1800 horas por la educación: De la demanda estudiantil al movimiento social

* Marcelo Salgado

Una iniciativa bastante creativa -no recuerdo una experiencia similar en Chile u otro país: correr alrededor de la sede del poder político en un estado centralista como Chile, endavado en pleno centro de la ciudad; símbolo de las alegrías y dolores del pasado reciente.

“¡Vamos chicos!” “¡Sigan así!”, “¡Vamos que se puede!”. Son algunas de las múltiples expresiones de apoyo recibidas por quienes participamos en las “1800 horas por la Educación”. Una iniciativa de los estudiantes de la Facultad de Teatro de la U. de Chile en el marco de las movilizaciones estudiantiles exigiendo reformas estructurales que pongan fin al lucro en el sistema educacional chileno. El objetivo: correr alrededor del Palacio de la Moneda, sede del Ejecutivo, durante 75 días equivalentes a 1800 horas. Esta cifra particular se obtuvo del estudio de la Universidad de Playa Ancha (Valparaíso) que señala que se necesitan 1.800 millones de pesos para financiar anualmente a los 300,000 estudiantes de las universidades tradicionales.

Así, desde el lunes 13 de junio a las 13.30 hrs hasta el pasado sábado 27 de agosto a las 14.30 hrs se corrió en un sistema de turnos con una bandera de tela negra con letras blancas que exigían “Educación gratuita ahora” y que pasaba de mano en mano. A veces se trataba de grupos pequeños y otras, especialmente en horas de la madrugada, era un solo corredor el que llevaba la bandera en la mano sin detenerse en momento alguno.

Mi primera participación en las 1800 horas fue el sábado 9 de julio a eso de las 11 am en que había quedado de correr junto a amigos deportistas de la universidad que finalmente no aparecieron (lo que sucedía bastante seguido al parecer) y dado que me había inscrito previamente debía correr igual. A esa hora corría un solo chico y por lo tanto necesitaban a alguien que lo reemplazara. Corrí junto a él algunas vueltas reconociendo la ruta por las calles Agustinas, Teatinos, Alameda y Morandé. Evitando eso sí –y eso se acordó con Carabineros al principio- que no se podía pasar justo al lado del Palacio. Ahí comenzó esta aventura de correr con esa bandera negra que aludía a reivindicaciones que en mi caso se remontaban años atrás –tengo 31 años- a mi experiencia de dirigente estudiantil en la Facultad de Derecho de la misma U. de Chile. Correr era entonces una buena forma de apoyar a esta nueva generación de estudiantes movilizados que estaban prolongando sus actividades más allá del mes crítico de mayo en que se realiza la cuenta anual a la nación por el Presidente de la República ante el Congreso pleno.

Ya en junio era posible ver a los estudiantes salir de sus colegios y universidades para difundir sus demandas, ocupando el espacio público y las 1800 horas era una forma excelente de hacerlo. Una iniciativa bastante creativa –no recuerdo una experiencia similar en Chile u otro país; sana para el público general y la prensa que suele asociar las movilizaciones con actos de violencia; atractiva para quienes nos gusta el running y el deporte en general; y claramente con un profundo significado cívico-político: correr alrededor de la sede del poder político en un estado centralista como Chile, enclavado en pleno centro de la ciudad; símbolo de las alegrías y dolores del pasado reciente.

Correr con aquella bandera se transformó para muchos de nosotros en un vicio. Personalmente corrí 6 veces sumando algo así como 9 horas, no lo tengo claro. Siendo la primera vez la más extensa: 2 horas 20 minutos corriendo por un terreno poco apto con semáforos, desniveles, personas que se cruzaban y perros callejeros. Nada tentador desde el punto de vista de un deportista. Y sin embargo, todo se compensaba con el apoyo de los transeúntes. Apoyo verbal y gestual que se traducía a ratos en gritos y palabras de aliento de estudiantes, trabajadores, funcionarios e incluso -muy discretamente- de algunos carabineros. Hombres y mujeres de todas las edades. Madres con sus hijos pequeños capaces de comprender que estas movilizaciones históricas tendrán un efecto gravitante en el futuro de las nuevas generaciones. Cerca de 4000 personas participamos de esta gesta que duró 75 días a pesar de la lluvia y el frío del invierno. Día y noche sin parar. Incluso en las jornadas de protestas en que el centro de Santiago fue inundado de bombas lacrimógenas utilizadas generosamente por Carabineros para reprimir a los manifestantes. Personalmente participé en la primera de las dos jornadas del Paro Nacional convocada por la Central Unitaria de Trabajadores (CUT) y apoyada por lo estudiantes, corriendo entre las 2 y 3 pm. A esa hora además del smog típico de los días fríos y secos, se sumaba el gas lacrimógeno que llegaba desde la Alameda a la altura de la Casa Central de la U. de Chile. El escozor provocado por la mezcla del gas y el sudor no es nada agradable pero la misión de portar la bandera era superior a toda incomodidad. Y ese –creo yo- es el sentimiento compartido por todos quienes tuvimos la suerte de correr en esos días.

Las 1800 horas, así como otras movilizaciones exitosas de los estudiantes, muestran los deseos del pueblo chileno de cambiar una realidad que a muchos nos provoca dolor. Una sociedad con tremendas desigualdades cuyo sistema educacional refleja y perpetúa. La gente se identificó con esta expresión y así fueron innumerables los gestos solidarios con los organizadores de las 1800 horas. Por parte del ciudadano y ciudadana común, del participante, de los vecinos que facilitaban baños y energía eléctrica; donaciones en dinero, galletas, barras de cereal, bebidas, etc.

Muy menores fueron las manifestaciones contrarias, de burlas y una que otra expresión de sesgo político. ¡¡Comunista!! Me gritaron alguna vez en la calle mientras corría. Algo incomprensible para quienes sabemos algo de la historia de este derecho social fundamental. El acceso a una educación según el mérito, no sometido al bolsillo ni a la cuna no es una invención de la izquierda política ni mucho menos. Todos deberíamos saber que se origina en la Ilustración y se comienza a materializar en las revoluciones burguesas de finales del siglo XVIII.

Sin duda, resulta interesante que poco a poco, lo que comenzó siendo una iniciativa algo arriesgada de los estudiantes de Teatro se fue transformando en una de las expresiones más significativas del movimiento estudiantil por la educación. Llegando a convocar al término de esta actividad el pasado sábado 27 de agosto no sólo a estudiantes, profesores y deportistas sino claramente a la sociedad chilena en su amplia diversidad. Reproduciendo de cierta forma la metamorfosis de lo que parecía ser una demanda sectorial en un movimiento social de una magnitud histórica cuyos resultados son aún imposibles de prever.

Los estudiantes por estos días no sólo cuestionan la última ley orgánica de Enseñanza (LEGE) negociada por la élite política luego de la llamada revolución pingüina del año 2006 (movimiento de estudiantes secundarios) que estableció modificaciones superficiales a la anterior LOCE dictada a finales de la dictadura. Sino que, al exigir una garantía efectiva del derecho a la educación, cuestionan el núcleo mismo del modelo neoliberal que entrega el resto de los derechos sociales como la salud y pensiones al juego de la oferta y la demanda propios de mercados desregulados total o parcialmente, desnaturalizándolos.

La Constitución actual y las leyes de quórum calificado limitan la actividad económica del Estado, protegen el derecho de propiedad in extremis y consagran la libertad de empresa como fundamental. No cabe duda que sectores del oficialismo que hasta hoy han defendido el lucro en el sistema educacional a partir de fondos públicos recurrirán prontamente al Tribunal Constitucional para que declare como inconstitucional cualquier ley que atente contra estos principios de nuestro orden público económico. Por lo tanto, junto con exigir la garantía efectiva de una educación pública, gratuita y de calidad, deberá a fin de cuentas iniciarse un proceso constituyente que lleve a una nueva Carta Fundamental menos ideologizada, efectivamente democrática y legitimada socialmente. Sólo así se podrá avanzar hacia una sociedad con mayores grados de igualdad, libertad y justicia.

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* Marcelo Salgado: Egresado de Derecho, Universidad de Chile

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