Daniela Acosta*

Cuando Paula me invitó a escribir sobre el número Usted dígalo bien, me puse a revisar los artículos de esa publicación. El que yo había escrito iba sobre algo así como proto violencia de género en el lenguaje. Recordé otro texto que también escribí para Rufián que hablaba sobre la incomodidad de los piropos, del uso del espacio público por parte de los hombres, etc., lo que me llevó a pensar en cómo los medios tratan estos temas. Tomé notas para lo que sería el presente escrito para Rufián 10 años, Caldo de Cultivo. Aparecieron frases como “las cosas no pasan simplemente” o “los crímenes los comete alguien”, entre otras. Estas ideas también hicieron eco en la edición de mi nueva novela Adentro la herida. Si bien ciertas reflexiones sobre el uso del lenguaje podrían parecer poco relevantes si las comparamos con casos de violencia de género que terminan en asesinatos, femicidios, sabemos que nuestro lenguaje da forma al modo en que vemos el mundo. Finalmente, todo se conecta y no es coincidencia: vivimos en un intrincado sistema de opresión.

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Estoy en una reunión con mi socia de la editorial cuando una amiga me llama para contarme sobre el señalamiento a un tipo que abusó de mí. Yo no sé bien qué siento. El corazón me late a mil, se me asoma una sonrisa, hay una alegría innegable, pero también no sé a qué me estoy enfrentando. Nunca he señalado a ninguno de los que aparecen en mi lista de abusadores. Porque tengo una lista y este tipo es el último. 

En mi lista de abusadores hay cinco que cometieron delitos. No me refiero al acoso diario, al supuesto amigo que insistió e insistió en besarme, al aliade que me agarró el culo, al que me dio un beso sin que yo lo pidiera –situaciones que, por supuesto, no deberían suceder y constituyen, por lo menos, acoso sexual. Estoy hablando de delitos. Este texto se llama la lista y me costó mucho dejar de pensarme como lo que el patriarcado quiere que piense de mí: que fue mi culpa por no saber cuidarme, que, por lo tanto, debo tener vergüenza, sentirme tonta, sentirme responsable de la violencia ejercida sobre mí. Y todo eso, multiplicado por cinco.

Por lo mismo, me costó mucho acercarme a esta escritura, hacerme cargo de mi historia, dejar atrás la vergüenza. Mi abuela me dice que son ellos los que tienen que avergonzarse: los perpetradores de la violencia y la sociedad que lo hace posible. Y tiene razón. Porque lo que esta lista demuestra, lo que las marcas en mí demuestran, es que se trata de un asunto estructural de la sociedad, una situación que se repite una y otra vez en diferentes estratos, contextos, lugares. Como me dijo una muy querida amiga: todas tenemos listas, porque el abuso, la violencia machista no es un error, un accidente, un hecho aislado, sino una práctica constante y constituyente de nuestra sociedad. 

Escucho a mi amiga al teléfono y mil imágenes y sensaciones me cruzan entera. Es como abrir una caja de pandora: un abuso se conecta con otro, una herida se abre y me muestra otra más antigua. La lista me hace dudar de mí, sin embargo. Paso del estado de shock y por primera vez comienzo a llorar. Trato de recobrar fuerzas y recordar las palabras de mi abuela y de mi amiga: la lista no es otra cosa que la huella del patriarcado, de la cultura de la violación en la que vivimos. 

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¿De qué hablo cuando digo cultura de la violación? Me refiero a las prácticas culturales tanto personales como institucionales que permiten que ocurra la violencia sexual y la excusan cuando sucede. Por ejemplo, desestimar las denuncias y que sea casi imposible probarlas, decir que las sobrevivientes exageran, que se confundieron, decir que lo estaban buscando, hablar de su vida privada para demostrar que “lo querían”, descreerlas, ponerlas en duda, tratarlas de locas, putas, vengativas, histéricas y todos sus derivados. Los medios de comunicación tratando el acoso como romance, la violación como sexo no consentido, objetualizando a las mujeres, quitándoles la calidad de sujetos. 

Tan arraigada en mí está la cultura de la violación, que, a pesar de todas mis lecturas y conversaciones con mis fabulosas amigas, no sabía demasiado sobre consentimiento y no pude identificar sino hasta el día siguiente que lo que había pasado con el quinto de la lista efectivamente es una violación: una penetración sin consentimiento. No soy un caso aislado. La violación durante una relación sexual que fue en algún punto consensuada es muy común: sucede cuando te obligan a hacer sexo oral, cuando te penetran sin consultarte, cuando te penetran sin condón sin tu consentimiento.

En la cultura de la violación la sociedad excusa a los hombres que ejercen violencia sexual (incluso está la posibilidad de que “aprendan de su error”), descarta la necesidad de consentimiento y culpa a las víctimas. Esto, con un entramado de prácticas como los roles de género, donde solo hay hombre / mujer en una oposición binaria y jerárquica, y la heterosexualidad es lo único posible. Todo lo que no cabe en este esquema queda invisibilizado y las mujeres se definen en relación con los hombres. Así la mujer aparece como un sujeto subordinado, un adorno, como un objeto a ser observado, sin deseo sexual y, por tanto, sin derecho a consentimiento. Las mujeres se definen como suaves y amables , sin fuerza, mientras que el hombre queda como un agente activo en la búsqueda sin fin de sexo, debiendo doblegar, cruzar las fronteras de las mujeres (también de hombres y personas que no se identifican con este binarismo), siempre deseosos, en una construcción del cortejo donde el hombre es el que toma la iniciativa, siempre agresivo. Asimismo, el placer de la mujer se entiende en relación al rendimiento sexual masculino, sin una genuina atención al placer mutuo durante la relación sexual-afectiva. En este sistema no caben formas asexuales, no binarias ni trans. En este entramado también están las instituciones; los mensajes que se transmiten en los medios de comunicación, las representaciones en los productos culturales de la violencia sexual, de los roles de género y del amor romántico; el lenguaje que utilizamos a diario: cada engranaje refuerza y naturaliza el trabajo del otro. 

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Mi lista también da cuenta –porque obviamente no tengo estudios al respecto más que conversaciones con mis brillantes amigas y mis investigaciones de fin de semana– que, cuando una persona es violentada física, emocional o sexualmente, se genera un trauma. El trauma tiene consecuencias diversas que se pueden traducir en bloqueos, problemas de autoestima, para relacionarnos con otras personas, desrealización, despersonalización, problemas para concentrarnos, depresión, anorexia, insomnio, disociaciones, entre otros. Son hechos que no estamos preparadas para enfrentar porque simplemente son demasiado. Los encapsulamos, nos disociamos, podemos reaccionar de diferentes formas. El trauma impide que veamos la violencia como tal, e incluso dejamos de notarla. Por tanto, la próxima vez que algo así suceda, no estaremos alerta, sino que se activarán los mecanismos de defensa del trauma, ya sea de disociación, despersonalización, etc. De este modo, quien es violentada una vez –sobre todo en la niñez, cuando tu personalidad está en desarrollo y tu vida depende de tus cuidadores– queda más vulnerable para nuevas violencias. Algo así como que una vez que tus límites fueron vulnerados normalizas –ya sea por bloqueo, evasión– que eso suceda y, en consecuencia, la próxima vez pasará como algo normal.

Por eso, el hecho de que tenga una lista de abusadores no es algo excepcional. En mi caso, al ser dos de los cinco de mi lista abusos sexuales en la infancia, fueron sin duda traumáticos. El primero, a los siete años, y creo que debido a que no pertenecía a mi núcleo familiar, no lo bloqueé del todo. Viví por años muerta de miedo y no lo dije sino hasta cuando mi mamá se enteró, me trató de mentirosa y me echó de la casa. De todas formas, no pude hacer nada: ni terapia, ni cariño, nada. Era una niña. El segundo, a los ocho años. Sin soporte emocional o herramientas, y al ser mi cuidador principal, bloqueé el hecho por casi 25 años. Ya para el tercero, las relaciones sin respeto hacia mí misma, la vulneración de mis límites tanto físicos como psicológicos estaban normalizadas en mí, por lo que un pololo 12 años mayor, teniendo yo 16, no fue algo extraño y no me cuestioné el estupro ni ninguna de las constantes manipulaciones que sucedían en la relación sino hasta hace muy pocos años. Ahí también incidió que el tipo se mantuvo cerca de mí hasta ahora, acostumbrándome a esa relación tóxica por todos lados. El cuarto fue un amigo de un amigo y si bien lo eché de mi casa, no hice nada más. Tenía tanta rabia, vergüenza, frustración. Pero nadie me apoyó y yo tampoco tenía todas las palabras que tengo ahora. Y bueno, el quinto, si bien lo detecté al día siguiente, no tenía el lenguaje para comprender y quedó no bloqueado, pero en pausa hasta ahora, cuatro años después. 

Recién en el año 2017 pude, no sé bien cómo, enfrentar muchos asuntos de mi vida. Todo empezó por abrir el abuso bloqueado un cuarto de siglo. Ha sido arduo, doloroso y cansador, pero siento que estoy mucho más en contacto conmigo misma. He aprendido mucho de mí en el camino y también de quienes me rodean. Ahora tengo mejores amigas y también amigos, gente hermosa y nutritiva. Me he conectado con personas muy fuertes y valientes y ya no me siento sola con lo que por tantos años fue mi horrible secreto. No estoy diciendo con esto que las sobrevivientes estén obligadas a nada, a develar, a iniciar acciones, a ir a terapia. Por favor no sientan la obligación de nada. Todas con nuestros tiempos y cuidados. Es muy importante que aprendamos a cuidarnos en nuestros procesos. 

Entonces, escucho que han señalado públicamente a este ser. Leo el señalamiento, me identifico con la posterior normalización, con el exponerse nuevamente a la presencia del tipo por múltiples razones. Porque yo no quería tener que ser yo la paria y alejarme, como alguien por ahí me recomendó. 

Empecé a recordar este caso en específico, que, como he mencionado, es el último de mi lista. Al día siguiente del abuso, contrariada, muy triste y frustrada, lo comenté con una amiga y ninguna de las dos tuvimos las herramientas para lidiar con eso. Dos años permaneció ahí. Cuando lo volví a abrir para evitar exponerme a la presencia del tipo, le dije a otra amiga, que reaccionó de la peor forma posible. Fue tanta su violencia que tuve que defenderme de la violencia y de nuevo no pude llorar. En ese momento, además, estaba lidiando con otro abuso de mi lista, así que lo dejé suspendido. Había demasiado en mi plato en ese momento. 

Entonces ahora, con el señalamiento público, siento alegría y, por fin, algo se abrió en mí y pude llorar. Estuve un día y medio así. Fue agotador, pero no podía parar. Porque es horrible que abusen de ti. Sientes que no eres nada, absolutamente indigna de respeto. Eres una cosa para quien encuentra placer en someter a otras personas. Por eso, le agradezco infinitamente a la mujer de la funa, por haber escrito ese texto para ella y para tantas otras. 

Yo sé que ninguno de los tipos de mi lista va a ir a la cárcel. Solo el 3% de los violadores lo hace. A la cárcel va la gente pobre, no los criminales. En la cárcel están los vendedores pirata y micro traficantes. No están ahí los violadores, asesinos, violadores de derechos humanos. El sistema penitenciario es absolutamente obsoleto, no funciona a nivel social ni humano. De hecho, es una más de las instituciones que perpetúan la cultura de la violación. El sistema judicial es parte del entramado con sus nociones rígidas y patriarcales respecto a la violencia de género. El sistema cuestiona los datos, las experiencias de las mujeres, obligando a las sobrevivientes a cargar con el peso, en un círculo vicioso donde en vez de fortalecernos y educarnos, tendemos a quedarnos en una posición pasiva y, aún así, esperando que algo cambie. El asunto, precisamente, es que nada cambiará si seguimos de ese modo. La erradicación de la cultura de la violación no se hará sola. 

El violador eres tú

Mi lista también demuestra estadísticas respecto a los depredadores. No fueron hombres escondidos entre los arbustos (aunque sí horrendos y despreciables), sino que estaban siempre en mi entorno: el primero era la pareja de mi madre; el segundo mi padre, lo que nos deja en el núcleo familiar cotidiano; el tercero, fue mi primer pololo; el cuarto, ya en la universidad, fue un amigo de un amigo que llegó sin que yo lo invitara a mi casa y, el quinto, también era amigo de gente que yo conocía. Porque eso dicen las estadísticas, precisamente: es mucho más frecuente sufrir abuso sexual por parte de un conocido: marido, amigo, ex, pareja, pariente, cita, amigo de amigos. No olvidemos que en Chile, hasta el año 2005, el que la mujer no accediera a tener relaciones sexuales en el matrimonio era punible y razón para exigir el divorcio. Sí, violación amparada por la ley, al más puro estilo El cuento de la criada

Mi lista también muestra cómo los depredadores hacen un trabajo preventivo para parecer que no pueden causar daño. Un depredador, un violador, un abusador, no tiene un letrero de neón que lo describa. Y muy lejos de la imagen del hombre escondido en el callejón, sucio, agazapado, listo para atacar, los depredadores son seres humanos multifacéticos, pueden ser muy sociables, amables, buenos para hacer favores. Mirado con distancia, tienen un aire que denota su misoginia, pero se esfuerzan, y mucho, por reforzar esta imagen buena onda, alegre, de amigo de sus amigos. Por eso, cuando una persona tiene la fuerza y confianza suficiente para contarnos sobre una agresión sexual (o de otra índole), es fundamental darle la importancia debida y no bajarle el perfil o poner en duda su testimonio diciendo, por ejemplo, “qué raro, a mí nunca me hizo nada” o “qué raro, es tan buen tipo” o “quizá esa no era su intención”. Sé que muchas personas se pueden sentir superadas y hablar sin pensar, tratando de calmar su propia confusión, pero eso no sirve de nada a la sobreviviente que se ha atrevido, con todo el amedrentamiento que enfrentamos para permanecer en silencio, por fin a hablar. En cambio, si aceptas que esta persona que no esperabas cometió violencia de género, sí podrás ser un lugar seguro para la sobreviviente y apoyarla en su camino. 

Consentimiento

Abuso sexual es cualquier tipo de actividad o contacto sexual sin tu consentimiento. Aquí se incluye la violación, el exhibicionismo o forzarte a ver imágenes con contenido sexual. El abuso sexual puede ser verbal, visual y sin contacto, como exhibicionismo, acoso sexual, forzar a alguien a posar para fotos sexuales, enviar mensajes con contenido sexual. Pero un ataque sexual nunca es tu culpa, no importa en qué circunstancias haya sucedido

El consentimiento, que se nos niega en esta cultura de la violación, es un proceso continuo, no una pregunta de una sola vez. Asimismo, puede ser revocado en cualquier momento. Incluso si aceptas tener relaciones sexuales puedes cambiar de opinión y parar en cualquier momento, aún después de haber comenzado.

Puede parecer obvio, pero una persona inconsciente, dormida, no puede dar consentimiento. Eso no lo entendió el cuarto de la lista, el amigo de mi amigo. Cuando me desperté, él me estaba penetrando. Cuando lo eché de mi casa, me dijo que yo quería. ¿Cómo iba a querer algo estando dormida? Es imposible. 

Si consentiste a algo como un beso, o un abrazo, no significa que consentiste a algo más que eso y no estás obligada a nada. Si estás en una relación o te has visto con una persona en varias ocasiones, no significa que consentiste a tener sexo. Visitar a alguien no es consentimiento. Besar a alguien no es consentimiento para nada más que ese beso. Ser amable con alguien o sonreír no es consentimiento. Usar ropa ajustada o de cualquier tipo no es consentimiento. Incluso una vagina lubricada no es consentimiento. El silencio no es consentimiento. Ausencia de no, no es consentimiento. Haber dado consentimiento antes no significa volver a consentir. Estar desnuda no es consentimiento. Estar bajo los efectos del alcohol u otras drogas no es consentimiento. No defenderse, bailar, usar ropa sexy o coquetear no son consentimiento. Decir que sí a una actividad sexual no significa consentir a todo tipo de actividad sexual. 

Suena a mucho, pero no es tan difícil como parece. Hay varios videos muy explicativos, como el del té, que lo ilustra más o menos así: no se le da té a quien está dormida o inconsciente; alguien puede querer tomar té y luego cambiar de opinión, aunque tú tal vez te esforzaste y pusiste el agua y la mesa y todo; quizá le ofreces a alguien té y ese alguien está dudosa al respecto. Esa persona puede tomar o no el té. Es su decisión. No puedes hacer que se lo tome. Alguien quizá una vez tomó té contigo, eso no hace que esté obligada a tomar té de nuevo. La idea acá es que tomemos al consentimiento como al té. 

Si alguien te penetra vaginal, anal o bucalmente, debe ser consentido, no importa si dijiste que sí querías tener relaciones sexuales. Si estás usando un condón y el tipo luego se lo saca o inventa, como dijo mi tercer abusador, mi primer pololo, que tenía uno cuando no era así y te penetra, eso es una violación. Penetración sin consentimiento es violación, no otra cosa.

Aliviar la carga a las sobrevivientes

Si tienes la suerte y tú no fuiste abusada o violentada, con certeza conoces a alguien que sí sufrió alguna de estas situaciones. El apoyo para sobrevivir a estas experiencias atroces es fundamental. He visto que algunas personas se angustian porque no saben cómo reaccionar cuando una amiga cuenta algo así. Desde mi propia experiencia y la que he compartido con otras, además de alguna búsqueda en Google, puedo decir que: todas las personas reaccionamos de diferente forma al lidiar con una situación de violencia. Algunas nos cerramos, nos alejamos, nos deprimimos, nos da rabia, nos callamos, nos aislamos. Es muy importante hablar, pues en la medida que podemos hacerlo, podemos conocer, comprender qué nos está pasando. Si no estás segura sobre qué hacer para apoyar, una buena forma es mantenerte cerca de quien ha vivido una situación violenta, no tomarte personalmente sus cambios de humor. Estar ahí, sin lástima y, sobre todo, sin presionar, porque cada una tiene su forma y sus tiempos. Es primordial también hacer sentir seguras a quienes pasan por una experiencia traumática, es decir, sin encontrarnos ni exponernos a los abusadores/depredadores ni a más violencia (aunque sea tu justa rabia y frustración contra los abusadores y el sistema).

Cuando estamos listas para compartir nuestra experiencia, hablar con una interlocutora atenta nos ayudará a procesar. Puede que no sea de inmediato, pues, como dije antes, las cosas toman tiempo y las reacciones a veces tardan en llegar. Recuerda mostrarte disponible para cuando ellas puedan hablar. Y recuérdales, siempre, que no fue su culpa. Un abuso sexual u otro tipo de violencia nunca es tu culpa. Nunca.

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Las noticias sobre abusos nos llegan cada día. Las funas nos remueven, abren heridas antiguas y no tanto, un abuso refiere a otro y a otro, en una cadena que parece interminable. Es demoledor y también sé que puede resultar incómodo. Pero esa incomodad, precisamente, es algo bueno. Hay ahí una oportunidad de crecimiento y reflexión sobre nuestras propias creencias y prejuicios, si logramos conectarnos con nuestra empatía más que quedarnos lamentándonos sobre lo triste de la situación. Hablar de estos temas es terrible, pero no olvidemos que más horroroso es que sigan sucediendo. En todes está la oportunidad de transformarnos en agentes de cambio. 

La caída de la cultura de la violación pasa por la educación temprana no sexista respecto a sexualidad, consentimiento, y a eso tenemos que apuntar como sociedad. Este es un momento para reflexionar, para autoexaminarnos, para ver en qué manera contribuimos o lo hemos hecho, en esta cultura de la violación. También para ver en qué forma nos preparamos y educamos para transformar esta realidad de la cultura de la violación, con sus estrategias de silenciamiento, sus apologías de la violencia de género, en una cultura del consentimiento. 

La represión toma variadas formas y tenemos que estar preparadas para enfrentarla. Es de suma importancia que aprendamos a cuidarnos unas a otras contra toda violencia, la que nos rodea y la que también interiorizamos. El trabajo en solitario es necesario y sabemos que hay capas y capas que tenemos que desarmar, capas de machismo, de sexismo, racismo, clasismo de las que debemos deshacernos. Pero el trabajo en una es el comienzo. Ese trabajo debe extenderse a nuestras relaciones más cercanas y al resto también: nuestros ambientes de trabajo, nuestras comunidades, nuestras obras de arte. 

Nuestra vida depende de ello.

El camino es largo y no sé si se acabe. Lo que sí sé es que no podría enfrentar esto sola, sin el apoyo de mis adorables amigas, sin su cariño y cuidado, sin su preocupación, su inteligencia y su fuerza. Su amor. 


*Escritora feminista, autora de la novela El otro tiempo. Fue parte del Comité Editorial de Rufián entre 2011 y 2015

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