Camino a la paz; México fracturado

* J. Campbell

No, no puedo callar
no puedo pasar indiferente
ante el dolor de tanta gente
yo no puedo callar
no, no puedo callar
me van a perdonar amigos míos
pero yo tengo compromiso
y tengo que cantar la realidad
(“No puedo callar”, Coro de Acteal)

Esta civilización en la que ahora nos encontramos, junto con nuestro tipo de conocimiento y forma de filosofía, nos han dado conceptos como la justicia, la realización y la misma esencia o naturaleza humana, con las que inclusive interactuamos en el marco social. Es ahí donde entran al juego el poder y la política. Y si la estructura del pueblo no tiene un orden ni una media, entonces el ejercicio del poder se asemejará a una dictadura y se alejará cada vez más de un régimen democrático.

Frente a nuestro pueblo pobre [1] que, sin posibilidad de estudios o trabajo, se contrata en alguna de las antiguas o florecientes multinacionales de la droga, se desató en México ante el conocido fraude electoral del ejecutivo federal, una no solicitada “guerra contra el narcotráfico”. Desde la Presidencia de la República y con apoyo de las Fuerzas Armadas y los Medios de Comunicación, se giran órdenes contra los supuestos líderes del narco, no para detener, enjuiciar y condenar, sino para ejecutar.

Considerando que nuestro sistema de justicia entra en el ranking de los más corruptos e ineficientes, el poder impuesto a través de la violencia institucional y sistemática, se tradujo en ataques sobre la población civil como método de guerra.

Testimonios de niños y jóvenes que son forzados a pertenecer a grupos organizados delictivos es algo preocupante, pero los motivos que provocan ese reclutamiento son prueba de las acciones y omisiones del Estado que está obligado a ser garante legítimo y supremo de la efectividad de todos los derechos humanos para toda su ciudadanía. La desigualdad y la pobreza, son dos de ellos.

En las calles del territorio mexicano cada día circulan más elementos del ejército, la marina, fuerzas especiales tanto locales, como de Estados Unidos, con la excusa del apoyo a la seguridad nacional y a la lucha contra el narco que tanto preocupa al país consumidor, de nuestra frontera norte.

Cinco años -de seis- lleva el ejecutivo en funciones; ya se le ha pedido que renuncie, que no se quiere más sangre, que cambie de estrategia, que ya nos tiene hasta la madre, que no eleve a rango constitucional la política de guerra, pero es ciego y mudo. Y no lo pide la población en general, sino los rostros, con nombres, apellidos e historias de vida desgarradas al norte, sur, este y oeste del país, como efecto de esa guerra. Es decir, su palabra tiene más sentido. Hay alrededor de 50 mil personas asesinadas, más de 10 mil desaparecidas y más de 120 mil desplazadas, que son la prueba de que esta estrategia es fallida, como el Estado actual lo es. El país está en emergencia nacional y las autoridades atienden desde el extranjero porque también huyeron, o están encerradas en sus privilegios para no ver, actuar, ni rendir cuentas.

Si bien México es de los países latinoamericanos en que menos organizaciones sociales hay, ha surgido un movimiento que por fortuna alcanza los lazos tanto del movimiento zapatista, en sus acciones sociales y políticas que desde el sureste surgieron a la luz hace 17 años, como de las y los sobrevivientes de la violencia de la frontera norte de Cd. Juárez, con sus feminicidios y pueblos vacíos, integrándolo también muchos organismos y personas que desde el dolor, se han unido.

El movimiento ha ganado espacios y reconocimiento; ha dado voz a las víctimas de la violencia que exigen justicia por los asesinatos de sus familiares y amistades, o que buscan a sus desaparecidos en todo el país; porque lo han recorrido ya al norte y ahora lo harán al sur. Se esfuerzan por integrarse orgánicamente, por coordinarse, por elevar el nivel de conciencia política de la población, por no tener liderazgos castrantes, sino guías de referencia política que exigen a los distintos niveles de gobierno, locales y nacionales, paz con justicia y dignidad.

Sí hay en México quien desea ser resguardado por policías, militares y hombres armados, y vota y busca que se repriman los movimientos sociales para que todo siga igual, con la misma miseria, masacres, desapariciones, temores, promesas incumplidas, ignorancia, fuerzas ocultas, salarios bajos, incremento de precios, etc. Y también hay una estrategia gubernamental para dividir y debilitar al movimiento nacional, invitando a otros familiares de víctimas y dirigentes empresariales que están alineados al Estado y a favor de leyes que suspenderán las garantías individuales, legalizarán la tortura y los allanamientos de morada, como ya se vienen realizando y constatando por más sobrevivientes.

México tiene miedo. Su memoria a corto plazo no recuerda dictaduras ni asesinatos. Parece incluso que a veces olvida el 68. Reclama poco y nada. Poco se hacen valer los derechos, si acaso se conocen. Pero así como está de quebrado y adolorido, la gente está indignada, por eso ante personas preparadas, con calidad moral y humana, con principios éticos y de acciones de desobediencia civil, y pacifista, se suman las y los parroquianos.

El nombre de este movimiento nacional me remonta a las voces de -las mujeres en su mayoría- del Coro de Acteal, con una canción que decía, “paz, paz, paz, paz con justicia y dignidad, para los pueblos indios de México, justicia y paz” con la cual, después de la masacre de nuestros mártires que rezaban por la paz en Chiapas, ya se denunciaba la violencia en el país, e invitaba a todo México a responsabilizarse en la búsqueda de la paz, ante momentos graves que vivía la patria.

Quizás por ello el “Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad” lea los corazones como lo hace el indígena, y busque encontrar el camino perdido del país, arriesgando la vida misma, porque las cercanas las han arrancado las balas de los militares que mienten al decir que pelean contra los capos del narco.

Quien armó el grupo inicial también perdió a un hijo, y desde entonces prometió no escribir más poesía, pero por dicha sigue expresando, y al compartir las formas de acompañar a otras y otros y hacer la paz, explica que hay que caminar, dialogar, abrazar y besar: “Caminar, es ir al encuentro de los otros; dialogar es desnudar, estremecerse, iluminar la verdad –que al principio escuece, pero después consuela–; abrazarse y besarse es no sólo hacer la paz, sino también romper las diferencias que nos dividen y enfrentan”. Esto requiere mujeres y hombres mexicanos y sus solidarios de otros países, para reconstruir desde lo social y las bases, la indiferencia que mata. Por ello se deben involucrar a todas las personas en la vida política del país, interesarse en las relaciones económicas dentro de las que funciona la sociedad, lo mismo que el sistema de poder que define nuestras conductas, pues de su funcionamiento depende nuestra esencia de vida.

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* J. Campbell: Comunicadora social, editorialista, responsable del área de comunicación de la Diócesis de Saltillo, integrante del Centro de Derechos Humanos Fray Juan de Larios, AC en Saltillo, Coahuila, México. Es mujer y tiene un cabello rizado como de sal y pimienta.

[1] De 113 millones de habitantes, las cifras del CONEVAL nos hablan de 52 millones de mexicanas y mexicanos en pobreza extrema y 39 millones en pobreza moderada y vulnerabilidad, con cierto acceso a servicios.

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