuevo, y este mandato que evita la comunión y el encuentro nos desea ordenar hace muchísimos años. En un muy bello texto de Jorge Hidalgo Lehuede, Nelson Castro y Viviana Briones (2002), denominado Fiestas, borracheras y rebeliones (Introducción y transcripción del expediente de averiguación del tumulto acaecido en Ingaguasi, 1777), podemos ver cómo en el siglo XVII las autoridades coloniales del Virreinato del Perú ordenaban a las autoridades locales de Atacama indicaciones como estas:
«Los corregidores de las Provinsias tengan particular cuidado de que los Yndios en sus fiestas y conbites se abstengan de Embriagarse sin permitirles hagan combites cosstosos y de concurrensia de mucha Jente, pues solamente podran combidar a sus Parientes parientas y afines dentro del tersser grado y seis Personas extrañas sin que de este numero se puedan exseder con pretexto alguno, y a los que contrabinieren se les impondra el corresspondiente casstigo por dichos corregidores sobre lo qual tendran particular cuidado los cassiquez, Gobernadores, Ylacatas y Alcaldes sin permitir que los Yndios se embriaguen y que en sus fiestas los combidados no ssean otros que las Personas ya expresadas»(2).
Por suerte, en Chile el rito comienza a manifestarse y la vida social lentamente vuelve a articularnos, a hacernos sentir la posibilidad de decirnos, de encontrarnos y considerar a los otros en nuestros modos de ser y pensarnos, como sujetos y sociedad. Los organizadores del carnaval indicaron como respuesta a la medida gubernamental: “le advertimos a este mal gobierno, que a 40 años del golpe militar no nos van a prohibir el derecho a bailar y a manifestarnos por el derecho a la felicidad”.


El rito y el psicoanálisis, una opción de vida y una opción de sociedad
Resulta importante comentar que si bien estamos en una sociedad que se orienta sistemáticamente a la negación del encuentro, que hace el vínculo social cada vez más dependiente y gobernado por mediaciones tecnológicas y virtuales, aunque tímidas y particulares tendencias muestran lo contrario, es posible y necesario hacer permisible y urgente el diálogo, la puesta en palabra de nosotros mismos, para poder, progresivamente, activar espacios donde sepamos que la contraparte y la contradicción son fuentes constitutivas de la vida social y de nuestras vidas cotidianas.
Muchos piensan que la posibilidad de la puesta en palabra que propone el psicoanálisis refiere a opciones individuales y curas personales. Frente a esto, me inclino por pensar que lo que se pone en palabra son grupos sociales, familias, espacios amplios de socialización que necesitan autoreflexionar sobre la posibilidad de inventarse nuevamente, la posibilidad de “hacerse cargo del ser”, ya que lo que más nos ofrece este modelo neoliberal heredado de la dictadura y su administración civil son “modelos para ser” que generalmente son formados por fuera de nuestras relaciones sociales, donde incluso muchos optan por “modos de ser alternativos”, “opositores” y “revolucionaros”, que no son capaces de removernos, autocuestionarnos y crearnos libremente y en relación a los otros.
Es por ello que resulta de vital importancia aceptar la posibilidad de poner en palabra eso que nos hemos negado durante 40 años, e incluso la manera en que queremos recordar y los tiempos en los que queremos recordar, también las cosas que deseamos olvidar.
Hemos experimentado un uso político de la memoria histórica, donde también se nos ofrecen “modelos de recordar” y “modos de olvidar”, donde por lo general nos hacen recordar la desarticulación, la descomposición social, el aniquilamiento material de compañeros y compañeras y –muy pocas veces– una política de memoria que se orienta a recordar que existieron tiempos de organización, identificación y mucha, sobre todo mucha solidaridad.
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* Sociólogo. Miembro del equipo editorial de Rufián Revista. Estudiante del Doctorado en Historia, Universidad de Chile. Becario Fundación Volcán Calbuco.
(1) Portal de radio Cooperativa: http://www.cooperativa.cl/noticias/cultura/cultura-popular/mil-tambores-desafia-a-las-autoridades-de-valparaiso-tras-cancelacion-del-carnaval/2013-08-23/183704.html
(2) Archivo general de indias, Charcas, 498, 1774, s/f. En Castro, Nelson, Hidalgo Jorge y Viviana Briones. 2002. Fiestas, borracheras y rebeliones (Introducción y transcripción del expediente de averiguación del tumulto acaecido en Ingaguasi, 1777). En Estudios Atacameños. N° 23, pp 77-109.
Bibliografía:
Castel, Robert. “La inseguridad social”. Editorial Manantial. 2004. Buenos Aires, p.40.
Agacino, Rafael. El capitalismo chileno y los derechos de los trabajadores. Cuadernos de trabajo. Instituto de investigaciones histórico sociales. Universidad Veracruzana. Veracruz. Octubre de 2001.
—. “Los derechos sociales y el problema de la impunidad. Crítica a la ideología y al sentido común dominante”. Programa Economía y trabajo, informe anual número 7. 1997-1998.
Comentarios
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Bosco ,te encuentro toda la razón,Chile está atado
aún al miedo, y eso no es casual.Siempre los gobiernos hablan de cifras,pero no se mira de qué manera somos más felices,de qué manera somos mejores personas, y de cuánta solidaridad existe. sólo se muestra la delincuencia,el exitismo,la farándula, la superficie y todos sabemos que somos más ,mucho más y que por supuesto queremos otra cosa. No me siento chilena por el PIB ,sino por mi lengua, mis calles, por las personas que día a día
voy compartiendo de una u otra manera. Son muy certteras tus palabras,las pude reflejadas en nuestra realidad. Kira
Bosco ,te encuentro toda la razón,Chile está atado
aún al miedo, y eso no es casual.Siempre los gobiernos hablan de cifras,pero no se mira de qué manera somos más felices,de qué manera somos mejores personas, y de cuánta solidaridad existe. sólo se muestra la delincuencia,el exitismo,la farándula, la superficie y todos sabemos que somos más ,mucho más y que por supuesto queremos otra cosa.
Interesante artículo, pero me parece que adolece de lo básico que el sistema político capitalista y el patriarcado han penalizado desde sus inicios: señalar, identificar, nombrar a los responsables.
Todo lo que señala el autor ya ha sido dicho desde diferentes ámbitos, públicos y privados.
El sistema de despojo y abuso del patriarcado siempre ha estado arraigado en el uso de un instrumento vital de las humanas/os, la palabra. Me parece que el autor adolece del mismo mal, su artículo está escrito desde y para la vigencia del patrón hombre. Las mujeres se «usan» como ilustración plástica de lo que afirman, y obviamente desde la esposición de su cuerpo, aunque sea pintado, sigue siendo objeto decorativo en el contexto del artículo donde la palabra que representa a a mujer está ausente o supuestamente representada por la universalidad de hombre.