Ni exóticas, ni niñas, ni dóciles. Una experiencia de tránsito hacia la (auto)representatividad política de mujeres inmigrantes en la ciudad de São Paulo

Colectivo Feminista de Argentinxs en São Paulo
Fotografía: Gentileza de Brigada de Arte y Propaganda – Coordinadora Feminista 8M

En junio de 2018, a raíz de la proximidad de la votación de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo en Argentina, un grupo de mujeres inmigrantes argentinas comenzamos a nuclearnos en la ciudad de São Paulo para dar apoyo a la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito. Pero conforme el tiempo fue pasando, aquello que se había originado como una forma de acompañar ese momento histórico en nuestra tierra matria, fue convirtiéndose poco a poco en un potente núcleo de lucha, diálogo, acciones y articulación con otros colectivos, partidos y agrupaciones de mujeres de Brasil, el país donde vivimos. Durante ese proceso, participamos de diversas asambleas, manifestaciones y escraches, incluyendo la organización del Pañuelazo Internacional en São Paulo llamado por la Campaña, que interrumpió el tránsito de la Avenida Paulista frente al Consulado Argentino durante varias horas y culminó en una populosa marcha hasta la Praça Roosevelt. Fue también durante esas primeras e intensas semanas de pintadas de pancartas, mensajes de whatsapp y discusiones en portuñol que fuimos deviniendo un Colectivo. Y a la hora de elegir un nombre, sin dudas y por unanimidad, la palabra (y la práctica) Feminista no podían faltar.

No pasó mucho tiempo hasta que los intercambios sobre nuestras primeras impresiones acerca de reconocerse feminista en Brasil comenzaron a coincidir. En el lugar de donde venimos (no solo geográfico, sino también político), percibíamos al feminismo como un movimiento que había conseguido afectar transversalmente (o al menos, comenzar a hacerlo) las viejas lógicas partidarias que asocian dirigencia política con práctica patriarcal. Que había empezado a escuchar en vez de hablar cada vez más fuerte para imponer un argumento, que había empezado a mirar a los ojos antes que ignorar el reclamo de una compañera que no representara los intereses de su sector. Que había empezado a reconocerse en plural para poder distinguir unificado de unitario.

En Brasil, les inmigrantes no tenemos derecho a votar, es decir, no tenemos ninguna incidencia sobre la elección de lxs mandatarixs que nos gobiernen, sin importar la cantidad de años de residencia que tengamos, y que vivamos, estudiemos, trabajemos y/o aportemos económica, cultural y provisionalmente al país. Muchas veces, nuestros derechos laborales se ven vulnerados, ya sea por el empleo en trabajos no regularizados, en condiciones precarias y con menor salario que el de unx colega brasileñx. En muchos casos, la falta de acceso a información, los complejos, costosos y burocráticos procesos para obtener la documentación migratoria y la lengua como barrera, se combinan en un peligroso cóctel que solo consigue aligerarse gracias a la creación y al sostenimiento de redes afectivas, económicas y culturales con otres compañeres inmigrantes, o con personas sensibles a estas cuestiones.

¿Cómo se concibe, en este escenario, los posibles lugares de participación política de una mujer inmigrante? ¿Cuáles sus posibilidades reales de acción? Durante las reuniones organizativas del acto del 8M 2019 en São Paulo (no alineado con el llamado internacional pues no convocó a un paro de mujeres) fue tornándose cada vez más clara para nosotras la imperiosa necesidad de usar nuestras voces, de decir con nuestras palabras (aunque sean en portuñol). Incluso en muchos espacios que se autodefinen feministas y sororos, tenemos aún un gran camino por delante a la hora de pensar en la cuestión de la representatividad. Para las mujeres inmigrantes, ni siquiera estos espacios están libres de la exotización, como cuando nos recordaron que hay «algunos grupos de mujeres inmigrantes que siempre participan en las marchas con sus músicas y sus ropas». O de la infantilización, como cuando a cada cuestionamiento hacia la existencia de prácticas patriarcales o de una reinante desorganización, éramos acalladas con un cálido “lo que pasa es que ustedes no entienden cómo es acá”. O de la condescendencia, como cuando al señalamiento de la poca presencia de mujeres inmigrantes recibíamos un “nosotras no tenemos la culpa si son ustedes las que no se organizan y vienen a las reuniones”.

Si el feminismo se trata de crear un mundo más igualitario, ¿no deberíamos primero sincerar a quiénes incluimos en ese mundo? Y sobre todo, ¿quiénes y con qué criterios lo deciden? No solo las inmigrantes fuimos pocas. También las refugiadas, las apátridas, las lesbianas, les trans, les travestis, les no binaries, les trabajadores sexuales, les migrantes forzades, les pobres, les indígenas y las negras, las presas, las “locas”, las institucionalizadas. Cada vez que preguntábamos por elles, la respuesta era (parecía ser) muy simple: “yo trabajo con mujeres de la periferia y ellas no pueden venir, pero yo les transmito todo lo que hablamos”; “en nuestro partido hay muchas travestis y trans que se sienten representadas y que están de acuerdo con todo lo que decidimos, aunque no puedan estar en las reuniones”; “las indígenas del Pico Jaraguá viven allá leeeejos y no bajan mucho a la ciudad, pero contamos con el apoyo de ellas para la marcha”.

La realidad, queridas compañeras de lucha, es que no necesitamos que nos representen. Ni que nos cuenten lo que dijeron, ni que hablen por nosotras. No en nuestro nombre. Lo que realmente queremos es que ese mundo igualitario empiece en nuestras reuniones, se refleje en nuestras convocatorias, se materialice en nuestra escucha, en nuestros diálogos y en toda la capacidad de empatía que podamos crear. Si estas mujeres, lesbianas, trans, travestis, no binaries no están ahí, es posible que sea porque nadie haya intentado comunicarse con elles. Si les trabajadores sexuales, les migrantes forzades, les pobres, les indígenas y las negras no están ahí, tal vez sea porque los horarios de las reuniones, en días de semana y al final del día, sean los horarios en que elles están aún trabajando, o cuando se inicia el retorno a sus casas (que en la ciudad de São Paulo, en muchos casos, puede durar hasta más de dos horas). Si las presas, las “locas”, las mujeres institucionalizadas no están ahí, posiblemente sea porque a nadie se le ocurrió pensar en cambiar el lugar de una reunión para que ellas puedan asistir. Si todo ese inmenso, heterogéneo y diverso grupo de personas no está ahí, podemos también pensar que se deba a que los espacios que creamos no son contenedores para todas las formas de ser, de estar y de comunicarse, en donde gritar, insultarse y desvalorizarse no sean parte de una estrategia política, sino lisa y llanamente, formas de intimidación, dominación y maniobras violentas.

Por supuesto, precisamos también en todo este proceso revisar la propia noción de inmigrante, sobre todo cuando se busca que nos defina de manera identitaria. Primeramente, porque no es lo mismo ser inmigrante de un país rico que de un país pobre. Ser blanca, marrón o negra puede marcar muchas diferencias, al igual que tener o no tener dinero. No es lo mismo ser católica, musulmana o agnóstica, ni tampoco ser cis o transgénero. Pero también porque esa misma noción de inmigrante presupone la adecuación a unas fronteras que no son las nuestras, sino que fueron diseñadas por algunes para administrar mejor sus poderes, en un cuestionable proceso que se remonta al genocidio indígena ocurrido en el territorio de Abya Yala durante la colonización, y que subsiste en los nuevos procesos neoliberales que atentan contra y desconocen la existencia, la soberanía, la autonomía y los derechos de los pueblos originarios, y de les que hoy habitamos los territorios en disputa. Que los tiempos que corren son difíciles es una frase hecha, pero no por eso menos acertada. En el territorio de Abya Yala, los problemas se parecen, por no decir que, en muchos casos, son los mismos. Los sistemas y las metodologías de opresión, las poblaciones atacadas y las medidas políticas, económicas y sociales implementadas con miras a retirar derechos básicos ya adquiridos se esparcen por nuestra región, como si se tratara de una mala remake. Sin embargo, en ese desesperanzador escenario, vislumbramos nuestra potencia como mujeres inmigrantes: tender puentes, tejer redes, abrir canales entre nuestros países, pues es en el tránsito que toda migración supone que nos reconocemos plurales. Porque cambiar de casa, de país y de lengua no es solo un estado de la burocracia, sino sobre todo la proyección de una existencia que sabe que ya no precisa conformarse con límites preestablecidos, que se afana en el ejercicio de una libertad desconocida. Y que para nosotras, mujeres inmigrantes en Brasil, no deja de esperar impaciente el abrazo de otre feminista que (así, como distraídamente, escuchando nuestras palabras antes que nuestro acento) se olvide una vez de preguntarnos de dónde somos.

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(1) Así también, la manifestación fue convocada citando el nombre del actual presidente –Bolsonaro–, en lugar de insistir en reivindicaciones ligadas al movimiento feminista transnacional: aborto legal, fin de la trata de mujeres, ley de feminicidios, ni una muerta más, etc.

(2) Nos lo decían como si no lo supiéramos ya, como si no las conociéramos, como si esas mujeres no fuésemos algunas de las mismas que estábamos en esa reunión…

(3) Como vienen señalando las compañeras de la Comisión Plurinacional del 34 Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Trans, Travestis y No Binaries en Territorio Querandí.

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