Úrsula Ochoa*
“Colombia tiene la perversión de creer que lo grave no es matar, sino que se diga”.
Fernando Vallejo.
Cuando me propusieron escribir sobre la tercera edición de esta publicación, una edición dedicada a Colombia, me tomé unos días para pensarlo. En primer lugar, porque la escritura sobre temas de carácter político e ideológico me ha causado, francamente, algo de tedio; y, segundo, porque vivo en un país que más allá de la belleza casi sublime que tiene nuestro paisaje con sus ríos, flora y fauna, es un país que está podrido hasta la médula como consecuencia de la corrupción que ha imperado y que impera en todos sus gobiernos. Quizás con algo de fundamento me atrevo a señalar en mi defensa, que ese dejar de lado todo tema sobre política, también se correspondía a tener una posición política per se. Sin embargo, por el peso mismo que me hace ser una ciudadana “paisa”, nacida nada menos que en Medellín, el lugar de origen de los dos patrones más sanguinarios y corruptos del país, el mal colombiano Pablo Escobar y el “gran” colombiano Álvaro Uribe, se me ha vuelto casi imposible no vivir en mi propia carne muchos de los terrores y las injusticias que este país ha padecido gracias a estos y otros infames personajes. Así las cosas y para sumarle razones a mi descontento, nací justo en un municipio donde la violencia arrasa más vidas que esta llamada pandemia que estamos resistiendo a nivel mundial, pero con un nombre que no hace honor a sus desgracias. Vivo en el municipio de “Bello”, y quiera o no, esa malograda realidad me trastoca.
Por una parte, esto me ha recordado la pregunta de Tino López: ¿De qué nos ha servido este relato, si no es únicamente para crear una callosidad en el espíritu que nos ha hecho indiferentes e incólumes frente al dolor y la tragedia? Quizás y con razón, conforme con el nombre que le han dado a la actual entrega de la revista, Colombia, un país donde la gente siempre intenta estar alegre, el país que tiene un carnaval distinto prácticamente cada mes, bautizado como uno de los países más felices del mundo, es un caldo de cultivo para toda clase de políticos carroñeros y alimañas corrompidas que se encuentran ocupando los cargos más altos del poder.
Sobre lo anterior, supongo que debería dejar de lado todas estas lamentaciones y sacar a flote nuestro potencial cultural, como bien se hizo en textos como Yo me llamo Cumbia o the white man´s Cumbia. Sin embargo, justo en estos momentos de nuestra historia, cuando aún tenemos “el hábito pernicioso de no llamar las cosas por su nombre”, tal y como lo señala Oscar Estévez en su texto, voy a dejar de lado todo lo bueno y bello que hay en este país; nuestra polifacética cultura con sus fiestas, carnavales, gastronomía, la calidez de algunas personas en ciertas ciudades, el perrenque [1] que tiene la gente que cada día intenta sobrevivir con sus pequeñas ventas deambulantes, para desahogar un tanto más la impotencia que me genera presenciar toda clase de injusticias, atropellos contra el pueblo, engaños, hipocresías por parte de los medio de comunicación que responden a intereses deshonestos, robo y desempleo, hambre, angustia y desesperación, sumado a todos los asesinatos a líderes sociales que desde que comenzó el actual gobierno del supuesto presidente Iván Duque, no cesan ni de día ni de noche, y como ciudadana no poder hacer nada. Colombia es un país colapsado, estamos en el borde y ni siquiera parece el borde de un abismo, es algo mucho peor. Colombia ya no se llama Cumbia, ahora se llama “Horror”.
“Esa mezcla, el colombiano, salvajemente ha sabido hacer con lo que le ha tocado y ha hecho de la violencia en su historia canto, canción y baile”.
Pa, pa, paz pide la gente/
Pa, pa, paz pide la gente
Las escopetas, también dicen.
Verny Varela, Exilio.
Así comenzaba su artículo Alexander Cruz, y es que el derramamiento de sangre es inminente; las escopetas son las que más está hablando a pesar de que el acuerdo de paz fue firmado con las Farc en el año 2016 prometiendo aminorar los estragos de violencia; sin embargo, al gobierno actual del intento de presidente Iván Duque, no parece importarle la sangre inocente, como tampoco le importó a su patrón, el delincuente a voces, el expresidente, exalcalde, exsenador y ahora presidiario Álvaro Uribe, quien en su cinismo ilustrado se ufanó en su momento de vociferar que la “seguridad” había vuelto a levantar los ánimos de nuestra nación. Una seguridad que se basó en matar a campesinos inocentes mal llamados guerrilleros, con el fin de subir sus cifras para mostrar unos infames resultados.
“Después del acuerdo de paz, el 52% de los líderes sociales fueron asesinados en este Gobierno” [2] . En la actualidad, las autoridades locales y oenegés han alertado sobre un deterioro de la seguridad y los crímenes ocurridos, muchos de ellos rodeados de impunidad y silencio. “Volvió el horror: 43 masacres en Colombia en lo que va de 2020”, es el titular de una reciente nota para el periódico El Espectador, [3] en siete meses y medio ya se contabilizan 181 víctimas mortales por cuenta de estos crímenes. El 72% ocurrió en los cinco departamentos que presentan el mayor número de asesinatos de líderes sociales, entre ellos Nariño, Cauca y Antioquia.
Los mercados de la corrupción:
Como bien lo señaló Fernando Carreño en su artículo, gran parte de las atrocidades que hemos padecido se debe a lo que el señaló como “La cultura del vivo”, que no es otra cosa que ser una persona ventajosa “es decir, aplicar una astucia sin escrúpulos; ser el ejemplo vivo de aquel principio maquiavélico de “el fin justifica los medios”. Por su parte, Carreño hacía un llamado a la revisión de los valores individuales en cada colombiano como una forma de entender por qué desde la infancia, pretendemos obtener ventaja de todo y de todos. En el terreno de los manejos de dineros por parte de los políticos colombianos, hacerse los vivos es lo que ha determinado un camino lleno robo, soborno y miseria para los habitantes de cada rincón del país. Así las cosas, como si fuera poco el colapso nacional que estamos viviendo por los ríos de sangre en los que estamos ahogándonos, durante la pandemia, los buitres carroñeros no han dejado pasar la oportunidad de lucrarse a costa de las supuestas ayudas que se han debido brindar a las poblaciones más vulnerables. El 8 de abril la Contraloría General de la República, alertó sobre presuntos sobrecostos en mercados que hacían parte de ayudas humanitarias para las poblaciones más vulnerables y en la compra de elementos de protección. Luego de revisar 5.198 contratos públicos en todo el país, la Contraloría halló, por ejemplo, que diferentes alcaldías pagaron de más por ciertos alimentos. “También encontraron que en Ocaña (Norte de Santander), Medellín, Mapiripán (Meta) y Mitú (Vaupés) incurrieron en sobrecostos al momento de comprar gel antibacterial. Y en Yopal (Casanare) se halló un pago de más en camillas hospitalarias. La corrupción no se confina ni en una emergencia como la del Covid-19”, narraba la noticia publicada en la plataforma informativa Pacifista el 1 de mayo. Como bien lo mencionó Carreño: “Es como si muchos de los colombianos tuviéramos una mentalidad de ladrón que refleja las intenciones de todo aquel que nos rodea”.
De las alcaldías de Guaduas, Sincelejo, Malambo, Coveñas, Acacias, Barrancabermeja, Ocaña, Medellín, Mapiripán, Mitú y Yopal por mencionar algunos, se reportaron sobrecostos de cifras escandalosas; EL TIEMPO logró establecer que fue capturado el alcalde de Guaduas en Cundinamarca, a quien le habían abierto una indagación por un contrato firmado el 27 de marzo, por 310 millones de pesos. De acuerdo con las investigaciones, el contrato tendría un sobrecosto del 60,31 por ciento; las ayudas como mercados y productos de aseo fueron presentadas por un valor de 108.894 pesos, pero la Procuraduría verificó los valores y el costo real sería de 67.928 pesos; es decir que hubo un sobrecosto de 40.966 pesos. En Tocancipá, un pueblo cundinamarqués cercano a Bogotá, se halló un posible sobrecosto del 99 por ciento en los mercados que compró la Alcaldía.
***
Para ser bastante franca, no puedo estar muy segura sobre si las palabras escritas aquí puedan cumplir con el cometido de mi encomienda; de lo que sí puedo apersonarme, es de que no he podido hacerme “de la vista gorda” [4] frente a las brutalidades que está padeciendo mi país por causa de unos pocos y con el permiso de muchos otros. Finalizaré entonces estas palabras con el epígrafe del texto de Tino López:
“Existen muchas maneras de pensarnos e identificarnos como sociedades e individuos, cada quien puede elegir el relato que a su juicio es el más coherente para su tiempo”.
Referencias
[1] La palabra perrenque hace parte de la etimología popular y es utilizada en algunas regiones de Colombia para designar fuerza, energía, valor, calidad y esfuerzo.
[2] https://www.elespectador.com/colombia2020/pais/despues-del-acuerdo-de-paz-el-52-de-los-lideres-sociales-fueron-asesinados-en-este-gobierno/
[3] https://www.elespectador.com/colombia2020/pais/volvio-el-horror-43-masacres-en-colombia-en-lo-que-va-de-2020/
[4] Expresión que suele utilizarse para referirse a aquel que finge no ver algo que está pasando justo frente sus ojos, con el fin de evadir responsabilidades o no hacerse cargo.
*Medellín, 1987. Maestra en Artes Plásticas. Candidata a Magíster en Estética de la Universidad Nacional de Colombia; se desempeñó como crítica de arte en el periódico El Mundo y actualmente escribe para diferentes revistas y medios de arte y cultura.
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