Editorial. Momentos políticos, voces cruzadas

El día 4 de Agosto recién pasado, la democracia chilena volvió a doler dentro de todos nosotros. Las protestas estudiantiles que durante meses han puesto en jaque al poder político fueron, ese día, reprimidas con todas las fuerzas de la policía, por orden del Gobierno de Chile encabezado por Sebastián Piñera. El aire irrespirable, el caos, la violencia y el abuso terminaron por sacar la última gota de paciencia que cada uno de los chilenos guardaba silenciosamente en su interior.

¿De qué se trata la democracia? ¿Es acaso únicamente ese espacio solemne de acudir a votar para el día de tal o cual elección? ¿Es apenas la celebración de ese episodio cívico -falso, además, a juzgar por el particular sistema binominal chileno- en el que nos sentimos parte de un sistema que al fin nos toma en cuenta?

Ese 4 de Agosto el gobierno chileno fracturó de la manera más impúdica posible las acciones de una ciudadanía que, al entenderse por primera vez en mucho tiempo en relación a otros, se armaba con la fuerza de una convicción: la de una sociedad más justa.

La rabia fue creciendo con la horas y, llegada la noche, miles de chilenos salieron de sus casas, se asomaron a sus ventanas, ocuparon sus patios, plazas y calles para dejar muy claro que hay una fuerza que no se puede reprimir con los carros lanza aguas ni con las bombas lacrimógenas, y la ciudad entera se vio ensordecida por un cacerolazo espontáneo, profundo, que no hace más que enrostrarle al poder político su enorme fragilidad.

Episodios como el recién descrito se repiten en los puntos más disímiles del planeta. Un enojo generalizado fue levantando una ola que nadie pudo prever, como si la globalización tuviera un lado oculto, silencioso, que ahora por fin estalla. Los largos y tediosos años del consenso quedaron al descubierto. Las interpretaciones que desde un poder unilateral nos han terminado por dibujar y redibujar, definiendo nuestra naturaleza, incluyéndonos o excluyéndonos. No se puede considerar casual la espontaneidad y paralelismo entre estos diversos acontecimientos. La continuidad de la norma en una comunidad particular es interrumpida por instancias políticas que efervecen como momentos únicos, en los cuales puede llegar a concretarse esa anhelada participación y colaboración.

La experiencia social se convierte entonces en “una fuerza que es capaz de actualizar esa imaginación de la comunidad que está comprometida allí y de oponerle otra configuración de la relación de cada uno con todos” [1]. Un tejido en común, como menciona Rancière, que deviene y se desgarra para la configuración de otra piel. Una propia. Quizás lejos de los partidos o la militancia, poniendo a prueba “la capacidad de hacer que resuene el poder de una acción y que amplíe ese espacio de resonancia” [2].

La presente entrega de Rufián Revista busca ser testimonio de esta época en la que el “caos”, como nos han querido presentar la situación, es simplemente la figura mediática de la crisis de las estructuras que han cimentado la desigualdad, la exclusión y la pérdida de dignidad de los seres humanos. Es no sólo una colección antojadiza de nuestros momentos políticos, sino una voz firme a favor de la esperanza real en un cambio social promovido por las personas ejerciendo, de una vez por todas, su poder más profundo: aquel expuesto y vulnerable a la interacción con otros.

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[1] Rancière, Jacques. “Momentos políticos. Intervenciones 1977-2009” Buenos Aires, Capital Intelectual, 2010.
[2] Op. Cit.

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