Memorias antagonistas en “Londres 38” y estado de excepción. Notas para la discusión

Miguel Urrutia F.
Doctor en Sociología y académico de la Universidad de Chile.

Ilustración: Juan Pablo F-Dren

Como parte de las áreas de trabajo permanentes de Londres 38, espacio de memorias, se encuentra la línea de investigación, que, a través de una comisión integrada por miembros de la mesa de Londres 38 e investigadores asociados al proyecto, busca desarrollar investigaciones en distintas disciplinas de las humanidades y las ciencias sociales.

Dentro de los temas que se han discutido y las propuestas que se han elaborado en la comisión, se encuentran estas notas sobre la relación entre la noción de estado de excepción y la producción de memorias antagónicas y contrahegémonicas, como antecedentes necesarios para posicionar una reflexión actual sobre el ejercicio de recordar. De estas discusiones llevadas a cabo el 2012, surge este texto elaborado por Miguel Urrutia, en el marco de la investigación “Los retornos del poder popular: El MIR y el Cordón Cerrillos Maipú (1972-1973)”.

(a) ¿Por qué la idea de W. Benjamin sobre el estado de excepción, como regla, es relevante para la memoria y las luchas sociales?

Observando tanto organizaciones chilenas avocadas a temas de memoria y Derechos Humanos, como algunos rasgos de las culturas de izquierda contemporáneas, puede reconocerse cierta angustia por expresar, del modo más enfático posible, que “el fascismo es actual”. Llevada esta idea a la crítica de la transición democrática en Chile, pueden advertirse sanciones del tipo: “aún vivimos en dictadura”. Esta idea puede funcionar como un signo de reconocimiento para quienes observamos en la radicalidad política de izquierda la única alternativa frente a la barbarie del capitalismo, pero, por sí misma, tal idea no ha sido un factor de crecimiento para la mencionada posición política. Si la radicalidad de izquierda, entendida como algo distinto a los meros comportamientos colectivos exaltados de carácter jacobino y fariseo, ha crecido en los últimos años, se ha debido más bien a los movimientos sociales, cuyo techo ha sido, precisamente, el de no lograr converger en una alternativa política.

Por otra parte, en sectores relativamente despolitizados del pueblo, operan enunciados que conservan cierto paralelismo con la noción de actualidad del fascismo y/o de la dictadura. Por ejemplo, mucha gente en Chile está de acuerdo con que “la alegría no llegó”. El gran problema es que esto también puede vincularse con ciertas expresiones más bien resignadas, como aquella que indica que la gente humilde siempre ha tenido que deslomarse trabajando, sin importar cual sea el gobierno de turno, es decir, sin excepción histórica reconocida.

Es por lo anterior que consideramos de interés realizar algunos señalamientos teóricos sobre el concepto de “excepción” en política. Consideramos particularmente relevante la inflexión realizada por Walter Benjamin en confrontación a los planteamientos de su compatriota nazi, Karl Schmitt.

(b) Para contextualizar la afirmación de Benjamin en el origen de las luchas antifascistas.

Walter Benjamin fue un alemán judío, miembro tan peculiar de la llamada Escuela de Fráncfort que, a diferencia de muchos de sus colegas, no consiguió atravesar el Atlántico en su huida del nazismo. En 1941 optó por suicidarse, luego de ser detenido por los nazis en la frontera hispano-francesa (no se descarta que haya sido ejecutado, pues sus restos están desaparecidos). En 1940, Benjamin escribió lo que hoy se conoce como Tesis sobre la historia. En la octava de ellas indicó: “La tradición de los oprimidos nos enseña que el ‘estado de excepción’ en el que vivimos es, en verdad, la regla”.

Al contrario del actual dilema en la izquierda radical chilena (que considera la continuidad de la dictadura en la democracia), Benjamin intentaba mostrar que el nazismo, padecido en su propia carne, no era una excepción histórica. Por terrible que el nazismo haya parecido, para Benjamin no debía ser considerado una simple anomalía o desviación en la historia de occidente y de su modernidad capitalista. El nazismo era una emanación coherente del capitalismo y no desparecería sin que este también lo hiciera.

(c) La afirmación de Benjamin en el debate de las teorías democráticas críticas del liberalismo.

Parte de la obra de Benjamin es un debate ponderado con el jurista nazi católico Carl Schmitt (1888-1985), salvado de los juicios de Núremberg solo por haber perdido el favor del Tercer Reich antes de iniciarse la Segunda Guerra. Schmitt es el teórico político que realiza la crítica acaso más brillante del imperialismo capitalista, cuyo origen ubica en la propia Revolución francesa. Según Schmitt, el imperialismo capitalista despolitiza a las sociedades para conquistarlas; a través del liberalismo, les propone una falsa noción de la política como pura coordinación de intereses, mientras que la verdadera política se vincula irreductiblemente con la teología y lo sagrado (lo sacrificable) que permite reconocer el antagonismo entre amigos y enemigos. Para Schmitt, los partisanos o guerrilleros serían las grandes figuras de la política auténtica (la del sacrificio teológico), con el único problema de que, en el siglo XX, los partisanos habrían olvidado sus orígenes teológicos, introyectando su sacrificio en proyectos socialistas. Dichos orígenes se ubicarían, según Schmitt, en la resistencia unitaria del pueblo español ante el invasor Ejército Patriótico Revolucionario de Napoleón (de esa estrategia resistente proviene el término partisano).

La otra gran mentira del liberalismo, según Schmitt, sería la democracia. Como jurista se esforzó brillantemente en demostrar que la soberanía solo puede ser popular si se considera al pueblo como una unidad, que finalmente recae en algún hombre que actúa para defender y/o refundar el derecho. Mientras el derecho impera, no se requiere de soberano, pues las decisiones son tomadas con arreglo a ese derecho vigente. No obstante, cuando el derecho es amenazado por algún enemigo de la unidad del pueblo (por ejemplo al reconcer la lucha de clases), entonces un solo hombre puede decidir la suspensión total o parcial del derecho vigente por algún tiempo, ya sea para defenderlo de aquel enemigo o para refundarlo de acuerdo a su interpretación de la amenaza acaecida. Este instante es el que Schmitt identifica con el “estado de excepción” como pieza clave del derecho constitucional. Pero el autor reconoce el límite de toda carta constitucional para prever el auténtico estado de excepción.

Las ideas de Schmitt son seductoras para izquierdistas desprevenidos, incluso hay quienes las suscriben hoy para resolver el cuello de botella representado por la constitución de 1980. Uno de los mentores de dicha constitución, Jaime Guzmán, fue un seguidor de Schmitt, si no directamente, a lo menos mediante su influencia en el falangismo franquista.

La octava tesis sobre la historia de Benjamin propone un antídoto radical contra esta desprevención. Benjamin desnuda tanto a Schmitt como a su supuesto enemigo liberal, pues sostiene que el derecho siempre se está violando a sí mismo a través de una violencia que no puede reconocer, pero sin la cual las leyes no pueden aplicarse. No es entonces una idea exagerada la de sostener que la violación del derecho es su regla fundamental, y que es el propio derecho, en su pretensión de fundar y hacer posible el vínculo social, el que la ejecuta (solo en ese sentido abstracto y general, incompleto desde el punto de vista de la práctica política socialista, puede entenderse la permanente actualidad del fascismo).

A diferencia de Schmitt, Benjamin no hipostasia la democracia en el populismo de la identificación totalitaria con un líder, sino que devela la condición de radicalidad de la democracia (algo a su vez distinto a los proyectos posmarxistas de democracia radical). Efectivamente, según Benjamin, aún no hemos conocido a la democracia más que en la forma de asedios permanentes de las clases explotadas al poder de los explotadores (en un sentido irreductible a cualquier economicismo, y que no podemos desarrollar en estas sencillas notas). Pero esto es así porque el derecho ha estado en manos de clases defensoras del individualismo, y no en manos del pueblo, que solo puede constituirse como tal dejando atrás al individuo y conformando la política como un asunto de singularidades en común, es decir, desde la comunidad material y su historicidad, sin las determinaciones que componen a las y los que cooperan para producir toda la riqueza que conocemos: las trabajadoras y trabajadores.

(d) Algunos puentes con la “memoria antagonista” que distingue a Londres 38 de otras organizaciones de memoria y Derechos Humanos.

Como exponíamos al inicio, la idea de la actualidad de la dictadura y/o del fascismo, conlleva el riego de derivar en ideas o enunciados como: “siempre ha existido el abuso” y “desde que el mundo es mundo hay ricos y pobres; los ricos mandan y la pasan bien, mientras los pobres ‘se sacrifican’ trabajando para que sus hijos no tengan que sufrir tanto”. Y, sin embargo, esto no significa que las personas comulguen con el trasfondo de nuestra idea radical de que el fascismo es actual. Tampoco es que la idea sea de tal complejidad que el pueblo se encuentre imposibilitado de comprenderla (alienado). Simplemente es algo que, por sus connotaciones altamente victimizadas, no termina de hacerle sentido, pues redunda, con una fórmula abstracta, en algo que para el pueblo constituye una experiencia de hecho. Lo que el pueblo sí reconoce desde tal experiencia, son los efectos fascistas del estado de excepción históricamente concreto que propugna Schmitt, es decir, aquellos momentos de la historia en que ni siquiera deslomándose consiguió alejar el sufrimiento para sus hijos. Así, aunque desde mucho antes de la dictadura el pueblo chileno sabía que las posibilidades individuales de escapar a la represión aumentaban enormemente alejándose de toda movilización colectiva, una parte considerable de ese pueblo se batió heroicamente contra la dictadura. Esto solo puede explicarse por ese aprendizaje negativo de la excepción fascista que el pueblo ha tenido.

El desafío que intenta asumir Londres 38 consiste en contribuir a politizar ese aprendizaje, ampliando las memorias antagonistas al ámbito de la afirmación (sin por ello llamar al olvido de la victimación efectiva a la que han sido sometidos los cuerpos de diversas generaciones de luchadoras y luchadores sociales). Pero no se trata de la afirmación de una comunidad cerrada, propietaria y resguardadora de una identidad ya determinada (como ocurre cuando el concepto de clase obrera es elevado a la condición de “comunidad de los trabajadores”, o con ciertas condiciones subalternas que conducen a fenómenos como el pachamamismo, con sus inscripciones más académicas que políticas), sino una comunidad de las singularidades multiplicadas a través de su encuentro mundano, es decir, sin la condición de un re-conocimiento jurídico (no obstante este pueda sobrevenir al encuentro). Estas memorias no se reducen a la distinción amigo-enemigo como quisiera Schmitt, sino que habitan directamente esa “tradición de los oprimidos” de la que habla la octava tesis de Benjamin y que remite a los asedios al sistema de explotación por parte de las explotadas y explotados.

Allí se resume la memoria –claramente contrahegemónica– de un sector transgeneracional de la actual izquierda chilena. Es la memoria de una íntima relación entre estado de derecho (pre o posdictatorial) y dictadura (relación indecible en la lengua politológica). Memoria negada violentamente por otra memoria hegemónica que supone a la primera solo como el eco de una polarización política irracional proveniente, sobre todo, del periodo 1970-1973 (considérese hoy que, aunque dicha polarización hubiese sido efectivamente irracional, bien cabe comparar dicha irracionalidad con la actual sensatez política que une a las centro-izquierdas y las centro-derechas bajo la gran comunidad de la corrupción). Por cierto, se pueden observar algunas formas voluntaristas de afirmar la octava tesis de Benjamin (bajo la fórmula de la actualidad del fascismo), expresadas en memorias que afirman literalmente una profunda identidad entre dictadura y democracia neoliberales. Sin embargo, por debajo de esa literalidad, las memorias antagonistas postulan lúcidamente que para que el pueblo chileno haya llegado a aceptar como democracia el actual régimen político, fue imprescindible la dictadura. Del mismo modo, para posibilitar dicha dictadura, fue imprescindible que el régimen político anterior se presentara como TODA la democracia posible de construir por el pueblo chileno.

En síntesis, las memorias prioritariamente puestas en circulación por Londres 38 postulan el estado de excepción como regla de doble articulación: fascismo explotador y mancomunidad libertaria, enfrentándose solo en la medida en que los oprimidos se articulan políticamente. El antagonismo de estas memorias no se reduce al partisanismo sacrificial o victimizado, que efectivamente ocasiona en parte de ellas su confrontación con el régimen de memorialización hegemónico (ese que exige la abjuración de las luchas sociales políticamente radicalizadas), sino que se manifiesta principalmente en el recuerdo de comunidades que han intentado construir política desde sí mismas, o dicho en la lengua de su historicidad radical, crear Poder Popular.

Febrero, 2012

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