A mis hermanos de otra madre.

Jaime Cárdenas G*.

 La construcción cotidiana de la familia resulta ser esencial en la creación de lazos que nos definen, que nos unen y, a veces, aprietan.

Pertenezco a lo que se conoce como “familia tradicional”. Es tradicional ver a mi padre quedarse dormido a los cinco minutos desde que prendió la tele, mi madre sirviéndose la presa más chica, que a la hija mayor la quieran de “mucho antes”, que el del medio sea especial y que al menor –yo– le den poca atención y poca plata –es mentira, pero nunca se sabe si los padres de uno leerán esto–. Pertenezco a las familias de domingos tomando once en la casa de los abuelos, de vacaciones con hermanos y primos, y de amistades que conocen a toda la parentela.

Esta realidad no surgió, en mi caso, de consideraciones antropológicas de lo que “deba ser” entendido como familia, sino que surgió de la construcción colectiva y cotidiana de sentir que los que tienen mis apellidos estuvieron, están y estarán ahí. Sin embargo, esto no es restrictivo a otras realidades y construcciones colectivas de pertenencia. Es más, en nuestro caso las avala. No es extraño ver en nuestras juntas familiares a los amigos de los primos, de los tíos, a las parejas de estos, con la misma natural confianza que cada integrante del grupo recibe y entrega.

Pareciera ser que esta cotidianeidad es la que nos convenció, a mí y a mis hermanos de otra madre, de que la bolsa de té puede ser perfectamente compartida hasta tres veces y no porque escasease el peculio (tampoco sobraba), sino porque con estos pequeños detalles construimos lazos que hasta hoy nos definen, nos unen y a veces, aprietan.

Sí, no es casual que creciéramos convencidos de que debíamos esperar dos horas después de comer para poder bañarnos en la piscina del abuelo, piscina de un metro por dos y setenta centímetros de profundidad. Fue en la familia donde surgió mi miedo y correspondiente llanto a los payasos y al cumpleaños feliz. Donde bailaba sólo si mi tío me daba cien pesos. Donde descubrí que a veces las madres abandonan a sus hijos y los padres asumen ambos roles.

Estos pequeños espacios, tiempos y detalles son los que me y nos definieron como familia. En nuestro caso coincidían los apellidos, los tíos y los abuelos. Enfatizo en señalar que no es restrictivo ni exclusivo de los lazos sanguíneos. La verdad es que, a pesar de no tener nuevos nacimientos en la familia, el barrio, el colegio, la universidad, los viajes y el trabajo han ayudado en el nacimiento de más hermanos de otra madre. Pues también en estos espacios hemos logrado construir eso que tradicionalmente se entendió como parte exclusiva de la “familia”, con otros sujetos que no tenían necesariamente el mismo apellido, pero con los cuales comenzamos a tejer lazos en común, que nos acercaron y lograron que sintiéramos que a esos grupos también pertenecíamos.

En estas familias otras, ya no cobro por bailar –mamá si lees esto, no es lo que parece–, ya no lloro si me cantan el feliz cumpleaños (solo si no me traen regalos) y he descubierto padres y madres que son muy distintos a lo yo que solía entender por tales roles tradicionales, pero excelentes al final del día. Ya no son las bolsas de té las que se estrujan para compartir, sino las cervezas, los apuntes de la prueba del miércoles, las poleras y los polerones, las pichangas, las ideas, los sueños, pero particularmente los pequeños espacios de tiempo, que con el pasar de los años cada vez escasean más, pero que por lo mismo tienen ese inolvidable sabor de las bolsas de té, compartidas con los primos en la mesa de la abuela.

No entiendo a mi familia familiar desde los conceptos de la tradición y no entiendo a mi otra familia (de otros padres y madres) desde los procesos de desanclaje social de la (post)modernidad; solo los siento como mi familia. Creo entonces, que aquello que define a la familia, a su construcción, es solo el sentirte parte de. Es el sentir que esos ‘otros’ ahí estuvieron, están ahí y ahí estarán. Es aprender a querer esos lazos que aprietan, pero te definen, porque te pertenecen como elección y encuentro con otro distinto pero igual.

*In-docente de filosofía. Fotógrafo desenfocado

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