Mujeres. Memorias. Resistencias y la subversión al silencio

Beatriz Yudich Barra Ortiz. Antropóloga social feminista. Integrante del área Artes, géneros y feminismos de Amaranta ONG y del Museo de las Mujeres Chile de Concepción.

*Fotografías de  Noe Toledo.

Una propuesta teatral intergeneracional y una puesta en escena con sus protagonistas

Hace casi un mes, un día después del masivo 8M, alrededor de las 20.00 horas, se estrenó la obra de la colectiva de ex prisioneras políticas, Urdiendo Memorias y Colectiva Vamp, “Mujeres. Memorias. Resistencias”, en el excentro de detención y tortura “El Morro”, ubicado en Talcahuano.

Días posteriores al estreno, leí en el periódico local Resumen una nota de la periodista cultural, Paulina Barrenechea, en la que entrevistaba a la directora del montaje y pedagoga teatral, Andrea Robinson, quien señalaba “Las protagonistas no son actrices, por lo que ocupamos distintas herramientas del teatro documental, del teatro testimonial y el teatro de las oprimidas. Es un trabajo feminista y ha sido un placer estar acá y un aprendizaje mutuo. Todas las mujeres deben ver esta pieza teatral para no naturalizar acciones violentas hacia nosotras mismas”[1].

Imagino que la mayoría de las personas que asistimos ese día teníamos la idea de que presenciaríamos una pieza teatral, en la que las protagonistas también eran las protagonistas de una de las historias de la dictadura menos conocidas por la sociedad – incluso, tristemente, por un importante sector del movimiento de mujeres y feminista-: la de aquellas ex prisioneras políticas que se organizaron y militaron por un mundo distinto entre los 60´, 70´ y 80´ y su experiencia con la violencia y tortura sexual.

La transgresión del género, la militancia y la violencia política sexual

Este tipo de violencia contra las mujeres, en contexto represivo, se conoce como violencia política sexual.

La historiadora feminista Francia Jamett (2012)[2] explica que esta violencia aún no está tipificada, por tanto, no es reconocida como delito para la legislación chilena. De este modo, fue un instrumento de terrorismo de estado usado contra las mujeres militantes y revolucionarias. La abogada Camila Maturana (2014) sostiene que su práctica “es utilizada para humillar al adversario. Es un mensaje de mutilación y castración del enemigo, una batalla de hombres que se libra en el cuerpo de las mujeres. La violación es utilizada por ambos bandos como un acto simbólico, es utilizada para desmoralizar al otro y, en muchas ocasiones, institucionalizada por medio de la prostitución forzada y la esclavitud sexual en manos de militares”[3].

En ese sentido, la feminista del colectivo “Mujeres sobrevivientes, siempre resistentes”, Beatriz Bataszew (2015), señala que las mujeres que vivieron estas torturas sexuales representaban con su ideario y acción “una doble transgresión. Por un lado, cuestionaban los valores sociales y políticos tradicionales y, por otro, rompían con las normas que regían la condición femenina que las circunscribían al ámbito de lo privado/doméstico”[4].

Por tanto, la rebeldía de estas mujeres evidenció las relaciones de géneros de la sociedad heteropatriarcal, lo que significó que los militares y represores emprendieran todo su odio y violencia contra sus cuerpos y sus vidas. Tal como lo plantean Bunster y Taylor “los cuerpos de las mujeres – sus vaginas, sus úteros, sus senos – ligados a la identidad femenina como objeto sexual, como esposas y como madres, eran claro objeto de tortura sexual”[5].

De este modo, Mildred Cáceres y Gloria Avilés (2017), del área de comunicaciones del Centro Cultural Por la Memoria La Monche, reflexionan y plantean que la violencia política sexual “se constituyó como una práctica permanente y legitimada por la dictadura militar, es decir, en una política en contra de las mujeres institucionalizada como estrategia disciplinante y de control hacia las mujeres que no adscriben a su modelo dictatorial y machista”[6]. Esta violencia perdura detrás de los muros del silencio y la intimidad de las exprisioneras básicamente por lo poco que se ha escrito sobre ella y, además, por los escasos testimonios que existen, aunque sobrevivientes y resistentes son muchísimas, incluso un número considerable de ellas participa activamente en el movimiento de mujeres y feminista actual, lo que muestra el continuum y las transformaciones de sus trayectorias políticas.

Los imaginarios y relatos de las protagonistas: una mirada contra el olvido desde las prácticas artísticas

El montaje fue preparado por un grupo de mujeres ex presas políticas de la dictadura, hermanadas horizontalmente con mujeres artistas jóvenes, quienes confluyeron en la creación de una dramaturgia y puesta en escena colectiva, la que, desde mi perspectiva como feminista, no solo visibilizó y denunció la violencia política sexual que vivieron las mujeres revolucionarias del Gran Concepción, sino que también presentó, mediante una propuesta estética y poética, una problematización y reflexión en torno a los imaginarios y proyectos de vida de las mujeres que promovió la cultura militante de izquierda y revolucionaria de la Unidad Popular  (UP) [7].

El montaje relata, desde el lenguaje documental y testimonial, la vida militante que tenían siendo niñas, jóvenes y adultas. De algún modo, conocimos fragmentos de los tipos de roles que realizaban en su práctica política, los intereses y preocupaciones de historia social, y los proyectos políticos que tenían en los contextos revolucionarios y contrarrevolucionarios. Estos estaban estrechamente relacionados con aquellos perfiles y acciones que fortalecían los tejidos sociales y de cuidados de las diversas comunidades estudiantiles, sindicales y poblacionales donde se desarrollaba, en clave leninista, la inserción orgánica de estas luchadoras y sus pares, previa y durante la dictadura.

La dramaturgia se configuró a partir de textos vivos orquestados por las múltiples voces que narraban desde lo individual a lo colectivo y hasta generacional. Mediante el cruce de los testimonios, los archivos y los repertorios de sus protagonistas, desde una óptica que sustituye a la de la historiografía política tradicional por una enfocada en la vivencia cotidiana militante entre mujeres, se articuló una representación artística y política con sentidos de protesta y desacato contra las miradas que señalan que las mujeres opositoras y políticas no tuvieron una historia propia al interior de la historia social reciente.  

A pesar de que el hilo conductor del montaje retrata linealmente una de las experiencias más horrorosas, dolorosas y traumáticas que puede vivir una revolucionaria de izquierda, fue posible observar imágenes y saberes que expresaron otro de los sentidos que, personalmente, más me conmovieron: el entrelazamiento de la experiencia histórica con la actual lucha de las mujeres. Esto lo interpreté como una honesta invitación a realizar un ejercicio de comprensión de cómo estas mujeres han reconstruido sus biografías como sujetas políticas y cómo se reconocen en torno a la transformación de este sistema neoliberal y patriarcal -modelo político, económico y cultural autoritario, como permanentemente lo mencionaron- que nunca cayó y cuyos crímenes de lesa humanidad continúan impunes. 

En ese sentido, la obra nos propone un abanico de posibilidades para conocer cómo estas militantes vivieron el dolor y trataron el trauma, además de exponer la posición política actualizada a la que adscriben al día de hoy; posición que rompe con la idea de la víctima y la sustituye por la de subversivas y resistentes, legitimando experiencias e imaginarios como una versión con lógica feminista que recupera y resguarda las memorias de la dictadura en Chile -en especial las del Gran Concepción- desde una vereda disidente a las hegemónicas.

La construcción artística y política intergeneracional de esta pieza se vincula con las propuestas contemporáneas del trabajo creativo con la memoria y su relación con las prácticas artísticas que promueven artistas y gestores (as) culturales comprometidos (as) con los problemas sociales. La representación artística, en este contexto, no se centra en la reflexión que hicieron las (os) artistas formados en academias, institutos y universidades sobre la memoria, sino en la búsqueda e investigación, teórica y creativa, surgida desde el trabajo conjunto con el colectivo de afectadas por la violencia política y represión para dar voz integral a la amplificación de la denuncia y resistencia.

El uso de metodologías colaborativas y las coautorías de las obras hablan de prácticas artísticas que pueden inscribirse en las expresiones del arte comunitario, contextual, relacional o, directamente, arte feminista, aunque, por ahora, no me atrevería a identificarla con determinadas prácticas artísticas que involucran, sin jerarquías de por medio, la participación de artistas y comunidad en un intento de transformación social a través del arte, sin embargo, sería interesante conocer las visiones de sus autoras. A través de la utilización de las prácticas artísticas como un dispositivo discursivo de lugares y simbolismos de memorias y como estrategia alternativa cargada de emotividad, rabia, valentía, ira, silencio, vergüenza e intimidad, su interacción construye un espacio común que nos permite conocer estos hechos del pasado de una manera disidente y, de este modo, nos estimuló a pensar en el presente y en la urgencia de construir proyecciones del futuro en las que, mediante la organización, se eviten estos horrorosos crímenes.

Otro elemento esencial que me remeció de la puesta en escena fue la centralidad que le otorgaron a las corporalidades, siendo el cuerpo –y en este caso la venda roja- un instrumento declarativo de denuncia, el que comunicó un saber social y una memoria compartida: esto es el performance (Lucero, 2014)[8].  Sus cuerpos transmitieron la vida, lo cotidiano, las estrategias de comunicación entre mujeres en distintos momentos históricos.

Estas denuncias, surgidas desde una poética cotidiana, pueden conducir la reparación social para las ex prisioneras políticas por múltiples caminos, tales como el legal, a través del reconocimiento de la violencia política sexual como un crimen de lesa de humanidad; el político, que se desarrollaría mediante la promoción de la necesidad de la organización bajo la propuesta política y mapa de acción del feminismo; y el social, que robustecería los lazos solidarios de affidamiento, amistad política o acuerpamiento entre mujeres rebeldes para derribar a los explotadores, opresores y depredadores.

La memoria es subjetividad y experiencia colectiva, y su instalación en el espacio público contribuye a la compresión de los modos de sentir y los proyectos de vida negados por las políticas de memoria, cuyos sesgos patriarcales son denunciados por las mujeres que participaron activamente de los procesos revolucionarios y de las resistencias contra los represores. Por lo tanto, la puesta en escena tributa al agenciamiento de la figura de mujeres combativas, autónomas, contestarias y resistentes, por lo que sus aportes se inscribirán en la repisa de las narrativas que disputaron, desde concepciones feministas, las políticas sobre memoria y reparación de las víctimas de Derechos Humanos y que orientarán la formación de una opinión pública contraria a la oficial, ligada al discurso del Estado y con matices a la neutralidad de los hechos de tortura que han sostenido un sector de agrupaciones que luchan por verdad y justicia en el país.  

Así, el encuentro y los disensos de perspectivas y herramientas del teatro documental, del teatro testimonial y el teatro de las oprimidas, configuraron nuevas lecturas a partir de poéticas y estéticas como alternativas a las ideas hegemónicas sobre tortura en dictadura, las que deben tener una impronta de la visualización de la relación con ser y habitar mujer, el devenir femenino o el no responder a una identidad heteronormada. Por eso, la obra invita a explorar con lenguajes sugerentes la diversidad de sentidos que abren y no se subordinan a los paradigmas histórico-tradicionales que terminan en la momificación del pasado[9].

Otro de los elementos que me emocionó fue el lugar escogido. La reapropiación de un sitio de memoria como El Morro -que no es una mera casualidad ni tampoco un accidente- responde a una decisión política que se ajusta a los esfuerzos de prácticas artísticas comprometidas con la generación de procesos de resignificación y reactualización de las voces de las mujeres sobrevivientes de la violencia política sexual, lo que contribuye a una mayor visibilidad frente al silenciamiento de estas prácticas de horror y la reposición de la resistencia a través de la trasmisión del saber.

Esta decisión es clave para el desarrollo de procesos de memorialización[10] en escenarios de represión y violencia política, con todas las particularidades que ello involucra, desde una ruptura y desvinculación con las políticas públicas, el estado capitalista y heteropatriarcal y su aparataje.  La obra, desde mi punto de vista, actúa como recurso simbólico –que es una de las bases de la memoria- que articula un núcleo de identidades colectivas de las mujeres luchadoras y militantes de las izquierdas en tiempos de dictadura. De ese modo, este trabajo colectivo se convierte en una invitación a la reescritura de una historia que había permanecido en la intimidad y también a validar un espacio colectivo propicio para que las exprisioneras relaten lo sucedido y señalen, desde la reflexividad grupal y sus actuales trayectorias, cómo deseaban y sueñan hoy que sea la reconstrucción de sus identidades militantes. Mujeres. Memorias. Resistencias nos orientó, a las diversas generaciones que asistimos a la jornada, a reconocer que la organización de las mujeres fue y es una de las distintas alternativas de saberes y experiencias históricas que, con su potencia ideológica y de acción, puede contribuir a destruir todo dejo de violencia política, social y patriarcal.

Ficha artística

Dirección: Andrea Robinson González

Asistente de Dirección: Allisson Contreras Venegas

Intérpretes: María Teresa Díaz Ancaten, Lucy Domínguez Domínguez, Ester Hernández Cid, Rosario Novoa Arriagada, Ernestina Saldías Gutiérrez y Marianella Ubilla Gallegos

Iluminación y asistencia técnica: Constanza Lagos Alarcón, Allisson Contreras Venegas, Marta Fernández Puentes.

Diseño escenográfico: Darling Andia Almendra, Mildred Cáceres Salazar.

Dirección Musical: María Luisa Pávez Cerezzo, Lynda Muñoz Sanhueza, Francisca Vásquez Cerna.

Fotografía y audiovisual: Valentina Durán Cid y Rayen Barriga Parra.

Producción: Constanza Lagos Alarcón, Ester Hernández Cid

Comunicaciones: Paulina Barrenechea Vergara


[1]  Véase en <https://resumen.cl/articulos/teatro-mujeres-memorias-resistencias-se-presenta-con-gran-concurrencia-de-publico-en-el-morro-de-talcahuano>

[2] Véase en artículo “Violencia política sexual: crimen de lesa humanidad” de Beatriz Bataszew en <http://www.nomasviolenciacontramujeres.cl/wp-content/uploads/2015/11/El-continuo-de-violencia-hacia-las-mujeres.pdf>

[3] Véase en <http://villagrimaldi.cl/noticias/la-violencia-sexual-politica-sobrepasa-a-las-victimas-directas-es-un-espejo-del-terror-utilizado-para-amedrentar-y-someter-a-la-ciudadania/>

[4]  Véase en artículo “Violencia política sexual: crimen de lesa humanidad” de Beatriz Bataszew en <http://www.nomasviolenciacontramujeres.cl/wp-content/uploads/2015/11/El-continuo-de-violencia-hacia-las-mujeres.pdf>

[5] Véase referencia en artículo “Violencia política sexual: crimen de lesa humanidad” de Beatriz Bataszew en <http://www.nomasviolenciacontramujeres.cl/wp-content/uploads/2015/11/El-continuo-de-violencia-hacia-las-mujeres.pdf>

[6] Extraído de Boletín N° 1 “La Monche”, editado en Concepción, Chile, en diciembre 2017.  

[7] Recomiendo leer el artículo de tesis doctoral de la historiadora feminista penquista, Gina Inostroza “Ser de izquierda”: Socialización política en la construcción de identidades de izquierda de mujeres del Gran Concepción en la década del 60´”, en Revista Historia en Movimiento N°4, octubre 2017, pp. 70 – 92.

[8]  Lucero, M. E. (2014). Crónicas performativas como prácticas de resistencia. Revista de Estudios Feministas, 22(2), 657-665. Véase en < http://dx.doi.org/10.1590/S0104-026X2014000200017&gt;

[10] Extraído del material de trabajo del profesor Luis Alegría “podemos entender estos procesos como una serie de iniciativas tendientes a la recuperación de la memoria, siendo sus variadas acciones, recuperar- un espacio que fue enajenado de sus funciones iniciales por la dictadura al instalar allí centros clandestinos de detención, tortura y exterminio”. Esta reflexión la realizamos en el marco del curso “Museografía y patrimonio: Políticas patrimoniales y museológicas en dictadura (1973 – 1989)”, impartido en octubre 2018 en el Magíster en Arte y Patrimonio de la Universidad de Concepción.

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