Paula Arrieta Gutiérrez.
Artista visual y académica feminista
Imagen: Afiche del Primer Congreso Nacional del Movimiento Pro Emancipación de las Mujeres de Chile, 1937 . Disponible en Memoria Chilena, Biblioteca Nacional de Chile http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-75848.html . Accedido en 23/9/2018.
El 25 de julio se realizó la 6° Marcha por el aborto libre, seguro y gratuito en Santiago de Chile. Miles de mujeres con pañuelos verdes. Un grupo neonazi llamado Movimiento Social Patriota derramó sangre y vísceras de animal mientras portaban un cartel que decía “Esterilización gratuita contra las hembristas”. Al final de la marcha, tres mujeres fueron apuñaladas. Hasta hoy se desconoce la identidad y paradero de quienes realizaron el ataque. Los titulares de los diarios del día siguiente, fueron todos sobre una filtración masiva de datos de tarjetas de crédito.
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El 5 de julio, a propósito de las numerosas denuncias de abuso y acoso sexual en contra del cineasta chileno Nicolás López, usuarios de redes sociales sacaron a la luz antiguos tuits del escritor superventas Jorge Baradit. Uno de ellos decía: “sería interesante ordeñar mujeres, acelerarles el período para obtener cosechas de óvulos cada tres días, por ejemplo”. Y otro, dirigido precisamente a López: “Oye, tengo que decirlo: Lucy Comineti amarrada y ensangrentada me produce cosas”. Trató de borrar los post, pero era tarde. Luego, a través de la misma red, pidió disculpas. “El lenguaje hace 10 años era diferente al de ahora”, dijo. Yo no recuerdo que el lenguaje hace 10 años fuera distinto. Salvo uno que otro modismo contemporáneo y ciertas muletillas que me quedaron del período que viví en Argentina, hablo y escribo prácticamente igual que hace 10 años. Y todas las personas que conozco también.
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El miércoles 8 de agosto se votó en el Congreso de Buenos Aires la ley de aborto. Las feministas argentinas, precursoras de los pañuelos verdes que unen en una figura las luchas de las mujeres de hoy con la de las mujeres de siempre, repletaron la calle. Mujeres de todas partes del mundo enviaron su apoyo al movimiento. En Santiago de Chile, miles de mujeres nos reunimos frente a la ex Embajada de Argentina y a los pocos minutos fuimos reprimidas violentamente por Carabineros. Carros lanza agua llegaron desde el norte y el sur, encerrando a las manifestantes. Ese día, la ley fue rechazada. Menos de una semana después, una mujer de 34 años moría en un hospital de Argentina por una infección generalizada causada por un intento de aborto con una rama de perejil. Era madre de un niño de dos años.
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El 26 de julio se convocó una concentración en repudio al ataque a tres mujeres en la marcha por el aborto libre del día anterior. Salí con el pañuelo verde semi oculto, amarrado a la muñeca y medio tapado por la manga de la chaqueta. En Plaza Italia, varias mujeres sentadas en las escaleras, solas o en pareja, miraban a su alrededor. Otras tantas daban vueltas, hablaban por teléfono. Pero ni pista de la concentración. Estratégicamente, pensé que no era buena idea usar el pañuelo en el camino, cuando iba sola. No es miedo, quise convencerme, no pasarán, pensé, pero sí, probablemente era miedo. Al cabo de unos minutos, una de las tantas mujeres que deambulaban, sacó de su bolso el pañuelo verde y se lo amarró al cuello. Otra que estaba a unos metros la miró e hizo lo mismo. Y así, como un efecto en cadena. Desaté el pañuelo de mi muñeca y me lo puse al cuello también. Al cabo de un rato éramos cientos de mujeres saltando y gritando contra quienes buscaron amedrentarnos. “¿Y el miedo? ¡Qué arda!”, escribió Marie en el Facebook.
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El 2 de agosto, un hombre ingresó al domicilio de Nabila Rifo y la amenazó con un cuchillo. El año 2016, Nabila sobrevivió al ataque de su ex marido, Mauricio Ortega, quién la golpeó y le sacó los ojos. “La justicia no está bien, para las mujeres no hay protección. Para ninguna mujer en ninguna parte hay protección, todos los días siguen matando mujeres, violándolas, haciéndoles de todo y no pasa nada”, dijo esta vez. Hace un año, la condena de Mauricio Ortega fue rebajada. La Corte Suprema estimó que, aunque golpeó a su ex pareja con una piedra en la cabeza y luego le arrancó los ojos, no queda demostrado que tenía la intención de matarla.
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Sin fecha. Emerge un nuevo cuerpo, con una nueva voz. Es incómodo al comienzo porque, como dice Suely Rolnik, ya no soy lo que era y todavía no sé lo que seré. O bien, ya no somos lo que éramos y todavía no sabemos lo que seremos. El día de la ex embajada de Argentina en Chile terminamos tomando vino en el bar del frente. Paula, Loreto, Cynthia y yo, más un montón de mujeres con pañuelos verdes, hablamos a viva voz de este cuerpo robusto y sensible en formación. Cada una en su tono (se podían escuchar la voces desde todas la mesas) enunciamos el placer de esta transformación radical y sin retorno.
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“Debemos separar las obras de sus autores. Si dejamos de leer libros, ver películas, apreciar cuadros de hombres abusadores, entonces nos quedaríamos sin nada”, se escucha. Intuyo la mentira. Tanto con los grandes nombres del arte y del pensamiento, como con los no tan grandes. Y definitivamente no hubiese pasado nada grave sin un “Qué pena tu vida” o una “Historia secreta de Chile”. En el peor de los casos, alguien más las hubiera hecho. Y en el mejor, estaríamos viendo, escuchando o leyendo más obras de mujeres. Si López no hace nunca más una película y Baradit no escribe nunca más un libro, está bien para mí. Creo poder sobrevivir.
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A propósito de comentarios y actitudes que tuvieron en el pasado hombres de enorme presencia pública, ronda la idea de la “caza de brujas” y de que “ya no se puede decir nada”. Me pregunto, muy seriamente, cómo dejamos el mundo en manos de personas con tan limitado universo del lenguaje. El 7 de junio, el profesor y escritor Cristián Warnken, que ya había advertido en una entrevista sobre los peligros de lo que él llama “feminismo radical” y de lo fatal que resultaría abolir la figura del padre, publica una nueva columna. Esta vez apunta a lo absurdo que es demonizar el piropo, y compara los talleres de deconstrucción con el concepto de reeducación de las dictaduras totalitarias. “Sería una lástima que esta «primavera» feminista terminara en inquisición y resentimiento”, agrega al cerrar. No sé qué quería decir antes con lo de la figura del padre (es una referencia a sí mismo, sospecho) ni sé qué quiere decir ahora poniendo la palabra primavera entre comillas.
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El 8 de agosto, en la víspera de la votación del Senado, las mujeres combatientes kurdas enviaron un mensaje de apoyo a las mujeres argentinas. “No solamente luchamos contra el Estado Islámico, sino por construir una nueva sociedad con mujeres libres”, dijeron.
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El 9 de agosto, a pesar que el Congreso argentino condenó a las mujeres más pobres a la maternidad obligada o a la muerte, algo cambió. La periodista Gabriela Borrelli escribió: “Hoy fue uno de los días más felices que viví como militante feminista. Sí. Aún con este resultado nefasto. Vamos a llenar el senado de feminismos populares porque hoy me abracé con mil pibas que son mi patria.”
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