
Por Camila Bralic Muñoz, Integrante del Equipo Editorial de Rufián Revista
Siempre he sido partidaria de ponerse en el lugar del otro, de empatizar, intentar comprender o al menos aceptar al otro en su diferencia, aunque sea ajena al modo propio de entender el mundo.
Dicho eso… por favor, córtenla con el relativismo. Todo tiene un límite. No, no es lo mismo abrazar la diversidad que tolerar un discurso de odio. No es lo mismo. No es lo mismo aceptar que el otro piense distinto, y proteger su derecho a expresarlo, que darle tribuna política y poder para influir en la opinión pública a alguien que promueve el asesinato, la tortura y la desaparición forzada. ¡No es lo mismo! Como tampoco es lo mismo un asesinato del que se desconoce a los culpables, que un asesinato cometido por las fuerzas de orden público bajo instrucciones directas del poder político y económico. Eso se llama terrorismo de estado, y no, no es lo mismo. ¿Que “no todos los mapuche son terroristas y no todos los pacos son corruptos”? Córtenla con simplificaciones extremas, por favor. Ahora me van a venir a decir que “los pacos también tienen derechos humanos”. ¡No me diga! No es lo mismo, no es comparable siquiera, un pueblo que ha sido oprimido por siglos, y una institución que mantiene la opresión y la corrupción como las bases mismas de su institucionalidad. Y los derechos humanos, por si acaso, se violan cuando son las instituciones del estado, responsables de garantizar esos derechos, las que amenazan la seguridad de sus propios ciudadanos, no cuando un estudiante le pega a un paco.
Y no me hagan empezar siquiera con lo de “los hombres también sufrimos”, miren que me empieza a tiritar el ojo y se me hincha la vena. No me trate de estúpida, por favor. Sabemos perfectamente que usted también sufre, que tiene sentimientos, que es una persona. ¡Pero no es lo mismo! No es lo mismo que usted sufra porque hubo una vez un viaje en micro en que alguien le agarró el poto, mientras iba camino a la pega donde ganaba el doble que su colega mujer o iba camino a la casa donde lo esperaban con la comida caliente, no es lo mismo, digo, que tener miedo de caminar en la calle, porque no estás segura de si te van a violar, a matar o a sacar los ojos, mientras vas camino a la casa donde estás bastante segura de que te van a sacar la chucha. No. No es lo mismo.
Y me tienen harta.
Porque lo que están haciendo, consciente o inconscientemente, es cambiar el foco de la conversación. Es hacer parecer que estamos hablando de los individuos cuando estamos hablando de las instituciones, y de ese modo, hacer responsables a unos cuantos, que tienen que cargar con las culpas, cuando las responsabilidades políticas quedan impunes. También es hacer parecer un delito como menos grave, al compararlo con otro solo porque ambos son delitos, aunque no tengan nada que ver uno con el otro. De ese modo, nuevamente, se consolida la impunidad. Así vamos perdiendo la perspectiva. Se nos hace sentir culpables de no cumplir con nuestros propios principios, se nos acusa de no respetar al otro, para así ocultar la violencia con la que actúa precisamente ese otro. Y vamos olvidando que esos principios están ahí para asegurar la paz y la convivencia, no para proteger al que violenta y al que oprime para asegurar sus privilegios. Y terminamos aceptando esa violencia, como si la tuviéramos bien merecida.
Y yo, al menos, ya estoy harta.
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