Notas a contrapelo: agosto, julio, junio 2018

Marie Bardet
San Telmo – 08 de septiembre 2018

Imagen: Tapa del suplemento “Las 12”. 15/06/18 por Julieta Arroquy


«Este magma subterráneo va más allá del momento y continúa tras el clímax para incubar otras verdades, otros razonamientos, que son los que van a terminar eclosionando en la esfera de lo público, una vez concluida la fase del apaciguamiento. Y este proceso ya está comenzando»

Silvia Rivera Cusicanqui, Un mundo Ch’ixi es posible, ed. Tinta Limón, 2018

 

II.

La experiencia buscando un rodeo que rompa el dispositivo que determina la muerte de la representación neoliberal como un devenir lógico y natural. Nos volvemos a encontrar buscando apoyo y sostén en una relación gravitacional desde el eje de la tierra, mover el centro –afuera y adentro– en toda la extensión que determine la piel, siendo entre cuerpos y espacio, entre el piso y los textos. Pensar y mover multiplicidades, relaciones de relaciones que se trasforman en función de sus estados, ampliar los límites franquear un territorio alzar el grito y transitar la interzona: cosmos-caos-cuerpo. Acelerar un ritmo, intensificar un tráfico, componer reflejos de la ciudad de los cuerpos, ojos rolando ojos por la espalda estructuras metálicas de movimientos sintéticos fuerza cemento enredada en fuerzas salvajes sobre el pisos brazos se alzan. Materia-apoyo-sostén, en múltiples frentes reconocernos moviendo y mirar. Entrar desde el ciborg situarnos, destripar la metáfora abrir las manos sostener la cabeza, caminar, rolar, sostener brazos, caderas, piernas, significar un expreso contra los poderosos de la tierra y sobre un colchón de oxígeno pensar y moverlo todo.

Vanina Giraudo

 

La ley no pasó, pero la tierra tembló. Tal vez la sensación más fuerte que queda agitando pieles y músculos, después de los meses de junio, julio, agosto de voto de la ley de despenalización del aborto en Argentina, es la de despliegues y repliegues, aceleraciones y ralentamientos, ensanchamientos y concentraciones precisas, en muchas direcciones al mismo tiempo. Mucho más que contradecirse, esas sensaciones conviven, crean un espesor singular, imposible de reconocer del todo. En varios talleres “Des-orientarse pe(n)sando” que di en Mendoza, en Córdoba… estas últimas semanas, aparecieron estas sensaciones encontradas (en el sentido literal de la palabra, que se encuentran), que sin anularse nos ponen en tensión en muchas direcciones al mismo tiempo. Multidireccionalidad, ensanchamiento y concentraciones (pero también contracturas, contracciones) puntuales, son también modos no contradictorios propios de la piel, de los músculos, de los tejidos blandos. 0 clímax, sino nudos que se van atando, membranas que van limitando y respirando a la vez. Mareas y resacas conjuntas, que exigen buscar en cada momento maneras de vivir, y pieles para atravesar tiempos discrónicos.

Tapa del suplemento “Las 12”. 15/06/18 por Julieta Arroquy

“El enorme acierto de quien diseñó la imagen del Congreso inundado por la marea feminista recurriendo a la imagen de ‘La ola’ (o ‘La gran ola de Kanagawa’) de Hokusai: algo del anacronismo de las imágenes que se vuelve herramienta inmediata y urgente. Porque la imagen de Hokusai no es solamente la de un océano amenazante y en torbellino: es también un punto de vista –marítimo, en flujo permanente, hecho de intensidades poderosísimas a la vez que irreconocibles– sobre el poder imperial: la montaña, el Monte Fuji, detrás, empequeñecido, incapaz de contener esa marea en la que, sin embargo, lxs pescadorxs y sus barcas navegan las aguas de su tiempo”. Nota Gabriel Giorgi, el 15 de junio, en un posteo de red social.

Venido de un pasado que también es futuro –ellos también encontrados– la ola arrasa; a la vez el congreso sigue pequeño en el fondo, con su temporalidad imperial. Navegamos las aguas de nuestro tiempo, nos volvemos sismógrafxs de intensidades a veces irreconocibles. Vivir estos destiempos, entre la prehistoria que guió el rechazo de la ley en el senado argentino el 8 de agosto y que carga con la ya larga lista de mujeres muertas por abortos clandestinos desde esa fecha hasta hoy, y la sensación de que, al mismo tiempo, ya todo cambió para siempre, se resquebrajó el edificio patriarcal en más de una vertiente. Vivir en choques de tiempos en los que nos tenemos que re-des-orientar.

Estos tiempos discrónicos se entrechocan y surge lo inmundo cuando, en la noche del 8A en la sesión sobre Legalización de la Interrupción Voluntaria del Embarazo, el senador Urtubey (PJ, Salta) explicó cómo la violación intrafamiliar no era violenta. Después del primer momento de horror, pasmadxs al escuchar esto, empezamos a articular, a repetir entre nosotras, a pensar las consecuencias y efectos de esa frase pronunciada en el senado, por un representante democrático. Estalló lo insoportable de ese tiempo prehistórico asumido en la cara de más de un millón de mujeres en la calle. Está en disputa lo que se puede aguantar y los modos de gritar que no aguantamos más. Ahí, en esta lucha entre placas tectónicas y eras antiguas y nuevas, al límite del desquicio, buscamos pieles, músculos y ritmos, y sabemos también que “las palabras importan”. Es lo que repite como mantra un grupo de vigilia contra el racismo y el sexismo en Francia, haciendo pasar del lado de lo perceptible esas frases que circulan y además de chocar, de dar nauseas, amasan la sensibilidad común de lo tolerable y lo escuchable[1]. Piel que se eriza.

El senador Urtubey dijo, palabra por palabra: «La violación está clara en su formulación, aunque habría que ver algunos casos, porque hay algunos casos en los que la violación no tiene un componente de violencia sobre la mujer». Luego agregó: “En los casos de abuso intrafamiliar no hay violencia”. Frente a estas palabras, dejándolas retumbar, escuchándolas sin dejarlas pasar, haciendo frente con vehemencia de pieles erizadas, podemos dejar que levanten el polvo del recinto del debate; se vuelve palpable la necesidad de minorizar la violencia de la violación para acompañar la decisión de votar contra la ley de legalización del aborto. De alguna manera, de una manera perversa, ese senador dijo lo peor, que ya sabemos, pero reivindicándolo mirando fijo a los ojos de sus colegas en un recinto blindado y sordo, como si no fuera inaguantable. Si fuera la voz de la razón: dice que prohibir el acceso a un aborto legal, seguro y gratuito en el seno del Estado (es decir, votar a favor del aborto clandestino, como se preparaban a hacer él y la mayoría de sus cófrades) va de la mano con hacer de la violación una práctica legítima en el seno de la familia.

Rita Segato, entrevistada en la plaza de Tilcara con un celular por Bruno Arias[2], en esos días de invierno previos a la votación, donde se palpaba por todos lados la urgencia de conversación para tejer sentido juntxs, dice que la prohibición del aborto es “una violencia estatal contra las mujeres, es la peor de todas las formas de violación del cuerpo femenino. Obligar un cuerpo a llevar adentro lo que no quiere llevar a dentro, es igual, idéntico, a una violación, pero la peor de todas, porque es una violación de Estado”. Y añade: “mientras más frágil, debilitado un Estado, más se dedica a ver si puede contra una pancita, ¡¡por favor!!”, en una analogía llamativa con el estado de la masculinidad y su mandato de violencia que describía minutos antes. La prohibición del aborto es una violación y necesita, para volver a establecerse contra vientos y mareas, banalizar la violación como práctica posible, como gesto instaurador repetidamente de un orden patriarcal que pretenden preservar. El Estado viola a esas mujeres forzándolas a seguir con un embarazo no deseado, ocupando sus vientres para la reproducción. En el Estado como en la casa, es la banalización de la violación lo que está en juego.

Instagram Yamil Martinez

 

Las imágenes de un senado “Jurrasic Parc” del 8A tampoco se equivocan: lxs senadorxs gobernando atrasan siglos. Llegan tarde para meterse entre nosotrxs y para que la violación pase desapercibida. Esa evidencia ensancha nuestras maneras de vivir, a la vez que el desfase de tiempo aplasta nuestras vidas. Vivimos en este atropellamiento de temporalidades, se vuelve insoportable la era de los dinosaurios que parecen que nunca van a desaparecer. Y a la vez todo ya cambió, la época tiene otros aires, y muchas cosas que parecían imposibles cambiaron para siempre. Se escucha en las cocinas, en los bares, en las reuniones, en los pasillos: “Con todo lo que pasa en estos días”, “en esta nueva era”, o también “ahora que no se puede decir nada” (¡qué poca imaginación si no se puede decir nada una vez que sacamos los insultos e injurias!, diría Paula Arrieta…). No hay ya ninguna asamblea en las universidades tomadas del centro o del conurbano, ninguna clase, ningún taller en secundarios, ninguna presentación de libro que no estén atravesados por otros modos de tomar y distribuir la palabra. Los tiempos atropellados exigen pensar de otras maneras y como otras maneras de vivir. También reconociendo la parte irreconocible y no del todo victoriosa en estas discronías, no por eso menos políticas.

“Estoy en mi sexto año de secundaria, en el Pellegrini, y vi pasar en 2014 a una comisión de género que planteaba cosas que sonaban desmedidas y hoy conforman nuestro sentido común” dice Ofelia Fernández[3]. Lo que parecía desmesura es ahora la des-medida que acompasa nuestros pasos y el hybris de nuestro fuego común donde hacemos arder nuestros miedos[4]. “Si nos quieren sumisas, llegaron tarde, nos les queda otra que escucharnos” refuerza Ofelia. No toleramos más que “lleguen tarde” y opinen sobre nuestras vidas desde una posición atrasada, porque todo está cambiando. Y la desmedida de nuestro tiempo es también lo que vuelve sus intensidades irreconocibles, y el momento desquiciante.

La ola lo mueve todo, y a lo lejos sigue la montaña, figura del poder imperial. Conviven en espacios y temporalidades diferentes, y nos encontramos, más que nunca, acuerpándonos, entre dolores y fiestas. Bancar el desquicio, aprendiendo que esos cuerpos que nos hacemos, nuestros abrazos no son solo victoriosos, los modos de habitar no alimentan las figuras heroicas de la omnipotencia, tan propias de figuras machistas, que destejemos día a día. Que se caiga el patriarcado es también tejer otras sensibilidades, gestos, miradas, posiciones, tomas de palabras y silencios de escucha. Sabemos llorar y reír a la vez. Ya en la noche del 13J gritábamos alrededor de un fuego “¿Y el miedo? ¡Que arda!”. No que no andemos ya nunca sin miedo, todopoderosas, sino que encontramos aquelarres para calentarnos la piel con las llamas de nuestros miedos que se van en humo.

Y son esas experiencias de hacer arder miedos lo que nos reúne. Porque nuestros cuerpos y nuestras vidas no son objetos categorizables, tanto de pensamiento como de legislación. Son lo que vamos trazando, ensanchando y concentrando maneras de vivir, en estos tiempos atropellados. Y si las palabras importan, no es en tanto policía del buen decir, sino en adecuarlas, ralentarlas, acelerarlas, a las experiencias en curso. Aquí me acuerdo de la importancia de la intervención de Francisco Fernández a días del debate en la Cámara de Diputados en su página Facebook el 7 de junio (copiado del muro de Mauro Cabral Grinspan): “En el debate sobre transmasculinidades y/o maricas/bisexuales en luchas feministas como la del aborto, me alarma que nos hayamos terminado desplazando desde un debate en términos de movimientos políticos hacia un debate sobre los cuerpos individuales. Obviamente los cuerpos importan, porque no existe una política des-corporizada, pero a lo que voy es esto: para mí, la participación trans en el debate no solo es importante porque podamos gestar, sino porque el movimiento trans siempre tuvo mucho que decir sobre la autonomía corporal y los derechos reproductivos. Y la relevancia de la participación de maricas y bisexuales en estas disputas está en que el movimiento bi y marica históricamente lucha por los derechos sexuales o, más aún, por la liberación sexual. Justamente es por eso que los movimientos LGB, T y feministas vienen teniendo articulaciones, con sus idas y vueltas y exclusiones, desde hace dos o tres décadas en este país –incluyendo en torno al aborto– aun si esas alianzas se vienen invisibilizando últimamente. Personalmente, como tipo trans prefiero pensar que puedo articular con el feminismo desde ese lado: no por tal o cual sufrimiento y exclusión que puedo compartir o no con las mujeres, sino porque pertenezco a un movimiento político potente, con una historia de varias décadas, que tiene muchas ideas y argumentos para contribuir a ese horizonte compartido de la liberación sexual, de género y (no) reproductiva. No quiero que nos mencionen caritativamente en sus discursos (ni que nos ‘den’ un artículo de una ley, como se ha dicho): quiero que nos reconozcan como sujeto político”.

Así, también vamos aprendiendo de lo político como puja, como sedimentación, decanto, tiempos de tejer experiencias entre luchas vitales, que relacionan de otras maneras nuestras pieles, ensanchan/concentran nuestros territorios vitales muchas veces desquiciados en esta discronía, y transforman modos de hablar, es decir, de escuchar.

[1] “Les mots sont importants”: http://lmsi.net/

[2] https://www.facebook.com/brunoariaspagina/videos/con-rita-segato-desde-tilcara-entrevistapalabras-para-compartir-sobre-todo-para-/10156542255676703/

[3] http://lobosuelto.com/?p=20010

[4] “¿y el miedo? ¡Qué arda!” retomo aquí lo que está allí entero:

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